La sabiduría. Ese bien tan preciado y caído en desuso, que ha ingresado en los terrenos de la escasez por la impetuosa manera en que se vive, con una inmediatez que lleva a ser perecedero hasta lo más valioso. Pero la sabiduría resiste. Esa que no solo consiste en tener amplios conocimientos de música o historia. La más importante es la de las cosas simples y hacerlas convivir con naturalidad. Y allí se inscribe Osvaldo Piazza. El que combina el lunfardo con el acento francés o el aroma de los potreros de Lanús con las refinadas fragancias de Saint Etienne. El pibe de barrio que llegó a Monsieur.
“El debut en primera tardó tanto en llegar que hasta me había hecho la idea que no iba a poder ser jugador, más allá que era mi sueño desde chico. Desde los tiempos del colegio cuando una vez la maestra le dijo a mi vieja: ‘Su hijo me tiene podrida con el fútbol’. Hice las inferiores en Lanús, siendo capitán en cada categoría, pero parecía que me iba a quedar a vivir en la reserva. Fui el último de mi camada en llegar y porque a Cornejo lo habían echado contra Boca. Eran los tiempos de Onganía, que había decretado que los expulsados debían pasar un mes en prisión. Por esa locura, debuté una semana más tarde contra Estudiantes”
La alegría de tocar el añorado cielo con las manos, tenía el contraste de un tiempo complicado para el Grana del sur: “Era difícil. No solo porque nos fuimos al descenso en 1970, sino porque llegamos a estar ocho meses sin cobrar. Casi pierdo mi casa, pero me salvó un gerente del Banco Provincia de Lanús. Por suerte, detrás de las penurias, siempre aparecen las buenas. Y aquella buena acción de esa persona, me hizo cambiar el enfoque, sacarme de la cabeza mis dudas acerca de si había elegido bien en ser futbolista”
La tarde del domingo 26 de marzo de 1972 se presentaba pesada y nublada. Para Lanús el panorama era aún más gris, porque estaba último y debía visitar al puntero (Boca). Acarició la hazaña (ganaba 2-0), pero los locales tuvieron una remontada increíble, ganando 3-2 con goles en los últimos 15 minutos. La prensa, destacó por sobre las virtudes del ataque xeneize, la solidez y calidad del número 2 del cuadro perdedor. La tarde que cambió la vida de Osvaldo Piazza
“El director deportivo de Saint Etienne había ido a presenciar el partido porque estaba en Argentina observando defensores. Al terminar el encuentro, no dudó y le dijo a su acompañante argentino: ‘Quiero a ese, quiero a ese’. Unos días más tarde, este dirigente francés me comentó sus planes, me habló de su entusiasmo por mi actuación y me dijo que iba a hablar con los dirigentes de Lanús. Como si fuera poco, en esas semanas, Juan José Pizzuti me convocó a la Selección. Todas las buenas se encadenaron”.
En junio, el viaje a Brasil para vestir la celeste y blanca en la Copa Independencia, de gran trascendencia: “Jugué casi todos los partidos por un desgarro del Zurdo López y en el hotel conocí a cuatro futbolistas de la selección de Francia, que también concentraba allí, que estaban en Saint Etienne y que serían mis compañeros”.
Aquel certamen, que no terminó bien para Argentina, fue la antesala de la nueva vida de Osvaldo: “La adaptación fue muy, pero muy difícil. Cuando iba a la derecha, la pelota andaba por la izquierda y viceversa. Los primeros ocho meses fueron malísimos y no solo en el plano profesional. Nunca había visto la nieve y de pronto la tenía en los pies y me resultaba molesto y dificultoso. También eran diferentes la comida y hasta las charlas en el vestuario. Algo similar le pasaba al arquero, que era yugoslavo y vivía en el mismo hotel que yo. La primera noche fuimos caminando diez cuadras hasta el restaurant que nos había asignado el club. Llegamos doblados de risa porque no nos entendimos una palabra. La dueña del lugar nos esperaba y no comprendía porque nos reíamos y además no se lo podíamos explicar ninguno de los dos (risas)”
“El técnico siempre creyó en mí y me buscaba un lugar en el equipo, incluso poniéndome de volante. Hasta que se dio cuenta de que yo tenía que tener una referencia, alguien para marcar y comencé a jugar de stopper, un puesto realmente ingrato. De a poco fui entrando en confianza y un día le dije que me permitiera participar del juego, más allá de cumplir mi función de tratar de anular al nueve rival. Y fue una explosión, porque empecé a estar más seguro y hacer goles, algo ajeno al stopper. De pronto, todos los medios hablaban de Piazza. El equipo también me ayudó, porque cuando llegué estaba en plena transición y explotamos juntos. A partir de mi segunda temporada (1973/74) fuimos campeones tres años seguidos de la liga y obtuvimos tres veces la Copa de Francia”.
