Un muerto y un herido grave en Bahía Blanca. Dos heridos en Mendoza en una tarde donde la tragedia coqueteó con la masacre que afortunadamente no se concretó.
Y en el medio, el fútbol argentino, enfermo de barras, de violencia y de una sociedad autodestructiva que no termina de cerrarle la puerta al odio y que siempre se horroriza un lunes, para olvidarse de todo el martes.
Los hechos de este fin de semana englobaron todas las miserias y la muerte que trae aparejado nuestro deporte más popular, donde vale todo mientras quede amparado en un supuesto amor por la camiseta que no es tal.
Porque ambos sucesos son las dos caras de una misma moneda.
En Bahía Blanca se produjo el enfrentamiento de la barra de Olimpo contra la de Villa Mitre para demostrar quién es el más guapo de la zona, en un ejemplo cabal de lo que el fútbol ha sembrado bajo el disfraz del folclore: el odio al otro, al que viste una camiseta que no es de mi equipo y al que debo someter y humillar para mi propia felicidad. Algo que la sociedad simbólicamente ha traspasado de las canchas a la vida misma, lo que hace muchísimo más complicado darle pelea a esta estructura cultural que está carcomiendo cualquier chance de cambiar este estado de las cosas.
En Mendoza lo que se vivió fue el cóctel explosivo de barras asesinos, narcotráfico, dirigencias compasivas y complicidad policial. La propia interna por el negocio de la tribuna y la calle escenificada en su máximo esplendor y con la impunidad de que todo sucedió ante las cámaras de televisión y sin que ello haya provocado más que una declaración de compromiso de quienes deben combatirlos.
Se insiste: no existe un fenómeno disociado del otro y tampoco es posible comprenderlo si se lo aísla del contexto global.
En el caso de Bahía Blanca se jugaba sin público visitante, una medida inédita en el mundo y que comenzó en la Argentina en 2007, tuvo algunos vaivenes hasta volverse definitiva hace ya largos siete años. Creer que sólo las barras mataron esa postal fantástica de canchas colmadas de hinchas de todos los cuadros es un reduccionismo feroz.
Ayer, la hinchada de Olimpo, no sólo la barra, decidió hacer un banderazo para despedir a sus jugadores previo al clásico. Después, aprovechando que la barra rival, la de Villa Mitre, ya estaba dentro del estadio, un grupo decidió ir a mostrarse al barrio vecino, a romper todo lo que hiciera falta como supuesta muestra de quién gobierna la ciudad. Alertados, sus rivales salieron de la cancha y fueron al encuentro armados.
Hubo un muerto y un herido. Si no se hubiesen producido víctimas fatales, probablemente estaríamos ante un escenario donde muchos hinchas “comunes” estarían orgullosos de haber copado terreno enemigo. Cualquiera que concurra habitualmente a un estadio sabe el sustento simbólico que buena parte de los hinchas otorga a éstos delincuentes que después pasan a la acción. Hay, claro, distintos grados de responsabilidad, pero nadie es inocente.
En Mendoza, Omar Camel Jofré, el jefe de la barra de Independiente Rivadavia, fue asesinado el año pasado poco tiempo después de salir de prisión por un tema de narcotráfico. Desde ese momento, los grupos de Parque Sur y Villa Hipódromo de la ciudad se disputaron el control de la tribuna. El eje central no es el negocio de las entradas y los trapitos sino el de la venta de estupefacientes. Quién domina la tribuna, tiene la capacidad de pactar con los factores del poder real la impunidad para llevar adelante su negocio ilegal.
Tampoco es casual que el otro jefe histórico de las barras de la ciudad, en este caso la de Godoy Cruz, Daniel Rengo Aguilera, haya ido preso acusado de liderar una red de narcotráfico. Tampoco es casual que hayan pertenecido al colectivo Hinchadas Unidas Argentinas, un intento de limpiar las fichas de delincuentes seriales.
Policías actuando en connivencia, políticos que los usan para sus menesteres y una Justicia que mira para otro lado es la mezcla que alimenta el fenómeno. Y que es otra postal de una Argentina que da vuelta siempre sobre el mismo eje pero que no puede ni quiere resolver el conflicto.
El fin de semana habrá otra fecha de fútbol y los muertos y heridos de ayer pasarán al olvido. Hasta el próximo suceso, cuando escucharemos otra vez las palabras de ocasión de los mismos que fomentan la actitud barrabrava en todos los ámbitos de la vida misma.
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