Sus ocurrencias son una marca registrada en el fútbol argentino y sus charlas técnicas mezclaban chispa, táctica y sentencias por partes iguales. La gran mayoría de quienes lo tuvieron como entrenador lo evocan con una sonrisa. La misma que surge en la entrevista con Pedro Marchetta, ante cada anécdota y recuerdo de una vida disfrutada en derredor de la número 5.
La misma vida que le puso un duro oponente en 2006 cuando sufrió un ACV en momentos en que dirigía en Ecuador, pero había llegado a Argentina porque operaban a uno de sus nietos. Esa intervención salió bien, pero allí fue donde sufrió el accidente que lo llevó a estar internado por 8 meses, sin caminar ni hablar. Fue el momento de una paciente rehabilitación que ha dado frutos positivos, que nos permiten disfrutar de sus anécdotas con una memoria admirable.
Luego de su campaña como jugador, se alejó del mundo del fútbol, al que retornó como ayudante de Alfio Basile. Tras un breve paso de un año por el ascenso con Los Andes, en 1984 le llegó el turno de dirigir un equipo de Primera División y fue en un club que conocía bien: Racing de Córdoba. El domingo 6 de mayo iba a protagonizar casi una historia de ciencia ficción con una tarjeta de pronósticos deportivos (Prode) de aquel tiempo: “Teníamos que enfrentar a Ferro en el partido que cerraba la fecha e iba por televisión. Todas las semanas hacíamos una jugada de Prode con el plantel y al terminar los encuentros de la tarde, teníamos 12 puntos. Por eso la charla técnica la di con la boleta en la mano, para que se motivaran más. Salieron a la cancha con todo. Antes de los 15 minutos, el Pato Gasparini hizo un golazo después de un doble sombrero, pero enseguida nos empataron. A falta de cinco minutos conseguimos un tiro libre, que era ideal, porque el canchero, en lugar de marcar la línea del área chica, le había hecho como una zanja (risas). El Pato pateó apuntando ahí, la pelota dio justita, se le levantó al arquero Ferrero y se le clavó en el ángulo. Habíamos arreglado que nadie decía nada del Prode, pero al terminar me entrevistaron para la tele y yo estaba con la típica sanata de los técnicos, que estábamos bien por la victoria, etc, etc, hasta que apareció Quiñones, el lateral izquierdo, diciendo que habíamos ganado el Prode. Se armó un lío tremendo. Al final hubo como 100 ganadores y nos salió más cara la cena de festejo ese día que lo que cobramos por el Prode”
Si hay alguien importante en la carrera de Marchetta como entrenador es Alfio Basile, quien confió en él, cuando Pedro ni pensaba dedicarse a la dirección técnica: “Fue mi maestro, con quien aprendí el manejo de un plantel y los secretos tácticos. Haber sido su ayudante de campo fue una escuela tremenda. En 1981 estábamos en Instituto y teníamos que enfrentar por cuarta vez en el año al Boca de Maradona, que no nos había podido ganar. La charla era como marcar a Diego y teníamos el plan aceitado. Bastó que pisara la cancha, verlo como estaba de enchufado, saludando a la gente, haciendo jueguito, que Coco se incorporó del banco y me dijo: “Hoy nos comemos cuatro” (risas). Y así fue, 4-1 con tres de Maradona. Era letal y cuando estaba bien, su equipo jugaba con 12. Jugar al fútbol es la pasión de su vida. Hoy no lo veo en su plenitud, está como un escalón debajo de la vitalidad que tuvo siempre”.
Cuando menos se lo esperaba, llegó una frase de Basile que le cambiaría el futuro: “Estábamos en Uruguay, trabajando en Nacional y Coco me sorprendió: ‘Tenés que arrancar solo’. Me tomó desprevenido porque yo estaba muy cómodo como su mano derecha, más las explotaciones gastronómicas que tenía, donde me iba muy bien. Y siguiendo su consejo, me inicié en 1983 en Los Andes, el club de mi barrio. Dos años después, llegué por primera vez a Rosario Central, un grande que estaba dormido porque había descendido. El presidente del club me dijo: ‘Tenemos que armar un equipo para la categoría, porque nos fuimos a la B y la gente está muy fastidiosa’, a lo que le respondí que teníamos que armar un equipo de categoría (remarcando el “de” con énfasis). Cuando nos pusimos a armar el plantel, él me decía que eran caros los refuerzos que le proponía. Le contesté que con esos jugadores ganábamos por robo. Y además, que si éramos campeones por 10 puntos, le cobraba solo el 50% de mi contrato. Agarró viaje enseguida. Ganamos el ascenso con 12 puntos de ventaja al segundo con un equipazo: Serrizuela, Chaparro, Delgado, Scalise, Saturno, Argota, etc”.
