Por Julián Mozo
24 de agosto del 2008. Pekín, China. Olympic Basketball Gymnasium. Juegos Olímpicos. Partido por el bronce. La Selección argentina vive una situación extremadamente emocional luego de perder la semifinal ante Estados Unidos. Minutos antes del duelo clave por una nueva medalla olímpica, Ginóbili intenta hacer el calentamiento y, llorando, admite que no puede jugar ante Lituania. El clima del vestuario parece el de un velorio. Pero, claro, la superestrella argentina les pide un esfuerzo a los compañeros y el juramente silencioso se nota en ese primer tiempo que Argentina gana 46-34, sin Manu y con otra figura (Andrés Nocioni) en una pierna, ante una potencia mundial.
La bocina suena y ambos equipos enfilan, juntos, por un largo pasillo, hacia los vestuarios, cuando los gritos de dos líderes argentinos impactan a todos…
“Vamooooos la concha de su madre, vamooooos que en el segundo tiempo les tenemos que romper el orto a estos hijos de puta”.
Chapu y Scola están desorbitados y arengan, algunos se suman y los lituanos ni se inmutan, pese a que varios hablan castellano y saben exactamente lo que acaban de gritar los argentinos. Julio Lamas admite aquella historia y aún hoy muestra su impacto. “Sí, es cierto, los jugadores nuestros estaban enceguecidos, determinados a ganar esa medalla como fuera. Pero esa situación también marca, que si hubiese sido al revés, no hubiesen tolerado esos gritos y ese pasillo habría sido una batalla campal”, analiza el DT que en ese momento era el asistente principal de Sergio Hernández. Esta es una de las tantas anécdotas que reflejan lo que fue un grupo único, en este caso una que resume tres de sus máximas características: la extrema competitividad, la ambición voraz y la avasallante personalidad (con algún desborde). Pero, claro, durante más de una década, hay decenas de estas historias mínimas que construyeron un mito, nada menos que el del mejor seleccionado de la historia del deporte argentino. Por eso, a horas de que se estrene la película de Fabricio Oberto (Reset, este jueves 4, a las 20, por Cine.arTV), desde Infobae charlamos con diez integrantes de la famosa Generación Dorada para revivir las vivencias menos conocidas y las situaciones más impactantes, las que resumen lo que fue este grupo tan especial que, además de jugar y ganar, se divertía fuera del campo. Hermanos de camiseta, como ellos se autodenominaron, que cambiaron la historia del deporte argentino y el básquet mundial. Una nota que, con anécdotas divididas en cinco rubros, permitirá adentrarnos en la intimidad de un mundo absolutamente cautivante, el de una camada protagonista de conquistas y hazañas que emocionaron e inspiraron a millones de personas.
1-Bromas, diversiones y convivencia de estos “viajes de egresados”
Como buen grupo formado por muchachos repletos de energía y buen humor, en la intimidad sobraban las jodas, algunas zonzas y otras más pesadas que han terminado en “peleas” y hasta papelones públicos. Bromas de todo tipo que hubo siempre, cuando eran más jóvenes y también cuando pasaron los años y algunos miembros ya parecían bastante grandulones para algunos de esos chistes. Todo gracias a la onda, la unión y la igualdad que caracterizó siempre a estos planteles de la GD. Cada viaje a un torneo era, como ellos mismos han admitido, un viaje de egresados, con todo lo que eso conlleva. “Sí, es verdad, ese es el concepto que lo resume, el clima que había en la intimidad”, acepta Lamas, quien arrancó con ellos en el recordado Mundial U22 en Australia 97, cuando perdieron una increíble semi ante el local y se juramentaron reencontrarse en la Mayor para empezar a ganar cosas grandes. Les encantaba estar juntos (aún hoy, cuando se juntan o hablan por el grupo de chat que tienen), mucho más que para competir. En un punto era la excusa para reencontrarse. Volver a verse luego de una temporada repleta de responsabilidades en sus equipos. Eran como vacaciones. Por eso, además de reunirse para competir y ganar, a la vez la pasaban muy bien y por eso les costaba menos dejar a sus familias durante casi dos meses.
En el grupo existía algo mágico, como aquello que sucede en esas barras de amigos que se viene de la infancia. Tal vez por haberse conocido de tan pibes (entre 1994 y 1996), cuando empezaron a competir en selecciones menores y ninguno era nadie en el básquet, nunca hubo rangos ni diferencias. Por ejemplo, Manu fue siempre Manu, sin importar lo que terminó siendo en el mundo del deporte. En la intimidad era el Narigón, con sus características de siempre (en este caso, detallista, obsesivo, con gran humor y mucha cultura general). Y así sucedió con todos. Entonces, en la dinámica grupal, cada uno ocupó su rol. “Así era, cada año. Por ejemplo, Chapu era revoltoso de la clase, el que todo el tiempo tenía la energía para hablar de todos los temas. Y así, todos”, describe Lamas, quien recuerda lo primero que se fijaban todos al llegar a la concentración de cada torneo. “El cronograma de partidos y entrenamientos para poder poner fecha para la cena privada que organizaban fuera del hotel. Ese era su momento y habitualmente sucedía en la noche previa al día libre”, explica. Lo que refleja esa química tan especial que hubo dentro pero sobre todo fuera de la cancha. Un colectivo de tipos especiales que, con un liderazgo compartido, vivieron momentos únicos, de los grandiosos y de los no tan buenos, los cuales sellaron entre ellos una relación muy particular.
