Braian Toledo, un Papá Noel para los más humildes

Era mucho más que uno de los mejores lanzadores de jabalina del mundo. Como no quería que otros sufrieran como él en la infancia, tenía una devoción por ayudar. Una necesidad. Por eso se cargaba varios proyectos solidarios a la vez. Y no paraba. Casi todo el miércoles lo pasó justamente en eso. Anécdotas y testimonios que reflejan por qué era una de esas personas imprescindibles en la vida

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Braian, con Pareto en el merendero "Los Pepitos"
Braian, con Pareto en el merendero "Los Pepitos"

Para él no había otra forma que pasar las últimas horas ayudando... Casi como un designio del destino, Braian Toledo estuvo durante gran parte del miércoles pensando en darles una mano a los que más necesitan. Por la tarde estuvo reunido con una empresa de cerámica que iba a colaborar con los diversos proyectos sociales que él tenía. De la fábrica de Lavallol se fue hasta su Marcos Paz natal (75 kilómetros) y llegó cerca de las 20. Ya de noche, le mandó un mensaje al dueño de la empresa que había arribado bien y le contó que en un ratito se iba al merendero en el que hace años ayudaba en su barrio para entregar unos regalos que había juntado. Así era su vida. Más allá de ser uno de los mejores lanzadores de jabalina del mundo, su compromiso solidario era absoluto. Era su otra gran pasión, casi como una necesidad, luego de las carencias y sufrimientos que había tenido de chico.

“Hola, buenas. Si no se ofenden, quería dejarles esto, quizá los ayude un poco”.

Braian bajaba de su auto, se metía unos metros en las precarias casas de su barrio y con una bolsa en la mano, la ofrecía como un aporte. Varios preguntaban por qué lo hacía y algunos no podían creerlo, sobre todo lo que se daban cuenta que el mismísimo finalista olímpico era su Papá Noel, un día cualquiera a una hora cualquiera. “A mi familia le hubiese venido bien algo así. Pasamos frío y hambre. Por eso me llena de placer poder ayudar a las personas que están en una situación parecida a la nuestra”, explicaba con la sencillez y voz baja –pero firme- que lo caracterizaba.

Recuerdo cuando me lo contó casi al pasar, como si fuera algo habitual, en una de las tantas charlas que teníamos para encontrarles un foco a las notas de la Huella Weber, el programa solidario en el que trabajamos. “Con mi novia juntamos algunas cosas que podemos, agarramos el auto y salimos por el barrio a repartir entre la gente o las casas que vemos más necesitadas”. Así de simple como lo cuenta y así de noble como nos parece a todos. Braian era así. Hacer el bien sin mirar a quien. Por eso, durante varios años, destinaba un porcentaje de sus ingresos a hacer donaciones. Por eso iba a comprar a un hipermercado que, cuando se enteró, terminó siendo una de las tantas empresas que lo ayudaba a ayudar. A Braian no le alcanzaba con todo lo que hacía con el programa solidario desde hace años. El siempre quería más. Tenía un proyecto y ya pensaba en otro. Tenía dos y buscaba más empresas para que se sumen a ayudar, como pasó horas anteriores a la tragedia. Lo traía adentro, luego de lo que había sufrido de chico. Sabía que era una utopía, pero no quería que nadie sufriera tanto como le había tocado a él y los suyos.

El año pasado se rompió cuatro ligamentos del tobillo y tuvo que ser operado. Eso lo sacó de las pistas, pero no de la ayuda social. Aprovechó el tiempo de inactividad para dedicarle más horas a su otra pasión. “No hay mal que por bien no venga”, le gustaba repetir el refrán, casi como una mantra. Claro, Braian sabía mejor que nadie que luego del sufrimiento puede venir la satisfacción, el orgullo... El, responsable de dar vuelta su historia con tesón, sacrificio y disciplina, ya había aprendido y se tomaba la lesión como algo del destino, algo más a superar en su vida. “Mi reflexión es que por algo me pasó, que algo tengo que aprender. Y por eso intento sacar el mayor aprendizaje para mañana ser una mejor persona y un mejor deportista”, decía con la madurez de un veterano. Claro, si bien tenía 26 años, parecía que ya había vivido dos vidas, por todas las cosas que había pasado.

El atleta, con la ONG "Arriba los pibes"
El atleta, con la ONG "Arriba los pibes"

Así fue que se abocó a ir más allá. Ya había ayudado al merendero Arriba Los Pibes de Marcos Paz, en 2019 fue por otro, Los Pepitos, en Merlo, y a fin de año, sin dejar de ayudar a los otros dos, terminó en una sociedad de fomento ubicada en la rotonda de La Plata, convocando distintas empresas para mejorar la realidad de un club de barrio al que asisten 400 chicos por mes. Pero más impactante era escucharlo. “A los Pelitos lo conocí hace tres años. Estábamos un día en una concentración con mi entrenador argentino Mauricio Villalba y veo que recibe un mensaje y se pone triste. Le pregunté por qué, si había pasado algo con la familia y ahí me contó. Él, con su mujer, daba clases ya en ese merendero y le habían avisado que dos de las nenas habían ido descalzas. Los dos nos pusimos a llorar… Pero no nos quedamos así: salimos a comprar dos pares de zapatillas y ya no paré de ayudar, con libros, ropa, alimentos. Y cuando tuve la chance lo sumé al proyecto, sin dejar de ayudar a Arriba los Pibes. Es emocionante cómo ha avanzado en su infraestructura. Ya no se llueve, los pibes no se mojan… Fuimos hace poco a visitarlo, me acompañó Paulita Pareto (NdeR: otra embajadora del programa social) y nos emocionamos mucho. Poder ayudar me llena el alma y más cuando me encuentro con los nenes”, relataba Braian con la emoción a flor de piel.

