-Vos, cuando lo enfrentes en esa jugada, pasá por detrás de la cortina.
-No, Oveja, por adelante (del marcador) porque ese jugador tiene un gran tiro y no podemos darle ni un metro.
Cuando Sergio Hernández tomó la Selección en el 2005, era un fierro caliente. Hacía meses que Argentina se había coronado campeón olímpico y el consagrado Rubén Magnano había dejado el puesto vacante. Para llenar sus zapatos llegó el Oveja, en ese momento un muy importante (aunque joven: 42) coach de Liga Nacional, ganador de tres títulos en Olavarría y Boca. Pero, claro, enfrente tendría a estrellas mundiales, como Ginóbili, Pepe Sánchez, Oberto o Scola. Tipos exigentes que sabían más que él, al menos en el contexto internacional, como Hernández pudo darse cuenta cuando en la previa al Mundial 2006 dio una indicación sobre un rival esloveno en una práctica y Manu, que lo conocía más de la NBA, lo corrigió…
Pero, claro, este bahiense de 55 años es tan inteligente que supo leer la situación y adaptarse. "Tuve la habilidad de apoyarme en ellos, que en muchos casos enfrentaban a nuestro rivales todo el año mientras yo dirigía en Argentina. En aquel primer ciclo siento que ellos me dieron más a mí que yo a ellos, hoy tengo otra ascendencia sobre este grupo", dice recordando –con humildad- aquellos años en lo que fue cuarto en Japón 2006, logró una muy difícil clasificación olímpica en 2007, metió un histórico bronce en Pekín 2008 y cerró con un meritorio 5° puesto en el Mundial 2010. Más allá de lo basquetbolístico, Oveja apostó de entrada a su seducción como conductor de grupo. "Yo me tengo fe", dijo alguien que, a partir de su carácter, ya tenía claro una filosofía de juego pero sobre todo cautivaba con su personalidad y oratoria. Sergio habla mucho por naturaleza, hasta él se ríe de eso ("Si no hubiese sido DT, sería monologuista o haría stand up", tira, sonriente). Pero, cuando lo hace, despliega un carisma fascinante. Es inevitable escucharlo. Porque sabe pero no abruma. Suele mechar conocimientos con anécdotas y experiencias personales. Y con una sonrisita hechicera que usa en medio de los relatos. Cuando Sergio habla, te mete en su bolsillo. Y lo sabe. Por eso, cuando asumió, ya intuía que más temprano que tarde lograría seducir a los jugadores, sobre todo si podía controlar un perfil alto que a los consagrados no les agradaba tanto…
Con el tiempo, Oveja ganó en lucidez, en tacto, para saber cuándo hablar. Y qué decir. Aprendió a ponerse serio o ser distante, dependiendo la situación. Aunque su naturalidad vaya más por el lado de la diversión y la ocurrencia. A esta altura, con tanta experiencia y momentos vividos, maneja un bagaje deslumbrante. Oveja convence y cautiva, pero también emociona. Puede hablarte al corazón, o a tu cabeza. O a tu bolsillo, depende de lo que sienta. Él o el jugador. No es casualidad que sea admirador de Gregg Popovich y Phil Jackson, dos verdaderos maestros con mucho sentido común y conocimientos para compartir. Hernández, como ellos dos, es más un DT jugadorista, que valora la cercanía con sus dirigidos, pero tampoco cruza la barrera hacia la amistad. Se acerca, pregunta, está al tanto de todo, porque sabe que detrás de los jugadores hay personas y no máquinas. Es exigente, pero no un dictador. Y busca convencer desde el convencimiento. No es nada rebuscado. Al revés. Es simple, cálido y directo en el trato. No tiene dobleces. Sea un partido de primera ronda o una final, siempre está en su eje, descontracturado y hasta relajado, irradiando buena onda y confianza.
