Le sucede habitualmente, cuando cada mañana se sube a su camioneta en Santa Rosa, La Pampa, para desandar la ruta N° 5 para entregar encomiendas en las localidades cercanas, en tiempos de rutinas atravesadas por la pandemia de coronavirus. “Cuando llego a las entradas a los pueblos y los policías me paran, y me piden el permiso para circular; por ahí están más serios, cortantes. Y enseguida hay un bombero, un enfermero, o alguno en el retén que le dice: ‘¿Vos sabés quién este? Es el Toto Cornejo, el que jugó en San Lorenzo’. Ahí nomás me dicen: ‘Pasá, pasá’. Me reconocen y no lo pueden creer, no sé si es de lo gordo que estoy, ja”, se divierte como lo hacía en el campo de juego.
Porque Oscar Roberto Cornejo no reniega de su actualidad; por el contrario, disfruta de su vida lejos de las luces. O con el remanente de ellas. El ex enganche o mediapunta, de 36 años, cumple con su trabajo de 6 a 13 y, antes de la crisis del COVID-19, coordinaba ocho divisiones juveniles del club que creó en su provincia con su primo y que preside su pareja Vanesa: los Totitos FC.
“Soy un agradecido al fútbol, me dio muchas cosas, soy feliz de haber sido futbolista. Sin embargo, hoy también soy feliz y vivo mejor que antes. Antes vivía en una falsedad, porque tenía los amigos del campeón. Cuando uno juega al fútbol profesionalmente es difícil, siempre tenés que ganar; es muy lindo, pero a la vez es ingrato, hiriente, hace sufrir a la familia. Hoy vivo tranquilo, con mi familia y mi señora. El jugador a veces vive en una nube de pedos”, asegura el Toto, valorando cada paso dado.
Cornejo supo ser la máxima promesa de las inferiores de San Lorenzo, antes de saltar a la élite ya lo buscaba en Atlético Madrid, que lo vio en un torneo juvenil en Río Cuarto, estuvo en la Selección Sub 20 y Marcelo Bielsa, entonces técnico de la Mayor, lo convocaba para los trabajos con las grandes figuras, debutó en Primera con gol y ovación; era el mimado de Manuel Pellegrini... Pero nadie le enseñó cómo lidiar con tamaña revolución a los 18 años.
“Para mí era muy lindo que todos apuntaran a mí diciendo que podía hacer algo importante en el fútbol, lo vivía con tanta pasión, conocía al club como nadie... Pero al no tener un apoyo, siempre resolví mi situación a mi manera y creo que a veces me choqué con un montón de cosas que no eran correctas. Me encontré con cuestiones para las que no estaba preparado en mi vida. Pero me hago cargo de la situación", esboza el comienzo de una autocrítica que será mucho más profunda.
Porque desde muy chiquito el Toto tenía las condiciones de ser futbolista. Y desde que mataron su papá, cuando tenía apenas 10 años, también la necesidad; no por presiones externas, sino propias, para ayudar a una familia numerosa, de siete hermanos y una mamá que se quedó sin respaldo.
“Cuando lo asesinaron a mí me cambió la vida. Y le prometí que iba a llegar a Primera División”, abre el corazón. “Se llamaba Alberto Oscar Cornejo, trabajaba en una escuela hogar 114, adonde nosotros fuimos a vivir un tiempo después de que falleció, porque mi mamá no tenía cómo cuidarnos mientras iba a trabajar. Entonces nos internó; yo tenía un permiso especial para ir a jugar al club”, prologa el suceso que lo marcó de por vida.
“Recuerdo que la última vez que lo vi fue de espaldas, se estaba afeitando. Él estaba enojado conmigo, porque me había comportado mal en la casa de mi abuela. Me tenía cortito. Era un viernes a la noche, mi papá los fines de semana se juntaba con los amigos en los bares, a tocar la guitarra. Esa noche recuerdo que mi mamá le dijo: ‘Oscar, no te vayas, que tengo un mal presentimiento’. Más hacia la madrugada, él terminó yendo a una fiesta en una zona peligrosa de Santa Rosa. Hay rumores de que estaba con otra mujer, de que en la fiesta estaba esa chica y también estaba el novio. Y que el loco este lo abrazó y le metió dos o tres puñaladas”, narra el ex futbolista.
