Evelina Cabrera, en los estudios de Infobae
Lo imposible no existe, ese es el lema de vida de la ex futbolista Evelina Cabrera (31). Ella es una mujer empoderada que supo revertir el destino de su vida. Vivió en la calle, fue trapito, no tenía para comer y fue víctima de violencia de género.
A los 13 años se fue de su casa porque sentía que era un peso para la resquebrajada economía de sus padres. Durmió en el banco de una plaza frente a su escuela, al mismo tiempo que cursaba la secundaria. Decidió dedicar su vida a estudiar educación física, al mismo tiempo que trabajaba como tesorera en un restaurante y a dar clases como personal trainer.
Después de mucho esfuerzo se convirtió en futbolista y no paró hasta fundar la Asociación Argentina de Fútbol Femenino, que actualmente dirige. Además es coaching ontológico, oradora Tedx y viaja para dar charlas y conferencias. Justamente fue una de las referentes argentinas que participó del lanzamiento mundial de la campaña #mostremos –de Dove– realizado en Londres. Además, cerró la asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York y la revista Economy la eligió como una de las personas más influyentes. Hoy trabaja en el Área de Género de Boca Juniors y es integrante -además- de ONU Mujeres en Argentina.
— ¿Qué encontrabas en el fútbol que te gustaba tanto?
— Un grupo de pertenencia, el hecho de saber que todas somos complementarias y necesarias. El trabajo en equipo lo subestimamos y a veces hay una rivalidad entre uno y otro que opaca todo eso. En estos deportes colectivos vas a encontrar jugadoras de diferentes clases sociales que quizás afuera no se hubiesen juntado ni de casualidad. La cultura hace que nos separemos porque ella se viste así, porque ella piensa así, por lo que sea, y me parece que hay muchas más cosas que nos unen que están bloqueadas ante ese prejuicio que emitimos.
— ¿Te sacó adelante el fútbol en tu vida?
— Lo que creo es que me salvé yo sola. Lo que sí me dio el fútbol que no me dio nadie fue una rutina, valores, me ordenó. Yo estaba de aquí para allá, me acostaba a cualquier hora, hacía lo que yo quería. El fútbol me enseñó que si no comés bien no vas a rendir. Si no te acostás temprano tampoco. Si no llegás en horario, la entrenadora te va a decir que te vayas y no entrenás, si no entrenás no jugás, entonces me parece que también hay un montón de disciplina ahí que te ayuda para tu vida.
—¿Viviste en la calle?
— Sí, mis viejos se separaron y a los 13 años me empecé a ir de a poco. Cuando iba a cumplir los 15 fue la crisis del 2001, estalló todo y directamente me fui a la calle. Nosotros no teníamos un mango y en mi casa costaban un montón las cosas y yo sentía que era un gasto más. Me sentía responsable de eso y por ende me fui.
— ¿Qué fuiste a buscar a la calle?
— Quería que alguien me mire, pero no me miraba nadie. En la calle cuando vivís sos parte del decorado, ya nadie se asombra de ver alguien en la calle. Conocí un montón de personas que estaban en la misma situación que yo, pero nunca supe mucho la historia porque en la calle es un tabú preguntar al otro por qué está ahí.
— ¿Cómo era, cómo dormías, cómo comías, cómo ibas al baño...?
— En el Tigre tienen la suerte de que hay mucho verde, así que iba ahí al baño y de última si no en una estación de servicio o en el McDonald’s. En la calle no dormía, dormitaba en la plaza que estaba en la escuela, cuando hacía mucho frío y después en la calle Sarmiento había un lugar donde vendían muebles y tenía una escalera hacia adentro. En la calle nunca dormís, terminás dormitando, es imposible estar tranquilo.
—¿Trabajabas?
— Era trapito. Repartía volantes. La gente nunca es amable con la gente de la calle. Dicen “los argentinos somos re solidarios”. Yo no creo en eso, yo creo que cuando hay situaciones extremas, como una inundación, todos van y dicen yo ayudé, pero en la cotidiana nadie es solidario. Vos vas a la calle y ves a mujeres que dicen salvé un galgo, salvé el perrito, pero si no levantan la mierda de la calle, no sirve. ¿Desde qué lado el argentino se siente solidario? Me parece medio careta. Me parece que es un cliché de decir “yo soy” porque hay que ver cómo sos en tu vida cotidiana.
