Hay otra historia. Por supuesto que existe. No solo la escriben los que ganan, así en la vida como en el fútbol. Talleres de Córdoba fue uno de los más claros ejemplos, ya que durante un lustro le dio brillo máximo a cada una de sus presentaciones, colmando de buen juego todos los estadios donde se presentó. Los pragmáticos resultadistas antepondrán que no fue campeón y en su lógica, tendrán razón. Pero aquel equipo superó las fronteras, geográficas y futboleras, porque hizo una bandera del federalismo y es recordado con placer, 40 años más tarde.
En aquel equipo había una convicción, una idea irrenunciable, que dejó su huella. Toque, rotación, dinámica, goles y lujos. Siempre la premisa de la pelota al piso, nunca un maniobra sucia. Por todo ello, el fútbol de Talleres era un deleite.
Osvaldo Wehbe es un extraordinario relator y uno de los más respetados periodistas de la provincia de Córdoba. Sus inicios en la profesión coinciden con la llegad de la “T” al fútbol grande, que así evoca: “La historia comienza con la clasificación al Nacional 1974, lograda con una victoria épica en cancha de Belgrano con gol de Willington de tiro libre. La llegada de Ángel Labruna a la dirección técnica fue muy importante y le dio otro relieve. Fue una pena que haya decepcionado en el octogonal final donde era candidato. Era un equipo con hombres de experiencia como Muggione, Rivadero, Taborda, Patire y el gran Daniel Willington. La defensa era un lujo con Quiroga al arco, Comelles, Luis Galván, Ártico y Ocaño”.
Al año siguiente, nuevamente obtuvo el pasaporte al nacional, aunque con cambio en la dirección técnica: una leyenda -Labruna- le cedió el lugar a otra -Aldolfo Pedernera-. El trato cristalino del balón se mantuvo inalterable e incluso se potenció con la llegada de un joven jujeño que había nacido para jugar en este cuadro cordobés: José Daniel Valencia.
En 1976 tuvo un flojo comienzo sin victorias en las tres primeras fechas, pero a partir del 3-1 ante Huracán de Comodoro Rivadavia, encadenó nueve triunfos consecutivos, que lo llevaron nuevamente al Olimpo y a ser detenidamente observado por el periodismo. En el medio de esa racha, la curiosidad y simpatía que generaba Talleres, fue uno de los motivos por los que se llenó el estadio de Argentinos Juniors el miércoles 20 de octubre. El otro fue que se anunciaba el posible debut en primera de un joven que ya venía preanunciando condiciones extraordinarias. Diego Maradona hizo su presentación esa tarde y la historia cambió para siempre.
En el Nacional 1976 fue el equipo más goleador con 45 tantos y su mediocampista Luis Ludueña fue uno de los tres máximos artilleros, junto a Víctor Marchetti de Unión y Norberto Eresuma de San Lorenzo de Mar del Plata. El sueño del título se esfumó en la semifinal ante River en cancha de Boca, en una ajustada caída 1-0.
“Talleres se fue afinando con los diferentes técnicos: Rubén Bravo, Adolfo Pedernera y Roberto Saporiti. También colaboró a que jugara cada vez mejor las llegadas de Valencia desde Jujuy y de Miguel Oviedo, proveniente de Racing de Córdoba, más un goleador letal como Humberto Bravo, que con Valencia se entendían a la perfección. Lo disfruté mucho desde las tribunas primero y como periodista luego, haciendo vestuarios nada más y nada menos que de José María Muñoz para radio Rivadavia. Era un equipo que daba bailes notables, como ante Ferro en 1976, el famoso día que un hincha se coló en paracaídas porque no había conseguido entrada. Eso generaba Talleres”, recuerda el Turco Wehbe.
Que participara el cuadro cordobés era la regocijante costumbre de cada nacional para los amantes del fútbol. Había un estilo inalterable, más allá que hubo cambios en la dirección técnica. En 1977 para el cargo fue designado Roberto Marcos Saporiti, quien contaba con poca experiencia pero tenía adherida la filosofía de juego pulcro y pelota al piso.