“Al día siguiente yo sabía que algo le había pasado, sentía algo distinto, malo. Llegó mi tía adonde vivíamos, le dijo algo a mi mamá y cayó desmayada. Se fue y cuando volvió, nos llamó a los más grandecitos, y nos dijo que papá había fallecido. Yo pensé que mi papá nunca se iba a morir, que era Superman. Había salido en los diarios, pero éramos tan pobres que no teníamos plata para comprarlos. Fue fuerte. La pasamos muy mal”, concluye el relato. La pérdida tuvo grandes consecuencias en el día a día de la familia.
Y Cornejo asumió una responsabilidad temprana, de mucho peso en la mochila para un niño: “Yo jugaba acá, en Club Atlético Santa Rosa. Trabajaba en el club, vendiendo cafecito, mi representante de entonces, el Toro Sánchez, me ayudaba para llevar la comida a mi casa, o si sobraba comida en la cantina me la daban; a la noche a veces pasábamos de largo y a mediodía íbamos a un comedor. Empecé a pensar como una persona grande, por ahí me guardaba cinco pesos para las golosinas, nada más. Sólo pensaba en ir a Buenos Aires para jugar al fútbol”.
Pues bien, llegó la prueba en San Lorenzo; una semana en Buenos Aires le bastó para conseguir una plaza en la pensión del Bajo Flores. A la distancia, la ayuda familiar nunca cesó. Y menos cuando tocó la élite. “Cuando llegué a Primera y tuve departamento, me llevé a vivir conmigo a mis hermanos, a Sergio, a Juan y a Huguito (que falleció); los tenía conmigo, algunos jugaron en inferiores del club. Y con dinero los ayudaba; a todos, a mi mamá, mis hermanos... Lo que tuve se lo di a mi familia, y cuando nació mi hija Robertina (hoy tiene 15 años) también, obvio. Todo el dinero que hice lo usé para ayudar a mi familia. Nunca me pude comprar una casa”, revela.
EL JOVEN PRODIGIO DE LA CATEGORÍA 83
Oscar Ruggeri era el técnico de la Primera del Ciclón; un San Lorenzo que se había transformado en una máquina de promover juveniles, pero que siempre quedaba en las puertas de los títulos, o se desinflaba en el epílogo de la temporada. Hasta el más neófito que se acercaba al Bajo Flores se enteraba rápidamente de que, si jugaba la categoría 83, tenía que prestarle especial atención al morochito que no paraba de gambetear, con dotes para la actuación cuando los rivales se excedían en la marca y predilección por los túneles, como su amigo Walter Erviti.
El petiso era, precisamente, Cornejo. “Me acuerdo que fui a un torneo de Río Cuarto y me querían vender al Atlético Madrid. Vino gente a negociar por Romagnoli y me vio en un torneo que pasaba TyC Sports. Yo solo quería jugar en la Primera de San Lorenzo. Es el club de mis amores, a pesar de que era hincha de Boca, le estoy agradecido; me dio todo. ”, retrocede en el tiempo.
Al regreso recibió una convocatoria inédita. “Ruggeri me mandó a buscar a la pensión y me preguntó si sabía por qué yo estaba ahí con él. ‘Todo el mundo está hablando de usted. A partir del lunes va a empezar a entrenar en Primera’, me dijo. Enseguida renunció”, describió el momento en el que vio abierta la puerta del fútbol grande.
