Juan Carlos Lorenzo, conocido como el Toto, fallecido hace poco más de dieciocho años, puede ser recordado tanto por la enorme cantidad de títulos que cosechó en España, Italia y Argentina como por haber dirigido a la Selección en dos Mundiales (1962 y 1966), pero también por ser considerado como un adelantado en cuanto a los sistemas tácticos, al uso de la psicología, y a una interminable serie de picardías.
Lorenzo nació en Buenos Aires el 27 de octubre de 1922 y se crió en una casa de trabajadores en el centro de la ciudad (Suipacha y Paraguay). La madre, Rosa Pereira, fue la que le puso Toto como apodo (él nunca supo el motivo) y el padre, zapatero, lo llevaba a ver a River a la vieja cancha de avenida Alvear y Tagle, aunque eran hinchas de San Lorenzo. “En uno de esos partidos, me tocó ver un Superclásico en el que Roberto Cherro le hizo un golazo a Ángel Bossio. Eligió el rincón y la puso allí, siempre me quedó grabado. Después me enteré de que a Cherro le decían Toto, como a mí”, recordó alguna vez.
Comenzó su carrera de jugador en Nueva Chicago como “ocho” pero en esos tiempos no se usaba numeración en la espalda, y luego pasó a las divisiones inferiores de Chacarita, cuando el club todavía desarrollaba las actividades en Villa Crespo, vecino de Atlanta, aunque llegó a estar varios meses practicando con la tercera de River. “Renato Cesarini me vio en una oportunidad y me llevó, así que pude ver de cerca a los jugadores de La Máquina, pero por esas cosas de la vida al poco tiempo me transfirieron a Boca, junto con Enrique Martegani”, contó.
Esa transferencia se produjo en 1945, luego de jugar en Chacarita entre 1940 y 1944 y formar parte del plantel que consiguió el ascenso a Primera en 1941. “Me decían ‘el hombre orquesta’ porque jugaba en cualquier lugar de la delantera. La defensa era una típica defensa de Boca. Y con eso queda dicho todo. Adelante jugaban Boyé, Corcuera, Sarlanga, Severino Varela y Pin y yo estaba para reemplazar al que faltaba. El uruguayo Varela viajaba a Montevideo después de los partidos, se entrenaba allá toda la semana y volvía para jugar el domingo. En los entrenamientos yo era el insider izquierdo al lado de Jaime Sarlanga y habíamos llegado a un entendimiento casi perfecto. Pero los domingos jugaba Severino. Cuando me tocó entrar fue por Corcuera o por Boyé. En ese caso, Varela me tenía loco: ‘pibe, levantá la cabeza, mirame, ponémela aquí, en la boina…’. Tuve que aprender a tirar centros para los boinazos del uruguayo. En la boina tenía un secreto: en la frente usaba un refuerzo de cuero. La pelota pegaba ahí y salía como bala”. En 1948 pasó a Quilmes y al año siguiente emigró a Italia para jugar en la Sampdoria hasta 1951 y ya no regresaría más a la Argentina como jugador.
Su formación como técnico
“En 1952/53 pasé al Nancy de Francia, donde jugué dos años como ocho armador, y tuve de compañero a un gran diez como Roger Piantoni, quien luego formaría un gran terceto francés en el Mundial de Suecia junto a Raymond Kopa y a Just Fontaine y el DT de ese equipo era Jaccques, ex arquero del club, un hombre que tuvo mucho que ver con mi futuro en el fútbol porque charlábamos mucho sobre aspectos tácticos y él me recomendó para que fuera a un curso de entrenadores que en 1954 organizaba la Liga Inglesa en Lillehall, cerca de Newport, a dos horas de Londres en tren. Trabajábamos en campo, y nos hacían resolver situaciones como quedarnos repentinamente con un jugador menos, o nos mostraban reiteradamente el video del partido Inglaterra 3 Hungría 6 jugado un año antes en Wembley. Mostraban un gol de Puskas y me preguntaron por qué el jugador argentino tiene tanta habilidad y nunca lo había pensado; y les dije lo que pensaba: que de pibes hacemos muchos partidos uno contra uno y eso nos obliga a driblear. Creo que la respuesta les pareció satisfactoria”.
