La confesión de Maradona cuando sintió que se moría y la intimidad de su internación con solo el 38% de su corazón sano

En enero de 2000 estuvo al borde de la muerte en Punta del Este. El lunes 10, ya en Buenos Aires, fue internado en una clínica. Una periodista de Infobae vivió esos convulsionados días junto al astro. Diálogos íntimos, enojos con los médicos, muchas lágrimas y las sorprendentes situaciones que ocurrieron en la habitación de terapia intermedia

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Diego Maradona internado en el
Diego Maradona internado en el Fleni el 10 de enero de 2000. La foto se la sacó Jorge Luengo para la revista Gente que publicó la intimidad de los días de internación del ídolo

Hace sólo unas horas que Diego Maradona está internado en Buenos Aires. El lunes 10 de enero de 2000 llegó de Punta del Este con un pronóstico cardíaco reservado: arritmia de miocardio.

Pasó la noche tranquilo, pero respirando con dificultad. El martes, a las siete de la tarde, voy con el fotógrafo Jorge Luengo hasta el Fleni, donde Diego ocupa una habitación en el cuarto piso. Dos policías custodian la puerta que lleva a terapia intensiva y terapia intermedia. Hay dos timbres y un pasillo gris. Contra una ventana están doña Tota, Lalo, Guillermo, Anita, el Turco, don Diego. Toda su familia.

La luz está encendida en la primera habitación a la izquierda. Es muy pequeña: la cama, una mesita, un sillón de cuero negro apretado contra la pared, el televisor en el Discovery Channel, varias cartas desparramadas, papeles con notas, estampitas. Sorprende una colchoneta azul y colorada para pileta, inflada y apoyada contra la pared. La pequeña ventana muestra los techos de Buenos Aires. Pero desde su cama, Diego no puede ver la calle. Las persianas americanas blancas, a medio abrir, le dan un poco de intimidad a la habitación.

En el brazo izquierdo tiene inyectado un suero color rosa. Otra bolsa que cuelga tiene escrito en tinta colorada B12 y B6, las vitaminas que le pasan por vía intravenosa. Maradona está en la cama con una remera verde con la estampa del número 2000: “Y pensar que cuando brindaban todos decían: ‘Será un gran año’, y yo casi no llego ni a vivir dos días. El 2000 casi me queda sólo en la remera”.

Se queja. Dice que le duele el cuerpo por estar acostado y quiere caminar por el pasillo. Claudia Villafañe lo ayuda a ponerse las pantuflas Nike negras que están debajo de la cama. Él tira sin darse cuenta del suero y casi se lo arranca. Lalo corre a descolgar la bolsita y la lleva -bien en alto- en su mano para que su hermano mayor pueda caminar un poco.

Diego Maradona en el verano
Diego Maradona en el verano en que su corazón dijo basta

Los días parecen definitivamente eternos en esta pequeña habitación de terapia intermedia. Una enfermera trae una jarra de jugo. Diego vuelve a acomodarse en la cama. Se pone de costado. Claudia -flaquísima, que sólo come alguna galletita y duerme cada noche en esa colchoneta tirada en el piso al lado de la cama de su marido- se acomoda a sus pies.

“La colchoneta me la trajeron unas mamás del colegio, porque primero dormía sentada en el sillón. La inflamos un poco cada una, acá en el pasillo. La gente nos miraba porque no entendía qué hacíamos con una colchoneta de pileta. Pero es más cómodo. Al menos me acuesto un poco”, dice y sonríe. Maradona hace una broma: “Es que yo voy a llenar el cuarto de agua para que Claudia quede flotando a la altura de mi cama así la puedo tocar un poquito”.

Está mucho más flaco y deshinchado: perdió esta vez 6 litros de líquido.

Cuando me ve, me abraza y susurra: “El de Arriba me dio una nueva oportunidad”. Habla bajo y pausado. Parece cansado. Claudia aclara: "Le pasa esto desde hace tiempo. Cuando jugaba al fútbol o estaba en la pileta se lo veía lo más bien, pero cuando se apoyaba contra algo, parecía que se quedaba dormido, como desmayado. Ahora también duerme bastante, dicen que es por lo del corazón y la circulación, ¿sabés?”.

