“Cuando la mamá de Marcelo estaba mal (falleció en noviembre de 2014), River jugaba con Atlético de Rafaela y el plantel paró en el hotel de Colón. El día del viaje nos quedamos en Buenos Aires porque quería acompañarla. Y fuimos al otro día, en auto. Conociéndolo, no le hablaba en el camino. Bajé y le compré un sandwich y se lo apoyé adelante con un agua saborizada. De golpe, en el kilómetro 250, me dice: ‘Escuchá, hoy va a pasar esto, esto y esto. En el segundo tiempo se va a abrir y ganamos’. Acertó en todo, ganamos 2-1, después de ir 1-0 abajo. Así es él. Aun en los peores momentos, está en todo”.
Marcelo, claro, es Marcelo Gallardo. Quien cuenta la anécdota es Rodrigo Sbroglia, su mano derecha desde 2014 hasta el año pasado, cuando “por el desgaste natural de los años; tenía ganas de hacer mis cosas” el ex enganche (igual que el Muñeco) decidió buscar nuevos aires, que lo llevaron a su rol actual como manager de Deportivo Armenio. “Fueron cinco años, 24 horas juntos. Es brillante. Pero no era fácil, llegaba a Ezeiza a las 7 de la mañana y por ahí a las 10 de la noche seguía ahí”, describe Sbroglia la contracción al trabajo de Gallardo, que ante Central Córdoba de Santiago del Estero buscará su undécimo título en el Millonario (tercera Copa Argentina).
Rorro fue futbolista: debutó en Deportivo Armenio, tuvo un breve paso por San Lorenzo, y llevó su andar cansino (era muy talentoso, pero vago; podía jugar a la sombra todo el partido) por el fútbol de Costa Rica, Guatemala, Chile e incluso por la segunda división de Estados Unidos, en los Strikers de Boca Ratón, con Jorge Castelli como entrenador. “Vivíamos en el centro de entrenamiento de la tenista Chris Evert”, recuerda. Una vez que se retiró, tuvo una empresa de representaciones con su socio, Luis Smurra. “Representamos al uruguayo Gerardo Pelusso, a Jorge Burruchaga, que es como mi papá...”, enumera.
Pero se corrió del mundo de la representación cuando estuvo bajo la órbita de Gallardo, a quien llegó de casualidad. “Tengo tres hijas y el padrino de mi nena más grande es Villita, José Luis Villarreal. Y en 1994 el Negro Villarreal va a River, justo en los inicios de Marcelo en la Primera División. Yo andaba con él, así que nos relacionamos con Marcelo. Después perdimos contacto y en 2003, 2004, como soy amigo de (Javier) Sodero y el Negro Astrada, fui a saludar y nos reencontramos. Después, cuando se fue como técnico a Uruguay (en Nacional), lo llamaba para ofrecerle jugadores. Hasta que entró en el parate que tuvo antes de asumir en River”, narra la evolución del vínculo.
Tal como sucede con los futbolistas que incorpora, para sumar a Sbroglia en su equipo de trabajo, realizó una tarea de evaluación minuciosa, profunda. “Me estuvo examinando dos años. Iba a desayunar con él, lo acompañaba en los viajes al exterior, a jugar al tenis, en las caminatas, a andar en bicicleta; también jugábamos al fútbol los jueves... Un día me llama y me lleva a una reunión. Y ahí nomás me presentó al resto del cuerpo técnico. Les dijo a sus compañeros: ‘Éste es Rodrigo, va a trabajar con nosotros’. Y a mí no me había ofrecido nada todavía, ja”, completa la anécdota del momento en el que se subió al bus del éxito. “Ganamos todo. Es muy exigente, pero con unos códigos bárbaros, tiene todo para seguir creciendo. Soy un eterno agradecido a él y al club. Fueron los cinco mejores años de mi vida”, se emociona.
¿Cuál era la función de Rodrigo? “Era el secretario privado de él y nexo con los jugadores. Pertenecía al cuerpo técnico; tenía tareas organizativas y le llevaba su agenda”, describe. A horas de una nueva definición, Sbroglia revela los secretos detrás del éxito del técnico al que Barcelona le sigue los pasos, más allá de que confirmó que en 2020 seguirá teniendo su residencia en Núñez. “La clave de Marcelo es la capacidad de reinventarse. Él le saca lo mejor a cada uno. Va a usar contra los santiagueños la misma motivación que usó contra Flamengo, no deja que nadie se relaje. La competencia es muy grande en sus planteles. Fijate que Ponzio no jugó casi nunca. Scocco y Pratto, poco en este semestre. Juanfer Quintero jugó poco de titular, los que hicieron goles en la final contra Boca de 2018 prácticamente no jugaron. Él tiene la vara bien alta y lo hace con todos. Su secreto es creer que siempre hay más cosas para ganar”, hace una radiografía con la ventaja de haberlo visto trabajar desde cerca.
