Los argentinos suelen vanagloriarse de los más variados inventos y marcas a nivel mundial. El fútbol ha aportado a la causa con un hecho que no debe tener precedentes: un partido que comenzó en dictadura y culminó en democracia. Ferro y Racing disputaron 75 minutos el jueves 1 de diciembre y los 15 restantes el martes 13. En el medio, el sábado 10, Raúl Alfonsín asumió la presidencia.
Fue un campeonato muy disputado, tanto en la lucha por el título como por escaparle al descenso, en la tabla de los promedios inaugurada para esa competencia. El cruce relevante de aquella 32° fecha lo iban a protagonizar en campo de Ferro Carril Oeste, Racing y el cuadro local, que era el cómodo líder con tres puntos de ventaja por sobre San Lorenzo e Independiente, mientras que la academia penaba por mantenerse en primera, con un bajo promedio y solo Nueva Chicago y Temperley por debajo.
La figura de Ferro era Alberto Márcico. Talentoso, rápido e inteligente, le daba la cuota de magia a un equipo perfectamente trabajado por Carlos Griguol y que desde hacía tres temporadas, estaba en la lucha de todos los torneos. Así lo recuerda el Beto: “Éramos sólidos y nos hacíamos muy fuertes en nuestra cancha, que por sus dimensiones nos permitía desplegarnos bien, con Arregui por la derecha y Cañete por izquierda. El viejo Griguol nos inculcó que había que pelear los primeros puestos. Era un equipo sensacional”.
El partido comenzó como se esperaba, con Ferro lanzado al ataque, Racing parado de contra y con una evidente tendencia al juego brusco, que el árbitro Ricardo Calabria no castigaba, con su tendencia a agilizar el ritmo. El monólogo no tenía correlato en la red adversaria por el que era su principal déficit: la falta de eficacia. La monotonía de la noche se sobresaltó a los 60 minutos cuando Márcico marcó un gol que fue anulado, como lo evoca el propio delantero: “Luego de convertir vi que el juez de línea levantó la bandera para anularlo por posición adelantada. Entonces le hice el gesto de que la pelota había sido peinada por un defensor de ellos, por lo que yo quedé habilitado. Él entendió cualquier cosa, pensó que le había hecho el ademán diciendo que estaba loco, lo llamó a Calabria y me expulsó”.
Los hinchas locales se enardecieron, no solo por el gol anulado, sino por la expulsión de su as de espadas. Comenzaron los cantos, los insultos y un ambiente poco habitual en ese estadio, aunque era el denominador común, no solo del fútbol argentino, sino de una sociedad que sentía el ahogo de una dictadura que parecía no tener final, aunque se estuviese a apenas 9 días del arribo de Raúl Alfonsín a la casa de gobierno.
Ferro siguió presionando y diez minutos más tarde consiguió la ansiada apertura del marcador en los pies de Carlos Arregui, su muy buen volante, que era uno de los símbolos de la regularidad de aquel equipo. Una vez retirado, dejó de pertenecer al mundo del fútbol y encaró varios negocios. Las cíclicas crisis argentinas, lo llevaron a tener que seguir su rumbo fuera del país. Actualmente vive en Italia, en una localidad cercana a Venecia, desde donde desgrana los recuerdos de ese día: “Veníamos bien en el torneo, como nos pasaba siempre en aquellos años. Del partido me acuerdo muy poco, pero si del gol. Fue una jugada bien armada. Me vieron libre entrando sobre la derecha y cuando pisé el área definí arriba, ante la salida del arquero. Fue en el arco donde estaba la popular nuestra y festejé con ellos”.
Apenas cinco minutos más tarde, se produjo la situación que marcó un quiebre en la noche. Desde las viejas plateas de madera que daban sobre la avenida Avellaneda (hoy ya demolidas), comenzaron a caer cosas al campo de juego. De pronto, el juez de línea de ese sector, corrió hacia el centro del campo, para mostrarle al árbitro que uno de los proyectiles le había dado en el cuero cabelludo, provocándole una herida. El hombre en cuestión es Orville Aragno, quien aún tiene frescos los aciagos momentos vividos en aquella jornada: “Ir a dirigir a Ferro era sinónimo de tranquilidad, porque era gente muy correcta y educada. El tema es que tras la expulsión la cosa se complicó. Nunca tuve dudas sobre el gesto de Márcico, me hizo la seña de que estaba loco. En cuánto sentí el impacto, me fui derecho a donde estaba Calabria para contarle lo sucedido. Él me pedía que esperara, pero yo tenía la decisión tomada. Debía irme y me fui”.