Me siento al lado de la cama. Su mujer lo ayuda a acomodar la almohada: "Míralo, que está recién afeitado y bañado. Lo sentaron en el inodoro y le tiraron agua con una jarrita. Incluso le lavaron la cabeza. Él quería bañarse, pero en estas habitaciones no hay ducha. Así que se las ingenió".

Comenta ese simple hecho cotidiano como un gran logro. Y lo es. Hace sólo unos días los médicos dijeron que Maradona pudo haber muerto.

La internación de Diego Maradona, enero de 2000, Punta del Este

Pero está aquí, inquieto, tapándose y destapándose con la sábana blanca. En la tele muestran cómo viven los bisontes en las praderas. Nadie la mira. Claudia lo acaricia y explica: “Lo tengo todo el día con canales que pasan videos de música y Discovery Channel. No quiero que se enganche con nada de lo que dicen de él. Ya es suficiente con esto, ¿no?”.

Diego entrecierra los ojos. “Hablemos”.

-¿Te sentís bien?

-Mejor, mejor. Hay veces que me dan unos remedios que me tienen medio dormido.También me duelen las piernas y la espalda por estar acostado. Me dejan caminar por el pasillo. Pero el día es largo.

-¿Te diste cuenta de la gravedad de lo que pasó?

-No, no me di cuenta (el suero le tira en el brazo, Diego se lo toca: “¿Qué es esto que me molesta, má?". "Es el suero, pa. No tires que te lo acomodo'').

-¿Tuviste miedo al pensar que podrías haber muerto?

-No, no tuve tiempo. Pero, ¿sabés qué me pasó? Tuve un sueño. Soñé que había escalado la cima del Aconcagua. Que estaba parado bien en la punta. Y que me balanceaba y podía caerme para la derecha o para la izquierda. De un lado, abajo, había una grieta. Del otro, el vacío. Finalmente, me caía. Y cuando empezaba a caer, quedaba enganchado de la punta. Como pinchado. Y me salvaba. Es un sueño para un psicólogo, ¿no?

-Y sin psicólogos de por medio, ¿qué pensás que quiere decir ese sueño?

-No sé. Quizás que tengo una nueva oportunidad. Hoy estoy aquí porque así lo quiso El de Arriba. Pero El Barba me dio tanto, tanto, que ya me da miedo pedirle más. Igual, siento que siempre hay una nueva oportunidad en la vida.

-¿Fuiste consciente del dolor que puede provocar tu muerte en aquellos que te quieren?

-Todo el tiempo sentí el dolor de dejar a mis hijas, de dejar a mi mujer, a mi mamá, a mi papá, a mis hermanos, a los argentinos que amo. Sentí el dolor de perder a amigos como Guillermo (Cóppola), Enzo Francescoli...

-¿Por qué decís que no tuviste tiempo de tener miedo a morir?

-Porque todo ocurrió tan rápido que fue como si Schumacher me hubiese llevado en su auto. Pero me llevaba Guillermo. Las imágenes pasaban en segundos frente a mí. Suerte que no me llevaba Tuero, que es argentino, sino capaz que hubiésemos ido más despacio... No, no, es una broma. Igual, yo siempre tuve y tengo miedos. Los soporto y nada más.

-¿En quién pensaste en esos segundos?

-Solo pensé en Claudia y las nenas.

Claudia Villafañe y Mardona en
Claudia Villafañe y Mardona en la foto de Jorge Luengo, durante los días que pasaron en la habitación de terapia intermedia en Buenos Aires

-¿Hubo sobredosis de cocaína?

-Sobredosis, sobredosis... Hablaban de sobredosis. Hablaban de coma. Hablaban de mi corazón, de que si lo tenía ensanchado, muerto, resucitado. Todos tocaban de oído. Pero igual buscaban la palabra: sobredosis. La sobredosis no existe. Se puede crear una sobredosis de cocaína a través de una gran ingesta y de otras cosas. Pero yo no estoy en ese palo.

