- ¿Qué sentís por Argentina, qué significa para vos?
- La pregunta la impacta. Lanza un “uff”, tira apenas la cabeza hacia atrás como pensando qué decir y elabora una respuesta pasional, que tiene mucho que ver con su madre rosarina (Liliana) y su padre (Mario), un italiano criado en nuestro país desde los cinco años, un pareja que se formó aquí y mantuvo las costumbres argentinas en su casa. “Yo siento que soy tan argentina como estadounidense, le podés preguntar a mis compañeras de selección cómo me comporto cuando estamos en un Juego Olímpico o un Mundial. Pensá que en mi casa se habla castellano, se toma mate, se come facturas, milanesas, empanadas, asado, tripa, pollo al galeto, hablamos todo el día de fútbol... Yo viví casi toda mi vida en Estados Unidos, pero llegaba a mi casa en Los Ángeles y era como llegar a Argentina. Además viví un año en Rosario que me dejó marcada de por vida…”, relata, sonriente, esta chica de 37 años y 1m83 que ha hecho historia grande en el básquet mundial.
Diana Taurasi impacta durante la interlocución. Por lo arraigadas que tiene nuestras raíces. Por su castellano casi perfecto. Por la pasión con la que habla de Argentina. Y por la emoción que se desprende de sus palabras en la primera visita al país en 21 años. Y, sobre todo, porque quien la dice es –para muchos- la mejor jugadora de la historia del básquet mundial, ganadora de cuatro medallas olímpicas (2004, 2008, 2012 y 2016), dos Mundiales (2010 y 2014), tres anillos de la WNBA (2007, 2009 y 2014) y 11 títulos de Europa. Y ella, la Michael Jordan de las mujeres, dice ser argentina. Nada más y nada menos. No es poco para impactar en esta nota en exclusiva con Infobae.
Diana llegó al país y se fue a caminar por las calles de Buenos Aires antes de viajar a Bahía Blanca, la Capital del básquet, donde hoy comenzará el Preolímpico femenino, un cuadrangular que tendrá, además de a USA, a Argentina, Brasil y Colombia, con dos pasajes en juego para los repechajes olímpicos. Respiró profundo y miró todo. Quiso aprovechar cada segundo, experimentar, disfrutar, volver el tiempo atrás. “Fue un día hermoso: caminé, me comí un risotto de vegetales, me tomé un cafecito, entré a una panadería. Reviví las memorias de aquel año que viví en Rosario, en el 94. Fue increíble, inolvidable para mí en todo sentido. La familia tenía planeado quedarse a vivir allí, pero algo pasó en Estados Unidos y nos volvimos”, cuenta.
Tan fuerte es su amor por el país que hace pocas semanas, en el primer partido de local en la WNBA, Phoenix Mercury –su equipo- decidió usar esa primera noche en casa para resaltar a mujeres que han marcado la historia y ella eligió poner dos imágenes en sus zapatillas, la de la jueza estadounidense Ruth Bader Ginsburg y la de nuestra Eva Perón, en un calzado hermoso que además tuvo los colores (celeste, blanco y dorado) de nuestra bandera.
- Ese homenaje impactó aquí, tuvo mucha repercusión. ¿Por qué lo hiciste?
- Quería homenajear a dos mujeres que tuvieron un impacto grande en la sociedad. Que no tenían miedo de decir cosas que en esa época no se podían decir, que mucha gente quería decir pero no tenía el apoyo. Eva luchó por la mujer, por los que menos tienen. Dejó su huella en muchas formas.
- ¿Sabés de historia, te la inculcó tu familia? ¿Tus padres son peronistas?
- Sí, claro, ellos me lo inculcaron, me contaron y hoy en día la información está ahí. Uno puede ir a Youtube y mirar lo que sea. Y a mí me encanta mirar todo lo que esté relacionado con Argentina porque quiero aprender más. Ahora, por ejemplo, terminé el último documental de Maradona.
- Siempre hablás de Maradona, de Messi, de Ginóbili, a muchos argentinos que han trascendido en el deporte vos los tenés como referentes.
- Claro, porque lo siento así, como cualquier argentino. Me falta conocer a Messi, me encantaría. Con Maradona me saqué las ganas en el 2008, cuando estábamos en China y fuimos a ver a la Selección. Se lo pedí especialmente a Adam Silver, el comisionado de la NBA que justo estaba con nosotros. Logró conseguirme un rato con Diego y aún conservo la foto que nos sacamos. Con Manu he estado bastante cuando él iba a jugar a Phoenix (NdeR: ella es la estrella de Phoenix Mercury de la WNBA). También con Luis (Scola) cuando jugaba en los Suns y con Pepe (Sánchez) en los Juegos Olímpicos. Siempre me gustaba charlar con ellos y preguntarles de todo del país.
- ¿Algo te llamó la atención de alguno?
- Quizá de Luis, quien fue el que más me crucé cuando los dos estábamos en Phoenix. Yo llegaba al partido y él estaba haciendo pesas. Por una hora. Luego lo veía en la cancha secundaria, otra hora tirando al aro. Era medianoche y seguía trabajando. Un profesional impresionante.
