Cinco cosas que no sabías de Adolfo Gaich: su lazo desconocido con Messi, los botines de la suerte y su costado oculto como cocinero

El recorrido desde sus pruebas sin suerte en Lanús, River y Belgrano, a este presente de gran promesa buscado por las potencias de Europa

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Gaich consiguió mayor notoriedad a
Gaich consiguió mayor notoriedad a partir de su participación en el torneo de L'Alcudia con Argentina, en 2018 (Foto: Reuters)

Adolfo Gaich está pasando por el mejor momento de su corta carrera. Es la figura del seleccionado Sub 23 que disputa el Preolímpico de Colombia con el objetivo de clasificar a los Juegos Olímpicos y accedió a la fase final detrás de las dos plazas a Tokio 2020. Y en San Lorenzo se transformó en una de las grandes apariciones, al punto de ser pretendido por varios clubes de Europa.

Gaich nunca imaginó que el éxito le iba a llegar antes de ser mayor de edad. Arribó a Buenos Aires en el 2014 con una mano atrás y otra adelante, en busca de cumplir sus sueños. Nació en Bengolea, un pueblo de 1.000 habitantes que cuenta con 100 cuadras a la redonda en el departamento Juárez Celman, ubicado en el sur de Córdoba. Una zona que carece de gas para abastecer las casas. Y que no tiene calles asfaltadas.

Dejó atrás su ciudad natal donde quedaron su mamá, Flavia, y su papá, Guillermo, además de dos hermanos mayores. Desde que empezó a caminar tenía una pelota atada a sus pies. Pensaba pura y exclusivamente en ella. Dormía con la redonda. Tanto es así, que más de una vez se ganó el reto de sus maestros de colegio porque en el grado se movía con un balón de acá para allá.

En el seno familiar se dieron cuenta de que iba a jugar al fútbol hasta que pudiera. Tanto es su fanatismo, que a los 7 se puso a estudiar inglés porque soñaba con desarrollarse en la Premier League de Inglaterra. Estudió siete años y aprendió bastante (tiene el First Certificale aprobado), ya que le sirvió para ayudar a sus compañeros a manejarse con el idioma en Polonia.

Como todo aspirante a futbolista, comenzó a jugar en la Liga de su pueblo, la de Beccar Varela. Su primer club fue Unión de Bengolea. Estuvo un año y se fue, porque como es un pueblo chico no contaba con categorías para ir ascendiendo. Recaló en Sportivo Chazón, donde se desarrolló cuatro años. Luego, pasó a Atenas de Ucacha por una temporada y estuvo dos años en Atlético Pascanas, donde jugaba los sábados. Por otra parte, sus ganas de seguir pateando lo llevaron a que los domingos alterne con el baby fútbol de Villa María, donde lucía unos botines negros de goma que eran lo más económicos del mercado con los cuales se sentía cómodo. A él, le hubiera gustado usar los de moda de colores, pero su mamá le recomendó que mantuviera los mismos que lo llevaron a ser el goleador del club.

Dolfi, como lo apodan los íntimos en su pueblo natal por su diminutivo de Adolfo, siempre mantiene una sonrisa juvenil que le brota de su cara de bueno que refleja menos edad de los 20 que marca su DNI. Los que lo conocen cuentan que fue un poco travieso de chico. Era la piel de judas, así lo definieron. Le gustaba cazar sapos en su pueblo. Y los revoleaba para todos lados. Era muy activo y movedizo.

Con el correr de los años, fue madurando y se transformó en un chico aplicado y tranquilo en el seno familiar. Estudió el secundario en el Instituto Provincial de Educación Agrotécnica (I.P.E.A.) N° 81 de su ciudad con un promedio final altísimo.

Adolfo Gaich de chico en
Adolfo Gaich de chico en un paseo por el Monumental

Es un chico de pocas palabras, tímido, que llegó a Capital Federal con apenas 15 abriles. Siempre tuvo la contención de su tío Oscar y su familia que residen en Villa Ballester, a quienes los visita los fines de semana para no perder las costumbres familiares.

Gaich tiene como comida preferida la milanesa con papas fritas. Es un especialista en cocinar torta fritas, aunque le cuesta meter manos en la cocina. Mantiene la pasión de mirar partidos de las ligas del exterior para seguir aprendiendo de sus delanteros referentes como Robert Lewandoski. Es muy fanático de la PlayStation al nivel de quedarse jugando los fines de semana sin salir a pasear por la ciudad. Es un chico inocente que en los primeros años de residencia en Buenos Aires no se animaba a viajar en transporte público por miedo a perderse. Arrastraba las raíces del pueblo.

Para cumplir su sueño de ser futbolista tuvo que dejar muchas cosas de lado. Por ejemplo, no festejar cumpleaños ni asistir a reuniones familiares. Y desde que empezó a concentrar a los 14 en San Lorenzo, no pudo salir más con sus amigos los fines de semana. Es más, la familia siempre tuvo que planear las vacaciones dependiendo de él, si tenía o no que disputar un torneo de verano.

Sus padres hicieron mucho sacrificio para que pueda desarrollar su pasión. Viene de una familia trabajadora. Su madre lo acompañó a cada entrenamiento y a los partidos del fin de semana en la liga local. Viajaban en los plancheros, que son los recolectores de leche que los llevaba de un pueblo a otro. Y después hacían combinación con los micros. Hubo meses que sus padres la pelearon muy duro para mantener a sus tres hijos. El papá es profesor de una materia agrícola en un Colegio de Bengolea. Su mamá tiene un microemprendimiento de hacer disfraces para diferentes pueblos aledaños.