Ese poderío local, que hizo del Saint Etienne un equipo que parecía invencible, lo llevó a cruzar las fronteras y afrontar con aplomo la Champions League. En la edición 1974/75 arribó hasta las semifinales y un año más tarde, una histórica final en Glasgow: “Estábamos en un gran momento y tuvimos que enfrentarnos con Bayern Munich, que tenía entre otros a Sepp Maier, Franz Beckenbauer, Karl-Heinz Rummenigge y al goleador Gerd Müller, a quien tuve que marcar. Me repetía a mí mismo todo el tiempo, como hacía siempre: ‘Concentración, concentración, no mires la pelota, obsevalo a él’. Müller era un fenómeno, porque aguantaba la pelota como nadie y era muy certero por como ubicaba los remates. Haber perdido 1-0 fue una amargura muy grande en el momento, pero con el paso del tiempo hay orgullo por cómo jugamos”.
En aquellos tiempos, las noticias del fútbol europeo llegaban escasas y con retraso a Argentina. Sin embargo, tantos años seguidos de actuaciones brillantes de Piazza hicieron que Menotti pusiera sus ojos en él, en la recta final rumbo al Mundial ’78. “Me encantaba su idea de juego, porque era revolucionaria para la época. Se pusieron de acuerdo los dirigentes de AFA con los de mi club, César me vino a buscar y viajamos juntos desde París a principios de abril. En el viaje me contó que el Mundial era como un tema de Estado y por eso había tanta seguridad esperándonos en Ezeiza. A tal punto que, pese a ver a mi mamá detrás de una valla, no la pude ni saludar. Dos autos nos aguardaban y en ellos salimos rumbo a la concentración en Moreno. A los dos días, Argentina enfrentaba en un amistoso a Rumania en cancha de Boca y Menotti me preguntó si quería jugar, a lo que le respondí que no, que quería conocer más a mis compañeros. 24 horas después, estando en el edificio de AFA para recibir una infiltración del doctor Oliva, médico de la Selección, el dirigente D´Onofrio me dijo: ‘Mire Piazza, lo están llamando desde Francia y me parece que no son buenas novedades’. Tomé el teléfono y del otro lado de la línea estaba el director del hospital de la localidad de Salón – de – Provance: ‘Osvaldo, pasó algo muy delicado. Su esposa y las dos chicas tuvieron un grave accidente con el coche en una autopista’. Imaginate mi desesperación. Aquí era de noche y madrugada en Francia. No había aviones a esa hora para irme para allá”.
Angustia e impotencia conviviendo en un hombre a miles de kilómetros de sus seres más queridos, en medio de un sueño profesional a punto de truncarse: “César estuvo muy bien: ‘Vaya Osvaldo, usted seguramente va a poder volver y yo lo voy a estar esperando’. Cuando llegué el panorama era totalmente desalentador porque mi esposa estaba en terapia intensiva con seis fracturas complejas, mi hija mayor de cuatro años, apenas se había lastimado algunos dientes y la más chiquita, con apenas 20 días, la trasladaron a una clínica en Marsella, a 60 kilómetros, con una doble fractura de cráneo. Llegué a ver el estado en que quedó el auto. Era impactante. Estaba hecho pelota. Fue un milagro”
“A los quince días de estar allá lo llamé a Menotti: ‘Éste es mi único Mundial, vivo esta posibilidad con una ilusión enorme, pero no estoy en condiciones de darle lo que usted está esperando de mí’. Me respondió que lo pensara bien y que si era necesario, me daba diez días más, pero mi decisión ya estaba tomada”.