Lorenzo tenía otro recuerdo de su pase por el FC Nancy. “El debut de Alfredo Di Stéfano en el Real Madrid fue en un amistoso contra nosotros. Ganamos 2-0 y me vio jugar Helenio Herrera y me contrató el Atlético Madrid, adonde me fui por cuatro años, hasta 1958. De HH aprendí cómo debe manejar un DT las relaciones públicas y a ser su propio agente de publicidad “.
Su etapa como entrenador
Tras un breve paso por el Rayo Vallecano (1957/58), terminó su carrera como jugador en el Mallorca, que se encontraba en Tercera División, recomendado por Di Stéfano y ante la imposibilidad de contratar en el cargo a Miguel Muñoz. Llegaron algunos jugadores argentinos y en dos temporadas, el equipo llegó por primera vez a la máxima categoría, con dos ascensos en el medio. Lorenzo hasta consiguió que la Saeta Rubia se pusiera la camiseta bermellón de los baleares en un amistoso. Ya en Primera, en la temporada 1960/61 obtuvo el sexto lugar. “Había pasado ocho años en Europa y le había tenido que ganar al peor enemigo del jugador argentino cuando está lejos de su tierra: la nostalgia. Hay que morderse, no aflojar, seguir dándole para adelante, pensar que uno está asegurando su futuro. No es fácil y por eso hay que valorar lo que hicieron Di Stéfano, Enrique Omar Sívori o Diego Maradona”, llegó a admitir.
Sus éxitos en el Mallorca, su estilo innovador, con mucha influencia de Helenio Herrera y la escuela de Coverciano basada en el Cerrojo (Catenaccio), y sus extrañas ideas para la época (como regar el céspedo, dejarlo muy alto según el oponente de turno, picar los terrones de tierra para perjudicar a los extremos rivales o inundar la cancha para hacerla más pesada) lo proyectó a San Lorenzo, en su regreso al país, para 1961. Hasta se llegó a decir que les pedía a los comandantes de vuelos que traían a la isla a los equipos rivales que zarandearan un poco el aparato antes de aterrizar.
En San Lorenzo consiguió un subcampeonato detrás de Racing, con un equipo que contaba con un gran armador como Oscar Coco Rossi, y un excepcional goleador como José Sanfilippo, aunque el resto se basó mucho en los fundamentos tácticos del entrenador, con la introducción de la marca a muerte en toda la cancha al jugador clave adversario, y mucha presión en la mitad de la cancha. Esas ideas consideradas “innovadoras” e importadas de Europa lo terminaron convirtiendo en el director técnico de la selección argentina para el Mundial de Chile 1962, el primero luego del desastre de Suecia 1958.
Ese equipo nacional no tuvo un buen desempeño y no pudo pasar de la fase de grupos, pero además, los jugadores no lograron congeniar con las nuevas ideas de Lorenzo, como cuando los mandó a “espiar” a uno de sus rivales en un entrenamiento para los que se desplazaron haciendo “cuerpo a tierra” y al llegar a destino descubrieron que era “a puertas abiertas”, o que a veces les hablara en italiano, o que haya tratado de imponerles un esquema con líbero y stoppers (como la fracasada marca por toda la cancha de Antonio Rattín a Bobby Charlton), o que a los delanteros les pusiera una tela adhesiva en los dedos de las manos para que se acordaran de rematar al arco.
Tras la experiencia mundialista, regresó a Europa para dirigir al Lazio entre 1962 y 1964, cuando ganó una Copa Italia, y en la temporada siguiente (1964/65) a la Roma, y allí volvió a ser contactado por la AFA para dirigir a la selección argentina en el Mundial de Inglaterra 1966.
Sin embargo, esta vez, y pese a las extravagancias del DT (como hacer correr a los jugadores detrás de las gallinas en la concentración del equipo en el colegio Ward, o hacerles tomar clases de pericón), Lorenzo no tenía el peso de las decisiones más trascendentes, en manos del “hombre fuerte” del fútbol nacional, el interventor Valentín Suárez. Éste había pensado en él cuando el cargo de entrenador quedó vacante ante la renuncia de la dupla conformada por Osvaldo Zubeldía y Antonio Faldutti.
“Lo más difícil es dirigir a la Selección. Se está bajo la lupa de 33 millones de personas. La celeste y blanca abarca todo. El DT tiene que tener un carácter especial para estar bien con todos, llevarse muy bien con el presidente de la AFA, con los jugadores, con el periodismo, y saber escuchar”, reconoció Lorenzo muchos años más tarde.