La onda siempre estuvo a la orden del día y hay decenas historias. Algunas jodas tienen que ver con “robos”. El más conocido es el de la pelota de la final olímpica, un trofeo que Manu ansiaba y consiguió, pero que le desapareció esa misma madrugada, cuando Carlos Delfino y Nocioni, ambos completamente borrachos, la vieron arriba de la cama y le dieron un voleo de derecha como si fueran un arquero que sacaba del arco… Se apunta a Carlitos, un enigma que justamente Reset, la peli de Fabri, promete revelar. Pero ésa no es la única desaparición. Era habitual que momentáneamente faltaran prendas de ropa o zapatillas, incluso algunos “artículos de lujo”. Como aquel fernet que atesoraban Rubén Wolkowyski y Oberto en la pieza que compartían en la villa olímpica de Atenas. De otra habitación se enteraron, entraron cuando los dos pivotes no estaban y sustrajeron el preciado botín. “Nos dimos cuenta que la misma llave abría las dos puertas, entramos y se lo sacamos. Y cuando llegaron, se armó... Hasta el día de hoy sale el recuerdo de la botella de fernet. Nadie se hizo cargo, lógicamente, al tratarse de los dos más grandotes”, cuenta Delfino desde Italia, ¡admitiendo hoy! ser uno de los autores, 16 años después. Otra vez el santafesino metido en una desaparición…
A veces, esa buena onda y diversión se pudo apreciar en lugares públicos. Como sucedió en una conferencia de prensa durante el Preolímpico 2011 en Mar del Plata. Lamas y Nocioni comentaban lo que había pasado en el triunfo ante Panamá cuando, por la puerta de la sala pasó el grueso del equipo, aparecieron varios jugadores, con el Yacaré Kammerichs transportando dos parlantes y haciendo sonar "Hace calor" de Vilma Palma. "Ahora hace calor, la música suena bastante bien…", sonó el estribillo y las carcajadas fueron de todos, incluido Lamas. "Lo recuerdo: fue un show, pasaron saltando y cantando y cortaron la conferencia. Pero todo el día era así, vivían divirtiéndose. Aunque nunca faltándole el respeto a nadie ni dejando que eso interfiriera en el trabajo diario", explica el coach. Como en cada torneo, hubo una canción que se transformó en cábala y en ese caso tocó ese tema histórico. "Somos viejos, ésa la sacamos del baúl de los recuerdos", dijo Nocioni. Pero no fue el único tema que sonó fuerte en el torneo. Como parte de la costumbre, cada uno de los integrantes elegía un tema y se armaba una playlist con 12 temas que iban sonando del hotel al estadio y dentro del vestuario, en la previa. Los Piojos, los Redonditos, la Bersuit, Pier y Ciro y los Persas fueron los autores más elegidos, en especial sus temas más populares y pegadizos para poder levantar a la tropa. Justamente el hit "Antes y después" se transformó en un himno, en especial la frase que los identificaba a todos: “Qué placer verte otra vez nos decimos sin hablar; hoy todo vuelve a empezar y será lo que ya fue”.
Mario Mouche fue el preparador físico de la primera etapa, entre 2000 y 2004, y recuerda algunas de las locuras de los revoltosos. “Era normal que le dijeran mal el horario de entrenamiento a algún compañero más despistado para que no llegara a la salida del micro y tuviera que ir en taxi”, recuerda. Con lo que eso enojaba a Rubén Magnano, el exigente DT de aquella etapa. “Un día pararon un ascensor de un hotel cinco estrellas porque se subieron todos a propósito”, agrega Mario. Aunque la que mejor refleja la locura del grupo, sobre todo cuando era más joven, fue en Neuquén en el 2001. “Ibamos a entrenar en combi, cantando, moviéndonos y hasta saltando. Un día el chofer paró el vehículo porque nos dijo que se iba a volcar”, rememora. Las bromas, algunas veces, eran en público. En el 2006, antes del debut mundialista ante Francia en Sendai, quien suscribe esta nota le dio a Nocioni, el líder de muchas de las jodas, un CD con la Milonga de Manu, un tema que el músico bahiense Néstor Tomassini había compuesto en honor a su coterráneo. “Cuando lo escuchamos con Leo nos dimos cuenta que era una canción divertida, pegadiza… Entonces organizamos con el resto una joda para Manu. Pusimos un parlante en el comedor del hotel y entramos con el tema a todo lo que da, bailando y cantando, haciendo trencito con los otros, mientras Manu estaba sentado y se moría de la vergüenza porque estaban las delegaciones comiendo… Nos miraba y no lo podía creer”, detalla Chapu. Los planteles de Venezuela, El Líbano, Nigeria y Francia quedaron anonadadas. Incluso Tony Parker, el francés compañero de Manu en los Spurs, preguntó de qué se trataba la broma y se animó a cantar el tema para recordárselo a su compañero cuando se reencontraran en San Antonio.