Ese plantel, supo amalgamarse desde el primer instante. Un buen grupo que de la mano de Marchetta, daba espectáculo dentro de la cancha y se divertía afuera: “En marzo teníamos un partido en Buenos Aires, dos días antes del inicio de clases. Decidí ir a cortarme el pelo en la peluquería del hotel donde concentrábamos, pero no estaba la persona que solía atenderme y quien lo hizo me dejó un desastre (risas), parecía el corte de un chico de primaria. Cuando me vieron los muchachos salieron corriendo a comprar un guardapolvo y me lo entregaron firmado con dedicatoria “Para el alumno Marchetta”. ¿Sabés que hice? Un rato más tarde di la charla técnica con el guardapolvo puesto”.
El romance con Central había sido inmediato y el idilio prometía tener varios capítulos más, sin embargo, a poco de conseguir el ascenso, Pedro se marchó: “Al mismo tiempo que logramos el título, Coco Basile dejó de ser el DT de Velez y me recomendó. En Central dieron un poco de vueltas con la renovación y decidí irme a Liniers. Ahí se produjo algo que debe ser un récord: Dirigí en dos fines de semana a los dos equipos al mismo tiempo. (Sábado 23 de noviembre en Rosario: Central 5 – Sarmiento 1 y al día siguiente, Velez 2 –Gimnasia 2 en Liniers. Sábado 30 de noviembre: Almirante Brown 2 – Central 1 y 24 horas más tarde en cancha de Deportivo Español, Velez perdió con el local 3-0). Desde chico fui fanático de Racing, donde tuve la suerte de jugar varios años, pero cuando llegué a Central, me enamoré”.
Diez años antes de ese inmenso reconocimiento atravesó por las circunstancias que vivió buena parte de la sociedad, en tiempos de la dictadura militar: “A mediados del ’76 me vinieron a buscar al hotel donde trabajaba en la ciudad de Embalse, en un emprendimiento junto a un socio que era peronista como yo. El tema comenzó porque él le había ganado la licitación a Saint Jean, que se la tenía jurada. A mi socio lo detuvieron un tiempo antes. La mano venía complicada, a tal punto que Roberto Perfumo, amigo desde la adolescencia y concentrado en ese momento para jugar con River la final de la Libertadores contra Cruzeiro, me avisó que me fuera del país porque me iban a ir a buscar. ¿A dónde me iba a ir con dos hijos chicos? Primero me llevaron a la delegación policial de Río Cuarto y luego me trasladaron a Buenos Aires. Estuve en el Departamento Central de Policía, donde viví cosas horrendas. Pensé que no iba a salir vivo de ahí”.
Sin embargo, en medio de las tinieblas, apareció una luz, una esperanza y pudo abrazarse a la libertad: “Yo había caído y no tenía nada que ver. Pero podría haber sido boleta tranquilamente. Ahí adentro te volvés medio loco y más con mi personalidad. Invité a pelear a un principal de apellido Patané, que me amenazaba de palabra y con la pistola en la cintura. El que me salvó la vida fue Anselmo Flores Jouvet, un militar que revisó mi legajo y se dio cuenta que estaba ahí por error. Me liberaron y volví a Embalse, pero habíamos perdido todo, porque nos sacaron la concesión. Tuve que empezar de cero”. El año anterior, había sido involuntario testigo de un hecho que marcó lo que eran los días del (des) gobierno de María Estela Martínez de Perón: “Teníamos la concesión gastronómica de la residencia de veraneo presidencial de Chapadmalal. Era el verano del ’75 y estaba ahí cuando se produjo una situación que nos paralizó: tras un intercambio de palabras, López Rega le pegó una cachetada a la Presidenta e inmediatamente el edecán le apoyó su pistola en la sien. El clima era tremendo y ella calmó los ánimos, pero la situación era increíble”
Por su forma de ser y a través de un gran carisma, Marchetta se vinculó estrechamente con sus dirigidos. A la hora de elegir al que mejor lo interpretó, no tiene dudas: “Mariano Dalla Líbera. Era un ingeniero dentro de la cancha, un fenómeno. Él estaba un escalón arriba, pero tuve un montón de grandes futbolistas como Capria, Garnero, el Negro Palma o el Kilyi González. Hubo uno que me deleitaba especialmente: el Pato Gasparini. Una tarde enfrentábamos a Talleres en el Chateau con Racing de Córdoba y nos dieron un tiro libre cerca del área. Baley puso como siete en la barrera. El Pato dio apenas un pasito para atrás y era imposible que fuera gol. En cuanto la tocó, sentí el ruido de su suave pegada y no tuve dudas que era gol. La colgó de un ángulo”.
