El sol del mediodía levantaba de a poco la temperatura en el barrio Parque Barón de Lomas de Zamora. Marcelo Aravena, con prisión domiciliaria desde la primera semana de marzo tras cumplir tres años detenido en modalidad preventiva en la Unidad 23 del penal de Florencio Varela, escuchó este martes que tocaban a su puerta. “Dejá, atiendo yo”, le dijo a su mujer el hombre fuerte de la zona Sur de La Doce, la temible barra de Boca.
Precavido, como todo integrante importante de un paravalancha, preguntó quién era antes de abrir la puerta. Unos días antes había visto por la ventana que da al frente de su domicilio una camioneta estacionada con gente adentro que se quedó un rato frente a su hogar para después partir sin que nadie bajara del vehículo. Pero la respuesta que le llegó del lado de la calle lo tranquilizó: “Oficial notificador, vengo a traer un requerimiento del juzgado para certificar su presencia en el domicilio”.
Por la mirilla observó que la persona que le contestaba estaba vestida como policía bonaerense, que son quienes se encargan de hacer esos trámites. Y tenía, claro, una carpeta en mano. Entonces no dudó: fue a buscar su DNI y abrió la puerta. Pero en vez de acercarle un papel para firmar, el hombre vestido de policía sacó una pistola y apuntó directo al pecho desde una distancia menor de dos metros. Era disparar y matar. Pero la bala quedó atascada. El sicario probó una segunda vez con el gatillo pero no salió nada. Aravena, el Manco Aravena, aquel que estuvo condenado a 20 años por el crimen en 1994 de dos hinchas de River, el mismo sobre el que pesa la acusación de miembro de asociación ilícita en la causa La Salada, ya que presuntamente organizaba el grupo de barras que le cobraban dinero ilegal a los puesteros de la calle, reaccionó, cerró la puerta y gritó algo hacia adentro.
El sicario entonces supo que ahora la taba se había dado vuelta y se subió a una moto y huyó. Con tanta desesperación que volcó a los 60 metros y se le cayó el casco y la famosa carpeta. Los dejó ahí y siguió huyendo. Detrás de él arrancó un auto blanco que la Justicia cree que estaba como apoyo por si la fuga se complicaba. Una vez más, como tantas en su historia, Marcelo Aravena había salvado su vida.
La causa por el frustrado atentado recayó en la UFI 3 de Lomas de Zamora, a cargo de los doctores Lorenzo Latorre y Gerardo Loureyro, ambos con experiencia en expedientes con barrabravas. Latorre intervino en las sangrientas internas de los violentos de Temperley y Los Andes, ambas muy relacionadas con La Doce, y Loureyro tuvo una causa de la propia barra de Boca también con balazos en las inmediaciones del estadio de Lanús que dejó dos heridos. Saben de qué se trata. Claro que habrá que ver si el tiro viene por ese andarivel. Aravena y su círculo íntimo no han aportado hasta ahora ningún dato concreto de quién estaría interesado en su muerte y por qué. Sí ya están en Tribunales el casco y la carpeta del sicario que tienen sus huellas digitales y también y aportadas por su abogado, Javier Raidan, las imágenes captadas por las cámaras de seguridad del hogar. Allí, en Parque Barón, barrio de clase media baja, no hay tantas cámaras municipales y tampoco muchas viviendas que tengan ese servicio privado de vigilancia. Aravena si lo tiene quizá porque nunca está de más ser precavido en el mundo en el que se mueve.
Las hipótesis sobre el motivo del atentado varían según las fuentes consultadas. Hay quienes apuntan a la causa por asociación ilícita en La Salada, una de las más emblemáticas durante la gestión de María Eugenia Vidal como gobernadora de la Provincia. Pero algo en este sentido beneficia a Aravena: fue de los pocos que no abrió la boca desde que fue detenido aún a sabiendas de que si aportaba datos a la Justicia su salida de prisión podría acelerarse. Algunos afirman que querrían acallarlo, pero si decidió pasar tres temporadas a la sombra por el código de silencio autoimpuesto y que siempre se le ha valorado en ese submundo, por qué habría de hablar ahora.
Otra línea apunta a supuestos problemas que podría haber tenido dentro del propio pabellón del penal, pero los registros marcan una conducta intachable. Es más, fue el promotor de la visita a los internos de los futbolistas Julio Buffarini, Bebelo Reynoso y Mauro Zárate en septiembre del año pasado un día después del clásico en el Monumental que terminó empatado en cero. En aquella jornada, además, Rafael Di Zeo no sólo aportó la presencia de los players sino también vituallas boquenses que fueron repartidas equitativamente entre la gente del pabellón.
La tercera hipótesis y la más inquietante por sus derivaciones, apunta a La Doce. Mientras estuvo tras las rejas, el Manco delegó el poder de su grupo en la barra a Walter Coronel, apodado Tintín, quien también maneja buena parte de la tribuna de Los Andes y que está procesado como partícipe necesario por doble homicidio en la interna de La Doce, por un enfrentamiento en julio de 2013. Pero a comienzos de este año y por acusaciones de repartos poco equitativos, Aravena nombró nuevo lugarteniente: el Negro Pelé. Esto no cayó bien en la gente de Coronel y uno de sus hombres, el Sapito de Budge, terminó en febrero apuñalando a Pelé tras una discusión corta en la previa al partido con Talleres en Córdoba. Si la salida de Aravena de prisión reavivó esta interna, aún cuando fuentes de La Doce lo descartan, es algo que la Justicia también investiga. Por el momento sin que el damnificado diga una sola palabra sobre quién y lo quiere ver muerto, y por qué.
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