Ya no la cerró. “Vino toda la parte linda. Me mandaron al Selectivo con Walter Perazzo; un maestro, me enseñó un montón de cosas, muy buen entrenador. Hice dos goles en el primer partido en Reserva, contra Independiente, con Lucas Pusineri, Guillermo Franco; era un equipazo. Fue fuerte. Pasé de Quinta División a Primera, a codearme con gente tan importante”, rememora. Un día fuimos a hacer fútbol con el plantel de Primera, hice un golazo al ángulo, al Negro Ramírez; no me lo olvido más. Me mandó a llamar Manuel Pellegrini, me preguntó de dónde era, qué edad tenía. Me dijo que le había sorprendido cómo jugaba. Él trabajaba con 25 profesionales y me mandaba a llamar seguido. Era muy correcto, estaba en todos los detalles. Siempre me pesaba, no me olvido nunca de eso. Me decía cuánto tenía que pesar. Si pesaba más de eso, me mandaba a correr alrededor de la cancha; no tocaba la pelota", destaca el “castigo”, que a la vez funcionaba como método de motivación.
“Un día estábamos en la cancha de Vélez; yo había jugado en Reserva. Justo salía del baño y estaba él. Me dijo: ‘¿Cómo anda Cornejo, ¿usted se anima a jugar en Primera?’ Yo le respondí: ‘pruébeme y después vemos’. Ahí me explicó que el fin de semana siguiente, contra Rosario Central, iban a descansar varios jugadores y me iba a tocar debutar. Enseguida llamé a mi mamá para contarle", describe el germen de aquel primer paso; con gratitud eterna hacia el chileno que luego dirigió al Real Madrid y al Manchester City, entre otros gigantes de Europa.
“Era muy lindo escucharlo cómo hablaba, cómo transmitía; un genio. Me acuerdo que yo concentraba con Mario Santana. Y Pellegrino vino a hablarme. Me dijo que si yo andaba bien, me iba a llevar al banco en Brasil, por la Copa Mercosur, porque apostaba por mí. Me dijo que le tenía que responder. Fue algo muy lindo”, agrega.
El estreno resultó el plagio de sus anhelos infantiles. “Lo que había soñado era llegar a Primera, debutar con un gol, levantar los brazos al cielo para dedicárselo a mi papá y que la gente coreara mi nombre. Y es lo que pasó. Ese era mi sueño. Lo que vino en mi carrera fue de regalo”, se emociona. El 25 de noviembre de 2001, por el torneo Apertura y con una formación alternativa, el Ciclón venció 1-0 al Canalla, con gol del Toto, a los 10 minutos del segundo tiempo.
UN MUNDO CELESTE Y BLANCO
Sus buenas actuaciones en el Selectivo y en la Reserva convocaron la atención de José Néstor Pekerman y su equipo de trabajo, que venía de consagrarse campeón del Mundial Sub 20 disputado en Argentina. Así, las citaciones al complejo de Ezeiza se hicieron asiduas, tanto para entrenarse con los jóvenes de su edad, como para trabajar bajo la órbita de Marcelo Bielsa, como sparring del combinado mayor.
“Era algo espectacular. Un día yo me entrenaba con la Sub 20 y a veces con la Mayor, donde estaban Batistuta, Crespo, Simeone, Almeyda...”, lo moviliza el recuerdo, que tiene al Loco como protagonista especial. “Entrenaba con los jugadores por separado en uno de los ejercicios. Y me puso con el Pelado Almeyda. Hicimos un reducido de cuatro minutos. Yo lo tenía que marcar a él y él a mí. Yo no lo quería golpear y dejaba que él definiera. En una de esas salta Bielsa y me dice: ‘Cornejo, venga para acá. ¿Cuántos años tiene usted?’ Me quedé helado. ’18′, le contesté. ‘Usted es jovencito, a partir de ahora lo tiene que correr a Almeyda, ir y venir’, me ordenó. Que Bielsa supiera quién era fue tremendo, sabía los nombres de todos. Era lo máximo estar ahí”, completa.
Ese universo le permitió darse ciertos gustos. Por ejemplo, nutrir tempranamente su álbum con celebridades. “Un día estaba en la concentración de Ezeiza y aparece Verón. Y me dice: ‘Nene, ¿jugamos un pool?’. ‘Sí, pero si te sacás una foto conmigo’, le dije. Verlos de cerca, compartir un entrenamiento con ellos, era muy fuerte”, narra. Eso sí, ese respeto no lo cohibía a la hora de enfrentarlos sobre el césped desde el talento.
