“River siempre me pareció algo majestuoso. Cuando entrás al Monumental, enseguida te dan ganas de jugar”. Con la misma convicción con la que se movía dentro de la cancha y con la que se ha manejado en la vida, Claudio Morresi enfatiza su sentimiento por el club que le dio mayor relevancia y donde paseó los mejores momentos de su excelente fútbol.
Con aquella calidad con la que dejaba en el camino a los rivales, también gambetea el aplastante calor de una tarde enero, para recibirnos en su flamante despacho de Legislador de la Ciudad de Buenos Aires. Por un rato, la política y los temas cotidianos se van al descanso, en un imaginario entretiempo, para darle paso a la memoria futbolera.
“Con mi papá íbamos siempre a la cancha, desde que era chico. El recuerdo que tengo del equipazo del ’73 es que era una constante alegría, con los cantos de la hinchada vinculados a la satisfacción y el placer de ver al equipo jugar tan bien. Al concurrir a la cancha teníamos una enorme seguridad, no solo de ganar, sino que Huracán iba a hacer un gran partido".
"Uno de los primeros sueños que pude cumplir fue jugar en el equipo del que era hincha. Pero no solo eso, además, fui compañero de los futbolistas que yo admiraba y que sus fotos adornaban la pared de mi habitación como Miguel Brindisi, Carlos Babington o René Houseman. Esos ídolos inalcanzables que veía desde la tribuna, ahora los tenía al lado. Mi debut en primera fue en 1980 en cancha de Platense, ingresé por Roque Avallay. Siempre en broma comento que entré para definir el partido, porque perdíamos 2-0 y terminamos 4-0 (risas). Unos meses después hice mi primer gol oficial, nada menos que ante el Loco Gatti en la Bombonera, en una noche muy recordada, porque goleamos 4-1 y luego Huracán estuvo 30 años sin ganarle a Boca como visitante”.
Si había alguien que se distinguía, por ser distinto en cada centímetro de su vida, era René Houseman. Para muchos, un genio que puede ubicarse a la altura de los más grandes de nuestra historia: “A mí me gusta decir que Houseman era el Chaplin del fútbol. En esos tiempos se pegaba mucho en los partidos y a él le daban con todo, pero en los picados se lo preservaba y ahí veíamos su magia, a base de gambetas e inteligencia. Jugar un picado con René era el fútbol en esencia pura”.
Además de las estrellas del ’73 que todavía brillaban en el cielo y en el césped de Parque Patricios, Morresi tuvo de compañeros a otros grandes del fútbol argentino: “El negro Oscar Ortiz era un fenómeno de la gambeta. Todos sabían para qué lado iba a salir, pero a pura habilidad, él los dejaba en el camino. Claudio Marangoni tenía una enorme calidad y gran presencia en la mitad de la cancha. El Turco García, con quien nos criamos desde los 13 años, en que empezamos a jugar juntos... Fue un excelente delantero y, sobre todo, una persona ideal para formar grupos. Con él podés estar concentrado 500 días y va a ser más llevadero (risas). Reemplazó muy bien a Houseman, algo que no era nada fácil en el mundo Huracán”.
Cuando su campaña recién escribía las primeras páginas, la selección juvenil golpeó las puertas. Fue parte de una generación espléndida, pero que en el Mundial no estuvo a la altura: “La humanidad no ha evolucionado lo suficiente como para entender lo que pasa adentro de una cancha (risas). Un ejemplo es lo que nos pasó en ese Mundial 1981, donde no pudimos avanzar de la primera rueda con el equipo tremendo que teníamos, donde casi todos llegamos a lucirnos en Primera: Burruchaga, Clausen, el Turco García, Goycochea, Martino y Tapia, entre otros. Es una de las más grandes tristezas que me dejó el fútbol, porque fuimos con una ilusión inmensa. Los jugadores quizás fallamos en no formar pequeñas sociedades para dar el mayor potencial, pero igual no hay una explicación racional a tan temprana eliminación”.
Dos cosas llamaban la atención de aquel Claudio que asomaba en el ambiente del fútbol: su capacidad para moverse como un veterano y su formación, alejada de la media: “Siempre me llevé muy bien con mis compañeros en los distintos planteles, porque me crié jugando a la pelota. También es cierto que crecí en una familia interesada en las luchas sociales y el estudio constante para aprender. Me adapté perfectamente a mis compañeros, porque el fútbol era mi mundo”.
Esas luchas sociales que estaban metidas en la familia Morresi, también eran parte importante en la vida de su hermano Norberto, que fue secuestrado y posteriormente asesinado por la dictadura, cuando el golpe militar de 1976 llevaba apenas un mes. “Fue difícil, porque la época era complicada. En Huracán me ayudaron, pero mucho no se hablaba. Los medios de comunicación eran menos y la mayoría estaban cooptados por el gobierno. Yo sentía la solidaridad de quienes me rodeaban, aunque la mayoría no entendía muy bien lo que estaba pasando. ¿Desaparecer gente? ¿Cómo es eso? En 1989 sus restos fueron encontrados en una fosa común y por lo menos mis padres pudieron cerrar un círculo y hacer el duelo, a diferencia de otras personas que aún hoy no saben si fueron arrojados al mar o de qué modo murieron sus familiares".