-¿Y en qué “palo” estás?

-No soy un drogadicto de ese estilo. No me va y no me va a ir jamás. Pero de este tema, la verdad, no quiero hablar más.

-¿Seguís consumiendo o estás buscando salir?

-Quiero dejar ya, quiero dejar ya (lo dice mirando al techo, casi como una súplica). Veo a mis hijas y no puedo hacer barbaridades. No puedo dejar de cuidarme por Dalma y Gianinna.

-Pero vos no te estabas cuidando de muchas formas, no sólo con la droga. No te cuidabas con la comida, con la hipertensión, con los medicamentos que tomabas...

-No, no me cuidaba. Estaba dejado.

-¿Por qué?

-No sé, pero no me quería matar ni me quería morir.

-¿Qué te pasaba cuando te mirabas al espejo?

-Esto me hace acordar a una anécdota de cuando era chico. Cuando me pasaba la semana haciendo dieta, no comiendo nada que engordara -mientras todos comían pizza y cosas ricas- porque yo tenía que entrenar. Años y años me la pasé así, sin comer nada de lo que me gustaba. Entonces llegaba el fin de semana y todos íbamos a visitar a mi abuela. Y la abuela decía: “iMirá qué lindo, qué gordito está el Diego!”. Yo me quería morir, porque me había pasado la semana matándome de hambre.

-¿Pero te gustaba tu imagen?

-No. Pero es muy fácil, muy fácil que dé bronca ver a Maradona gordo, regordo, a punto de reventar, cuando hay gente que no puede comer nada. Eso jode, jode. Lo vengo pensando hace bastante. Más allá de que me quieran, más allá de que Maradona se ponga bien, en un momento dicen: “Este es un hijo de p ... , porque nosotros no tenemos ni para comer y este anda igual en la vida tomando droga, hace comilonas, toma lo que quiere. Y hasta ahí se puede aguantar, que Dios lo ayude”.

-¿Te estás matando con eso de las comilonas, la droga, el tomar lo que querés?

-La elección de morir es mía. No es de ni de los argentinos, ni de Jesucristo ni de los doctores. Es mía.

-¿"Elección de morir"? Dijiste que no querías morirte.

-No me quiero morir. Por Dalma y Gianinna no me quiero morir. Por las únicas dos mujeres que daría ya, ya la vida ... ya, ya. Si me dicen: “Diego, mirá: si no te morís o no te matás o si no te mato ahora, Gianinna queda manca”. Entonces pum (hace gesto como si tuviera un arma): Diego queda muerto, ¿entendés?

Se conmueve. Una lágrima corre por su mejilla. “Se me pasó la imagen que te conté, no quiero ni pensarla”, confiesa con la voz entrecortada.

Ya en la Clínica Sacre
Ya en la Clínica Sacre Coeur, Maradona estuvo más animado. Así lo mostró la revista Gente (Fotos: Jorge Luengo)

Entra el médico psiquiatra. Se apoya en la baranda de la cama. Le dice: “Y, ¿cómo andamos hoy? ¿Se acuerda de mí?”. Diego se da vuelta y lo mira: “Sí, me acuerdo. Ayer usted mandó a un chico joven para que viniera de parte suya”. El doctor se sorprende. “Ah, está muy atento a todo". Claudia le acaricia la pierna a su marido: “No se pierde ni un solo detalle”. Después, Maradona y el médico hablan sobre el futuro.

-Va a tener que ordenar su vida. Hacer las cosas que le gustan. Disfrutar de su familia, de los placeres, pero ordenarse.

-Sí, doctor. Pero cada uno disfruta la vida a su manera. Seguramente yo disfruto de una manera diferente de la suya.

-Eso es cierto. Pero como médico mi obligación es decirlo e intentar que los pacientes vivan más y mejor.

-Y yo quiero vivir más y mejor.

-Para eso va a tener que cambiar algunos hábitos. Usted lo sabe. Y va a tener que decidir, junto a su familia y a su gente de confianza, cuál es el siguiente paso. Para su problema, se necesita otro tipo de tratamiento.