Tras el Mundial, en 1967, Lorenzo tuvo un breve paso por River, que ya llevaba una década sin campeonatos. y donde se reencontró con el arquero Hugo Gatti y con el volante Jorge Solari, ambos convocados para el Mundial de Inglaterra, pero los resultados no fueron buenos. “Ellos venían de una dura eliminación en la Copa Libertadores y se sintió”, explicó años más tarde. Emigró entonces al Lazio, donde permaneció desde 1968 a 1971 y tuvo en su plantel al delantero Giorgio Chinaglia.
Una vez que finalizó esta segunda etapa en el Lazio, decidió regresar nuevamente para volver a dirigir a San Lorenzo, que guardaba gratos recuerdos de su etapa anterior, en 1961. El éxito no pudo ser mayor. Terminó ganando el bicampeonato de 1972, Metropolitano y Nacional (éste, de forma invicta).
San Lorenzo ganó el Metropolitano de manera apabullante, consagrándose campeón cuatro fechas antes del final, imponiéndose 3-0 a Boca en la Bombonera y 4-0 a River en el Monumental. La noche en que podía consagrarse ante Atlanta en el Viejo Gasómetro (empataron pero festejó luego gracias a que Racing, su perseguidor, no ganó su partido), en la tribuna de la Avenida La Plata se instaló una jeringa gigante, como ironía para las versiones que existían en esa época sobre el posible uso de doping en el equipo.
Además de delanteros de gran presencia como Héctor Scotta, Rodolfo Fischer (transferido en el medio del torneo, cuando ya llevaba 11 goles) y Rubén Ayala, Lorenzo tuvo en su plantel nada menos que a Sanfilippo, que con 36 años decidió regresar al fútbol profesional. Marcó seis goles en ocho partidos.
Ya con la misma base, consiguió el título también en el Nacional, al vencer a River en una final a partido único en el estadio de Vélez con gol de Luciano Figueroa cuando quedaban cinco minutos para finalizar el tiempo suplementario, luego de empatar en los noventa minutos.
San Lorenzo no sólo se clasificó para disputar la Copa Libertadores de 1973 sino que allí ganó su grupo (en el que también participaba River) y llegó con ventaja a los dos partidos claves del grupo semifinal ante Independiente, campeón de América 1972, aunque allí los Rojos empataron como visitantes y se impusieron de local, avanzando a la final.
Lorenzo consideró cumplido el ciclo y se marchó entonces como entrenador del Atlético Madrid en 1973, llevándose a dos de los mejores jugadores de su equipo, al Ratón Rubén Ayala y al defensor Ramón Cacho Heredia.
Los Colchoneros habían ganado la Liga Española 1972/73, lo que les daba el derecho de jugar la Copa de Campeones de Europa (hoy Champions League) y no sólo consiguieron llegar a la final ante el Bayern Munich en el estadio Heysel, de Bélgica, sino que estuvieron a un minuto de ganarla.
“Íbamos ganando 1-0 con gol de tiro libre de Luis Aragonés. Faltando un minuto, de un lateral, Beckenbauer le dio un pase a un tal Schwarzenbeck, un zaguero que era muy torpe. Tanto es así que no supo qué hacer y se sacó la pelota de encima pateando al arco. Un tirito. ¿Saben lo que estaba haciendo Reina, el arquero? Dándole los guantes de recuerdo al fotógrafo de Marca. Por supuesto, fue gol. Nos agarró una desesperación terrible. El presidente del club, Vicente Calderón, casi se nos muere en el camarín. Salimos 1-1 y había que jugar un desempate a las 48 horas. A Reina no lo encontrábamos por ningún lado. Estaba refugiado en el vestuario del árbitro. Después apareció y me pidió la revancha. Se la di, pero no nos acompañó la suerte. El Bayern nos bailó y nos ganó 4-0”, recordó con resignación.
En 1975 volvió a la Argentina para dirigir a Unión de Santa Fe, recién ascendido, para lo que decidió traer a muchos jugadores veteranos para tratar de mantenerse en la Primera, como Gatti, Heber Mastrángelo, Cocco, Rubén Suñé, Victor Bottaniz, Víctor Marchetti, Baudillo Jáuregui, Roberto Espósito, Miguel Tojo, a los que se sumó una figura emergente como Leopoldo Luque.
Finalizó cuarto y llegó a estar puntero en las primeras cinco fechas con puntaje ideal, hasta que lo superó el River de Ángel Labruna, que contrató también a grandes figuras y consiguió el título del Metropolitano tras 18 años de sequía.
