Era febrero de 2018 y llovía en Bogotá. Miguel Ángel Russo tenía la campera empapada, sus brazos atrás, unidos, y su equipo, Millonarios, estaba a punto de consagrarse campeón de la Superliga colombiana tras dos partidos muy duros ante Atlético Nacional de Medellín, pero el director técnico guardaba casi en secreto que apenas dos días antes se había sometido a una invasiva sesión de quimioterapia. Apenas si lo sabían su familia más cercana y su cuerpo técnico.
Tuvo cáncer de próstata y fue operado de la vejiga, pero la situación se complicó por haber contraído un virus intrahospitalario, que le provocó una infección urinaria. Dijo entonces que su recuperación fue “en base al amor”. Sin embargo, asegura, “no soy un héroe por haber luchado contra el cáncer”.
“Yo amo a la profesión –resaltó- y todo me motiva. Esas cosas me ayudaron a superar todo. No es que una cosa tapa la otra, pero tenía la necesidad de estar. El oncólogo se asombraba porque era el único que sabía lo que me daba. Y son cosas nocivas para el cuerpo, te ayudan por un lado pero por otro lado te debilitan. Ese día de lluvia y de frío tenía una necesidad superior y gracias a Dios el fútbol me llevaba. Yo no sé si estaba bien lo que hacía, sólo pensaba en salir campeón y eso fue un motor que me impulsó”.
Apenas poco menos de dos años más tarde, Russo estaba del otro lado del mostrador. Había regresado a Boca, club en el que sólo él, Juan Carlos Lorenzo y Carlos Bianchi lograron ser campeones de América, aunque este tiempo es otro, distinto, al punto de que aquella Copa Libertadores de 2007, ganada con un 5-0 global final ante Gremio de Porto Alegre, fue la última y pasaron 12 años sin el máximo título continental, pero el experimentado DT, de 31 años de trabajo desde que asumiera en Lanús en 1989, lo sabe.
“Es un momento bueno de mi vida. Todo lo que viene para mí es importante. Uno tiene que hacer lo que le gusta. Terminó la espera que fue larga. Sé todo lo que significa Boca. Ahora, a afrontar lo que viene con honestidad y tranquilidad. Me gustaría repetir la Copa Libertadores. Siempre tenía la ilusión de volver porque los dos DT anteriores que la ganaron, volvieron y había algo dentro de mí que me decía que iba a volver. Dios sabe por qué pone las cosas y en qué lugar”, dijo cuando asumió en reemplazo de Gustavo Alfaro una vez que finalizó 2019.
“Este es un club que te puede dar muchísimas cosas si lo sabés disfrutar pero el objetivo es el próximo partido. En Boca no podés darte el descanso necesario. Boca es ganar y eso uno lo tiene muy en claro. La sensación que tengo es de mucha calma y también, de mucho regocijo. Este club tiene un condimento especial en el mundo. Y hoy, volviendo, me sigo sintiendo parte. Estoy contento, feliz., Uno sabe que podía pasar pero nunca cuándo. Me he mantenido sereno, expectante. Tampoco sentí desesperación”. Russo describió sus sentimientos con el mismo equilibrio con el que se manejó siempre, como cuando utiliza sus frases de cabecera: “son momentos”, “son decisiones”.
Russo conoce el contexto como pocos, porque ya vivió esta experiencia: “Si vos llegás a Boca y no te dicen que hay que ganar la Copa, no sería Boca. Boca es así. Está en su esencia. Cuando entré por primera vez en 2007, y en 2020. Me abrieron la puerta y no me dijeron “suerte profe” o “suerte Miguel”. Me dijeron: “Hay que ganar la Libertadores”. También tiene otra cuenta pendiente, aunque no se la recuerden, y es que aún no le pudo ganar ningún Clásico a River: 0-2 y 1-1 en los amistosos veraniegos, 1-1 en la Bombonera (Clausura 2007) y 2-0 en el Monumental (Apertura 2007).
Cuando llegó a Boca en 2007, ya reunía una enorme experiencia sentado en los bancos y sin embargo, el desafío no era fácil. El equipo había ganado los cinco torneos que había jugado con la dirección técnica de Alfio Basile en la temporada 2005/06 y cuando éste se fue a la selección argentina, la dirigencia del club optó por reemplazarlo por Ricardo Lavolpe, que heredó una situación que lo dejaba encaminado para su primer tricampeonato consecutivo, pero todo se derrumbó en menos de un semestre, el segundo de 2006.