-Sí, lo sé. Pero, ¿sabe qué me duele? Que antes de saber qué tenía todo el mundo empezó a hablar de sobredosis y de cocaína, y yo tengo otras cosas. Mire cómo tengo el corazón… pero de lo único que se hablaba era de la sobredosis.

Diego habla tan bajo que casi no se le entiende. Los calmantes que le dieron hacen que su voz sea confusa, pausada, apagada. El médico intenta ser amable, le sonríe y asiente con la cabeza. Es evidente que no comprendió lo que Maradona le está diciendo. Entonces Maradona dispara molesto:

-Discúlpeme doctor, usted debe haber estudiado mucho, se debe haber roto el lomo para recibirse y venir hoy a decirme esto, pero su sonrisa me parece una falta de respeto.

El médico da un respingo. Siente el golpe y la furia. Diego sigue:

-Como soy Maradona, usted también piensa que tenía sobredosis de cocaína. No importa si mi corazón, si la gordura... Creo que me prejuzgó, cosa que no haría con otros pacientes.

El médico transpira:

-Le pido disculpas si usted entendió eso. Pero tiene razón: mi obligación es escuchar lo que el paciente tiene que decirme. Por favor le ruego que me explique qué pasó ese día.

-Me levanté con la cara hinchada. Así de grande. Me sentía mal. Fui a verlo a Guillermo. Y después fuimos al Cantegril… (hace referencia al sanatorio en Punta del Este)

Claudia interviene: Guillermo te ponía paños de agua fría con una toalla pero no reaccionabas, pa”.

Guillermo Coppola cuando tuvo que
Guillermo Coppola cuando tuvo que declarar en Punta del Este (El País)

Por la puerta se asoma Coppola. Acaba de llegar de Punta del Este donde fue procesado, Diego se emociona al verlo. Se abrazan. El médico lo invita a quedarse. El manager se apoya en la cama.

Diego: Le contaba al doctor qué me había pasado y que tomé algunas pastillas la noche anterior. Una pastilla y media para dormir y de las otras para la erupción en la piel.

Coppola: Sí, también habías tomado la pastilla para la presión que nos dieron acá en el Fleni.

Médico: ¿Y por qué tomaba tantas cosas?

Diego pone cara de no tener explicación. En la lista de los remedios figuran Tranquilant, Catapresán, Tamilán, Benadryl (se sentía ahogado y quería algo que lo ayudara a expectorar), Minocín (porque tenía una erupción en la piel), Bagohepat (porque le dolía el hígado), Taural (porque sentía pesadez de estómago).

Coppola sintetiza: “Diego toma todo lo que le dicen que hace bien”. Maradona agrega: “Eran remedios que me dieron los médicos”. El doctor levanta las cejas.

Médico: Está bien, son remedios. Pero si usted toma tres kilos de cada cosa no le va a hacer bien. Cuando hablo de vida ordenada, también hablo de esto. No puedo creer que haya jugado al fútbol con el corazón agrandado como lo tenía…

Claudia: No jugó un partido, jugó dos. Además, como iban perdiendo, se mató el doble. Incluso en un momento le faltó el aire y siguió hasta que ganaron.

Médico: Le aseguro que no conozco ningún caso en el mundo que haya aguantado un partido de fútbol. Por eso ahora le pido tranquilidad y que piense qué hará en el futuro. La última vez que vino le dije que si seguía así no iba a llegar a vivir bien ni tres años más. Desgraciadamente no me equivoqué. Pasaron dos años y está otra vez acá y con algo más grave. Tiene una nueva oportunidad para aprender a disfrutar de todo lo que tiene.

Diego: Quiero hacerlo. Solo busco saber cómo puedo empezar.

El psiquiatra se va. El Diez se levanta para tomar jugo. Se lo nota más despierto.

-Quiero seguir vivo por Dalma y Gianinna. Porque las quiero ver crecer. Quiero disfrutarlas. Y no lo estoy haciendo.