Si bien esa esencia divertida nunca cambió, hubo algunas diferencias entre aquellos primeros años y los que siguieron, ya con los cabecillas más grandes. “En mi primera etapa las jodas me pasaban por el costado. Era un espacio reservado para ellos, pero con el paso de los años y la mayor confianza entre todos fue cambiando y a veces te involucraban”, detalla Lamas, quien se acuerda de una que le hicieron a él. La joda fue en referencia al corte que Julio había ordenado de Nocioni antes del Mundial U22 del 97, cuando el alero se enojó tanto que le tiró la camiseta al asistente Enrique Tolcachier en una práctica de la preselección. “Fue en 2008, en Madrid. Estábamos en un entrenamiento cuando Chapu se me acerca y me dice ‘cuando me retire quiero ser el dueño de un equipo de básquet y que vos seas el entrenador’. Yo le dije ‘Chapu, esperá, falta mucho’. Y me insistió. Entonces le contesté ‘está bien, te lo dirijo’. Entonces, me tira. ‘Buenísimo, yo te voy a contratar a todos los jugadores, vas a hacer la pretemporada y antes del primer partido, te voy a cortar’, me larga, serio. En clara alusión a lo que pasó en el 97. Entonces, levanto la cabeza y empiezo a ver a varios de sus compañeros muy cerquita nuestro, elongando y riéndose. No era casualidad. Lo había planeado Chapu con algunos para hacerme pasar ese momento. Nunca se olvidaban de nada, te lo cobraban”, relata Julio entre risas.
Nocioni no paraba. Como en la cancha, su energía era desbordante. Hablaba todo el tiempo, contaba cosas, discutía, hacía chistes… Era el alma de casi todo lo que pasaba. Inquieto, vivía pensando en cosas para no aburrirse, para pasar el tiempo en las concentraciones. Y una de las cosas que se le ocurrió fue que la tecnología lo ayudara. “Arrancamos con la Play Station en Atenas, jugábamos con los chicos del fútbol... Luego, Chapu, Pablo (Prigioni) y Luis (Scola) fueron comprando cosas más avanzadas...”, cuenta Oberto. Nocioni da más presiones sobre qué se adquirió en cada torneo. “En 2006, con Pablo compramos aviones a control remoto y nos pusimos a volarlos en el patio del hotel donde estaban las delegaciones. Se armó un alboroto impresionante, empezaron a salir los jugadores de otras selecciones por las ventanas a mirar y nos ovacionaron. El avioncito terminó hundido en el lago del hotel…”, rememora dejando escapar su risa. También adquirieron autos a control remoto. “Con Pablo y Leo hacíamos carreras o eventos de competición en los pasillos del hotel. Impresionante”, precisa, como un nene. En 2008 llegaron los helicópteros, que también terminaron estrellados. Y ese mismo año, en la villa olímpica, vieron a Gerardo Werthein, presidente del Comité Olímpico Argentino, trasladándose con un monopatín y le preguntaron de dónde lo había sacado. Lamas recuerda cuando fueron al negocio que los vendía. El primero en la cola fue, claro, Chapu. “Dame dos, uno para mí y otro para mi Negrito”, dijo en referencia a Leo Gutiérrez, su íntimo amigo. Compraron varios, algunos dicen seis, otros 10. Formaron la banda de los monopatines. “Más allá de usarlos para movernos por la villa y evitar caminar tanto, nos divertimos como locos. Hasta hicimos carreras. Me acuerdo que se prendieron los chicos del tenis, Pico Mónaco y Nalbandian, y un día estuvimos compitiendo hasta tarde. El tema es que otros deportistas no podían dormir, salieron a las ventanas y nos gritaron que nos dejáramos de joder. Lo hicimos, por supuesto”, acepta el santafesino nacido en Gálvez.
