Perdió el 80% de la audición, pero llegó a atajar en Primera y Bilardo lo citó a la Selección: la historia de película del Mudo Cassé

Hincha de River y admirador del Pato Fillol, aprendió a hablar y leía los labios a la perfección. Surgió en Gimnasia La Plata, pero se destacó en Temperley, donde se transformó en el héroe del ascenso a Primera en 1982

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Cassé y Fillol, una amistad que trascendió el fútbol
Cassé y Fillol, una amistad que trascendió el fútbol

Tras el sorteo protocolar, mientras se acomodaba los guantes, Héctor Jorge Cassé encaró hacia el arco de la tribuna donde se ubicaban los hinchas de San Lorenzo, que lo aguardaban con una sorpresa. Alambrado de por medio, los fanáticos rivales comenzaron a agitar los brazos siguiendo una coreografía, con una coordinación perfecta, al ritmo del clásico “Cassé, compadre...”. Pero no emitían sonido. El arquero no pudo contener la sonrisa, de alguna forma, agradeciendo la ocurrencia. Porque el Mudo, que a pesar del apodo podía hacerse entender bien aún habiendo perdido el 80% de la audición cuando era pequeño, había aprendido a tomarse con humor su discapacidad; la supo transformar en un motor que lo impulsó a llegar a ser un futbolista de élite, al punto de haber sido citado por Carlos Salvador Bilardo a la Selección en la etapa embrionaria del plantel que luego se consagró en el Mundial de México 1986.

En tiempos en los que la inclusión por fin ganó un lugar preponderante en la agenda de la sociedad, la historia de Cassé marca el camino. Porque a los 9 meses una otitis mal curada le arrebató la porción mayoritaria de la audición. Pero lejos estuvo de claudicar ante sus sueños. Nació el 21 de junio en Salliqueló, provincia de Buenos Aires, y sus papás, Raquel y Héctor, debieron encarar con amor un desafío mayúsculo en la vida familiar. El hermano mayor y la hermana menor del guardameta también sufrieron trastornos de audición. El del medio murió a los cinco años a causa de una leucemia.

Pero aún en ese contexto, con el empuje de su entorno y una generosa ración de amor propio, salió adelante. A los tres años lo internaron en el Instituto Oral Modelo para ayudarlo a vencer las dificultades: desde chico se disgustaba cuando le hablaban con lenguaje de señas. Aprendió a leer los labios. Y algunos fines de semana disfrutaba del placer de salir del Instituto para ver fútbol, y en especial a River, sus dos pasiones.

Los domingos cuando salía del Instituto me llevaban a la cancha. Soy hincha de River, de Alonso, de Fillol. Fillol es un gran amigo, me regaló su camiseta. Yo miré siempre a los arqueros... a Amadeo, fue el primero, después Gatti y Fillol. River y Temperley... Los quiero”, comentó en una entrevista con la revista El Gráfico en 1985.

Su nivel de observación, el empeño para superarse y sus condiciones lo llevaron a transformarse en un portero de élite. Debutó en Primera en 1979, con el buzo de Gimnasia y Esgrima La Plata. Quien tomó la decisión de darle la oportunidad fue Antonio Rattín, emblema de Boca y entonces entrenador del Lobo. No necesitó dar demasiadas explicaciones para fundamentar su apuesta: “Lo puse porque era muy buen arquero. Su problema no pesaba para nada”.

De La Plata se mudó a Temperley en 1986. En el conjunto celeste estuvo seis años y se convirtió en una leyenda. Hasta se ganó el cantito propio, el “Mudo corazón” atronó con más fuerza a partir del 21 de diciembre de 1982, cuando resultó la gran figura de la final por el ascenso a Primera contra Atlanta.

En el duelo de ida había sido victoria para el elenco del Sur por 2 a 1, con una sobria actuación del arquero, que resolvió más de media docena de chances de gol. En la vuelta, el Bohemio sacó un 1-0 que llevó la definición de la plaza en la élite a los penales que resultó agobiante: cada equipo pateó 26 penales. Cassé le tapó la ejecución a Enrique Hrabina y pasó a la historia de la institución, junto a un plantel que también integraban nombres como Hugo Issa, Mario Finarolli, Ricardo Dabrowski y un joven Darío Siviski.