“Un día nos tocó pelotear a Pablo Cavallero. Nos tiraban la pelota, controlábamos, y definíamos. Dos o tres veces él salió y se la piqué. Mucho no le gustó, me miró con una cara...”, se divierte. No fue la oportunidad en la que un lujo suyo provocó la peor reacción. “Una vez le tiré un caño a (Raúl) Cascini, cuando le hice el gol a Boca, y me quería matar, me recontra cagó a puteadas”, se ríe.
CAMBIO DE VIDA
“Fue muy fuerte vivir muchas cosas al mismo tiempo; saltar a la fama, que todos hablen de mí, jugar en la Selección, jugar la Mercosur en la que salimos campeones, empezar a cobrar dinero. Se juntaban la felicidad y la emoción; pero además siempre pensaba en ayudar a mi familia. Por ahí no estaba concentrado, ahora que lo pienso mejor. Me hubiese gustado tener una persona que me acomodara y seguir un proyecto; alguien que me guiara en mi carrera. Siempre tuve que resolver todo a mi manera, a los golpes; sentí la ausencia de un padre, de alguien que me retara”, acepta. “A mí la vida me cambió muy fuerte; de no tener nada pasé a tener todo, un departamento, auto, vivir una buena vida. Nunca lo esperé”, apunta.
Ese boom de su aparición se fue apagando. La falta de oportunidades lo llevó a tomar la determinación de marcharse a préstamo. “En ese tiempo traté de dar lo mejor. También me faltó la cuotita de suerte con más partidos para sostenerme”, señala otro factor. Se fue cedido a Dorados de Sinaloa. Luego regresó y, en otra posición, tuvo un reverdecer en San Lorenzo, con un verano que lo devolvió a los primeros planos. “Pipo (Gorosito) me dio la oportunidad en los primeros partidos, jugaba de volante por izquierda, pero no se dio. Igual aprendí de todo eso. Por ejemplo, cómo lograr que un técnico que no me quería, me terminara poniendo en el equipo, a dar vuelta una situación adversa”, comenta.
El Toto estuvo en Culiacán antes que Pep Guardiola y que la revolución de Diego Maradona. Mientras jugaba en Dorados nació su hija, Robertina, que hoy tiene 15 años y vive en Mar del Plata. “El equipo jugaba en Primera y yo era el extranjero más joven de la Liga. La pasé espectacular, era un club muy lindo. Me trataron muy bien y hubo chances de quedarme, pero la dirigencia de San Lorenzo de ese momento no me quiso vender”, plantea.
Allí se adaptó a convivir con la leyenda del Chapo Guzmán y la sombra del Cartel de Sinaloa. “Me sorprendió el tema de los narcos. Veía mucha gente con las armas por la calle. Y en las Fiestas, en los barrios tiraban muchos tiros para arriba; y si no te metías adentro, te comías un balazo, escuchabas las ametralladoras. Con mi familia nunca tuvimos problemas con nadie. Simplemente era fuerte ver en los diarios, en las noticias, cómo mataban a la gente, los cuerpos uno arriba del otro; era común que se hablara de eso, algo normal”, describe.
CORNEJO, EL TROTAMUNDOS
Su carrera lo llevó por diferentes destinos, tanto en el país como en el exterior. Por ejemplo, estuvo en semestre en Universitario de Perú. "Es muy lindo; ahí hubo un malentendido. Tenía 23 años, declaré mal. Dije que no jugaría más en el club, no en el país. Se tomó a mal. Era difícil la situación, de 7 extranjeros podían jugar 3, No pude jugar, estuve seis meses y me volví”, cuenta.
También estuvo en Gimnasia La Plata, con Pedro Troglio como entrenador. “La pasé de 10, un club maravilloso, jugué un año y medio, la gente me trató re bien. Hice un par de goles, tuve bastante continuidad, me tocaron como compañeros el Guly (por Andrés Guglielminpietro), Navarro Montoya, Chapulín Cardetti, Nico Cabrera, Juan Cuevas...”, rememora.