Otro rasgo distintivo de Toledo era ese, que no sólo ayudaba. Iba a los lugares, charlaba con la gente, interactuaba con los nenes. Braian veía a un pequeño Braian en cada uno de ellos. “Los chicos de esos lugares necesitados son tímidos, vergonzosos... Los que carecemos de tantas cosas de chicos nos cuesta socializar. Me pasó a mí y noto lo mismo en ellos. De mi carrera no les hablo, salvo que me pregunten. Sólo quiero preguntarles cómo están, qué necesitan, cómo es su familia, si van al cole… Y trato de transmitirles mi historia, para darles esperanza en la vida. Les aconsejo que no piensen en lo material, que no se necesita tanto para ser feliz, que lo importante es que sean buenas personas, que sean solidarios… Porque yo creo mucho en multiplicar las buenas acciones”, me comentaba. Cuando cruzaba la puerta de los lugares, admitía, se iba con un mix de emociones. “A veces me voy más triste que contento, sobre todo últimamente porque veo que cada día son más los chicos en el merendero. Debería ser al revés, cada año que voy, debería haber menos. Pero no es así, quiere decir que hay algo que anda muy mal. Pero también me voy contento porque al menos puedo hacer algo. Poder ayudar es de lo más lindo que me ha pasado en mi vida. Me reconstituye”, explicaba.

Braian no necesitaba del programa para ser solidario. Lo era por naturaleza, por esencia. Hace unos años volvía a su casa y vio a un hombre, con su hijito, revolviendo la basura. Era fin de mes y al atleta, que no era un potentado, le quedaban 50 pesos en la billetera… Ni lo pensó, se los dio al nene para que que se los alcanzara al padre. La recompensa llegó cuatro años después. “Mi vieja empezó a estudiar en una escuela nocturna y se cruzó con una mujer que, cuando la vio, se puso a llorar desconsoladamente. Cuando se calmó, le contó la historia. Le dijo lo que había significado ese gesto para ellos, que en ese momento su esposo no había reaccionado para agradecerme como me merecía. Mi mamá se emocionó, volvió a casa y me agradeció lo que yo había hecho. Yo le respondí que era lo que ella había alimentado en mí. Hoy seguimos ayudando a esa familia, como a otras… Y es lo que me hace feliz, lo que me llena el alma y el espíritu. Me alegra tanto como ganar una competencia", relataba con una sensibilidad que impactaba.

Braian no sólo colaboraba. Se acercaba a los hicos, les preguntaba cómo estaban, si iban al cole...
Braian no sólo colaboraba. Se acercaba a los hicos, les preguntaba cómo estaban, si iban al cole...

Braian era así. Prefería hablar de esto, de ayudar, más que de sus medallas y sus logros, pese a que era uno de los mejores del mundo en una disciplina casi ignota en el país. Pero siempre trataba de hacerlo bajando el perfil, sin querer aparecer como los que era, un ídolo sin jabalina, de carne y hueso. “Vos fíjate, yo prefiero no aparecer tanto”, me decía. “Pero Braian, esto se tiene que conocer, esto emociona, inspiraba a los demás, hay que contarlo, puede generar un efecto contagio”, le respondía. “Tenés razón”, me decía y seguíamos con la nota. Yo era el jefe de prensa, pero él igual me preguntaba. “¿Y vos no conocés a otra empresa que ayude?”. No paraba. Siempre estaba pensando en dar una mano...

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Con su familia tenía una debilidad impactante. Con su vieja, a quien amaba profundamente, por lo que ella había hecho por él y sus hermanos. Su padre los abandonó tres veces cuando era chiquito. Los tres hermanos sufrieron violencia física, vivieron en una casilla sin agua, pasaron hambre porque comían una vez por día… Una vez, contó Braian, encontró a su madre llorando bajito a un costado de su precario lugar. “Lloro porque no sé qué les voy a dar de comer mañana”, le confesó luego de que él le insistiera por el motivo. Y él, fuerte y protector, la ayudaba en lo que fuera. Con ocho años iba a buscar agua, hacía lo que podía, pensaba en cómo ayudar a una madre que se iba a las seis de la mañana y volvía a la diez de la noche… Entonces cuidaba a sus hermanos, como hizo hasta el último día. Hace poco estaba preocupado porque el menor estaba medio rebelde. Pero ya le había puesto los puntos, porque Braian era así. Hermano pero también el padre…

Me impactó mucho cuando me contó la anécdota del hotel. La primera vez que fue a uno importante, ya como deportista, su entrenador lo encontró durmiendo en el piso. La cama le resultaba demasiado incómoda. No estaba acostumbrado. Braian se había acostumbrado a lo malo. Pero, claro, de a poco, se fue acostumbrando a lo bueno. Porque él se lo ganó, a pulmón, con sacrificio y valores. Pero él nunca dejó de pensar en los otros. Por eso les pedía cosas a las empresas que lo ayudaban. “Los que están conmigo es porque piensan y sienten como yo”, repetía, orgulloso. Por eso es, fue y será una inspiración, para los que más tienen pero sobre todo para los que menos... Es un ejemplo de que se puede, pese a todo. Que se puede soñar y lograr los sueños, que se puede trascender y ser famoso sin perder valores, que se puede ser ídolo de carne y hueso, que se puede ser un ejemplo sin ser campeón. Aunque una loma de burro sin señalizar te quite todo. Lo que no podrá quitar será su legado, su camino, la forma de transitarlo. Dicen que la vida se lleva a los mejores y una vez más parece tener razón. Braian era uno de los imprescindibles en esta vida.

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