Otro hecho de aquellos años oscuros fue la Guerra de Malvinas, adonde concurrió Omar de Felippe, quien era su compañero en Huracán: “Con él tenía mucha relación, al punto de intercambiarnos cartas cuando se encontraba en las islas. Aún conservo una que en la parte de atrás dice “Islas Malvinas” y que tiene un potencial histórico impresionante. Allí me contaba cómo ametrallaron el pozo donde habían estado por varios días y que se habían salvado por una cuestión de minutos. La parte más fuerte de la carta es donde me decía que ya no se bancaba la situación. Esperaba que viniesen, ‘para matarnos o que los matemos’. Pero no soportaba más los pies en los pozos con barro, el frío, la mala alimentación, el paso de las horas, etc. A su regreso hubo una intención grande de cuidarlo y preservarlo, pero a todos nos resultaba complicado relacionarnos con un compañero de tu misma edad que había sido combatiente”.
Sus actuaciones lo destacaban y de a poco se hizo la figura de un Huracán, que comenzaba a tener problemas con el promedio. A mediados de 1985, una transferencia le cambió la vida: “América de Cali adquirió el pase de Gareca y entonces River le pidió que le comprara un delantero. Ahí es donde aparezco en esa operación. América me prestó a River con la curiosidad que yo era de ellos, pero nunca jugué ni un minuto en el club colombiano. Aquella del 85/86 fue una temporada inolvidable para mí, porque las dos primeras fechas las jugué para Huracán y a partir de la cuarta estuve en River. En el medio, en la tercera, dio la casualidad que se enfrentaron entre ellos en Parque Patricios. Ese día me dieron una plaqueta en reconocimiento por mi paso por la institución. Por un lado me costó irme, porque era el equipo de toda mi vida, pero por otra parte sabía que necesitaban venderme para poder pagarle al resto de mis compañeros e incorporar algunos refuerzos para encarar ese torneo, donde lamentablemente se fue al descenso".
"Me inserté a la perfección en ese equipo, donde la sociedad que hicimos con Enzo quedó en la memoria de todos. El equipo de a poco empezó a aparecer hasta hacerse invencible. Ganábamos donde fuera. Ya en enero del ’86, al reanudarse el torneo, llevábamos una buena distancia, pero teníamos partidos contra tres buenos equipos: San Lorenzo, Argentinos e Independiente. Vencimos a los tres y aunque faltaban varias fechas, todos sabíamos que seríamos campeones, con un agregado importante: le ganábamos siempre a Boca, en amistosos u oficiales Era un grupo de ganadores que se convencieron de serlo mucho más: Pumpido, Ruggeri, Gallego, Francescoli, Alonso, Enrique, Alzamendi, Funes. La Copa Libertadores y la Intercontinental, ya con otro estilo, más de contragolpe, demostró eso. Éramos como un tren que nadie podría detener”.
La dupla Morresi – Francescoli, aunque solo duró un torneo, se adhirió al recuerdo futbolero argentino, proclive a disfrutar de esos binomios: “Siempre me consultan sobre si Enzo fue con el que mejor me entendí y yo sostengo que por haber sido en River, fue con quien más se visibilizó. Lo que no tengo dudas es que fue el compañero de mayores virtudes técnicas que tuve, porque era un goleador, que además les hacía hacer goles a los demás”,
Aquel paisaje idílico tuvo una pequeña situación incómoda. Morresi ocupó el lugar de Norberto Alonso, el máximo ídolo que tenía River: “En cuanto pisábamos el césped, toda la cancha gritaba “Alonso, Alonso”, aunque estuviera en el banco. Después cantaban por Enzo y luego por mí, pero él era la bandera de los hinchas. Cuando me tocó entrar, el equipo comenzó a funcionar muy bien y a ganar. El Bambino tuvo una situación incómoda, pero se la jugó por el cuadro que le rendía. El Beto estaba en un alto nivel, que lo demostró al año siguiente cuando fue decisivo en la Copa Libertadores. Lo que debo reconocer es que con él siempre tuvimos una relación de mucho respeto, que se mantiene hasta al día de hoy".
La seriedad de Claudio a la hora de rememorar su carrera se transforma en una gran sonrisa cuando le mencionamos una frase: “Morresi es Mozart”. Se ríe con ganas y acota: “Una típica salida del Bambino Veira, que te resume en una palabra lo que a la mayoría nos cuesta un montón. Decía que yo tocaba y tocaba, que era como el director de esa orquesta. Fue muy importante por su inteligencia táctica, para saber qué necesitaba el equipo en cada momento. Tuvimos dos partidos emblemáticos, que ganamos por el mismo resultado (5-4), con dos semanas de diferencia y que la gente recuerda hasta hoy: con Argentinos y con la selección de Polonia. En el primero no hice goles, pero pegué dos titos en los palos. El segundo lo vi desde la platea en Mar del Plata. La chilena de Enzo sobre la hora fue la frutilla del postre”.