-Además de seguir vivo por tus hijas, tenés muchas otras cosas por las que vivir…

-Totalmente de acuerdo. Pero te nombré las que son jodidas, porque mis hijas son todo para mí. Tengo que cuidar mi corazón para Claudia y para ellas. Porque la gente puede tener un Saviola o un Riquelme, pero ellas solo me tienen a mí.

-¿Qué crees que les das a tus hijas hoy?

-Vivo y viviré para mis hijas hasta el último minuto de mis días. Sé que estuve casi muerto, como me dijo el doctor. Pero yo me había tomado un Tranquilant y medio para disfrutar de mis hijas, para laburar de día para ellas para cargarlas en la camioneta y llevarlas a la chacra, comprarles cosas, eso quería.

-Hoy no les podés dar eso.

-Sí, y les pedí perdón porque les fallé. Porque les prometí un lindo verano y casi me muero. Imaginate que yo quería regalarles un show de fuegos artificiales, hasta mandé a averiguar precios, y no lo hicimos porque había que traerlos de Montevideo. Quería que fuera el mejor verano y les fallé.

Una foto de álbum de
Una foto de álbum de la familia Maradona: "Vivo y viviré para mis hijas hasta el último minuto de mis días. Sé que estuve casi muerto, como me dijo el doctor. Por eso les pedí perdón, porque les había prometido un verano lindísimo y les fallé", confesó

-Vos tenés muchos deseos ligados a tu familia que repetís siempre y nunca lográs cumplir.

-No puedo llegar a la meta final…

-¿No podés salir de la adicción?

-¿Sabés qué siento? Que soy uno de los pocos que en este país contó una verdad dura. Y entonces es fácil pegarle a Maradona.

-¿Te arrepentís de aquella confesión, cuando aceptaste frente al mundo que te drogabas? Te lo pregunto porque la entrevista te la hice yo.

-Me costó muy caro y todavía estoy pagando haber dicho la verdad. Pero no me arrepiento porque lo hice pensando en los chicos. Me ha costado juicios, me ha costado que me llamen y me digan: “Sol sin drogas, si la bolsa la llevamos nosotros”. Me llamaban cada 15 días por teléfono y colgaban. Cambié varias veces el número, pero seguían haciéndolo, así que me cansé. Yo cometí un error: no haber agarrado la plata que me ofrecieron. Pero en eso está mi dignidad, yo lo hacía por los pibes.

-¿Esa plata te la ofreció el gobierno de Menem?

-Había 10 palos. Y me hablaron de plata. Yo dije: de plata no hablo, la gano corriendo y jugando al fútbol. Y al final hasta terminé pagando el avión de Mar del Plata a Córdoba para esa campaña. Yo no acepto plata, a no ser que me llamen para ser secretario de Deportes, entonces sí me encantaría.

Diego se ríe, pero a lo largo de los días que pasé junto a él y su familia en el sanatorio no fue esta la única vez que sugirió -aunque en tono de broma- que desearía que alguien lo llamara para tener un trabajo relacionado al deporte.

Dos días más tarde dijo: “Me gustaría dirigir el Sub-23, pero parece que nadie escucha cuando lo digo”. Y el fin de semana agregó: “¡Cómo querría hacer algo en Boca!”.

Coppola, en una de esas noches de espera -ya en la Clínica Sacre Coeur- salió de la terapia intermedia para fumar un cigarrillo en un patio interno. Parecía estar conmovido. El doctor Cahe y el doctor Fernando Grieco, jefe de Psiquiatría de la Clínica, estaban sentados en un banco cuando el representante les dijo:

-Me parece que nadie se da cuenta que Diego está pidiendo trabajo a los gritos. El fútbol es su vida, es lo que lo hace feliz. Necesita dirigir, estar metido ahí. Así tendría sus días ocupados. Diego no puede estar todo el día sin tener nada que hacer, nada en qué pensar. Siempre tenemos proyectos, porque a Diego lo quieren de todo el mundo, pero él desea algo que le exija estar a diario metido con el fútbol”.