Un año más tarde llegó la hora del regreso, de volver a los aromas del barrio, de sentirse otra vez pibe de barrio, con el porte de Monsieur: “Justo antes de volver, el club compró a Michel Platini, un crack total con quien solo compartí algunas prácticas. Al finalizar una de ellas, me dijo que quería hablar conmigo y camino a las duchas me preguntó: ‘¿Por qué te vas?’. Yo le respondí: ‘Sabés qué pasa, dos vedettes en el mismo equipo no pueden estar’ (risas). Cuando lo comentó en forma risueña en el vestuario, los muchachos le dijeron: ‘Suerte que se va Osvaldo, porque acá, ibas a tener que pelear con el por ser el más conocido del club’.
A mediados de 1979, Vélez Sarsfield le abrió las puertas y por allí ingresó Osvaldo para sentir nuevamente en la piel al fútbol argentino. Un año más tarde, también desde Francia, se produjo otra repatriación: “Con Carlos Bianchi tenemos vidas paralelas. Nos convocaron casi al mismo tiempo a la Selección, llegamos a Francia con un año de diferencia, el mismo lapso para pegar la vuelta. Es un gran amigo y fue un goleador extraordinario. Cuando nos enfrentábamos allá, el diario deportivo L’ Equipe nos dedicaba una doble página. Pasamos años muy buenos en Vélez y yo en 1982 regresé a Francia. Estando allá, el director deportivo del Stade Reims, donde Carlos había sido un tremendo goleador, me dijo que lo llamara para que volviera, con la oferta de jugar una temporada y luego retirarse para iniciar el curso de entrenador. Así lo hizo y comenzó otra parte exitosa de su vida”.
A mediados de 1986, la itinerante vida de Osvaldo decidió anclar definitivamente en nuestro país, con intenciones de estrenar el título de entrenador obtenido en Europa: “Quería comenzar a dirigir, pero en un equipo chico y lo hice en Argentino de Quilmes. Más tarde en Almirante Brown, donde estuvimos a un paso del ascenso a Primera. A fines de 1992, un dirigente de Vélez me contactó porque estaban buscando técnico, pero como yo era consciente que aún no tenía el target para ese cargo en ese momento le dije sin dudar: ‘¿Sabés quién tiene que ser el DT de Velez? Carlos Bianchi’. Entonces lo llamé: ‘Carlos, vení porque no puede ser otro que vos, contáctense con la gente del club y venite’. Se dio el arreglo y enseguida me ofreció ser su ayudante, pero decliné la invitación, porque ya me había largado solo. Es un tipo fenomenal que después me da la posibilidad de dirigir el equipo en 1996 cuando se fue a la Roma y faltaban cuatro fechas para concluir el Clausura, tras haber estado en Reserva. Tuve la suerte de que aquel gran plantel con Chilavert a la cabeza me apoyó siempre. A los pocos meses ganamos dos títulos más que Velez no tenía. La Supercopa y la Recopa con muchos chicos a los que les di la posibilidad de asentarse en primera como el Lobo Cordone, Sebastián Méndez, Darío Husaín, etcétera”.
Luego sería el tiempo de hacer una gran campaña con Colón de Santa Fe, con un inolvidable cuarto puesto en medio de la explosión de Esteban Fuertes como goleador y más tarde la ilusión de dirigir a una grande como Independiente, pero en un complejo momento institucional y económico de la institución, que le impidió disfrutar de la concreción del anhelo. El entrenador le fue dejando paso al analista, que sigue mirando mucho fútbol, no tanto en vivo en los estadios como si por televisión, en Argentina y en Francia.
“Ser jugador de fútbol es una posibilidad y una oportunidad, que no sabés cuándo, cómo, ni de qué manera te llega”, asegura. A Piazza lo sorprendió una tarde de 1972, cuando era un promisorio zaguero de Lanús en medio de la visita de aquel director deportivo de Saint Etienne. Pero a la suerte hay que ayudarla. Y nada mejor que hacerlo con la mejor de las sabidurías, la de combinar las cosas simples, para poder ser por siempre un Monsieur sin perder los guiños del pibe de barrio que siempre anidarán en la manera de vivir de Osvaldo.
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