Tras el bicampeonato de River de 1975, el presidente de Boca, Alberto J. Armando, contrató a Lorenzo para tratar de conseguir un título que se le negaba al club desde el Nacional de 1970. Los equipos de esos años setenta jugaban lindo, pero se desinflaban al final y la idea era recuperar esa solidez del pasado.
Tal como en Unión, Lorenzo apeló entonces a jugadores veteranos, algunos, incluso, traídos desde el club santafesino, como Gatti, Suñé y Mastrángelo (luego también Cocco), a los que se sumaron otros con mucha experiencia como Carlos Veglio o Francisco Sá y nombres como Mario Zanabria y Jorge Ribolzi. El estilo fue completamente otro, y el formato del Metropolitano, con dos grupos en dos ruedas y luego una larga fase final, permitió estructurar un equipo muy fuerte, que al revés que en años anteriores, fue de menor a mayor hasta ganar el bicampeonato, con final del Nacional ante River incluida (1-0 con gol de Suñé, de tiro libre, en la cancha de Racing).
“Boca es un club muy especial, único en la Argentina y en el mundo. Quien estuvo en Boca lo sabe. La gente es humilde, se entrega, no pide mucho, pero da todo. Yo mamé ese afecto dos veces: como jugador y como técnico. Cuando llegué como DT en 1976 quería llevármelo a Ricardo Bochini. A mí me volvía loco Bochini y el Bocha, con la camiseta de Boca, podía haber sido algo sensacional, Si hubiera podido hablar con él, se lo habría explicado en pocas palabras: “aunque no te paguen la prima que vos querés, vení a Boca. Vas a conocer algo único. Porque dos años en Boca son como pasar toda una vida en cualquier otro club”, le dijo a la revista El Gráfico.
“Boca es Sportivo Ganar Siempre”, solía decir Lorenzo, que cuando le consultaban por qué su equipo era tan pragmático, solía responder que “en el fútbol se ataca y se contraataca. Habrá veces que me dejaba atacar porque los defensores rivales eran lentos para volver. Provocaba el espacio y los remataba de contra” y cuando le preguntaban por qué siempre le gustó llevar veteranos a sus planteles, respondía que “un jugador de 28 años perdió el 30% de su condición física pero ganó en experiencia. Sabe manejar los tiempos adentro de la cancha. El joven corre y no habla. El viejo habla y no corre. Allí está el equilibrio justo”.
Ese Boca bicampeón tuvo que competir con un River muy poderoso, que por muy poco perdió la final de la Copa Libertadores de 1976 y que era la base de la selección argentina que luego ganaría el Mundial 1978. “¿Cómo se hacía para ganarle al River de Labruna? Me llevaba 15 días de trabajo. Tenía que mentalizar a los jugadores. A Roberto Mouzo, que pesaba 80 kilos y tenía que marcar a Luque, le hablaba mucho y entonces él se cuidaba en su Talón de Aquiles, que era la dieta. Comía alguna que otra manzana, y listo. Eran dos semanas de trabajo mental y táctico. A esos jugadores había que ganarles mentalmente porque si perdíamos la lucha psicológica, chau”.
También era un especialista en mañas. Imbatible. “El día previo a la final ante River en el Nacional 1976 yo tenía el pie derecho jodido, me llevó al consultorio e hizo pasar a toda la prensa. Estaba en la camilla, todo tapado, con merthiolate en la pierna izquierda y el médico hizo que me ponía una inyección. “Me la dio en la otra pierna, maestro”, le dije después, cuando todos se fueron. ‘Es para que mañana te peguen en la que tenés sana, boludo’, me dijo. ¡Y así fue!”, recordó Mastrángelo.