La incertidumbre ganó a los presentes. Las dudas sobre la continuidad del juego se iban disipando en dirección a una posible suspensión. Calabria movía los brazos indicando que todo había concluido. Orville Aragno cuenta lo que se vivió después: “El presidente de Ferro, Santiago Leyden, era cirujano dental y fue quien me cosió en primera instancia. Cuando estuvimos más calmados, fuimos por dentro del club, para evitar el cruce con los hinchas, hasta una comisaría que estaba a unos metros para hacer la denuncia. Nunca supe con que me habían pegado, aunque me dijeron que con una pila de radio. Lo gracioso fue que cuando fui a cobrar el sueldo unos días más tarde, mis compañeros para hacerme una broma, me pusieron una pila dentro del sobre donde estaba el dinero”.
La duda quedó instalada, sobro todo en la gente de Ferro, porque sostenían que en esa platea hubo simpatizantes de ambos equipos. El Tribunal de disciplina debía actuar rápido, ya que el domingo debía disputarse una nueva fecha del torneo con un agregado: el fin de semana anterior no había habido fútbol por una huelga de árbitros, en repudio a la gran cantidad de agresiones que habían sufrido en distintos estadios. Fue un viernes de arduas gestiones entre los jueces y Julio Grondona. Se llegó a un acuerdo y se llevó adelante la fecha. Ferro llevó la peor parte con las sanciones, ya que fue impedido de actuar dos días después en su estadio ante Platense y por las cuatro fechas de suspensión que recibió Alberto Márcico.
Y aquella ventaja de los verdes al iniciarse la fecha del jueves, se había pulverizado en cuestión de horas, porque al tiempo que se suspendía el match con Racing, Independiente vencía a Estudiantes 2-1, quedando a un punto. El domingo, actuando como local en Atlanta, Ferro cayó sorpresivamente con Platense y fue superado por los rojos, que doblegaron a Nueva Chicago 3-2. Racing continuó con su mala racha, ya que fue claramente superado por Huracán en Parque Patricios por 3-1. En las horas posteriores se decidió que los 15 minutos restantes se iban a jugar el martes 13 en cancha de Atlanta a las 18 horas en dos tiempos, uno de 7 y el otro de 8 minutos.
En el medio de esos febriles días, se produjo la hermosa conmoción por el regreso de anhelada democracia. El sábado 10 de diciembre, Raúl Alfonsín asumió el cargo de Presidente de la Nación, dejando atrás la más oscuras de las noches, vivado en las calles por aquellos que lo habían votado y por los que no también. Argentina recuperaba sus instituciones y eso estaba por delante de todo. También en el devenir de esas horas se disputaron dos fechas más del torneo, con suerte diversa para ambos: Ferro venció a Boca 2-1 y luego quedó libre, al tiempo que la academia aventajó por la mínima a Instituto y cayó frente a San Lorenzo 1-0.
Y llegó el martes 13 para completar el match inconcluso. Ferro a la cancha con diez futbolistas, con un esquema de 4-3-1-1, tratando de hacerse fuerte en su campo y a la espera de alguna contra. La desesperación de Racing se tradujo en una táctica ofensiva (3-3-4), quemando las naves en busca de la quimera del empate. Carlos Caldeiro era un joven integrante de aquel plantel, hincha de la academia y surgido de las inferiores. Había debutado en primera de la mano de José Omar Pastoriza en 1981 y sería un actor fundamente de esa tarde: “Yo estaba sin jugar, pero el equipo siempre tenía cambios. Esa fue una de las razones fundamentales de la mala campaña: las constantes modificaciones que hacía Pizzuti. Sinceramente no teníamos demasiadas ganar de jugar esos quince minutos y contra Ferro, al que era casi imposible hacerle un gol”.
La soga del descenso parecía apretar cada vez más y no se avizoraba ninguna solución. Sumado a ello, el clima en el vestuario no era el mejor: “La situación era muy nárquica entre nosotros también, ya que había más de 30 profesionales. Pizzuti era muy cuestionado. Yo reconozco haberme portado mal con él, por esas falencias propias de la juventud, con declaraciones fuertes en su contra, sin el respeto que se merece. Pero había cosas que me chocaban, como cuando contra Unión me mandó a marcar a Regenhardt, que estaba en el fútbol español… Pero las trayectorias son importantes y eso no lo supe en aquel momento” El ataque desesperado de Racing, un par de contras infructuosas de Ferro, y el reloj que avanzaba sin parar. El destino parecía estar marcado para sentenciar la inutilidad de los famosos 15 minutos. Hasta que en los últimos 60 segundos, llegó la gran emoción que Caldeiro rememora: “Se terminaba el mini partido y llegó un centro casi frontal al área que cayó en el punto del penal, donde estaba Víctor Marchetti de espaldas al arco. Resolvió de la única manera que podía, con un taco hacia la zona derecha de la defensa, que me dio una perfecta diagonal a mí. Cuando salió el arquero, la crucé de zurda por debajo de su cuerpo. Fue una locura. Viendo las imágenes, me doy cuenta que tenía capacidad para correr (risas), porque salí disparado en busca de la tribuna, pese a que no era de festejar mucho los goles. Hicimos realidad un imposible”.