Justamente, Lamas cuenta cómo cambiaba el humor del grupo cuando entraba a la villa. “Volvían a ser los chicos de 5° año a punto de egresar. Incluso Manu y Luis, que con el tiempo se habían vuelto más serios por las mayores responsabilidades que tenían en el liderazgo del equipo, eran nuevamente los pibes de antes…”, compara Julio. “Todas esas tonterías y bromas las hacíamos para pasar el tiempo, sobre todo porque eran concentraciones larguísimas. Nos permitían tomarlas de la mejor manera”, explica Chapu. Claro, no todo era color de rosa como hoy puede parecer pensando en este mito hermoso que pasó a ser la GD. Hubo situaciones tirantes, discusiones y hasta peleas, más de una vez. “Claro que sí, hubo todo tipo de conflictos, esto de que fuimos el superequipo, el ejemplo del mundo, que todos nos tienen seguir a nosotros yo no le doy tanta trascendencia. Fuimos un equipo como cualquier otro, con cosas muy buenas pero otras no tanto, con discusiones, peleas, problemas... Eso sí, todas bastante normales dentro de un grupo de muchachos jóvenes que pasaban mucho tiempo juntos”, se sincera el alero.
Justamente Nocioni era el que más risas y, a la vez, más enojos generaba. Porque no paraba. “Al principio, por ejemplo, tuvo una relación tirante con el Puma (Montecchia). Discutían todo el día, por la pesca, por esto, por lo otro... Y una noche, en uno de los viajes interminables en bondi, Puma estaba durmiendo en el piso, como podía. Y Chapu pasó a buscar un café. Serían las dos de la mañana. Y yo, cuando lo veo pasar con el café, le digo ‘guarda que se te puede caer y le doy un empujoncito’. El café, como imaginarás, se volcó sobre Ale. No sabés la calentura que se agarró: le dijo de todo, se trenzaron mal y ni siquiera sirvió que yo dijera que era mi culpa. El Puma no me creía, ni a mí ni a Chapu. Estuvo días, años te diría, sin creernos”, relata quien fuera el pivote suplente durante los primeros años de la GD. “Sí, claro, cómo no me voy a acordar. Parece que Gaby lo empujo y el café me entró por el cuello, bien por la espalda. Me quemó todo y yo reaccioné mal. Me decían ‘fiera rabiosa’ por cómo salté y las cosas que le dije”, completa el base bahiense. Pero, claro, como todo grupo humano inteligente, con respeto por el otro y sentido común, los trapos se lavaron en casa y nunca esos conflictos se interpusieron en el objetivo deportivo. Por la madurez y sabiduría que existían en aquellos planteles.
2- El reflejo de la química y la ambición: un pogo tan motivante como intimidante
La química grupal que tenía la GD fue el motor de las grandes hazañas. Y si queremos buscar algo que la resuma se debe hablar del pogo pre partido, ese baile colectivo, a los gritos y a los golpes, que patentaron con el paso de los años y se transformó en un mito, cautivante para propios y extraños, aunque también intimidante para más de un rival. Al equipo siempre le gustó tener una previa motivante. “En el Sudamericano de Valvivia, previo al Premundial de Neuquén en 2001, el utilero Teo Fidalgo escribió un discurso motivador antes del primer partido y justo lo leyó cuando pasábamos por arriba de un puente y como ganamos, quedó como cábala. Antes de cada partido le pedían que escribiera otro texto y el micro se paraba justo en el puente para que Teo lo leyera”, recuerda el PF. Pero, claro, nada era como el pogo, “nuestra canción de guerra, como el haka de Nueva Zelanda”, describe Leo Gutiérrez. “Empezó como el tema la Argentinidad al Palo de Cordera, creo que en el 99, y siguió en el 2002, con la canción de cancha ‘esta es la banda de la argentina, que está bailando de la cabeza, se mueve para allá, se mueve para acá…’. Nos encantaba. Nos matábamos y entrábamos a la cancha como guerreros”, precisa Gaby Fernández. Oberto lo califica como un “grito de guerra. Nos servía para motivarnos y para entrar en calor. Si a alguno le dolía algo, en ese momento se olvidaba de todo…”, asegura el pivote. Lamas admite que, a veces, se alejó para observarlo como un espectador más “porque era auténtico, emocionante, resumía lo que era ese grupo”. El pogo impactaba, además, por lo áspero que era. “Sí, eran tremendos. Un día se metió Mario (Mouche) y el Colo entró con todo. Resultado: una costilla fisurada por un golpe. Mario no nos quiso contar, pero nos enteramos a los días”, recuerda Gaby. Gutiérrez da más precisiones. “Fue ante de un partido en Serbia, creo que en la Copa Stankovic. Mario era nuestro PF que siempre decía que era fuerte, le gustaba que lo golpearan… Se metió y el Colo se pasó un poco”, detalla entre risas. Mouche recuerda el impacto, aunque no el contexto: “Sí, me pegó un back pick y me la fisuró (se ríe). Entrar no era para cualquiera”, dice. Con el tiempo, pararon la mano. “Fuimos decayendo el nivel de intensidad, cuando nos pusimos más viejitos porque nos dolían más los golpes”, cuenta Leo.
