¿De quién es ese cuerpo inerte que yace en la hierba ardiente, seca y rebelde al costado del camino?
¿Quién es el hombre inmovilizado por la muerte a quien el coche volcado ha despedido después de dar siete vueltas fatales?
-"Señor, señor…"-, le clamó agonizante Alicia Guadalupe Fezzia, ocupante del auto destruido tras volar diez metros atravesando un cañadón a la primera persona que se detuvo, el veterinario Mario Luis Allignani.
-"Señor, señor, sálvelo, se lo pido por Dios, ayúdelo"-, volvió a rogarle la mujer herida, sangrante, dolorida hasta el espanto y bajo los efectos de un shock emocional inmovilizante.
Allignani se bajó de su Mitsubishi Montero y le pidió a su mujer y a sus cinco chicos que permanecieran en la camioneta. Estaban en la ruta provincial 1, desierta y con el asfalto espejado que se derretía bajo los 39° de aquel 8 de enero de 1995.
Todo esto ocurría en el Paraje Los Cerrillos del Departamento de Santa Rosa de Calchines a 35 kilómetros de la ciudad de Santa Fe entre las 17.30 y las 18 horas. Fue allí cuando el Renault 19 color gris chapa B 2705773 en plena recta tocó con los neumáticos del lado derecho el borde del asfalto y se descontroló hasta detenerse convertido en chatarra husmeante y deformada tras el múltiple vuelco.
-"Señor, señor, el que está tirado en shorcito y ojotas es Carlos Monzón, por favor haga algo…."-, suplicó ya sin aliento Alicia Guadalupe Fezzia, cuñada de Monzón y única sobreviviente del siniestro pues Jerónimo Mottura, el otro ocupante, gran amigo de Carlos, también había muerto.
Los tres venían de pasar un día de picnic en el recreo Calacaya y el regreso con horario era obligatorio pues Monzón debía retornar a la cárcel de Las Flores a las 20 horas, tras gozar del beneficio especial en libertad. En ese presidio Monzón cumplía el 7° año de su condena y restaban cuatro más por habérselo hallado culpable del homicidio – hoy se lo hubiese calificado como femicidio, con perpetua – de su mujer Alicia Muñiz, ocurrido en Mar del Plata el 14 de Febrero de 1988.
Ese hombre había sido un niño hambriento, raquítico y menesteroso.
También había sido un joven emigrante del barro de San Javier que hunde, que siempre hunde y empuja hasta la marginalidad…
Y por último, también era el boxeador implacable, frío, calculador, potente con más instinto animal que clase académica; el campeón que convirtió a sus rivales en enemigos y los fue demoliendo hasta aniquilarlos cual fiera en defensa de su presa, su hembra o su comida.
El enorme campeón mundial, el mejor que tuvo la Argentina y uno de los mejores cinco del peso mediano de la historia – junto a Ray Sugar Robinson, Marvin Hagler, Sugar Ray Leonard y Tommy Hearns- había cerrado con su trágica muerte la parábola de su fatídica vida.
Ideal para un guión de miniserie.
La criatura salvaje, finita e infeliz que yacía inerte entre los pastos de una ruta desierta y calcinada, proyectaba con su muerte una leyenda con la inmortalidad de un mito.
Tal vez por ello la exitosa serie producida por Buena Vista, Pampa Film e Incaa fue vista el año pasado por más de dos millones de personas en la Argentina a través de la pantalla de Space. Fueron 13 capítulos que renovaron el interés de un universo que trascendió al boxeo y también al hecho cruel de una muerte absurda.
Monzón no fue sólo un deportista célebre que supo alternar con el jet set; antes bien, el hombre de quien hoy se cumplen 25 años de su muerte no supo cuidar razonablemente la vida bendecida.
Es así como de gozar viendo como hincha a Colón en las tribunas, compartir en las mesas de La Cuyanita el vermut, el truco y la comida - a veces cocinada por él mismo- con fieles amigos, alguna escapada subrepticia para una travesura amorosa menor a la hora de la siesta, las charlas y el humor de chistes reiterados, se encontró de pronto como galán en la película “La Mary” nada menos que como pareja de Susana Giménez.