El cuadro de caballito perdió un punto vital en la lucha por el título, quedando debajo de Independiente por una unidad. Dos días más tarde, en una nueva fecha completa, donde los hombres de Griguol se alejaron casi en forma definitiva del sueño, al caer con Central en Rosario. Por el contrario, Racing alentaba grandes esperanzas de salvación. Sin embargo, la realidad iba ser muy distinta: “48 horas más tarde fuimos a jugar a nuestra cancha con Unión y veníamos con el envión anímico de ganar un campeonato, porque hacerle un gol a ese Ferro era como salir campeón. Ganábamos 2-1 con un gol que hice de cabeza, en lo que era una casualidad porque no cabeceaba nunca (risas) a los 85 minutos. A mí me gustan las cosas limpias, el fútbol como arte, pero a veces me planteo porque no hicimos alguna trampa ese día. Enfrente teníamos un rival que no jugaba por nada, vamos en ventaja hasta los instantes finales y solo restaban dos más. Podríamos haber hecho algo… Si vencíamos a Unión, necesitábamos dos de los cuatro puntos que quedaban en juego (Racing de Córdoba e Independiente) y esperar algunos de los otros resultados para salvarnos. Y además, hubiésemos salido a la cancha de otra manera contra los cordobeses. El gol que nos hizo Brindisi sobre la hora y que fue el 2-2 definitivo, nos condicionó anímicamente para lo que seguía. En mi caso particular, llegué como loco al vestuario, al punto que rompí una camilla. Estaba mal y me planteé la rebeldía de hacer alguna trampa”.
Tres días más tarde, llegó la jornada más triste en la gran historia de Racing. Su propio estadio, donde se encerraban miles de leyendas y tardes gloriosas, sería testigo del fatal desenlace del descenso: “Nosotros éramos malos, esa es la realidad. Los buenos nunca se van al descenso (risas). Pero ojo que también es malo el que pone a los malos. La responsabilidad hay que repartirla. La tarde contra Racing de Córdoba fue tremenda, pero era algo que se veía venir, desde el año anterior cuando nos salvamos en la anteúltima fecha contra Instituto en Córdoba. Ahí viví una situación particular, porque en la última debíamos enfrentar a Nueva Chicago, que peleaba por mantenerse. Los otros equipos que luchaban con ellos por la permanencia nos ofrecieron plata por ganarles. Nos cuadriplicaban lo que nos pagaba Racing por cada encuentro. Esto llevó a discusiones fuertes en el vestuario, minutos antes de salir a la cancha por cómo se iba a repartir el dinero en caso de obtenerlo, porque había varios muchachos que no iban a jugar. En esos tiempos, solía haber personas dentro del camarín, que nada tenía que hacer allí y por eso, a los cinco minutos de comenzar, ya mucha gente estaba al tanto y nos cantaban vendidos. Una cosa de locos que se mantuvo por años dentro del mundo Racing. Chicago nos ganó bien y se salvó”.
Como en un vía crucis perpetuo de 1983, a la Academia aún le restaba un partido más en ese torneo y era nada menos que contra Independiente de visitante, que con un punto se consagraba campeón. Fue victoria 2-0 con vuelta olímpica. Caldeiro estuvo allí: “Pizzuti estuvo muy bien porque fue preguntando uno por uno quien quería jugar. Yo le dije que sí, pero respeté a los que no quisieron estar porque ya se había terminado todo. Era durísimo por el rival, las circunstancias y por tener enfrente al técnico que me puso en primera. Pastoriza siempre fue un fuera de serie, que me gritó todo el tiempo. Apenas terminó, antes de festejar con su gente, al primero que abrazó fue a mí, en un gesto extraordinario”.
Frases y testimonios de un partido que entró en la historia. Tanto del fútbol (por su especiales características) como fuera de él, porque se inició con los últimos nubarrones del proceso militar todavía amenazando, pero que concluyó con el limpio cielo de la democracia recuperada.
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