Russo venía de dirigir a Vélez, con el que ganó el Torneo Clausura 2005 y luego llegó a las semifinales de la Copa Sudamericana, y se cruzó de vereda con La Volpe, que se fue al club de Liniers, en 2007. En el primer partido en el que se enfrentaron, el estadio José Amalfitani apareció entonces con banderas que decían “Ru$$$o, persona no grata en Vélez, traidor” o “Ru$$$o, sin vos, la casa está en orden”, pero Boca se impuso 3-1 con un doblete de Rodrigo Palacio y otro gol de Neri Cardozo, mientras que Maxi Pellegrino descontó para los locales. También se cruzarían por los octavos de final de la Copa Libertadores, en la que los xeneizes pasarían a la ronda siguiente. Con el tiempo, aunque ya sin los mismos resultados, Russo regresaría a “El Fortín” en 2015, como retornó a la mayoría de los equipos que dirigió en la Argentina.
En ese Boca de 2007, Russo coincidió con el regreso de Juan Román Riquelme luego de poco más de cinco años en España, jugando para el Barcelona y el Villarreal. Acaso el mejor momento del ahora vicepresidente, que resultó la gran figura de la Copa Libertadores, aunque en el contexto de un gran equipo que contaba con un arquero como Mauricio Caranta, dos laterales como Hugo Ibarra y Clemente Rodríguez que ya habían sido campeones con Carlos Bianchi, dos centrales como Daniel “Cata” Díaz y el paraguayo Claudio Morel, un mediocampo ofensivo con un joven Ever Banega, acompañado de Pablo Ledesma y Neri Cardozo por los costados, y con una dupla letal en ataque con Rodrigo Palacio y Martín Palermo.
“Del 2007 tengo el mejor de los recuerdos, más allá del momento brillante, del momento de Román, único e inolvidable. Hubo muchas cosas que hicieron que fuera el mejor equipo que dirigí. Me daba confianza de que iba a resolver las cuestiones más difíciles. El grupo fue terrible. Nos tocaron tres partidos en la altura. Íbamos sin Palermo o Riquelme porque tenía cuatro o cinco jugadores que yo sabía que no los recuperaba o que les costaba mucho volver después. En la última fecha de la fase de grupos tuvimos que hacer cinco goles para pasar a octavos y en cancha de Vélez por una sanción que había que cumplir. Nada es simple en la Copa”, destacó.
Ese Boca llegó a disputar el Mundial de Clubes de Japón aunque no pudo contar con su máxima figura, Riquelme, porque lo anotó tarde para el torneo y la FIFA ya no aceptó que se modificara, y acabó perdiendo 4-2 ante el Milan de Kaká, en ese momento, mejor jugador del mundo y que tras obtener el título, fue a recibir el Balón de Oro.
La otra novedad, al regreso de Japón, fue que Pedro Pompilio, en ese momento presidente de Boca, le comunicó a Russo que el club buscaba para 2008 un preparador físico que fuera coordinador general, y no pensaban precisamente en su colaborador en el plantel, Guillermo Cinquetti –con quien había cierto malestar de la comisión directiva-, sino en Alfredo Altieri, quien había trabajado con Carlos Bianchi en su primera etapa, y desde su casa del barrio de Palermo, el entrenador le respondió que prefería seguir trabajando con su gente y que daba un paso al costado.
Miguel Russo sabía que aunque se iba, tenía las puertas abiertas de Boca para regresar algún día, y aunque se demoró bastante, llegó 12 años más tarde. Le ocurrió en otros equipos como Vélez, Lanús, Rosario Central (al que dirigió cuatro veces) y por supuesto, Estudiantes de La Plata, club en el que se formó como jugador y del que se siente parte de su tradición.
