Los hinchas de Racing vivieron una nueva fiesta en Avellaneda. No jugó Licha López. Tampoco se gritó un gol de Cvitanich, ni se sufrió con una atajada sobre la línea de Gaby Arias. El Cilindro se mudó al teatro Municipal Roma, donde Hernán Casciari expuso su sensibilidad con la lectura de sus obras académicas y Horacio Altuna ilustró cada cuento con su pluma.
"Fue una idea de Horacio que después de 3 ó 4 presentaciones se entusiasmó y tuvo la ocurrencia de hacer un especial para los fanáticos de Racing", explicó el autor de Mercedes antes de ser interrumpido por el público.
"¡Vamos Academia!", se escuchó desde una de las butacas, y el grito fue acompañado de inmediato con el himno albiceleste.
Desde el este y el oeste…
En el norte y en el sur…
Brillará blanca y celeste…
La Academia, Racing Club…
Y la Acadé, y la Acadé…
El título del 2001 que quebró con la sequía de los 35 años fue el inicio de una noche mágica. Durante ese diciembre Casciari vivía en Barcelona y la búsqueda desesperada de un bar que televise el partido contra Vélez en el José Amalfitani fue una muestra de la complejidad que lleva compartir la felicidad y la tragedia a la distancia.
En un mundo que todavía no estaba tan globalizado, en España no le importaba a nadie la hazaña que estaba a punto de concretar el equipo de Mostaza Merlo. Ni siquiera a la mujer que lo acompañaba durante aquellos años en la capital catalana. Una situación similar a la que vivió al año siguiente, cuando la Argentina sufrió uno de los peores fracasos deportivos en el Mundial de Corea y Japón.
"Ahora estoy en pareja con una fanática de Racing. Me siento mucho más acompañado", le dijo a Infobae después de la función que conmovió a los corazones albicelestes. Ella le explica qué es un doble cinco y qué función debe cumplir un enganche, porque llamativamente Casciari desconoce los movimientos tácticos que se desarrollan dentro de una cancha de fútbol.
Durante su infancia tuvo que elegir entre la comunión y el rugby. En ambos casos tenía que usar pantalón corto blanco. "Tampoco tenía que pensar". Optó por el rugby, donde su juego se basaba en una combinación de susto, insultos y tries. Fue después de 1974, cuando su padre le confesó que lo tuvo "para que pueda ver los mundiales con alguien". Al año siguiente le prometió que Racing iba a salir campeón pronto. Una época devastadora para una Academia que veía los festejos de Boca, River, San Lorenzo e Independiente. Hasta Quilmes se coronaba en el deporte más popular del país, mientras la familia racinguista sufría el comienzo de una sequía que tuvo el descenso a la B incluido.
Horacio Altuna es la contracara. El historietista que se autodenomina Centennial, por haber visto al club de sus amores dar la vuelta olímpica en nueve ocasiones ilustró cada cuento de Casciari con una delicadeza notable. "Antes tardaba 15 minutos en leer cada uno, pero ahora el hijo de puta va más rápido", reconoció en diálogo con Infobae después de desplegar su talento sobre una tablet conectada a un proyector para que todos los presentes puedan disfrutar de cada relato ilustrado.
Ambos artistas comparten el sentimiento académico, pero ninguno se considera fanático. El cordobés es parte de las 5 generaciones que llevan la bandera albiceleste en su familia y le trasladó el legado a sus hijos y nietos. Aunque en España también simpatiza por el Barcelona, "para ganar más seguido".
Juntos conforman una dupla exitosa que conmueve y entretiene. "Él me dice el cuento que va a leer y yo lo voy elaborando en la cabeza", detalló Altuna sobre las improvisaciones que desarrolla mientras escucha el relato de su compañero. Sin embargo, el caricaturista no queda conforme con sus trabajos porque muchas veces el tiempo no le permite terminarlos. "Me gustan los dibujos que están completos. Acá hay una improvisación directa que tiene relación con el contacto que tenemos con el público. Cuando los veo terminados no me gustan, porque tengo una autoexigencia muy grande", reconoció.
"Es como en el Jazz, donde se improvisa sobre una base", agregó el cordobés. Otro punto en común entre los protagonistas, dado que el autor de Mercedes también se apasionaba más por la música en su adolescencia.
Casciari nunca tuvo un póster de un futbolista en su habitación. Para él, el fútbol era un puente de comunicación con su padre. Gracias la visión de su papá, entendió que "si en un partido entra un hombre desnudo a la cancha, en ese encuentro hay al menos tres jugadores que valen millones de euros; pero si llegara a entrar un perro o un gato, el futbolista más caro no llega a los 500 mil pesos".
Su simpatía por Racing fue el método más genuino para acercarse a su padre. Cuando no miraban un partido juntos, en cada entretiempo de la Academia había una comunicación telefónica que duraba hasta el segundo tiempo. Seguían las acciones del complemento sin hablar, pero sabiendo que estaban conectados. Por lo tanto, después de la muerte de su padre en 2008, cada vez que visita al Cilindro o enciende la tele para ver al equipo de sus amores, es consciente de que ese llamado nunca no llegará. Aunque lo siga esperando.
Seguí leyendo