Aquel especie de hurra no era para consumo mediático sino que se trataba de una arenga interna. “No nos importaba nada, ni los golpes ni las miradas. Lo hacíamos por y para nosotros”, dice Gaby. Sin embargo, ese ritual de cantos y saltos, con gritos, empujones y hasta golpes, impactaba en el afuera e incluso intimidaba rivales, al ser un resumen del espíritu competitivo apabullante que tenía ese equipo. Mike Krzyzewski, el DT de Estados Unidos, fue uno de los que más impresionados quedó en la previa de uno de esperados duelos Argentina-USA. “Cuando lo vi, me arrimé a Mike D’Antoni (su asistente) y le dije: ‘esto es el básquet internacional’. Luego de tres años de estudio de éste básquet y su lenguaje, en ese túnel presencié el alma. Cuando esa Selección jugaba, todo el país jugaba. A eso es a lo que teníamos que vencer. No a su ataque ni a su defensa. A ese espíritu. En ese momento entendí quién era verdaderamente nuestro oponente y, debo admitir, me intimidaba”, reconoció quien se hizo cargo del seleccionado en 2006, luego de aquellas dos recordadas hazañas argentinas (en el Mundial 2002, sacándole el invicto de 58 triunfos, y en la semifinal olímpica 2004) que pusieron de rodillas al imperio y obligaron a reestructurar todo el programa estadounidense.
Mister K no fue el único intimidado. Le pasaba a casi cada rival que venía ese acto, nada menos que minutos antes de pisar la cancha. “No me olvido más las caras de los españoles antes de salir a la cancha, creo que en Japón. Incluso, al poco tiempo, cuando yo estaba en Unicaja, mi compañero Berni Rodríguez me preguntó cuando salió el tema de los seleccionados. ‘Oye, Pepe, ustedes están de la cabeza, ¿no? Nunca vi una cosa así, saltan, se pegan, se abrazan… Cuando los vi, pensé ‘madre mía contra quien vamos a jugar’”, le dijo el escolta al base. “Me lo acuerdo patente. Me lo dijo con una mezcla de admiración y sorpresa. Después, claro, no le pudimos ganar, como casi siempre nos pasó con España, pero quedó claro el impacto que ese pogo tenía en los rivales”, recuerda Sánchez desde Bahía Blanca.
3-La competitividad y los roces de cada entrenamiento, el rol de Magnano
Esa intensidad y agresividad era una marca registrada de la GD. Y no sólo en los partidos, lo mismo pasaba en los entrenamientos. Eran “carnicerías”, un reflejo de lo competitivo y ambicioso que era el grupo. “Podría calificarlas de impresionantes. Fue el mejor equipo que vi entrenar en mi vida. La calidad, concentración y energía eran excelentes”, precisa Lamas. Siempre fue así, de chicos y de no tan jóvenes. “Un día estábamos entrenando en la UADE, creo que para Londres 2012 y Gonzalo García (asistente) se da vuelta y viene hacia nosotros. ‘No lo puedo creer, este tipo se entrena como si fuera un chico. Lo disfruta y está totalmente concentrado. Para él parece que esto fuera una final NBA”, nos dice, refiriéndose a Manu”, cuenta Julio. Y esto pasaba con todos. Nocioni, por caso, era otro de los caballos desbocados que levantaban a todos. “Si había una baja de intensidad venía Chapu, metía una volcada o una tapa, e inmediatamente eso contagiaba a todos. Andrés nunca decía lo que había que hacer. Eso se los dejaba a Scola, Manu o Prigioni. El lo hacía”, describe el DT. Mouche cuenta otra perla que refleja al Jugador del Pueblo. “Estábamos en Indianápolis, a días del debut y volvíamos de jugar un áspero amistoso contra Puerto Rico, con 40 grados de calor, luego de la extenuante gira por México. Veníamos en el colectivo de regreso al hotel y Chapu vio una canchita. ¡Nos hizo para el colectivo y me pidió hacer unos piques más! Recuerdo a Pepe diciendo que estaba loco. Y sí, lo estaba, no hay dudas. Chapu aún tenía ganas de seguir entrenando. Esa era la ambición que tenían”, relata el PF.
