De Marcelo Gallardo suelen elogiarse distintas virtudes: su capacidad para reinventar casi todos los años a River ante las sucesivas ventas de los integrantes del plantel, su condición de gran estratega para planificar especialmente las definiciones mano a mano, y esa exigencia que impone y se autoimpone para mantener siempre vivo el gen competitivo de su equipo. A caballo de esos atributos, ya ganó siete títulos internacionales y cuatro copas nacionales, además de instalar una marcada supremacía en el Superclásico desde 2014 a la actualidad con victorias en los cinco mano a mano que jugaron ante Boca. En el submundo de los entrenadores de fútbol, al técnico de River también se le pondera otro intangible que muchas veces pasa desapercibido para los ojos del hincha común: su manejo del vestuario, la gestión de los egos en el camarín. Para no pocos técnicos y analistas europeos, por caso, el éxito del Real Madrid de Zinedine Zidane se debió, antes que a los conocimientos tácticos del francés, a su capacidad para gestionar los egos de un vestuario repleto de estrellas como pocos.
Son contadas con los dedos de una mano las situaciones de tirantez interna que trascendieron en los casi seis años que Gallardo lleva como técnico de River. En su momento, Leonardo Pisculichi se sintió entre disconforme e incómodo al ver que el Muñeco lo mandaba siempre al banco de suplentes y decidió rescindir su contrato con el club, en agosto de 2016. Cuatro meses más tarde, acordó su incorporación al Vitoria de Brasil, donde permaneció apenas seis meses. Antes de irse de River, habló cara a cara con Gallardo, de quien se despidió en buenos términos más allá de su descontento con la situación deportiva que lo impulsó a marcharse. El propio Pisculichi reconoce hoy haber cometido un error al irse de River. “Cuando tomé la decisión de irme, fue porque en el último tiempo no tenía la continuidad que pretendía. Me tocaba alternar y no lo entendí. Fue un error mío, no de los demás. No me tendría que haber ido de un club tan grande como River”, afirma el actual enganche del Burgos, de la tercera división del fútbol español.
¿Qué piensa Pisculichi de Gallardo, el entrenador que lo consideró fundamental durante la Copa Sudamericana 2014 y que luego lo confinó al banco al verlo en un nivel inferior al de otros futbolistas? “Marcelo es ganador, es un fenómeno”, sentencia, despojado de rencores. Y lo argumenta así: “Es un entrenador muy preparado y tiene una gran personalidad, más allá de su juventud. Siempre da en la tecla. El trato del día a día es fundamental. Mezcló todos esos atributos y pudo ganar muchos títulos”.
Si bien ninguno de los dos lo reconoció públicamente, entre Gallardo y Andrés D’Alessandro hubo una relación netamente profesional cuando el Cabezón regresó a River en 2016. Entre ellos hubo más respeto que afecto, que lo hubo pero en dosis menores. Siempre mantuvieron cierta distancia, como quien mide al otro casi permanentemente. Dentro de ese marco, tuvieron una buena convivencia y hasta se dieron el gusto de celebrar juntos la obtención de la Recopa Sudamericana y de la Copa Argentina en 2016. "Gallardo no le regala nada a nadie”, expresa D’Alessandro y dice que le “hubiera gustado no tener que hacer desgaste para volver y para marcar para tener mucho más aire para atacar”, aunque remarca: “Pero siempre entendí que todos formamos parte de un grupo y si el técnico pide algo, hay que hacerlo”. En otras palabras: D’Alessandro hubiera preferido tener que realizar un menor desgaste físico para estar más lúcido a la hora de manejar la pelota, pero supo aceptar sin chistar los requerimientos tácticos del Muñeco.
En los octavos de final de la Copa Libertadores 2016, Gallardo puso de suplente a Lucas Alario, el goleador del equipo, en los dos partidos ante Independiente del Valle, primero en la altura de Quito y luego en la revancha del Monumental, en la que River debía remontar el 2 a 0 que sufrió en Ecuador. Un sector de la prensa se hizo eco de un supuesto tirón de orejas de Gallardo al delantero por un acto de indisciplina. El entrenador negó tal situación en “Gallardo recargado”, el libro escrito por el periodista Diego Borinsky. En la página 249 del libro se produjo el siguiente diálogo entre Borinsky y Gallardo:
-Aquella vez mandaste a Alario al banco y sorprendiste. Se dijo que Lucas había tenido problemas disciplinarios.
-Nada que ver. Lucas estaba en bajo nivel y además había sufrido mucho la altura (de La Paz) contra The Strongest, en la primera fase; en cambio, Alonso se adaptaba bien a la altura. Esa vez jugamos con cinco volantes. A ver, déjame pensar: Barovero; Mercado, Maidana, Balanta, Casco; Ponzio, Domingo; Mayada, D’Alessandro, Driussi y Alonso de punta, sí, jugamos así.
-En el Monumental tampoco pusiste a Alario.
-Porque estaba bajo, ya te digo, y eso noche Alonso jugó un partidazo, bajó un montón de pelotas, pero fue un partido increíble, de esos que se dan una vez cada tanto. Así y todo, estuvimos muy cerca de revertirlo.
-El gol igual lo metió Alario.
-Sí, lo metió Alario –me contesta y me clave la mirada.
Los futbolistas que fueron pasando por los distintos planteles de River coinciden en destacar la frontalidad de Gallardo a la hora de bajar su discurso y en reconocer que el técnico sabe generar el clima para que todos se sientan importantes, incluso los que tienen menos protagonismo a la hora de salir a la cancha. “Nosotros sabemos que juega el que mejor está, tenga el nombre que tenga. Estimula la competencia sana entre todos nosotros. Con Marcelo, los privilegios no existen y el día a día de la semana es fundamental para ganarte un puesto”, afirma uno de los referentes del plantel en diálogo con Infobae.