En ese plantel vencedor se fue ganando lentamente su lugar un chico de las inferiores que sería una estrella: Claudio Caniggia: “En un entrenamiento, el Bambino paró la práctica por lo que le pegaban, al grito de “Basta, basta, que éste nos va a hacer ganar mucha plata” (risas). Jugaba para los suplentes contra nosotros de la Primera y lo mataban (cuando lo podían agarrar) entre Montenegro y Ruggeri. Lanzado en velocidad era increíble".
“Éramos un bloque sólido, consolidado con el paso del tiempo. Tras la ida del Bambino llegó Griguol y con él fuimos a jugar un partido amistoso en Estados Unidos, en una ciudad de gran presencia de la colectividad griega y por ello enfrentamos al Panathinaikos, en una cancha sin alambrado. Cacho Borelli, tras una discusión, bajó de una piña a un rival. Automáticamente, saltamos todos y lo rodeamos. Enseguida vimos como se metían los griegos de las tribunas adentro de la cancha. Eran como 500 (risas). No avanzaron más porque tuvimos esa actitud, que era normal en ese grupo”.
A mediados de 1988 se cerró su exitoso e inolvidable ciclo en River Plate. El talento de Morresi se mudó hacia Liniers para buscar nuevos desafíos: “Cuando llegué a Velez lo primero que me llamó la atención era un pibe que daba vueltas a la cancha todo el tiempo caminando, porque se estaba recuperando de una lesión. Se destacaba porque cumplía exactamente lo que pedían y un poco más también. No se quejaba nunca y las vueltas las daba enteras, sin acortar como hacían muchos. Ese espíritu lo llevó a cada lugar donde fue. Era el Cholo Simeone. Tenía una enorme convicción, algo que transite como entrenador".
"Un año más tarde llegó Alfio Basile como DT, con quien me reencontré, ya que lo había tenido en Huracán en 1982. Estaba más aplomado, pero siempre con esa impronta y esa personalidad que es su marca. Teníamos un equipo maravilloso desde lo técnico, pero que partido que jugaba, partido que perdía (risas). Estaban el Ratón Zárate, Gareca, Funes, Simeone, Mancuso, Ischia, Fillol. Quizás no era nuestro mejor momento. Incluso el Coco fue con un grupo de muchachos a ver a un Pai para mejorar el rendimiento (risas). Increíble”.
No haber podido jugar en la selección mayor fue, quizás, la mayor frustración de su carrera. Sin embargo, hubo una posibilidad en su mejor momento: “A principios del ’86, Pumpido y Ruggeri me comentaron que Bilardo les había preguntado por mí y que era probable que me llamara. Finalmente no se dio y alguna vez me llegó que el veto había sido porque yo hablaba mucho de política, que a alguien que tomaba decisiones eso no le gustaba. Y no había sido Bilardo. Me quedé con las ganas de jugar oficialmente con Maradona. Lo hice en un partido a beneficio y fue increíble. Vos agarrás la pelota y lo único que ves es a Diego, no ves a nadie más”.
El tiempo del retiro le dio paso al trabajo en las formativas de su querido Huracán: “Junto a un grupo de muchachos participamos en el crecimiento de grandes jugadores como Casas, Pineda, Barijho, Lucho González, Migliore, Andújar, Silvera. En Primera me tocó siempre como interino, nunca un plantel que yo pudiera armar desde cero. Justo cuando iba a dirigir y había acordado con un equipo de Perú, me llamó Néstor Kirchner para la Secretaría de Deportes, a fines de 2003. Era una gran responsabilidad en mi otra pasión, porque yo siempre tuve participación política. El ofrecimiento era ayudar a Roberto Perfumo que estaba a cargo. En total fueron nueve años donde se logró masividad en muchas disciplinas, el derecho de toda persona a relacionarse con la actividad física se potenció, programas integrales en los clubes de barrio. En el alto rendimiento se logró una cantidad de medallas como hacía 60 años no se obtenían, en gran medida por la creación del ENARD, donde había becas y viajes.
Desde el 10 de diciembre está en otra etapa, la de ser legislador en la Ciudad de Buenos Aires: “Ahora estoy en algo distinto, tratando que la gente de la Capital viva en mejores condiciones y que haya menos desigualdad. De a poco me voy acomodando a la dinámica de mi nueva función”. De la misma manera que se fue acomodando en el mundo del fútbol y en la vida, más allá de los duros avatares y cierta lucha desigual que ésta le presentó. Le hizo frente a su manera, con las convicciones en alto. Como lo hacía dentro de una cancha, para disfrute de todos los que amamos el buen fútbol.
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