“Sus primeros botines no eran de la misma calidad que los de ahora. Apenas empezó a jugar, utilizaba unos de plásticos que compramos con mucho esfuerzo en Río Cuarto. Todo lo conseguimos a pulmón”, contó su papá Guillermo, en diálogo con Infobae.

A los 9, viajó a Buenos Aires para probarse en River en el predio de Villa Martelli, localidad donde Guillermo hizo la colimba. No lo volvieron a llamar y se volvió a Córdoba. Después, tuvo una oportunidad en Lanús. Anduvo bien. Estuvo fichado por un año, pero al final le dijeron que no tenía físico para ser delantero y lo dejaron ir. Volvió a su ciudad natal para probarse en Belgrano, pero como no tenían lugar en la pensión para chicos de su edad se tuvo que ir.

Un año más tarde, fue a Rosario para jugar en la Fundación de Lionel Messi por una temporada. No quedó satisfecho. Y lo dejaron libre sin previo aviso. No lo citaron más. Y quedó a la deriva. Volvió a su lugar de origen angustiado, desilusionado y muy caído anímicamente. Pensaba que no se le iba a dar.

Gaich con su familia cuando
Gaich con su familia cuando estaba en inferiores

Producto de su perseverancia, nunca se da por vencido ni aun vencido. No bajó los brazos. Y por su insistencia le llegó la chance de San Lorenzo en el 2014. Su papá feliz de llevarlo a probarse al club de sus amores. Fueron tres pruebas bajo las órdenes del captor de Talentos, Antonio Mur. El tercer día la rompió convirtiendo cuatro goles en una práctica. Y quedó fichado.

El Tanque se vino desde Río Cuarto a Buenos Aires a vivir en la pensión del club, ubicada en la Ciudad Deportiva. Viajó con un par de botines que se le rompieron a la semana. Llegó a entrenar con uno de ellos roto y sus tíos le compraron unos nuevos. Hace tres años, tiene un convenio con una marca deportiva (Nike) que lo viste. Paradoja del destino. Ahora, le sobran calzados para los partidos.

Hasta los 18 estuvo en la pensión. Allí hizo varios amigos. Con dos de ellos sufrió un robo en la esquina del Nuevo Gasómetro, en el barrio Padre Ricciardelli, popularmente conocida como la 1-11-14. Fue en el 2017, volviendo de Córdoba cuando el taxi que lo transportaba se metió por la avenida Perito Moreno y se detuvo en un semáforo. Le robaron el GPS y el dinero que iban a utilizar para abonarle al conductor. Fue la primera vez que se chocó con la realidad de una ciudad que lo adoptó, pero que a la vez no estaba acostumbrado a transitarla por venir de un pueblo que dormía con las puertas abiertas. “Tuve mucho miedo durante el robo. Al principio estaba en shock”, remarcó el goleador a Infobae desde Colombia, donde se está desarrollando el preolímpico.

En Capital Federal terminó el secundario en el Liceo N°12 de Caballito. Creció y se coronó campeón en la 6ª división, siendo el goleador del equipo. Claudio Biaggio fue un entrenador fundamental en su vida deportiva. Lo fue llevando de a poco. Lo seguía de cerca en las inferiores. Le dio la primera oportunidad en la Reserva (debut con gol incluido). Y después, en Primera. Entre goleadores se entienden. Y Adolfo Gaich, no defraudó.

Su debut fue el 27 de agosto del 2018 ante Unión en Santa Fe reemplazando a Nicolás Blandi a los 17 minutos del segundo tiempo.

Tras la salida del Pampa y la llegada de Jorge Almirón, el juvenil no fue tenido en cuenta. El ex técnico de Lanús no lo quería y, entre idas a la Selección y una fractura en el tabique, jugó apenas 62 minutos en los primeros seis meses del año. Luego, con el arribo de Juan Antonio Pizzi tuvo un poco más de acción. Y el DT actual Diego Monarriz, lo eligió su delantero fetiche. El Tanque de 190 cm lleva disputados 24 encuentros con 7 goles con la camiseta Azulgrana.

Un juvenil Gaich con sus
Un juvenil Gaich con sus compañeros de inferiores

Gaich es un caso poco común en nuestro país. Pegó el salto al fútbol grande de Argentina sin pasar por los equipos de Córdoba. Además, las selecciones juveniles le dieron más frutos que su propio club. El año pasado se convirtió en una pieza clave en las juveniles. Marcó seis goles en cincot partidos en los Juegos Panamericanos. Le hizo dos a Ecuador en el debut, uno a México, otro a Panamá. Y en semifinales, se floreó con dos tantos ante Uruguay. Pero arrastraba un pasado exitoso en el Torneo L’Alcúdia (tres goles en cuatro partidos), Sudamericano Sub 20 (goleador del equipo con tres tantos en nueve encuentros) y en el Mundial de Polonia (tres gritos en cuatro partidos). En el Preolímpico lleva uno en tres participaciones (no estuvo ante Venezuela).

Dolfi, Tanque, Mr. Increíble (por su parecido al personaje de Disney) y Biff Tannen (el villano de la saga Volver al Futuro) son todos los apodos que fue recolectando en su corta carrera. En fin, un “gigante” consagrado que guía sus sueños y que está al tanto de lo que pueda llegar a pasar con su futuro en Europa sin dejar de lado su muy buen presente en el seleccionado Sub 23.

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