En efecto, y salvando el hecho de que siempre contó con planteles con quince o dieciséis futbolistas con un nivel muy parejo, Gallardo supo dejar en el banco a nombres con mucho peso específico como Fernando Cavenaghi, Andrés D’Alessandro, Javier Saviola, Pablo Aimar, Luis González, Jonatan Maidana (de quien supo decir que fue el jugador que más lo representó dentro de la cancha), Alario, Ponzio, Lucas Pratto, Juan Fernando Quintero, Ignacio Scocco y Javier Pinola, por citar a los casos principales. “Gallardo es un técnico muy exigente y no deja que haya ningún tipo de relajación. Exige mucho y quiere el máximo a todo momento. Y si no podés seguir el ritmo, vas al banco", ratifica D’Alessandro desde Brasil, donde es una de las figuras del Inter de Porto Alegre.
En la actualidad, y más allá del parate en el fútbol por la pandemia del nuevo coronavirus, un futbolista que no se encuentra cómodo en el plantel es Lucas Pratto, a juzgar por las declaraciones que realizó recientemente su representante, Gustavo Goñi. "Se va a caer por su propio peso que Lucas va a tener que salir de River. Porque es un jugador con un contrato alto y si va a seguir teniendo los pocos minutos que tuvo en este último año, es una ecuación que no le sirve tampoco a River", dijo Goñi. El presidente de River, Rodolfo D’Onofrio, le salió al cruce con fuerza y a la vez intentó relativizar la situación al señalar que Pratto jamás dijo nada al respecto: "Que el representante se haga cargo de lo que dice. El jugador de River jamás hace una expresión pública. Lo conversa con Gallardo en privado. En todos estos años de trabajo que llevamos con este cuerpo técnico, siempre existió esta armonía. Las declaraciones de un representante son problema del representante. El día que Pratto tenga que hablar, lo hará con el cuerpo técnico, lo van a hablar entre ellos. A mí no me llegó absolutamente nada de eso. Sólo leí lo que dijo su representante".
Gallardo le dio forma a un grupo en el que no hay lugar para las chicanas o las polémicas al realizar declaraciones ante los medios, salvo alguna que otra excepción en los más de cinco años y medio de su ciclo. Por ejemplo, Pratto recibió un tirón de orejas cuando declaró “en carácter somos más que Boca” en septiembre de 2018, cinco meses después de la final de la Supercopa Argentina que le ganaron a Boca 2 a 0 en Mendoza.
El “Muñeco” también le inculcó a su plantel valores que no abundan en el fútbol. Por caso, hidalguía para saber aceptar las derrotas. En otros tiempos de su historia, River quedaba eliminado de la Libertadores y se iba de la cancha en medio de escándalos propios de quien se niega a asimilar las frustraciones deportivas. Hoy eso no pasa: es un equipo que asume con naturalidad que en el fútbol se gana y se pierde.
Envuelto en uno de sus mayores dolores como técnico, el propio Gallardo supo tomar distancia del enorme golpe que significó la caída ante Flamengo, en Lima, en la final de la Copa Libertadores del año pasado luego de que el equipo brasileño diera vuelta el marcador en los últimos cinco minutos de juego. “Hay que saber perder con hidalguía, eso les dije a mis jugadores. El dolor está, lo vamos a sentir y cada vez que recordemos esto, la imagen va a venir. Pero tienen que sentirse orgullosos porque llegar hasta acá no es fácil y competir como competimos contra un rival que venía con muchas luces... Creo que nos plantamos en la cancha de muy buena manera, como el equipo que River es, un equipo campeón”, expresó, carcomido por la tristeza pero a la vez valorando el muy buen partido que jugó su equipo en Perú, donde tuvo el control de la final durante la mayor parte del desarrollo y una serie de descuidos en el cierre lo privaron de conseguir el bicampeonato de América.
El plantel supo absorber esos lineamientos inculcados por el técnico y por Ponzio, el capitán del equipo, quien interpreta a la perfección el mensaje del Muñeco y es el principal encargado de transmitirlo cuando algún refuerzo se suma al plantel. Es habitual que Ponzio mantenga charlas privadas con las caras nuevas y también con los juveniles que son promovidos al plantel superior, explicándoles con mayores detalles lo que Gallardo ya les anticipó a ellos en conversaciones previas sobre el estilo de trabajo del grupo y de los comportamientos dentro y fuera de la cancha.
En Gallardo parecen convivir dos rasgos bien marcados al mismo tiempo. Por un lado, el rigor del técnico que no se relaja nunca y que le escapa al confort de las victorias porque sabe que en River no hay partidos descartables. Por el otro, la cercanía del jefe de grupo al que los propios futbolistas le otorgan un perfil paternal, de afecto y cercanía para hablar de fútbol pero también de la vida.
Es cierto que el de River se deja ver hacia el exterior como un grupo hermético, casi blindado. Así y todo, cuando en los planteles hay conflictos de vestuario, tarde o temprano terminan trascendiendo. Y en el River del Muñeco eso es algo que nunca ocurrió. ¿Jamás tuvo lugar alguna rispidez? ¿O el grupo supo preservarlas impidiendo que se filtraran a la prensa? Solo el plantel y el cuerpo técnico lo saben con certeza, a partir del celo de Gallardo por mantener una buena salud interna. Y ese es otro valor dentro del ciclo más ganador de la historia de River: el resguardo de la intimidad del grupo como un bien preciado y esencial.