Siempre el sur. Obrero y luchador. Una raza y una estirpe que se distinguen a la distancia. Temperley corporizó ese ADN tan particular, de pelearle al destino, con tantas ganas como sueños. En 1975 fue la revelación del torneo nacional, logrando la clasificación para el octogonal final, donde apenas pudo ganar un partido, pero que le demostró que podía sentarse en la mesa de los grandes.
Un par de temporadas más tarde, como si aquello hubiese sido apenas un espejismo, llegó el descenso a la Primera B, un torneo duro, que no lo tuvo como protagonista en las ediciones que fueron desde 1978 a 1981. En 1982 llegaron tiempos de renovación y surgió la posibilidad de conformar un cuadro con pretensiones, como lo detallaba la revista Goles en un análisis previo: “El año pasado Temperley estuvo en zona de descenso hasta las últimas fechas. Para el ’82 se propusieron cambiar los aires y buscar la punta”. En la nota era entrevistado Juan Carlos Piris, por entonces de 36 años, que subrayaba la buena complementación que se estaba dando entre experiencia y juventud en el plantel.
Una de las incorporaciones fue Hugo Lacava Schell, un habilidoso volante nacido en Uruguay y que debutó en primera en Boca Juniors, tras hacer las inferiores allí. En 1981 se lució con la camiseta de Quilmes, donde consiguió el ascenso. Sin embargo, se quedó en la B para jugar en Temperley, tal como lo recuerda desde la provincia del Chaco, donde reside y trabaja como periodista: “Al comienzo del ’82 empecé a entrenarme en Banfield, donde el técnico era el Bambino Veira, pero a los pocos días me vinieron a buscar de Temperley, porque querían armar un equipo competitivo. Yo tenía el pase en mi poder y me fui para allá. En la primera reunión arreglamos todo, algo poco usual. Fue decisivo Juan Carlos Merlo, una gran persona, que era el entrenador”.
El comienzo fue más que aceptable, pero de a poco los buenos resultados los abandonaron y la crisis se hizo presente en la porción celeste del sur. Como ocurre siempre, se produjo un cambio de director técnico: “A pocas fechas de terminar la primera rueda llegó Carlos Pachamé, con su hermano como profe y el Flaco Zuccarelli como ayudante de campo. Ahí se armó definitivamente la banda con la que ascendimos, donde Pacha tuvo mucho que ver porque unió al grupo, con los fundamentos sólidos y los códigos bien entendidos de la escuela de Estudiantes. Eso generó que tuviéramos un plantel que se fue haciendo fuerte ante la adversidad, creyendo cada vez más en nosotros, con un detalle que no se debe pasar por alto: cobrábamos cada cinco meses”.
Un hombre fundamental en esta historia es Humberto Zuccarelli, quien era la mano derecha de Pachamé. Habían estado la temporada anterior en Estudiantes, pero no dudaron en bajar una categoría para hacerse cargo de Temperley: “Siempre fue un placer trabajar con Pacha. A mediados del ’82 me llamó para contarme la oferta que le habían hecho llegar. Analizamos el plantel y nos dimos cuenta que había buen material: Cassé, Piris, Lacava Schell, Aldape, Dabrowski, etc. Le veíamos pasta a ese grupo de muchachos. Sin embargo nos costó bastante encontrarle la vuelta, se fue dando de a poco”.
En algún momento la clasificación al octogonal parecía alejarse del horizonte, pero gracias a la convicción de los futbolistas, las cosas se encaminaron, con la fortaleza grupal como puntal, como lo recuerda Lacava Schell: “Era un plantel fenomenal con el Mudito Cassé, el Cabezón Piris, Hugo Issa, el recordado Néstor Tola Scotta, Mario Finaroli, Massotto, el paraguayo Villalba, Aguilar, el flaco Dabrowski, etc. Eran unos tipazos. Me emociono al recordarlo, porque es una historia muy linda, donde hubo un gran sacrificio”.
La competencia fue muy pareja y cerrada hasta el final. La rememora Zucarelli: “La clasificación la obtuvimos en la última fecha en la cancha de Deportivo Morón, con quien empatamos cero a cero. Necesitábamos un punto y lo conseguimos con el corazón en la boca (risas). El primer objetivo estaba logrado, que era entrar al octogonal, pero allí los candidatos lógicos eran tres: Gimnasia, Chacarita y Atlanta”.
Fue un torneo de Primera B inolvidable por la presencia de San Lorenzo, que reventó todas las canchas con una inmensa cantidad de seguidores y fue el justo campeón. El segundo ascenso se definiría en un reducido de inmensa paridad, como lo evoca Lacava Schell: “En los cuartos de final eliminamos al Chacarita de Federico Pizarro, que era un gran equipo con un joven Luis Islas en el arco, Borrelli, Abramovich, Ciccarello, Echaniz, etc. Ganamos en nuestra cancha el partido de ida 1-0 y la revancha no terminó por incidentes. Chaca hizo de local en Argentinos por tener la cancha suspendida y allí fue agredido el árbitro Aníbal Hay. Nosotros teníamos la ventaja de un técnico como Pachamé, que nos preparó especialmente para los partidos finales”.