En el polo opuesto, el histrionismo de Pedro descarga su artillería para recordar al que más lo hizo sufrir: “El arquero Antoún… mamita. Ahora es juez en Comodoro Rivadavia. Lo tenía en Instituto y siempre me reclamaba para saber cuándo le iba a tocar ser titular. Era realista y le decía que tenía que esperar su oportunidad, detrás de Ramón Álvarez, toda una institución de la Gloria. Y llegó ese día, porque a Álvarez lo suspendieron por acumulación de amarillas. Nos tocaba con Deportivo Español, que venía tercero con un equipo tremendo. Le di todas las recomendaciones sobre las fortalezas de ellos. Nos dieron un baile de locos. Perdimos 4-2 de locales con cuatro horrores monumentales de Antoún. Se nos caía la cancha encima (risas). En el vestuario me vino a ver: ‘Pedro: le quería decir que no cuente más conmigo, que me retiro del fútbol’. Lo miré y le respondí: ‘¿Pero por qué no me lo dijiste ayer, la puta madre, y ponía a otro?’ (risas).
Dos equipos que estarán ligados por siempre a sus más grandes afectos son Platense y Racing de Córdoba. En abril de 2002 debió vivir una situación insólita en la última fecha del Nacional B. Siendo entrenador de los cordobeses, visitaban a los locales en Vicente López. Cualquiera de los que ganaba se salvaba del descenso y enviaba al otro. Un empate los condenaba a los dos dependiendo de otros resultados: “Esa tarde nos acostaron bien, con almohada y todo (risas). Nos habíamos quedado con 10 perdiendo 2-1. Logramos empatar pero se dieron los otros seis resultados que nos condenaban como los de El Porvenir, Brown de Arrecifes y la igualdad en el clásico de cuyo que salvó a Godoy Cruz. Nos durmieron bien tapaditos (risas)”.
En Vicente López dejó una catarata inagotable de anécdotas y es recordado por todos con una sonrisa en los labios. Estando allí la salud le dio el primer aviso, que él rememora con humor: “Estábamos en un entrenamiento y empecé a no sentirme bien. No dije nada y viajé a Córdoba a ver mi médico, que es el Maradona de los cirujanos del corazón. En cuanto me vio, me metió en un quirófano y me hizo dos by pass, a los que yo bauticé Erbín y Irusta, por el defensor y el arquero que tenía y me hacían sufrir como loco (risas). Se abrazaban cuando venían los contrarios al grito de ¡ahí vienen! Los quiero a los dos con el alma, pero fueron responsables del problema cardíaco (risas)”.
Su capacidad para los negocios lo llevó a tener un respaldo económico importante y no vivir exclusivamente de los avatares de la número 5. “A mis jugadores les remarcaba que si la pelota no picaba, yo comía igual. Por eso transité el fútbol con una soltura enorme y la tranquilidad de decirles a los dirigentes lo que realmente pensaba. Como el caso de Daniel Lalín, en Racing, por ejemplo. Una noche empezó: ‘No me gusta Capria’. A lo que le respondí: ‘Mirá vos. ¿Quién más no te gusta?’ Y se largó con todo: ‘Pompei y Nacho González’. Entonces lo miré: ‘Andá y deciles vos que no juegan más, porque yo me voy ya’”.
"Agarré un cenicero y le dije clarito que se lo metiera ahí (risas). Tuvo que pagarme un palo verde, porque le hice valer el contrato. Ese Racing del ’95 era un muy buen equipo, con grandes jugadores. Desde un principio les había dicho a los dirigentes que recién podía ser campeón en el tercer torneo. Cuando me fui, vino Brindisi y estuvo cerca de coronar. Lo mismo que había pasado un par de años antes en Independiente: armé el plantel, él me reemplazó y fue campeón. A Miguel siempre le digo: ‘Vos me vas a acompañar hasta el cementerio (risas), pero entrá conmigo’”.
Entre los dos cuadros de Avellaneda, se produjo su regreso al querido territorio canalla a orillas del Paraná: “Cuando volví en 1994 a Central no había una moneda. Armamos un gran equipo con los chicos del club, que eran el Kily González, Vitamina Sánchez, Lusenhoff y el Chelo Delgado. Salimos terceros en el Clausura 1994 detrás de Independiente y Huracán, pero fuimos por lejos los mejores. Es el mejor equipo que dirigí en toda mi carrera sin ningún lugar a dudas”.
Su vinculación con el fútbol de Córdoba comenzó al ser ayudante de Basile y con el paso del tiempo lo llevó a dirigir a los cuatro grandes de la provincia: “Es una gran satisfacción y es un hecho que me lo recuerdan a cada paso. Un verdadero orgullo dentro de una provincia que amo. Tengo desde unos años una escuela de alto rendimiento, un centro deportivo de doce hectáreas con once canchas en Córdoba capital. Con la rehabilitación vengo espectacular, gracias a la kinesióloga que tengo, así que en cualquier momento corro los 200 metros (risas). Para mí es una bendición ir todos los días a hacer los ejercicios, me hace sentir bien. Pero el fútbol es lo que más gusta, va a ser siempre mi pasión. Es mi vida”
Una vida bien vivida Pedro. Con más luces que sombras. Con la felicidad de hacer lo que te gusta y dejar esa sonrisa eterna en todos los que te conocen.
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