Para él fue una experiencia inolvidable: “Me encontré con un equipo super organizado y con un presidente como Amadeo Nuccetelli, con una cabeza de avanzada. En la primera reunión de la Comisión Directiva conmigo les dijo al resto de los dirigentes: ‘Pregunten ahora todo lo que quieran, porque en el resto del año no hay más preguntas’. Llegué por una recomendación de Menotti, que me había insistido mucho para que dirija a Talleres. Era mucho peso para mí, que era un tipo joven, porque los tres antecesores en el cargo habían sido Ángel Labruna, Adolfo Pedernera y el maestro Rubén Bravo”.
Para ese momento, Saporiti trabajaba con Menotti en el proceso previo al Mundial ’78 y por eso conocía bien a los equipos: “A Talleres lo había visto varias veces y noté que era un poco distraído en la no posesión de la pelota. En la primera práctica ya les dije que le tenían que agregar más movilidad a la personalidad y la grandiosa riqueza técnica que tenían. Era el lugar indicado para poder aplicar todo lo que había visto en mi estadía en Europa, donde observé los entrenamientos del Ajax y el Bayern Munich. Al principio no les gustó mucho, pero enseguida entramos en confianza y se dieron cuenta se iban a potenciar”.
Realizó una gran campaña. Ganó su zona con comodidad, brindando algunos espectáculos memorables como el 5-1 a Colón, en una de las pocas veces (¿la única?) que la revista El Gráfico calificó a un partido como sobresaliente. En la semifinal superó a Newell’s ganándole a cinco minutos del final en Rosario con tanto de Humberto Bravo. Y llegó la final donde lo esperaba Independiente. Dos equipos abiertos, ofensivos, de gran fútbol, que iban a edificar un cotejo de leyenda. Dolorosa para los cordobeses…
"No pasa un solo día de mi vida en que no recuerde la noche del 25 de enero de 1978. Habíamos empatado 1-1 la ida en Avellaneda mereciendo ganar, con 18.000 cordobeses que nos acompañaron. Cuando volvimos a la ciudad, fuimos del aeropuerto a la concentración en Carlos Paz y tardamos tres horas de la cantidad de gente que había por las calles. En la revancha el equipo no tuvo la brillantez de otros partidos, pero Independiente tampoco. La cosa era pareja, pero nosotros éramos un poquito más”.
A los 74 minutos se produjo una jugada que desató un escándalo y abrió las puertas de la hazaña: “Soy absolutamente sincero y desde el banco no vi la mano de Bocanelli que todos dicen que usó para marcar el segundo gol. Nos pusimos 2-1 y los muchachos de Independiente se enloquecieron y les expulsaron a tres jugadores. La historia la cambia su técnico, el Pato Pastoriza, un hermano mío de la vida, que los mantuvo en la cancha cuando se querían ir. Y después vino el gol de Bochini, que fue un tremendo crack, pero que esa noche no estaba bien. Dios no quiso que fuese para nosotros. Nos perdimos mil goles estando once contra ocho y hay un detalle que muchos olvidan, pero que para mí fue muy importante: apenas comenzado el segundo tiempo, debió salir por una lesión la Pepona Reinaldi, que era la gran cuota de inteligencia del equipo. Leía como poco el juego y con el dentro de la cancha, es probable que esa final no se nos escapara. Cuando terminó, la cancha de Talleres era un velorio. Quiero remarcar la hidalguía de su gente, que aplaudió la vuelta olímpica del rival. Eran otros tiempos y había otra educación”.
La carrera de entrenador de Saporiti recién comenzaba, pero ya tenía en su sentimiento la más dolorosa de las frustraciones: “Llegué destruido al hotel. Me encontré con el Presidente del club, que lo primero que me dijo fue que me quería renovar ya mismo por dos años más. Fue un gran gesto y firmamos la extensión del contrato. Allí le dije a Nuccetelli, que soñaba con dirigir el fútbol argentino, una frase famosa: “Esta noche se te atrasó la historia 100 años”.
Al excelente plantel que tenía Talleres, se agregó para aquel Nacional 1977 una figura del fútbol cordobés, que estaba actuando en el Barcelona de Guayaquil. Había sido el autor del gol con el que River se había consagrado en el Nacional ’75: José Omar Reinaldi. Para el mundo de la número cinco, simplemente la pepona, por su largo y lacio cabello rubio. Un fantástico delantero que su origen en Belgrano, no le impidió ser ídolo del eterno rival.