Allí vivió uno de los hitos de su trayectoria: “El gol que le hice a River, se lo pude dedicar a mi hija, que es mi orgullo. Es una de las cosas que me quedaron para siempre”. Fue en el Monumental, en un 3-3 ante el Millonario que dirigía Daniel Passarella y con Gonzalo Higuaín en cancha. Enganchó de derecha a izquierda y sacó un zurdazo inatajable, que durmió en un ángulo.
En Chile se vio otra buena versión del Toto. “Fui a Cobreloa y casi salimos campeones; terminamos segundos. Era un equipazo, con Rodrigo Mannara, Gustavo Savoia, Charles Aranguiz, el delantero Vargas. Anduvimos muy bien y de ahí fui al Everton de Viña del Mar, que jugaba Libertadores, pasé del desierto a la playa; me llamó el técnico Nelson Acosta. Los chilenos me trataron muy bien. Dejé lindos recuerdos”, asegura.
Su camino tuvo escalas en Colombia (Deportivo Cali) y Nueva Chicago. En el medio, le surgió una oferta inesperada. “Un representante de Córdoba, me preguntó si me interesaba ir a Nueva Zelanda. Antes de cerrar me hicieron viajar porque querían ver si era el jugador del video que les habían mandado. Y cuando llegué, allá estaba el Boca de Borghi con Mouche, Monzón, Lucchetti, Viatri... Hubo un amistoso y me tocó jugar 40 minutos; ahí nomás me contrataron”, detalla el inicio de la aventura en Wellington Phoenix.
“Nueva Zelanda es un paraíso, el primer mundo, pero no le dan mucha bola al fútbol. Viajábamos cada 15 días a Australia. Era hermoso para conocer. Otra cultura y otra manera de entrenarse. El lunes hacíamos piscina. Los martes se descansaba; miércoles trabajos con pelota; jueves, reducido y viaje. Viernes, otra vez reducido y esperábamos para jugar. Tenía dos compañeros brasileños que me traducían, porque no hablaba inglés. Era para quedarme a vivir”, evoca.
POR LOS CAMINOS DEL ASCENSO
“Cuando volví me fui a Alvarado de Mar del Plata, me llevó mi amigo Walter Erviti. Ascendimos, anduve bien y lo de la gente fue impresionante. Son un montón, cantan todo el partido. Pateé el penal del ascenso”, se envalentona. “De ahí me fui a San Martín de Formosa, estuve seis meses y me vine para La Pampa. Jugué en Estudiantil, en All Boys de Santa Rosa y en mi querido Atlético Santa Rosa”, enumera sus últimos pasos con los botines. “El Ascenso es más difícil que la Primera, por los estados de los campos de juego, el tema de que no te entrenás todos los días...”, reconoce.
En el medio, otro golpe lo terminó de sacar de la cancha. Hugo, uno de sus hermanos, sufrió un accidente con la moto y terminó falleciendo tras varias semanas internado. “Después de que murió mi hermano la vida me volvió a cambiar. No volví a ser el Toto alegre de siempre. Hasta hoy me acuerdo que no tengo a mi hermano y es difícil”, explica.
Su pasión como formador, para apuntalar a las jóvenes promesas de Santa Rosa lo vuelve más locuaz de lo normal. “Empezamos con 10 chicos, 20, 30, y me encontré con el apoyo de los padres para armar una escuelita. Empecé a aconsejar chicos y me gustó mucho, me gusta, siento que les llego. Armé las infantiles, tengo ocho categorías. La idea es seguir creciendo y llevar chicos a Buenos Aires; ya acerqué a varios a San Lorenzo, Banfield... Los Totitos Fútbol Club se ha convertido en un sentimiento para toda la gente, es una gran familia”, se conmueve al hablar de la creación que lleva el nombre de su apodo.
Hoy sus sueños siguen viajando lejos, pero con menos responsabilidades en las valijas. Y el respaldo de la experiencia. “Mi sueño sería poder trabajar con Walter Erviti en lo que sea que tenga que ver con fútbol, sería muy lindo. Y seguir adelante con los Totitos. A los chicos puedo aconsejarlos. Que tienen que estudiar, entrenarse. ¿Quién mejor que yo para decirles que no se equivoquen?”, se entusiasma, con el afán de cerrar el círculo.
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