Los resultados de los estudios
Los resultados de los estudios determinaron que el cardiólogo y director de la clínica, Carlos Álvarez, diagnosticara una “miocardiopatía dilatada tóxica por abuso de cocaína y probablemente abuso de alcohol”

A las nueve le traen la comida. Pide cenar sentado en el sillón, aunque la enfermera insiste en que sería mejor acercarle otra mesita y que lo hiciera en la cama. El menú: sopa de verduras, pollo con puré de calabaza, frutillas con crema. Le pone todos los condimentos que puede -aunque todo es sin sal- y come muy rápido. Esa noche lo trasladarán a la Sacre Coeur para hacerle unos estudios más avanzados.

-Dijeron que tu corazón está enfermo, ¿lo descuidaste, lo maltrataste, lo hiciste sufrir mucho?

-Sí, pero también lo hizo gritar muchos goles. Lo hice gozar con la felicidad de muchos argentinos. Se lo di a mis hijas.

-Y si tu corazón tiene tanto, ¿por qué no lo cuidás?

-No lo supe cuidar. Espero poder ser fuerte para que mi corazón no tenga más problemas. Quiero que esté bien para ellas, para Claudia, para Guillermo, mi mamá, mi papá. Pero como ahora está enfermo, si no lo cuido, tengo que revisar el testamento para dejar por escrito y darle a mis hijas todas las cosas.

Intenta que su última frase parezca una broma y la mira a Claudia. Ella le toma las manos. Nadie se ríe.

-Vos sabés que tu familia no te pide eso, te está pidiendo que te cuides.

-Sí, lo sé. Y lo acepto. No quiero aparecer como víctima porque soy el peor de todos. Pero después que nacieron las nenas, Claudia se dedicó a ellas muchísimo. Y la quiero y la admiro por eso, pero yo sentí que ya no me prestaba atención, que ya no le importaba tanto. Claro que las nenas estaban primero… Yo no sé pedir auxilio, me cuesta. Eso hizo que nos fuéramos distanciando. Yo necesitaba pedirle auxilio, para que me ayudara a cuidarme y a corregirme también. No quiero ser dramático, pero sentía que ni ella me daba bola, ni Dalma me daba bola, ni Gianinna me daba bola. Entonces me fui descuidando cada vez más.

-¿Te sentías solo?

-Sí, y creo que esto que me pasa tiene que ver con eso.

Maradona se tira hacia atrás en su cama. Claudia está llorando. El futbolista más famoso del mundo infla el pecho y busca aire con la boca abierta. Él también llora. Le dice: “Perdoname Claudia por no haberte dado la vida que te prometí”. Se abrazan. Me levanto para dejarlos solos. Coppola entra y los mira. “¿Hay un velorio en este cuarto y nadie me avisó?”. La broma descomprime el momento. Diego se ríe. Claudia se encierra en el pequeño baño. Antes de que yo traspase la puerta, Maradona me dice:

-Claudia es la mejor mujer, la que elegí para toda la vida. No puedo hacerle ningún reproche. Yo me sentí dejado de lado, pero ella es la mejor madre, la mujer que tengo en mi corazón. Voy a morirme a su lado, la quiero con toda mi alma.

Con la camiseta de la
Con la camiseta de la selección argentina firmada por Saviola, Maradona se asomó desde una habitación de la Clínica Sacre Coeur para saludar a la gente que rezaba por él y gritaba "Diegooo, Diegoooo" (AP)

Ese martes por la noche lo internan en la Sacre Coeur. Habitación 204. Allí, toda la familia puede instalarse en los otros tres cuartos de terapia intermedia. Claudia ya no tiene que dormir en una colchoneta.

Los resultados de los estudios determinaron que el cardiólogo y director de la clínica, Carlos Álvarez, diagnosticara una “miocardiopatía dilatada tóxica por abuso de cocaína y probablemente abuso de alcohol”.

Hay un vallado en la puerta. Y cuatro policías que custodian la entrada. Para ingresar hay que dar nombre, número de documento y lograr la autorización de alguien de la familia o de sus médicos.