Su mentor para llegar a las divisiones inferiores del “León” fue el ingeniero naval Pascual Antonio Urtuondo, que trabajaba ad honorem buscando valores por todo el país. Debutó en 1975 y jugó 14 temporadas consecutivas. 418 partidos, 11 goles, siendo el cuarto jugador con más partidos con la camiseta albirroja detrás de Abel Ernesto Herrera (467), Manuel Pelegrina (461) y Leandro Desábato (423). Se retiró en 1988, con dos títulos nacionales, los que consiguió en 1982 con Carlos Bilardo como DT y en el Nacional 1983, con Eduardo Luján Manera, integrando un gran equipo en el que jugaba, como siempre, de volante central en un mediocampo con Marcelo Trobbiani, José Daniel Ponce y Alejandro Sabella.
Muchos jugadores de ese equipo, junto con los de Independiente y Ferro Carril Oeste, los dominadores de la época, integraban la selección argentina que Bilardo armaba con miras al Mundial 1986, y ese Estudiantes parecía tener proyección internacional pero fue eliminado por Gremio de Porto Alegre (luego campeón) en la segunda fase de la Copa Libertadores aunque Russo formó parte de un épico empate 3-3 ante los “gaúchos”, en La Plata, cuando su equipo pudo empatar con un gol suyo estando en desventaja de 3-1 y con cuatro jugadores menos.
Aquel zurdazo de Russo al palo izquierdo desató el delirio de los hinchas “Pincharratas” en la vieja cancha de 57 y 1, en La Plata, y esa remontada es considerada una de las más gloriosas de la historia del club.
Con la selección argentina tiene un solo gol, el que le marcó a Venezuela para abrir el partido que terminó 3-0 en el Monumental por la clasificación al Mundial 1986. Russo jugó, como volante central, cinco de los seis compromisos del equipo nacional en esa etapa, pero no formó parte del plantel que se coronó después en México en medio de muchas versiones, que indican que aunque Bilardo llegó a la AFA con la lista definitiva de 22 jugadores, terminó siendo otra que no contenía su nombre ni el de su compañero de Estudiantes, Sabella.
Tras retirarse como jugador en 1988, siempre vistiendo la camiseta de Estudiantes, donde se lo considera uno de los más importantes “cincos” de la historia moderna del club, comenzó otra etapa que sería muy larga, la de director técnico. Lanús fue su primer equipo y trabajó allí desde 1989 a 1994. Se inició en el Nacional B, en el que consiguió el ascenso al ganarle a Quilmes el torneo reducido de 1990, y volvió a lograrlo en 1992, después de haber descendido en 1991. “En el Apertura 1993 terminamos segundos en el año, pero la definición se postergó para febrero de 1994 por el repechaje de la selección argentina con Australia para ir al Mundial de los Estados Unidos. Cuando se reanudó, perdimos 3-0 ante Boca en la Bombonera y al final terminamos sextos”, recordó con amargura.
Tras sus dos ascensos con Lanús (que desde 1992 se instaló en Primera y nunca más volvió a descender), fue convocado por Estudiantes con el mismo objetivo para la temporada 1994/95, en este caso, junto a un ex DT suyo, Manera. Contaba con jugadores como el arquero Carlos Bossio, el defensor Ricardo Rojas (que posteriormente jugó en River), el “Mago” Rubén Capria, y dos jóvenes como Juan Sebastián Verón y Martín Palermo. Ese equipo ascendió en ocho meses, un récord en la categoría que todavía conserva. Russo siguió en la primera División en 1995, y regresó en la temporada 2011/12, aunque sin grandes resultados.
A partir de 1996, siguió una larga carrera como DT en equipos locales y extranjeros. Se fue a la Universidad de Chile, donde llegó a semifinales de la Copa Libertadores pero fue eliminado por River en polémicos partidos. En 1997 dirigió a Rosario Central por primera vez y se clasificó para la Copa Conmebol. Luego pasó por Colón en 1999, regresó a Lanús y descendió con Los Andes en 2000. También dirigió a Fuera del país dirigió también al Salamanca en España, a Monarcas Morelia en México y a Alianza Lima en Perú.
Se convirtió en un especialista para conseguir ascensos y evitar descensos y en 2002 volvió a ser convocado por Rosario Central, que se encontraba en los últimos puestos de los promedios del descenso y terminó dejándolo tercero en el Clausura 2003 y lo clasificó a la Copa Libertadores 2004. Tras su exitoso paso por Vélez, en Boca, desde 2007, no sólo ganó la Copa Libertadores sino que quedó segundo en el Clausura 2007 aunque a seis puntos del San Lorenzo de Ramón Díaz y estuvo cerca de ganar el Apertura 2008 con los de Boedo, pero terminó perdiendo el triangular final ante Boca y en el que también participó Tigre.