- Ahora vas a jugar en la Capital del básquet, en Bahía Blanca, en la ciudad de ellos, de Manu Ginóbili y de Pepe Sánchez. ¿Qué expectativas tenés?
- Sí, yo les contaba a las chicas del seleccionado nuestro, cuando me preguntaban por qué no nos quedábamos acá, en Buenos Aires, por qué el torneo no era acá. Y yo les explicaba que Buenos Aires es la capital del fútbol. Acá tenés a River, Boca, Racing… Pero Bahía es la del básquet. Les conté de la tradición y la pasión que hay, se la comparé con Los Ángeles o New York, donde el deporte se juega en las calles y se respira básquet como en Bahía. Acá, la diferencia, es la cantidad de clubes que hay.
- Vas a jugar en el centro de alto rendimiento que Pepe Sánchez construyó y que se transforma en estadio en ocasiones puntuales como en este torneo preclasificatorio olímpico.
- Sí, escuché, ¿qué loco, no? Es una gran obra que hizo. Y un gran camino, el poder devolver a la comunidad, con gestión y responsabilidad. Es lo que yo quiero hacer cuando me retire. Tengo 37 años, ya estoy en la parte final de mi carrera, y me gustaría hacer cosas con los chicos, en Los Ángeles, en mi ciudad (Chino) y también en Rosario, sobre todo para niños carenciados.
- ¿En Rosario?
- Sí, poder hacer un campamento, por ejemplo. Tenemos pensado, cuando me retire, venir un mes con toda la familia y poder realizarlo. Como sea.
- ¿Cómo recordás aquel año que viviste en Rosario?
- Hermosos recuerdos. Tenía 12 años y prácticamente vivía en el Club Atlético Villa Diego (hoy se llama Club Atlético Talleres Rosario Puerto Belgrano). Estaba todo el día allí, desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche. La vida de club que aún extraño porque allá, en Estados Unidos, no existe. Allá es la escuela y la universidad, pero no hay instituciones así. Yo recuerdo que allí hacía y jugaba a todo, al fútbol, al tenis, al hóckey...
- Y al básquet por supuesto. ¿En esa época ya eras muy buena?
- Sí, me destacaba un poquitito, jugaba con chicas más grandes. Pero ojo que en esa época me gustaba más el fútbol.
- ¿Y eras tan buena como dicen?
- No sé, me encantaba. Estaba todo el día con las rodilleras y los botines. Jugaba los dos, pero cuando volví a Estados Unidos y empecé la secundaria, tuve que elegir… Igual, me sigue encantando el fútbol y con mi papá, ex jugador, miramos muchos partidos. Yo, si hay un partido de la Selección y otro de los Lakers, miro el de Argentina. Y hay un partido de Central o de los Suns, miro el de Central. No tengo dudas.
- En esa época te hiciste fanática de Central...
- Sí, claro. Muchos de la familia somos de Central y algunos de Newell’s, pero bueno, a esos no se les habla (se ríe). Tengo hermosos recuerdos, como los del 95, cuando estuve en la cancha en aquella gran final que ganamos de manera increíble (NdeR: se refiere al 4-0 y triunfo por penales sobre el Mineiro en la definición de la Conmebol luego de perder 4-0 en Belo Horizonte). Y ahora lo sigo siempre, como puedo. A veces quiero ver los partidos, los anuncian en una página que luego no los pasan. Me sucedió contra River, el otro día, en el partido que ganamos en el Monumental.
Taurasi rompió muchas marcas (es el máxima anotadora de la historia de la WNBA), pero su impacto va más allá de la cancha. Afuera también rompió barreras o, al menos, ayudó a derribarlas, como Evita. Como en el 2012, cuando se le plantó a la FIBA por un código de vestimenta que le parecía sexista. Como en el 2017, cuando se casó con Penny Taylor, jugadora australiana y compañera de equipo en Phoenix. O como en marzo del 2018, cuando Taylor dio a luz al hijo de ambos, Michael Leo. “Nunca quisimos ser ejemplos, lo mantuvimos todo como algo privado. Nos casamos porque somos dos personas que se aman y tener un hijo sentimos que era nuestro siguiente paso en la relación, pero está claro que el básquet y el mundo en general han progresado mucho en romper el paradigma histórico”, explica.
- La última consulta tiene que ver con que mires para atrás y veas todo lo que lograste. Qué locura, ¿no? ¿Qué reflexión te merece?
- Que hay que tener mucha suerte…
- Con suerte no se llega a ser la mejor de la historia...
-No, ya sé que se necesitan otras cosas, sacrificio, las horas de trabajo, la mentalidad y el talento, pero la suerte la necesitas.
- ¿Pero qué sentís que te hizo diferente?
- Quizá haber jugado siempre con una mentalidad de inmigrante. Siempre me quise probar, ser la mejor. Lo traigo de mi familia, de mis padres, que fueron a Estados Unidos y, con esfuerzo y dedicación, hicieron su camino.
- Entonces, de alguna manera, la famosa garra argentina estuvo presente.
- Sí, claro, sin dudas. Quizá por tener sangre argentina y sangre italiana. El ADN argentino está en mí, es parte mío. Y quizá eso sea una explicación.
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