“Llegar a Talleres fue un desafío importante, porque tenía un presidente que armaba equipos para salir campeón, algo no habitual en una institución del interior. Podría haber ido a Boca, pero no se dieron las condiciones y llegué a un equipo con grandes futbolistas, varios de ellos en la selección. Desde el primer día el objetivo era ganar el título. Estuvimos tres años peleando y no se nos pudo dar”.
Un detalle sobresaliente de ese Talleres es que lejos de perder a algunos de sus jugadores, siempre se reforzaba bien. Y eso que hasta 1979, solo participaba del nacional en la segunda mitad del año: “Era maravilloso porque en cada temporada aparecía una nueva figura. Llegaron Alberto Tarantini, José Van Tuyne, José Berta, entre otros. El presidente Nuccetelli no vendía a nadie, a diferencia de lo que le pasa habitualmente a los equipos más chicos. Y ofertas por nosotros le sobraban, sobre todo por los que eran campeones del mundial ’78. Se quedó a las puertas de concretar su anhelo de campeón, pero fue el abanderado del fútbol del interior”.
También para la Pepona, como para todo el pueblo de la “T”, la final con Independiente fue un dolor inextinguible: “Pecamos de inocentes. Con el diario del lunes, está claro que debimos hacer las cosas de manera diferente, pero en ese momento estábamos convencidos de nuestro modo de jugar. Esa final es algo que no se puede explicar”.
El plantel era tan excelso que tres de sus integrantes fueron campeones mundiales en Argentina ’78: Luis Galván, José Valencia y Miguel Oviedo, más otro (Humberto Bravo) que quedó fuera a último momento de la lista junto a Víctor Bottaniz y Diego Maradona. En el nacional de ese año volvió a dar espectáculo, ganando con comodidad su zona, convirtiendo 37 tantos en 14 partidos y teniendo en Reinaldi al goleador del certamen. Sin embargo, la sombra roja apareció otra vez e Independiente lo eliminó en la semifinal.
Para 1979 sumó a Alberto Tarantini tras su paso por Europa, para darle mayor nivel aún a ese grupo de futbolistas. Como en una costumbre inalterable, fue primero en su grupo, con actuaciones deslumbrantes, pero para sorpresa de todos, Unión lo dejó en el camino en los cuartos de final. Allí culminó una etapa. Luego de mucho luchar, consiguió ingresar en el Metropolitano y eso pareció perjudicarlo. Algo de la magia se había perdido. De allí en adelante apenas se verían destellos en su cielo otrora poblado de estrellas…
Como conclusión, una frase de cada uno para resumir lo que fue Talleres.
La convicción de Saporiti: “Fue un equipo maravilloso, donde todos jugaban bien, sobre todo Valencia, que era un diferente, al punto que nunca supe si era zurdo o diestro”.
La humildad de Reinaldi: “Si hice muchos goles, se los debo a mis compañeros Yo fui un buen acompañante de los grandes jugadores que tenía Talleres, que nunca renunció a su estilo de juego”.
La contundencia de Wehbe: “Si bien la épica del título de Independiente en el empate 2-2, que fue extraordinario ya que tuvieron al árbitro en contra porque dirigió muy mal Barreiro esa noche, imposibilitó que fuera campeón un equipo que lo merecía. Tenía un gran presidente en Nuccetelli, que si ganaba allí, hubiese encabezado una igualdad del mal llamado interior del país dentro del fútbol. Era un plantel de fenómenos, pero si tuviera que elegir a uno, me quedo con el hacha Ludueña. El fue el reflejo de ese Talleres que representaba el potrero. Fue una gran injusticia que no pudiera coronar, pero curiosamente, jamás será olvidado”.
Y quedó en el recuerdo porque alfombró con su fútbol excelso cada centímetro de campo de juego que pisó. Los pragmáticos resultadistas vendrán con sus teorías. Pero por suerte, hay otra historia, no solo escrita por lo que ganaron. Y Talleres la cinceló a fuerza de goles, toque, magia y gambeta.
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