En la primera entrevista con el psiquiatra Fernando Grieco las cosas no van demasiado bien: “No me va eso de los psicólogos”, es su primer comentario.

A la tarde le van a hacer estudios más profundos sobre su corazón: sólo un 38 por ciento de su músculo cardíaco funciona como debe, pero se está recuperando gracias a 6 medicamentos que le dan a diario.

La nueva habitación es un poco más grande, hay un sofá contra la pared y una ventana amplia. Además Diego siente que tiene a toda su familia cerca y eso lo anima. Anita, su hermana mayor, le hace masajes en la espalda: “Vení, negrito, vení”. Diego tiene una camiseta de la selección argentina firmada por Saviola. Lo saludo y me dice:

-¿Te acordás que el otro día hablamos de la soledad? Yo en esos momentos me aferré a la mano de Guillermo, que es mi amigo y me salvó la vida. Yo no sé si haría todas las cosas que él ha hecho por mí. Nadie se acordaba de Guillermo cuando yo daba vueltas olímpicas con las copas. Se acuerdan ahora, en la mala. Yo solo me metí en esta mierda en la que estoy enganchado.

-Es inevitable que se hable de tu entorno.

-Si el entorno es Guille, es mi hermano, va a estar a mi lado hasta que me muera.

-¿Y te ayudó?

-Sí, muchas veces. Una vez yo estaba tan mal que solo pensaba que me podía salvar El de Arriba. Le había dicho a Guille que quería ir a ver un cura sanador. El buscó el teléfono de Víctor Sueiro... que, de paso sea dicho, como estuve al lado de Perón allá arriba ya estoy para uno de sus libros, ¿no?

Diego se ríe de su ocurrencia. Busca ponerle humor al “haber estado casi muerto”. Como cada vez que tiene que decir algo dramático. Le molesta mostrarse vulnerable.

-¿Fueron a ver a un cura sanador?

-Sí, y fuimos a muchos lugares: México, Suiza. Pero esa vez yo estaba mal. Y fui a la casa de Guillermo y me acosté en su cama. Le pedí que buscara un cura. Esa mismo noche llamó a Sueiro. El padre Darío Betancourt (del Movimiento Carismático y reconocido en todo el mundo por su condición de sanador) estaba en la Argentina. Fueron a verme. Sueiro se quedó en el living. Yo había transpirado mucho y Guillermo me había ayudado a cambiarme el pijama como tres veces. Betancourt entró y me tomó la mano. Después fui a otro cura sanador en el interior del país. Y también me ayudó el pastor evangelista Osvaldo Carnival, que me lo presentó el Gato Santos.

-¿Qué buscaste en el pastor?

-Ayuda, como en todo. Fuimos a verlo varias veces. Orábamos tomados de la mano.

-Tus hijas, sabés, sufren con todo esto.

-Sí, y no es justo. Me acuerdo que cuando confesé mi adicción a las drogas Dalma tenía solo 8 años. Fue un gran dolor para ellas. Todos lloramos mucho. Y nadie entendió el sufrimiento que a mí me causaba esa confesión. La gente creyó que yo estaba dando un aviso publicitario por la droga. ¡Por el amor de Dios!

Claudia agrega: “Vos sabés que Dalma guardaba las dos entrevistas donde él contó su adicción en su mesita de luz. Y un día me pidió que los leyéramos juntas para entender. Nos tiramos en la cama y me hizo un montón de preguntas. Ella es muy madura y cuida a su hermana para que las cosas no le afecten tanto”.

Diego y Claudia en La
Diego y Claudia en La Pradera, Cuba, donde se internó para luchar contra su adicción a la cocaína (Heriberto Rodríguez/Reuters)

Falta un rato para la hora de la comida. Diego pide un salpicón de ave. Le dicen que hay asado más tarde. Insiste: “Pero tengo hambre ahora, traéme un salpinconcito, maestro”. Los encargados del servicio corren a prepararlo.

Afuera Cahe y Coppola están llamando a siete institutos para el tratamiento de adicciones en Canadá: como allí vive Lalo piensan que la contención familiar va a ser más fácil. Hablan con la doctora Kennedy del Clarke Institute of Psychiatry en Toronto. La respuesta no es alentadora. “No tenemos consejeros en español ni médicos que sepan el idioma, va a ser muy difícil la terapia”.

