“La gente se está dando cuenta de por qué se hizo lo que se hizo. Estaba todo arreglado por Burzaco para que pasara River, igual que todo lo que vino después. Nunca quisimos suspender el partido, era sólo meter presión y se fue de las manos, porque la idea no era dañarlos físicamente, sino que sintieran que esto es Boca. Y hoy, después de todo este tiempo, la gente está viendo lo que pasa. Que estaba y está todo arreglado. Por eso creo que voy a poder volver a la cancha: el hincha sabe que nunca quise perjudicar a Boca y que quienes lo están perjudicando son otros”.
El Panadero dice esto y no dice más. Es lo único que quiere que se sepa hoy de su vida y su pensamiento sobre aquel acto de violencia que suspendió el 14/5/15 en el entretiempo el partido revancha por los octavos de final de la Copa Libertadores 2015, cuando Boca y River empataban 0 a 0 en la Bombonera y el Xeneize debía dar vuelta el 0-1 del Monumental. El gas pimienta que Adrián Napolitano, el Panadero, arrojó sobre la manga cuando los jugadores millonarios salían a jugar el segundo tiempo afectó a varios futbolistas y determinó la suspensión, tras un minué entre el árbitro, los capitanes y el propio Alejandro Burzaco, mandamás de la empresa Torneos por entonces, responsable de las transmisiones de Conmebol (hoy con prisión domiciliaria en Nueva York por el caso Fifagate) y fanático de River. Aquel día fue un mojón clave de la serie histórica que empezó a enhebrar el equipo de Gallardo frente a cualquier Boca: el de Arruabarrena entonces, el de Guillermo después, el de Alfaro ahora si se termina confirmando el 2-0 de la ida. Porque más allá de que un año antes había ocurrido la eliminación de Boca frente a River en semifinales de la Sudamericana 2014, aquel gas pimienta fue un hecho traumático y fundacional en la reciente paternidad copera de River en el torneo que más importa: la Libertadores. Pero el Panadero dice que aunque él no hubiese actuado, todo habría sucedido igual, porque aprovechando lo que piensa buena parte del mundo Boca, instala la teoría del todo arreglado.
No hay respuesta cuando se insiste con que el argumento se parece bastante a una falacia, ya que por entonces salvo algunas brusquedades no sancionadas con tarjeta, todo iba por carriles normales. Ni tampoco cuando se le traslada la inquietud de que la hipótesis actual es diferente a la que esgrimió ante la Justicia en su momento y ante este cronista en varias oportunidades, cuando todo se resumía a la opción “sólo queríamos meter presión y se fue de las manos”. Con Romina, su mujer y pareja desde hace 24 años como interlocutora, el Panadero no dice más. Sólo que está esperando con ansiedad terminar la probation y prohibición para ir a la cancha por tres años que le impuso en 2016 el juez Carlos Bruniard y que se vence en un mes. Que seguirá ayudando a la parroquia del barrio, donde cumple las tareas comunitarias, porque quiere seguir haciendo el bien. Y que tarde o temprano volverá a la Bombonera, porque ese es su mundo y porque si su pasión desmedida le jugó lo que él llama una mala pasada, ya pagó con su culpa y la gente de Boca lo va a perdonar.
La vida de Napolitano cambió sustancialmente en los últimos cuatro años y medio. Quizá para alguien que no entienda el fanatismo por el fútbol, la imposibilidad de ir al estadio sea sólo una circunstancia menor. Para el Panadero, es la vida entera. “Hoy está mejor, porque lo duro para la familia fueron los primeros meses, cuando nos amenazaban, a mi hija en el colegio la volvían loca y la gente lo culpaba de la eliminación. Con el tiempo eso pasó, pudimos reconstruir una vida normal, salvo los días de partido. Ahí Adrián se pone mal, se deprime, cuando Boca juega de local y mientras sus amigos se van a la cancha él se va a ver el partido solo a la panadería para no estar con nadie. Yo estoy con él desde que éramos chicos y Boca siempre fue su vida. Vendía rifas para juntar plata y viajar al exterior, suspendía compromisos familiares para ir a la cancha, todo giraba alrededor de Boca. Ojalá pueda volver a la Bombonera”, dice Romina.
Que toda su vida giraba alrededor de Boca es indudable. Banderas, gorros, camisetas, el azul y oro predomina en su mundo interior, hasta el tatuaje con el escudo del club que se hizo en el pecho izquierdo. Claro que el Panadero nunca fue un hincha más: participaba de la política interna de la institución en las agrupaciones primero de Roberto Digón y después de José Beraldi y era un hombre conocido en la bandeja inferior que da a Casa Amarilla, la que está debajo de La 12, la barra a la que conocía aunque no integraba. Hoy el Panadero mientras sufre por televisión por Boca, se levanta a las cuatro de la mañana para amasar y hornear el pan junto a dos colaboradores y después agarrar la camioneta con la que repartirá el producto desde las siete, no sólo en su confitería de Valentín Alsina sino también proveyendo a otras de la zona, como una de Lanús que era suya y después del escándalo de la Libertadores 2015 decidió transferir. A media mañana la rutina sigue por la compra de productos para volver a amasar lo que se venderá desde la tarde y acopiar para el día siguiente. En el medio, va a buscar al colegio a su hija, aquella que tenía siete años cuando pasó lo que pasó, y a su pequeño de casi tres, que vino para alegrar a la familia, pero también para sumar “un bostero más al mundo”, como dice con picardía.
Además, la furia inicial contra su persona amainó pronto. En la calle ya nadie lo insulta, en el barrio volvió a ser el Tano, el pibe que hace el pan y habla de Boca, y suele ir a comer afuera pasando inadvertido. “Ustedes me trataron como a un delincuente pero la gente sabe que no lo soy y sólo me desbordó la pasión”, le dijo tiempo atrás a este cronista. Ahora que pasó ese tiempo, el Panadero sueña con volver a la Bombonera. Para eso, necesita primero que Boca lo reincorpore como socio, ya que la Asamblea de Representantes lo expulsó del club. Su carnet, el 26.269, quedó fuera del padrón cuando le faltaban apenas 10 años para convertirse en vitalicio. Su abogado, Javier Raidan, le asegura a Infobae que apenas termine la probation, elevará el pedido para que sea readmitido como parte formal de la institución. “El pibe tiene 25 años de socio, cometió un error, pagó, ya está, su vida es Boca”, asegura. La causa civil que le inició el club en su momento, jamás prosperó. Por eso él se ilusiona con arrancar 2020 con una selfie en la tribuna. Mientras, mañana mirará el partido por televisión, esperando que se corte aquella paternidad en la Libertadores que nació un 14 de mayo de 2015, cuando Boca empataba 0 a 0 y el Panadero, creyendo que era el verdadero jugador número 12, quiso influir en el desarrollo y lo suspendió.
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