El Gasolero del sur seguía incrementando su sueño. Ya estaba en semifinales, donde lo esperaba otro rival de sumo cuidado: Gimnasia. Lacava Schell sonríe : “Hicimos de local en Huracán por la cantidad de gente que nos seguía. La final fue tan larga que comenzó el martes 21 de diciembre y terminó en las primeras horas del 22. Tuvo de todo: 90 minutos, 30 de alargue, penales errados, expulsados y la interminable definición por penales. El recordado Mudo Cassé le atajó el número 26 a Hrabina. Algunos patearon dos veces porque nadie erraba, una cosa de locos (risas). Entre los que nos tocó el control antidóping estábamos con el ruso Hrabina. Quedamos solos nosotros dos y lo vi tan mal, porque se sentía el absoluto responsable de la derrota de Atlanta, que comenzamos a hablar y nos hicimos compinches. Pese a que tenía una gran alegría, me puse en su lugar y me quedé acompañándolo. Después nos fuimos a la cancha de Temperley y fue una fiesta maravillosa. La gente estaba emocionada por volver a Primera”.
El comienzo de 1983 lo encontró a Temperley pletórico por el regreso a primera, pero a sus dirigentes con una tarea importante por delante: Carlos Pachamé dejó el cargo, ya que era inminente la asunción de Carlos Bilardo en la selección argentina y se lo llevaba para ser su ayudante de campo y entrenador de los juveniles. Era el momento de una decisión clave que rememora Zuccarelli: “Me llamaron para comunicarme que quedaba a cargo del equipo. Para mí fue un reconocimiento y una gran oportunidad. Me tenía fe y confiaba ciegamente en el plantel, que era prácticamente el mismo, porque los directivos fueron claritos, al decirme que por la situación económica no se podían hacer muchas incorporaciones”.
Para Lacava Schell, retornar al fútbol de los domingos era trascendente: “Nunca me voy a olvidar que fue muy importante aquel torneo Nacional 1983, porque significaba el regreso de Temperley a primera. Pasamos la primera fase de grupos y en la segunda nos toca enfrentar nada menos que a Independiente en Avellaneda, que llevaba un invicto de 20 partidos oficiales. Era un equipazo y la formación me quedó grabada en la memoria: Goyén; Clausen, Villaverde, Trossero, Enrique; Giusti, Marangoni, Bochini, Burruchaga; Gabriel Calderón y Morete. Fue una noche inolvidable, donde nos acompañó mucha gente y ganamos 2-1 con un gol de cabeza de Marcelo Aldape. En el segundo tiempo estuvimos colgados del travesaño, ayudando a Cassé, que fue la gran figura y le atajó un penal a Trossero. Cuando terminó, le pedí la camiseta a Bochini. Me dijo que sí, lo acompañé hasta el túnel, bajamos unos cinco escalones y me la dio. Entonces le dije: ¿No querés la mía? A lo que me respondió: “No, vos andá nomás”. Claro, no iba a querer una mía (risas)”.
La magia celeste del sur seguía adelante. En esa segunda fase de grupos, derrotó a un muy buen Vélez dirigido por Juan Carlos Lorenzo: “En cancha de Banfield les ganamos 3-1 en una gran actuación. Para ellos jugaban Bianchi, Ischia, Alonso, Pumpido, Cuciuffo, Comas. Un cuadrazo, pero nos teníamos una confianza inmensa”, evoca Lacava Schell. En octavos de final dejó en el camino a Platense y en los cuartos a Central, con una inolvidable victoria en Rosario 1-0 con gol de Marcelo Aldape y una nueva aparición de las manos mágicas de Cassé, al detener un penal. Ya estaban entre los cuatro mejores y en las semifinales esperaba Estudiantes: “Ellos venían de ser campeones con Bilardo como técnico en el torneo anterior. Ahora los dirigía Eduardo Manera, y eran durísimos. Estaban Camino, el querido Tata Brown, Russo, Ponce, Sabella, Trobbiani. Empatamos en La Plata 1-1 y se dio el mismo resultado en cancha de Banfield. Fuimos al alargue y allí nos metieron dos goles. Luego fueron campeones ante Independiente”.
Las sensaciones de Humberto Zuccarelli, a 37 años de aquella hazaña son similares: “Estoy convencido de que si no nos cruzábamos con Estudiantes en la semi, le peleábamos mano a mano el título a Independiente, a quien ya le habíamos ganado en el torneo. Esa serie con el Pincha me quedó grabada, porque tanto en los 90 minutos de la ida, como en los de la revancha, no fueron más que nosotros. La diferencia la sacaron en el alargue por la categoría de sus jugadores. Eso fue lo que desniveló”.
A la hora del balance, el entrenador destaca dos virtudes de aquel equipo: “Lo primero que hay que decir es que era un grupo excepcional. Y lo segundo es la claridad de saber que era lo que queríamos y cuáles eran nuestras posibilidades. Quedó en el recuerdo porque estuvimos cerca de ser campeones dejando todo en la cancha. Los muchachos hacían un esfuerzo tremendo. Quiero recordar a Héctor Cassé, un tipo muy querible y laburador. Superaba el problema de ser sordo y mudo con unas ganas enormes de progresar. Siempre estaba alegre y eso se contagiaba al resto”.
En 1981, de la mágica inventiva de Luis Alberto Spinetta había salido una canción, como un preanuncio de lo que traía ese Temperley. Se llamó “Un viento celeste”. Ese fenómeno que comenzó como una tenue brisa, fue ganando intensidad hasta ser un vendaval inolvidable. Un viento celeste que llega hasta nuestros días.
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