La misma doctora recomienda llamar a The Vitanova Foundation, un centro de adicciones en Ontario donde la fundadora habla perfecto italiano. Franca Carella atiende el teléfono y explica: “Acá les proponemos ’hoy no vamos a tomar cocaína’. El día a día es lo que importa. Pero para que yo acepte este tratamiento necesito dos entrevistas. Una en donde el lugar que ustedes elijan y otra en el centro. Para ver si yo le gusto y el lugar le gusta. Si no es así, nada va a funcionar”.

Llaman al Caritas School of life en Toronto, pero el padre Gianni Caparelli no está en la ciudad: allí también se hacen tratamientos en italiano. Hablan con Cuba: la opción que más le gusta a Diego. La clínica La Pradera ofrece la posibilidad de recibirlo con el beneplácito de Fidel Castro.

Coppola atiende a Pablo Rossi de la Fundación Manantiales de Argentina: quedan en que este apoyo será fundamental para una segunda etapa. Suena el teléfono celular de Cahe. Es la respuesta del Instituto de Psiquiatría de Boca Ratón, Estados Unidos. Lo llama el doctor Francisco Rincón, colombiano, quien está dispuesto a recibir a Maradona como paciente. “Los primeros días el tratamiento es con la familia. Confiamos en que podemos ayudarlo”.

Fines de enero en La
Fines de enero en La Habana. Teñido de rubio y junto a Guillermo Cóppola en La Pradera (Heriberto Rodríguez/ Reuters)

Los días empiezan a correr como torbellino, como todo lo que pasa alrededor de Maradona. El doctor Álvarez hará más tarde una grave denuncia sobre un supuesto proveedor que habría entrado al sanatorio para darle droga a Diego.

En la calle la gente hace una cadena de oraciones por la salud del ídolo. Cien personas se toman de la mano en la puerta al grito de “Maradoo, Maradoo”.

Entonces él pide saludar desde una ventana, pero su cuarto da al contrafrente. Sale al pasillo y camina hasta una habitación a la calle. En una larga procesión, médicos, enfermeros, mucamas, familia, visitas y otros pacientes lo siguen en silencio. Un médico lleva en sus brazos la enorme imagen de una Virgen que le regalaron al Diez. Todos entran a una habitación donde un paciente, tapado hasta los ojos, no puede disimular su excitación y sorpresa.

Maradona se asoma por la ventana. La gente grita “Diegooo, Diegooo”. Se emociona. Su corazón se acelera. El doctor Mario Schiter, lo abraza y le pide que vuelva a la cama, que se quede en reposo. Lo llevan al cuarto. Diego se queda dormido en el sofá.

Cahe baja a tomar un café con el psiquiatra Grieco. Escucho que comentan lo difícil que es ser Maradona. Y hablan de todo lo que implica su apellido: ser el mejor, el diez, el ídolo en la cima del mundo.

Un psicólogo se acerca y se suma a la conversación: “La adoración de la gente estimula el yo interior, pero también somete a la persona y a su familia vivir con mucha presión. De él siempre se está esperando lo mejor, el ejemplo. Eso es imposible para cualquier ser humano”. Y hace una reflexión final: “Todos en algún momento de nuestra vida nos creemos Maradona, el problema es que Diego lo es”.

Antes de irme me asomo a la habitación 204. Hay una sola luz encendida. Claudia está sentada leyendo las cientos de cartas que le mandaron a su marido. Va a contestarlas, una por una, cuando tenga tiempo. “Ya estuvimos hablando con Diego, Cahe y Guillermo sobre Cuba y el tratamiento. Tiene muchas ganas de que esta vez todo salga bien”.

Maradona abre los ojos, se levanta del sofá y me dice:

-Este infierno es el que le queda a los chicos: soy el ejemplo de lo que no hay que hacer. Entrás en la droga en un segundo, salir te puede costar toda la vida.

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