Lorenzo era un especialista en trabajar la mente de los jugadores. Mastrángelo, que reconoce que era “uno de sus preferidos”, recuerda una anécdota en tiempos de Unión: “A Alcides Merlo lo volvió loco una vez antes de enfrentar a Rosario Central, donde jugaba Mario Kempes. ‘Viejo, ¿te animás a marcar a Kempes?’ ‘sí, maestro’, ‘¿pero no me vas a cagar, no? Tenés que olvidarte de la pelota, porque vos con la pelota no sabés un carajo, ¿estamos? Vos marcalo a Kempes por toda la cancha. Diez contra diez ganamos nosotros’ y se lo repetía toda la semana, paraba las prácticas para decírselo. Merlo se la pasaba repitiendo ‘A Kempes por todos lados, diez contra diez ganamos nosotros. La pelota no me interesa porque yo no sé un carajo con la pelota’, repetía, semidormido. Así era Lorenzo. En el partido, Kempes se lesionó y Merlo lo siguió hasta el túnel, je. No sabía qué hacer y le fue a preguntar al Loco. ‘Agarrá al 16’ y Merlo miraba desesperadamente las espaldas de los rivales para encontrar el número. Estaba tan concentrado en Kempes, que no tenía a quién marcar”.
“Estuvo 20 años adelantado al resto –insistió Mastrángelo-. Te decía qué iba a pasar en el partido porque contaba con toda la información. A mí me sacó de nueve y me puso de wing. Jugábamos sin nueve, como el Barcelona, y me enseñó los secretos para fabricar diagonales. Te anticipaba cómo iban a venir los goles. La de Atlético Mineiro por la semifinal de la Libertadores de 1978 fue mundial porque nadie la había ganado en Brasil. Lo agarró al Colorado Suárez. “Sos el mejor 3 que hay en Boca pero mañana no vas a jugar, lo voy a poner a Bordón porque va a hacer un gol de tiro libre y con ese gol vamos a ganar”. Ganamos 1-2 con dos goles de Bordón de tiro libre”.
El duelo con Bilardo
Boca ganó dos Copas Libertadores, las de 1977 y 1978, y en ambas tuvo que enfrentarse al Deportivo Cali que dirigía un joven Carlos Bilardo. “Uffff... En la última práctica en el estadio nos cortaron la luz, no sabíamos dónde estábamos, nos cerraron la puerta y al fondo aparecieron unos hinchas tirando piedras. Pa, pa, pa, piedrazos a lo pavote, nos pusimos a devolverles. En el partido, a los 5 minutos, en un córner, viene de atrás el Pecoso Castro y me refriega los ojos con una sustancia. Jugué todo el partido casi sin ver nada. Me acerqué a Lorenzo y le dije: ‘Maestro, no veo un carajo’. Y me contestó: ‘No importa, jugá igual que ellos no saben que vos no ves’. Me pusieron hielo, me dolía, me ardía... Tiempo más tarde coincidí con Bilardo y me confesó que era ‘Vick Vaporup’. Lo de las piedras también lo había armado él. Eran normales esas cosas, lo de las alfileres también. En Boca no hacíamos esas cosas”, contó Mastrángelo, quien remató: “Todas esas cosas, Bilardo las aprendió de Lorenzo. El Loco fue el primero. El Toto hablaba ya en ese tiempo con las mujeres de sus jugadores para que dos días antes de los partidos fueran arriba en el acto sexual para no desgastarlos”.
Cuando Boca venció 4-0 a Deportivo Cali en la Bombonera y se consagró por segunda vez campeón de América, la hinchada cantaba “Che Narigón, Che Narigón, decile a Lorenzo que te enseñe a ser campeón”. “Lo que hizo Bilardo en el ’86, lo hice yo mucho tiempo antes en Italia. El líbero, el stopper, los laterales, ¿cuál era la novedad? Los jugadores le respetan cierta táctica, nada más. Esos son los más inteligentes. Pero la mayoría no lo es. Cuando terminan de entrenar, se van a la casa y se les terminó el día. ¡Los jugadores tienen que estudiar! No puede ser que sean profesionales del fútbol sólo dos horas por día”, le dijo Lorenzo a la revista El Gráfico.
En agosto de 1978, Boca consiguió también la Copa Intercontinental ante el Borussia Möchengladbach y en Kalsruhe, luego de empatar 2-2 en la Bombonera y allí Lorenzo desplegó toda su artillería, como infiltrar a su amigo y preparador físico Von Foerster, que hablaba alemán, entre los rivales, o hacer creer que la Pantera José Luis Saldaño era técnicamente como Kempes, o cuando trabajó especialmente con el delantero para que siguiera al reconocido defensor de la selección germana Bertie Vogts. “Quiero que después del partido me traigas un pedazo de su camiseta”, le decía, y se lo hizo repetir hasta en la noche, despertándolo para que repitiera la frase, hasta que al terminar el partido, que un Boca ultraofensivo ganó 3-0, el delantero cumplió con el cometido.