Volvió a ser convocado por Rosario Central para apagar el fuego del descenso en 2009, y terminó consiguiendo el objetivo tras la promoción ante Belgrano de Córdoba, pero el presidente Horacio Usandizaga decidió no renovarle el contrato. Siguió en Racing en 2010, volvió a Estudiantes en 2011 hasta que en 2012/13 volvió otra vez a Rosario Central para reemplazar a Juan Pizzi en el Nacional B y consiguió volver a Primera tras dos temporadas sin conseguirlo. Terminó convirtiéndose en uno de los DT con más partidos en la historia del club y con ocho clásicos consecutivos sin perder ante Newell’s Old Boys. En la temporada siguiente se clasificó para la Copa Sudamericana y llegó a la final de la Copa Argentina, cuando perdió por penales ante Huracán luego de empatar 0-0 en la final.
Tras una breve segunda etapa en Vélez, emigró a Colombia en 2017 para dirigir a Millonarios, ganando el Torneo Finalización (le ganó 1-0 al clásico rival Independiente de Santa Fe, como visitante, y empató 2-2 como local), tras cinco años de sequía, se clasificó para la Copa Libertadores y luego ganó también la Superliga Colombiana que enfrenta a los dos campeones de la temporada anterior al vencer 2-1 a Atlético Nacional en Medellín y empatar 0-0 en Bogotá. En la primera mitad de 2019 dirigió a Alianza Lima, sin éxito, y en la segunda, a Cerro Porteño. Con ambos enfrentó a River en la Copa Libertadores. Con el primero, en la fase de grupos y con el segundo, en cuartos de final.
Russo siempre rescata su charla con el cantautor Joan Manuel Serrat. “Fue en Rosario, en el famoso bar El Cairo. Entre otras cosas siempre recuerdo que me dijo: ‘Yo me operé en la época de las cavernas. Ahora hay muchísima tecnología’. Eso me dio tranquilidad. Cada uno se va a aferrando a lo que puede para seguir”.
Se suele describir como un hombre optimista, positivo. “A la gente que tiene mi problema, le aconsejaría asistencia médica importante, pero tener un grupo de contención es clave. Y en vez de preocuparse, ocuparse. Yo me apoyé mucho en mi familia-su esposa Mónica Croavara, sus hijos Natalia, Lautaro e Ignacio, su nieto Pedro-, en mis amigos, en los médicos que me trataron. Me sirvió mucho leer e informarme. También me ayudó mucho la gente de Millonarios. Eso tiene un valor incalculable, me respetaron a rajatabla todo y les estaré agradecido por siempre. Y los controles. Nunca hay que subestimarlos. La clave de todo esto es que después de determinada edad hay que obligarse a hacerse los controles correspondientes. Hoy la medicina está tan avanzada que la prevención ocupa un espacio importantísimo. Más en una enfermedad del hombre que le puede pasar a cualquiera. Si mirás el índice, en determinada edad hay que prestarle atención. Y seguir los controles médicos”.
Russo tiene códigos dentro del fútbol. “Siempre tengo un gran respeto por los futbolistas. Hay que conocer el plantel. Quiero escucharlos y que me escuchen”, sostiene, y afirma que el fútbol “es simple y directo”. “Tengo hijos y sobrinos de la misma edad que varios chicos del plantel y en mi vida siempre le trabajado rodeado de jóvenes”. De hecho, su hijo Ignacio juega en las divisiones inferiores de Rosario Central.
Sin embargo, acepta que “el fútbol cambió” y que no sólo “Los periodistas ven (o le cuentan) un entrenamiento y creen que eso es definitorio” sino que entiende que la Copa Libertadores “ha tomado distintas aristas”, y que los argentinos “vivimos discutiendo” cuando se le pide un diagnóstico sobre la Selección. “Lo que debe importar es que el entorno sea serio y hasta que no encontremos la forma, va a costar mucho. Yo creo que cuando hay discusiones es porque los dirigentes no son claros pero Argentina siempre es una potencia porque genera respeto en los demás por su historia y sus posibilidades”.
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