El entrenador era Carlos Pachame, quien tiempo después se convirtió en mano derecha de Carlos Bilardo en la Selección. Fue allí que el Narigón lo convocó a entrenarse con la Albiceleste, aunque no llegó a tener minutos oficiales. Todo un hito para un protagonista que debió lidiar con dificultades extra. Por ejemplo, los encuentros en días de lluvia representaban un obstáculo extra, porque los truenos le molestaban. “Yo, tranquilo”, repetía, como prueba de autodominio.

Héctor Cassé, junto a Fillol en un partido a beneficio

Se divertía a la par de sus compañeros con las bromas por su problema de audición. En Temperley, el ex zaguero Pablo Erbín le prestó su automóvil, con la condición de que lo ayudara a arreglarlo, porque supuestamente tenía trabada la bocina. El resto de los integrantes del plantel se tapaba los oídos, actuando un sonido permanente y ensordecedor. Cassé revisó los cables, abrió la bocina, siempre con paciencia, mientras sus colegas se reían a carcajadas. Hasta que detectó que había sido blanco del chiste. Y se sumó al coro de risas.

MI ÍDOLO, MI AMIGO

Dicho quedó, Ubaldo Matildo Fillol era su gran espejo, al punto que atajaba con un buzo que el Pato le había regalado. “Tuvimos una gran amistad, he ido a su pueblo, le he llevado flores a su tumba, lo he ido a ver cuando estaba enfermo. Era un ejemplo”, le dijo el arquero campeón del mundo en 1978 a Infobae.

En efecto, tras el fallecimiento del Mudo, Fillol supo trasladarse a Salliqueló para homenajearlo. “Él ascendió con Temperley en el ’82 y yo jugaba en River todavía. Nos enfrentamos varias veces, después me enteré que era fanático de River, y nos reímos muchos años después, porque cuando nos juntábamos él gritaba: ‘Pato Fillol’, y me imitaba cómo caminaba, hacía divertir a todo el mundo, fue un pibe bárbaro”, dijo en ocasión de la visita.

Tras el pico de rendimiento en Temperley, que ante sondeos de clubes grandes optó por declararlo intransferible, gesto que prueba su valía; pasó por Quilmes (también sumó un ascenso), Douglas Haig, Deportivo Maipú de Mendoza, Central Córdoba de Santiago del Estero, Belgrano de San Nicolás, Atlanta y Excursionistas (ya a mediados de los 90, en un intento de volver a la actividad). Murió en 2003 a causa de un tumor pulmonar: mientras la enfermedad se lo permitió, jugó con los veteranos de GEBA y trabajaba como remisero. Ya había dejado un testimonio imborrable: el de haber atajado todos los complejos para cumplir su sueño.

EL INCREÍBLE CASO DE CARLOS DE MARTA

De Marta llegó a Primera y construyó una interesante carrera, superando el obstáculo de su condición de hipoacúsico. Murió en 2016
De Marta llegó a Primera y construyó una interesante carrera, superando el obstáculo de su condición de hipoacúsico. Murió en 2016

El caso Cassé tuvo un antecedente: Carlos de Marta, ex mediocampista, que llegó al más alto nivel siendo sordomudo. También actuó en Los Andes, Temperley, Belgrano, Huracán, Cipolletti de Río Negro, Argentino de Quilmes y Defensores de Cambaceres.

Anotó un gol, con la casaca de Temperley, ante Newell’s. Y en una curiosidad que dejó un mojón en la historia del deporte. Fue expulsado por... insultar al árbitro. Sucedió en noviembre de 1972, en un encuentro entre el Pincha y el Globo en el palacio Tomás Adolfo Ducó.

Rodeado por la ira de los jugadores albirrojos tras la haberles otorgado un penal a los platenses y luego haber anulado su decisión, el árbitro Washington Mateo le mostró la tarjeta roja a De Marta. Y en el informe detalló que la sanción había sido por un “insulto”; además recomendó una pena fuerte.

Días después, De Marta debió comparecer ante el Tribunal de Disciplina de la Asociación del Fútbol Argentino. Y el órgano advirtió el error, dada la condición de hipoacúsico del futbolista. En consecuencia, no fue sancionado duramente como recomendó el juez, pero sí recibió una fecha de suspensión. Apenas una citcunstancia, en otra conmovedora historia de superación.

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