Monzón se insertó en ese mundo sin crecer como persona. Le costaba manejar el idioma adecuado y los movimientos manuales. Esto lo acomplejaba fuertemente. La Giménez, Mirtha Legrand y su esposo Daniel Tinayre, después Alain Delon en París, los elencos completos de las revistas porteñas, Omar Shariff, David Niven, Ives Montand, Jean Paul Belmondo, Nathalie Delon, Mickey Rourke, la condesa Branca (dueña del fernet que lleva su apellido), la Princesa Carolina de Mónaco eran algunos de los asistentes infaltables a sus peleas en París o en Montecarlo. Cualquiera de ellos al declararle su admiración, Monzón solo les respondía con alguna sonrisa y un “muchas gracias”. Le encantaba ser uno más de ellos pero se reconocía inferior a ellos a pesar de su fama.
En cambio él se reencontraba consigo mismo en La Cuyanita, el boliche de Hipólito Irigoyen 1202 en Martínez, cuyo dueño el Gallego Iglesias, fallecido a fines de septiembre del año pasado, resultó ser su más fiel amigo. Entre sus mesas silenciosas y decadentes quedaron los mejores momentos del hombre sonriente, el Monzón pleno. Aquellas reuniones con el Pato Fillol, Pinino Mas, Vicente La Russa, Hugo Tocalli, Rimoldi Fraga, el Conejo Tarantini, el Facha Martel, García Cambón, algún juez famoso de la época, eminentes médicos de la zona, dirigentes sindicales y políticos, entre tantos… Aún están en sus paredes las fotos y los posters de grandes momentos. Y hasta el día de su muerte, Juan Carlos Iglesias honró su amistad con Monzón pues jamás le mostró a la prensa -Julio Lagos y yo éramos considerados amigos- algunas tarjetas o esquelitas de amor que le hicieron llegar bellas y famosas mujeres. Tampoco exhibió los trofeos de los que fue depositario, siquiera una pistola que Monzón le mandó a rescatar de su casa ni bien cayó preso ante la posibilidad de un allanamiento.
Allí era un hombre distendido y sonriente. En otros ámbitos o cenáculos necesitaba beber alcohol para distenderse. La miniserie lo retrata exageradamente en este aspecto pues Monzón no era un señor que se paseaba todo el tiempo con una botella tomando desde su pico, ni tampoco empujaba gente a su paso.
El cóctel de droga, alcohol, mujeres famosas, hijos con diferentes matrimonios, jet set, relaciones traumáticas, actuaciones cinematográficas, revistas del corazón y el final con homicidio configuraron una biotic dramática que despertó un extraordinario interés. Hay pocas biografías de boxeadores que fueron llevadas al cine con éxito y resultaran tan atractivas como la de Monzón.
Una gran parte de las audiencias también se sintió atraída por el deportista. Y en tal aspecto la miniserie no fue objetiva con el campeón que fue Monzón. Se lo caricaturizó subestimando su estricta disciplina en los períodos de preparación y no se reflejó el mérito de haber peleado y ganado 14 veces por el campeonato mundial, como si se tratara de un hecho menor cuando en realidad estamos frente a un récord universal cuya indestructible objetividad supera a cualquier excusa amparada en la ficción.
En cambio el aspecto judicial, el proceso, el juicio, la tarea de cada una de las partes resultaron bien reflejadas con una investigación y asesoramientos rigurosos que ofrecieron un guión impecable y magníficamente realizado.
La miniserie puso su mayor carga dramática en el asesino antes que en el deportista como si éste -el campeón- fuera la excusa para llegar hasta el verdadero sujeto de la obra: el homicida. Sin embargo, ¿sería sustentable un femicida por su abominable crimen el leit motiv de una miniserie de 13 capítulos con creciente interés?
La respuesta es no; la miniserie de Monzón fue un éxito y lo volvería a ser cuando se repita porque el criminal fue un hombre famoso, un ídolo deportivo que en esa parte resultó irrespetado.
En éste aspecto los tiempos futuros sostendrán su grandeza. Será una cifra asombrosa o una anécdota mística. Sonará en los oídos de los hombres sin edad como el protagonista dicotómico de lo epopéyico y lo abyecto. O no se dirá nada más que Monzón como si un suspiro vibrante resumiera el concepto absoluto de un todo, de un siempre, hasta comprender con misericordia que el joven pobre y marginal no alcanzó como persona la altura del campeón de boxeo y cerró la parábola de su violenta vida sin deudas pues pagó con infelicidad, cárcel y muerte trágica.
¿Puede haber una historia mejor para una miniserie?
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