En ese tiempo, la grieta futbolera dividía a los que preferían como DT a Lorenzo y los que estaban con César Luis Menotti, el DT de la Selección. “Yo estuve preseleccionado entre los 40 para el Mundial pero por jugar en Boca, creo que no tuve posibilidades y creo que Gatti y (Vicente) Pernía debieron estar, pero no convocaban jugadores de Boca por Lorenzo”, sostuvo Mastrángelo.
“A Menotti le reconozco el haber recuperado la estructura de nuestro fútbol. Le dio el nivel internacional que no tenía. Dejó muchas enseñanzas. Alguna vez se dijo que yo tenía interés en llegar a la Selección Nacional antes del Mundial ’78, y eso fabricó un clima de enfrentamiento que no era tal”, aclaró Lorenzo mucho tiempo después, aunque no fue lo mismo con Bilardo. “No tengo diálogo con él. Tampoco tuve discusiones. A veces lo veo en la AFA, pero nos ignoramos. Tuvimos un entredicho cuando yo dirigía a Vélez en 1982. Fue cuando nos hicieron explotar una bomba en el vestuario visitante de la cancha de Estudiantes. Apareció Bilardo y preguntó qué pasaba, como si él no lo supiera mejor que nadie”.
El imperio de Boca se terminó con la derrota ante Olimpia en la final de la Copa Libertadores 1979, aunque antes eliminó a Independiente, en semifinales, en tres controvertidos partidos, especialmente el segundo, en la Bombonera, que ganó 2-0 y se habló de “nafta en el avión” aunque él lo negó siempre y se refería al “pressing” muy trabajado. Días antes de ese partido definitorio, y en la misma cancha, se enfrentaron por el torneo local y Lorenzo cruzó todo el terreno haciéndole gestos a la hinchada roja como que tenía la clasificación en el bolsillo, preparando el terreno.
“Le dije a Armando que había que hacer una renovación y que yo no iba a pasar por encima de los cadáveres de los jugadores que tantas satisfacciones me habían dado”, adujo sobre los motivos de su salida de Boca y de su llegada a Racing en 1980, pero no tuvo éxito y tras un paso por Argentinos Juniors, vivió uno de sus peores días como DT cuando descendió con San Lorenzo en 1981. “Tuve la desgracia de que Emilio Delgado falló su penal y el Loco Salinas, un jugador al que tuve, acertó para Argentinos cuando tuvo su oportunidad”, se lamentó.
En 1982 dirigió a un Vélez repleto de estrellas como Nery Pumpido, Carlos Bianchi, Pernía o Carlos Ischia. “También lo teníamos al Beto Alonso, pero extrañaba mucho a River”, ironizó y en 1983, tras un breve paso por el Atlante mexicano, consiguió ascender a Primera con Atalanta. Luego lo dirigió doce partidos en la máxima categoría y regresó al Lazio, donde tuvo a Michael Laudrup en el plantel, aunque venía de salvarse del descenso en el torneo anterior y terminó yéndose tras una derrota ante el Nápoli de Diego Maradona, que ese día le hizo dos goles, uno olímpico y otro, desde 40 metros de distancia. Regresó a Sudamérica al Independiente Santa Fe de Bogotá, en 1985 otra vez a San Lorenzo, sin la misma suerte y en 1987 realizó su última experiencia en Boca, donde perdió un clásico en el Monumental 3-2 luego de ganar 2-0 y en el que Jorge Comas perdió un penal sobre la hora.
Tras más de tres décadas como entrenador, se dedicó a trabajar con su hijo Carlos, ingeniero electrónico, formando parte del directorio en una empresa dedicada a la computación. “Lo más importante es saber que todos mis años de fútbol, todo lo que trabajé, sirvió para esto: para que mis hijos hayan estudiado y tengan una posición fuera del fútbol”, llegó a afirmar.
“Lorenzo fue un grande del fútbol argentino, un innovador que dejó enseñanzas a los demás entrenadores. Su carácter ganador, agresivo, y su inquietud por seguir aprendiendo es una guía para todos los que tuvimos la suerte de estar a su lado”, manifestó en alguna oportunidad Jorge Castelli, su preparador físico entre 1972 y 1979.
Casado con Nora Antuña, también tuvo otra hija, Beatriz. Falleció en Buenos Aires el 14 de noviembre de 2001 y sus cenizas fueron esparcidas detrás de uno de los arcos de la Bombonera.
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