“Él es muy observador, tiene un gran cuerpo técnico. Y va partido a partido. Terminó con Flamengo, estaba muerto, dolido; pero ya estaba pensando en Newell’s. No le gustan los elogios, todo el tiempo está al límite de la intensidad física y mental”, profundiza. ¿El fútbol puede ofrecer desvíos, acciones inesperadas, situaciones que echan al fuego la planificación? Pues bien, Gallardo no se queda sin cartas. “Siempre te decía lo que iba a pasar en los partidos. Tiene un poder de lectura terrible. La lectura la hace en vivo, eh. En el entretiempo nos juntábamos en la oficina para analizar. Y todo lo que había anotado en un papel, él lo tenía en la cabeza”, revela.
Tras haber hecho un máster en la escuela del Muñeco, ¿no le gustaría lanzarse a la dirección técnica? “Hice un año del curso, pero no me sentiría capacitado para programar un partido. Sí me veo bien como observador durante el desarrollo, para solucionar y cambiar cosas. Cuando voy a ver a River, después de tanto tiempo con Marcelo, juego a adivinar los cambios que va a hacer, y en un 90% los adivino”, se divierte.
Hoy cambió el vértigo de estar junto a Gallardo por un trabajo artesanal y apasionante en Armenio, el club que le dio un lugar en el fútbol. “Cuando asumí estaba a 9 puntos de la punta en Primera C, con seis fechas para terminar el torneo. Ganamos cinco partidos, perdimos uno y ascendimos”, se jacta el manager. “Llego a las 7 de la mañana a Ingeniero Maschwitz y me voy a las 4, 5 de la tarde. Todo lo que se puede hacer acá es muy meritorio, con 10 pelotas y agua fría. Pero avanzamos en un montón de cosas. Me gustaría que este proceso termine con Armenio en Primera. Creo que se puede”, se entusiasma.
Sbroglia conoció el otro lado del Gallardo público. “Nunca me voy a olvidar de un día que tuvimos libre en Miami. Fuimos a un parque de diversiones con Enzo, Marcelo y dos chicos más. Verlos a Enzo y a Marcelo en los juegos, disfrutando como chicos... Por eso nos va bien. Son muy humanos”, rememora con una sonrisa. Lo mismo le ocurre con uno de los ritos infaltables en la era del ex enlace del Mónaco y la Selección. “Los picados que jugábamos en el Monumental con el cuerpo técnico eran tremendos. Nos matábamos. Jugábamos a ganar como si fueran oficiales”, descubre.
Es que Rorro estaba encargado de inyectar recreación cuando las obligaciones se hacían largas. “En las pretemporadas se armaba karaoke. La gente dice ‘te vas 25, 30 días al exterior, qué suerte’, pero estás todo el tiempo trabajando, o entrenando, o en el hotel. Nos reíamos mucho, porque cuando cantábamos era un momento nuestro”, apunta, y de alguna manera explica el momento en el que el entrenador se destapó en la fiesta aniversario del título ante Boca entonando un tema de tribuna.
En el anecdotario quedó el día en el que hasta pensó en vestir a Gallardo de empleado de limpieza para que pudiera ver camuflado en el campo de juego la final de la Copa Libertadores que en 2015 le ganó a Tigres de México, dado que el DT estaba suspendido. Finalmente, pidió que tapiaran el acceso al vestuario desde el campo de juego con unos blindex que permitieron observar desde adentro hacia afuera pero no viceversa. También le armaron un minipalco, con un plasma y una silla de umpire de tenis para que él siguiera el partido en el hueco existente entre la tribuna Sívori y la platea San Martín, a 30 metros del vestuario. Y camuflaron el sector con un par de banderas para que Gallardo pudiera ver el partido a través de una hendija larga y angosta.
“Yo era un espía ruso; hasta sacamos ventanas para armar la estructura. Cuando ganamos, Marcelo estaba tan enojado por no haber podido estar en el campo que se fue al vestuario. Estuvimos ahí, solos, hasta que los jugadores preguntaron y lo fueron a buscar”, señala. El Muñeco tiene contrato con River hasta diciembre de 2021. Cuando decida buscar un nuevo desafío, ¿dónde lo ve Sbroglia? ¿Lo tentarán las luces de algún gigante de Europa, tal vez la Selección? No. La clave es la carnada a ponerle en el anzuelo. Y poco tiene que ver con lo económico... “Va a ir a un lugar donde pueda tener un proyecto a largo plazo y donde tenga el manejo de todo. Nunca va a ir a un lugar donde le impongan cosas”, firma Rodrigo. Seguramente, varios clubes interesados en su impronta de Gallardo ya tomaron nota...
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