Esa locura se vivió, sobre todo, en la primera etapa. “Eran entrenamiento de dos horas y media, quedabas de cama. Y mejor que no te quejaras, porque era peor”, describe Oberto. El Puma tiene una linda anécdota de la previa del Mundial 2002, de aquella durísima concentración en Colón, Entre Ríos, desde donde salieron “aviones” hacia Indianápolis. “Fue tremenda. Nos prendían fuego. Recuerdo que nos dieron un día libre y la mayoría se quedó tirada en la cama. Y eso que éramos todos pibes… Eran entrenamientos muy competitivos, de mucho roce. Porque encima Magnano estaba muy encima nuestro, arengando y pidiendo más… Recuerdo que, en uno de esos días, yo presionaba mucho a Pepe y en una que sube el balón, levanta el codo protegiendo la pelota, me pega debajo de la pera y yo me muerdo la lengua... El dolor y frustración no lo pude contener y le di una patada a una de esas clásicas sillas de plásticos con patas de hierro. Salió volando y se desintegró en el aire. Al Turno Vartanian (utilero) lo llené de plastiquitos”, rememora el Puma, que siempre fue muy tranqui pero ojo cuando se encendía...
En los entrenamientos siempre se peleaba por algo, aunque los lugares no estuvieron en duda. Y, por ende, eran físicamente temibles, duros de verdad. “No se llegaba a las manos, pero se estábamos muy cerca de eso. Nos separaban (se ríe). Tan duro que nos gustaba, nos medíamos constantemente”, admite Montecchia. “El nivel competitivo era extremo y cada uno marcaba la cancha. A veces se les iba la mano, pero siempre de manera leal”, suma Lamas. “Sí, intensidad tremenda y mucho roce físico, al límite... Pero siempre con honestidad”, completa Mouche. “Nos pegábamos hasta las nueces”, explica Nocioni, quien recuerda una historia del 2001, en Valdivia, previo al gran Premundial de Neuquén. A ese Sudamericano de Chile fue un grupo más joven con la idea de sumar rodaje y se sumaron algunos consagrados, como Hugo Sconochini, quien venía de una inactividad por doping y necesitaba ponerse a punto. “Me acuerdo que Huguito se re calentaba porque quería entrenar fuerte y nosotros jugábamos a la noche, no podíamos”, cuenta Chapu. Mouche recuerda justamente una situación entre ambos. “Hugo le pegó un golpe y lo tiró a la mierda. Por suerte, Chapu no reaccionó…”, comenta. Lamas detalle cuándo, como entrenador, debía tener más cuidado para que las cosas no pasaran a mayores. “En la primera semana no pasaba nada, porque estaban todos contentos, sin dolores ni roces de convivencia. En la segunda y tercera podía ser que hubiese discusiones. Pero ya nunca en la última semana porque ellos siempre arreglaban sus cosas cuando se acercaba la competencia”, describe Julio, dejando claro la inteligencia de los planteles.
Justamente el técnico tiene una historia apasionante que resume mucho de ese grupo. No sólo el autocontrol de cada uno tras los roces y discusiones, sino algo más profundo que habla de una química especial, de un respeto y admiración que permitía superar situaciones difíciles. “Estábamos en Pekín, en un entrenamiento durante los Juegos. Leo ataca y el Colo Narvarte, que hacía de árbitro, cobra falta. Scola dice ‘no fue’. Leo dice que sí. Luis insiste que no. Y yo, interiormente, pensé ‘para qué Luis, dejá, Leo hace tres partidos que no juega…’. Pero sigue. Y Leo lo cierra, caliente. ´Sí, pendejo, fue falta, la concha de tu madre. La próxima vez te arranco la cabeza’, le gritó. Fue bravo en ese momento y yo me quedé preocupado por cómo podía escalar el incidente. Entonces, para ver de limar asperezas me voy a la villa, para el lado de los departamentos y encuentro a Leo, jugando a la Play con Antonio Porta. Tenía una cara… Pregunto cómo van y Leo me dice. ‘Gana él: 8-1’. Bueno, digo, cómo está el clima… Al otro día, en el entrenamiento, yo estaba pendiente de ambos y respiré cuando veo que Leo le alcanza la toalla a Luis. Entonces me acerco y les digo ‘bueno, problema solucionado, ¿no?’. Y Luis me responde, sonriente. ‘Por supuesto. Hace tanto tiempo que no me trataban de pendejo que a Leo le tengo que pagar la próxima cena’. Así eran ellos, así se solucionaban muchos problemas en la intimidad”, relata Lamas. Y si no podían solo entre ellos, siempre había algún líder que aparecía. “Un día Nocioni y Delfino debían hacer una jugada, no se entendían, se les caía la pelota y empezaron a discutir como unos nenes. El enojo se trasladó al siguiente ejercicio. Hasta que Manu intervino. ‘Basta. Esto se termina acá, se callan los dos’, gritó. Se generó un silencio tremendo, los dos agacharon la cabeza y seguimos”, cuenta Prigioni.