— ¿En algún momento te agarró odio con la vida?
— No. Siempre fui para adelante. Yo me quedé libre el último año de la escuela, de todas las faltas, y de grande quise ser entrenadora de fútbol y necesitaba la secundaria. Me acuerdo que volví para finalizarla y el director se me rió en la cara y me dijo que yo no podía terminar nada. A mí eso me empujó a más, ¿quién sos vos para decirme qué puedo hacer o qué no? Es lamentable que muchos chicos tengan que escuchar esto y se la crean. Después entendí que yo nací con la palabra no. No vas a llegar a esto porque saliste de tal barrio, porque sos una negra de mierda, o porque sos mujer.
— Qué bueno que no te la creíste porque a veces el afuera hace que uno se cree esos pensamientos y termines actuando acorde a lo que piensa el otro…
— Eso es real. Encima la gente de tu alrededor es la que te lo dice porque supuestamente te quiere. Te dice no gastes el tiempo ahí, buscá un trabajo fijo. En realidad no hay que enojarse con el que te dice eso, porque en realidad tiene miedo de que vos fracases y sufras, entonces lo que está instalando en vos son sus propios miedos. Y en realidad no está mal que te vaya mal, es un proceso de la vida. Siempre la primera vez te va mal. Yo me caí millones de veces, pero siempre me levanté.
— ¿Te ves reflejada en las historias de chicas que entrenás?
— Sí, obvio. Lo que más me hubiese gustado es que alguien me haya ayudado. O que alguien me mire y me diga esto es así. Yo estoy convencida de que mis viejos me aman, pero no tuvieron los recursos emocionales para poder transmitírtelo porque no llegan a fin de mes, porque están estresados, porque no podían poner un plato en la mesa y por un montón de cosas más. Tomaban mate a las 4 de la mañana para tomar el bondi e ir a trabajar, llevar a los chicos al colegio, era todo un caos.
— ¿Es muy difícil salir de la marginalidad?
— Sí. Lo mas difícil es cambiar la cabeza. Yo recién hace dos años dejé de tener vergüenza de entrar a un restaurante.
— ¿Por qué?
— Sentía que todos me miraban, y yo me autodiscriminaba, porque sentía que no correspondía a esos lugares.
— ¿Pero qué pensabas?
— Me sentía inferior, porque yo nací creyendo eso. En la escuela hay que trabajar un montón de cosas, pero la autoestima hay que trabajarla también, porque vos le podés enseñar a sumar a un niño pero si cuando se presenta a un lugar no sabe cómo vender lo que hace o cómo presentarse, fracasa por más que sepa un montón.
— ¿Qué pensás por ejemplo de un chico que tiene todas las herramientas, que quizás fue al mejor colegio, fue a la mejor universidad, quizás no tiene hambre o le da igual y no llega tan lejos como vos que venís de otra realidad distinta y hoy lograste estar en las Naciones Unidas o que te llamen de otros países para lograr eso? ¿qué te genera?
— Yo creo que todos tenemos hambre de ambición en ciertas cosas. Creo que lo que pasa en esas instancias de esos jóvenes que tienen todo es que nadie les despertó el motor, está apagado. Me parece que a veces sucede eso y que tampoco se les dio la posibilidad de explorar por sí mismos qué es lo que quieren. Es como que le arman una agenda de chiquitos, pero no hay un poder de decisión propio. Quizás no hubo una exploración propia de decir qué es lo que quiere en la vida. A veces es como todo, nos inculcan qué hacer. Si mi papá es abogado, voy a ser abogado.
— ¿Qué aprendiste todos estos años?
— Que la vida pasa muy rápido. No hay que enfocarse tanto en los problemas, sino en las soluciones. El tema es qué haces con eso que pasó, si vos te quedás todo el día en la queja tu vida va a ser una queja constante. Me parece que ese es el aprendizaje que tuve todos estos años, que con lo que pasó no puedo hacer nada pero sí con lo que puedo hacer con el presente y el futuro, eso.