Magnano fue el impulsor de la intensidad comentada, un coach muy exigente que los empujó al límite, pero que también los guió, a veces sin concesiones. En el Preolímpico 2003, cuando los jugadores le pidieron descanso en un entrenamiento matutino, ni siquiera dijo que no. “El micro sale en cinco minutos para la práctica”, le dijo al emisario. Pero, en otras, fue un maestro que supo aflojar. O al menos sacar lo mejor, de otra forma. “En una concentración recuerdo que el equipo estaba entrenando muy mal, estaban todos cansados y Rubén, en vez de cagarlos a pedos, les preguntó. ‘¿A ustedes les parece que este entrenamiento está a la altura de utedes?’. En vez de retar, los hizo reflexionar, les tocó el orgullo. Al otro día la práctica fue impresionante”, detalla Mouche. El cordobés solía repetir una frase que, en la intimidad del grupo, quedó marcada y fue repetida ante cada situación risueña que los jugadores creían necesaria meterla para provocar las risas de todos. Gaby Fernández, el más memorioso, salta y la adivina. “Sí, la recuerdo. Era ‘no confundan libertad con libertinaje’. La decía siempre, sobre todo cuando estaba enojado. A veces en lo disciplinario, pero más que nada en el juego, porque a él le gustaba tener mucho el control, marcar su estilo, y no le gustaba que se desperdiciaran posesiones”, explica el pivote. Hoy todos hacen reverencia sobre Rubén y le agradecen, aunque en ese momento la gran exigencia del DT generó un desgaste. “Fue un gran conductor de grupo porque en esos primeros años había mucho ego y espíritu de lucha. Rubén pudo canalizar todo eso. Además, sabiendo que tenía líderes importantes, lo supo dosificar y que los otros cumpliéramos nuestro rol, sin que los titulares se sintieran amenazados. Rubén nos dio lugar a todos. En el Mundial 2002 jugábamos 10 u 11, y si bien se puede ganar con una rotación menor, como pasó en 2006, nunca fue lo mismo”, compara Gaby.
4-Desbordes, batallas campales y el aprendizaje del autocontrol
Es verdad que aquellos primeros años, en los que se logró la gloria, fueron bravos en algunos sentidos, con un equipo áspero, ambicioso, muy físico y emocional. Y, por eso, los “desbordes” existieron más que nada en aquella época. En la previa al Mundial pasó algo insólito que terminó de unir más al grupo. Primero una gira casi inhumana por México que ya detallaremos con historias desopilantes y luego un par de amistosos en tierras estadounidenses. El saldo, entre otras cosas, fueron dos batallas campales. De la primera, en el DF mexicano, se sabe un poco más. “En los tres amistosos hubo roces y el último, en el Distrito Federal, terminó a las piñas, con gente y policías incluidos”, recuerda Gaby Fernández. “Sí, la arrancó Chapu y terminó con Vecchio queriéndole pegar a Magnano. Lo tuve que frenar yo”, es la sorprendente afirmación de Wolkowyski. La otra batahola se mantuvo bajo siete llaves hasta esta nota. Fue en un partido a puertas cerradas y nada menos que ante un combinado estadounidense. “Primero le ganamos a Turquía por 20 y luego, ya cansados, jugamos contra un equipo yanqui en la cancha auxiliar de los Pistons y terminamos a las trompadas. Pero fue una pelea de 10 contra 10, eh. Un papelón, una locura”, acepta Fernández, que de paso arroja un resultado de la contienda. “Nos costó, creo que nos quedaron un poco grandes”, agrega, sonriente.
El pivote suplente tiene una teoría de por qué la Generación Dorada tenía estos excesos, a veces internamente y en otras ocasiones con rivales. “El grupo no sabía perder. En un punto eso fue buenísimo, porque nos transformaba en una máquina que siempre buscaba ganar, casi desesperadamente, y eso nos permitió lograr hazañas. Pero, a la vez, cuando no ganaba, era normal que explotara todo para afuera o para adentro. Nos peleábamos entre nosotros o con rivales. No pocas veces nos fuimos a las manos. No en entrenamientos ni en partidos oficiales, pero pasó. Desde el 97, cuando increíblemente perdimos aquella semifinal del Mundial U22 contra Australia, se formó como una especie de bronca interna que era un motor pero por momentos no supimos canalizar. Por eso también nos entrenábamos al borde de la reacción de cualquiera. Por suerte llegó un momento que dejamos de pelearnos entre nosotros y lo pudimos sacar”, analiza Gaby, con una sorprendente sinceridad y autocrítica. Y sí, aquel grupo parecía por momentos una manada de animales salvajes que se paseaba mostrando sus afilados dientes
Mientras buscaba su siguiente presa…
Cuando volvió a la Selección, en 2011, Lamas ya no presenció un clima tan belicoso y si bien acepta desbordes, elogia el autocontrol que generalmente tenía un equipo que era tan ambicioso y temperamental. “Recuerdo que España siempre nos daba palizas, dolorosas, en la previa de torneos importantes y generalmente terminan con roces, discusiones. En la previa del 2012 nos cobraron cuatro técnicos y, además de los 500 dólares que cada uno pagó por los técnicos, hicimos una reunión para que hubiera un mayor control emocional, porque ya no se podía joder más. Y así fue, lo hicieron. Y si te fijás, la Selección nunca casi hizo papelones públicamente en más de una década. Hablamos de un grupo único e irrepetible”, opina Julio.
5-El viaje eterno a México: o cómo dar vuelta obstáculos y situaciones adversas
Se trata de un grupo que vivió muchas cosas que lo fortalecieron. Justamente la ya comentada previa al Mundial 2002 fue especial y templó el carácter de un plantel predestinado a hacer historia. Luego de la preparación en Entre Ríos, la Selección partió hacia México para una gira inédita que quedó en la memoria de todos y hoy todavía es tema inevitable en las reuniones doradas. De entrada, el viaje fue extenuante, con escalas en Santiago de Chile, Atlanta y el DF, la capital mexicana. Todo en clase turista, con los dirigentes viajando en primera, lo que ya elevó la temperatura de los players. De ahí, ¡en colectivo!, fueron 1440 kilómetros hasta Chihuahua, en el noroeste mexicano. Hoy, 18 años después, no hay acuerdo sobre las horas totales que duró el periplo comenzado en Buenos Aires. Pepe dice 30, Chapu y Oberto aseguran que fueron 32, Mouche se estira hasta 36 y Fernández no tiene dudas de que se llegó a 38. “Lo único que te puedo decir que hicimos unas 26 horas más de lo que se debía para un viaje así”, aporta Gaby. Pese a lo interminable del viaje, el grupo le encontró una parte divertida. “Pasó algo increíble porque si bien algunos, como yo, estábamos re calientes, otros empezaron a tomarlo con humor y a contagiar esa onda. Por ejemplo, cuando pasaba cada hora, se gritaba fuerte: veinte, veintiuna y así hasta el final…”, recuerda Pepe. “Manu tenía un cronómetro donde llevaba el tiempo del viaje y avisaba cuando pasaba una hora. Nos íbamos riendo del viaje más largo de la historia”, suma Nocioni.
Todavía más gracioso resultó el arribo al hotel de Chihuahua. Cuando se dieron cuenta que faltaban diez minutos para redondear una hora (¿la 32, la 36 o la 38?), le pidieron al chofer que “diera un par de vueltas a la manzana para ganar tiempo”, rememora Montecchia. “Y cuando frenamos, nadie bajaba porque faltaban algunos segundos, según Manu, quien manejaba al reloj. Los dirigentes nos preguntaron por qué no bajamos y estábamos a los gritos, bailando, arriba del micro... Hicimos la cuenta regresiva de 10 a 0 y recién ahí bajamos todos”, agrega Gaby. “Fue una llegada muy festiva y de ahí todos no fuimos a la pileta. Una actitud increíble de los chicos que, ante un hecho muy complicado, sacaron lo mejor de cada uno”, opina Mouche. “La buena onda no faltaba nunca, incluso cuando existía una situación de cansancio y stress”, explica Fernández. “Ahí entendimos el trabajo mental que teníamos que meterle para estar donde queríamos”, opina Oberto. La historia la cierra Pepe con su habitual lucidez. “Eso pinta lo que era ese grupo y reafirma que nada malo podía destruir su química. Imaginá que estábamos en un lugar remoto, con mucho calor, arriba de un colectivo y todos estábamos saltando, celebrando, más de 30 horas después de la salida. Fue increíble cómo dimos vuelta la situación más chota, cuando en realidad era para comprarse un billete de avión y volverse a nuestras casas en Argentina”, analiza uno de los líderes de aquel equipo.
Los años han pasado y la química se mantiene intacta. O quizá hasta ha mejorado. Porque, como pasa cuando el tiempo avanza, sólo queda lo mejor, lo heroico, lo vivido, tanto lo bueno como lo malo. Por eso estos hermanos de camisetas siguen unidos, conectados, aunque sea a la distancia. El mejor modo es el chat que tienen y donde se cuentan cómo están y también utilizan para recordar momentos y repetir las cargadas de siempre. Aunque, claro, también sirvió en esta pandemia para alentar y darle fuerza a uno de los integrantes (Rubén Wolkowyski) que la pasó realmente mal cuando fue contagiado de Coronavirus en España. Así lo confirmó, emocionado, el pivote chaqueño. “Fueron muy importantes durante todo el proceso y siempre se los agradeceré. Tenerlos cerca, dándome aliento, recordando momentos y metiendo chistes, me resultó muy valioso. Me sacaban una sonrisa, me distraían y cada mañana todos preguntaban cómo había pasado la noche, cómo me sentía. Me dieron una fuerza tremenda en los peores momentos y me confirmó que seguimos teniendo una gran química entre nosotros”. Un resumen más de por qué este grupo se ha convertido en un mito del deporte mundial.
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