Hernández habla en privado igual que en público y por eso a veces puede pecar de contar algo que los protagonistas no quieran que se divulgue, pero si se callara no sería él… Una nota con él puede ser interminable. Pero, a la vez, jugosísima hasta el punto de dejarnos pensando. A los comunicados. Y a los lectores. Porque Sergio sabe bastante de todo. Y cuenta. No se calla. Describe y analiza. Y en cada respuesta deja su sello, seductor e impactante. Por eso no es casualidad que en su carrera tenga más de una decena de frases célebres, casi de filósofo. Como la que tiró en zona mixta tras perder la final y que resume todo lo que decenas de periodistas necesitamos varios párrafos… "No perdimos la de oro, ganamos la de plata", dijo con una sinceridad brutal que incluyó no poner excusas por la derrota.
Todos recordamos aquella dura conferencia de prensa en España 2014, tras ser vapuleado (y eliminado) por Brasil, en octavos de final. Todo estaba oscuro, había olor a fin de ciclo. Pero en Oveja no cundió el pánico. Fiel a su estilo, construyó un proceso a su medida. Moldeó el equipo a su gusto, con Scola como consejero, y usando su repertorio psicológico para convencer y potenciar al equipo, y a cada individualidad. Y, 13 años después, Hernández volvió donde comenzó todo: China. Allí debutó, en la Copa Stankovic 2005, y allí ganó el bronce olímpico, tres años después. Y justamente en este país mostró su mejor versión. O dirigió su mejor torneo. El seleccionado dio mucho más de lo esperado y, para coronar el sueño de todo DT, Argentina fue más colectivamente de lo que sus piezas podías sugerir.
Oveja, que dirigió su tercer Mundial y se fue con marca de 21-5 (81% de eficacia), estimuló el grado exacto de rebeldía y ambición en un equipo que fue serio pero nunca dejó de ser audaz, que fue responsable pero arriesgó siempre, que tuvo ambición pero nunca abandonó los pies de la tierra. Fue un orfebre que logró, gracias a las características de los jugadores, desplegar el estilo de juego que más le gusta: agredir desde la defensa, usar la corrida como principal arma y luego atacar tomando riesgos, en pocos segundos. "Prefiero un buen tiro a los 5 segundos y no otro peor a los 22. Los jugadores lo saben y tendrán esa libertad", dijo. No ahora. En el 2005, cuando asumió, cuando no tenía dudas de cuál era el ADN que quería para sus equipos. Oveja cree mucho en el jugador y da libertades, con responsabilidades. No es casualidad que su sueño es "tener un equipo que pueda ejecutar según lectura de juego y no esté tan atado a tantos dibujos y sistemas", cuenta. Por último, tácticamente lo suyo fue brillante, en especial ante potencias como Serbia y Francia. Sólo perdió esa lucha con Sergio Scariolo, en la final.
En todo este éxito mucho tuvo que ver la impronta de Sergio, un tipo que ama trabajar en equipo, que delega, escucha y confía en el otro. Por eso no fue casualidad que contra Nigeria le cediera la pizarra a su asistente, Silvio Santander, para que diagramara una jugada que conocía mejor. Y no sólo eso, ante la resistencia de Scola, apoyó a su ladero diciendo que iba a salir bien (y salió), en otra prueba de su tipo de liderazgo. Y en otra ratificación del trabajo colectivo que hace su cuerpo técnico, el cual siente que es su "gran secreto". En China, además de Santander, lo acompañaron Gabriel Piccato, Maxi Seigorman y Juan Gatti, cada uno con funciones muy puntuales y con la utilización de tecnología de vanguardia para realizar ediciones de video, incluso en el acto (para la charla del entretiempo, por caso), para descubrir tendencias y poder usar para apoyar las charlas tácticas.
Las tareas de los asistentes incluyen el conocimiento pormenorizado de los rivales, el análisis post partido y la cuantificación de los rendimientos de jugadores. El famoso scouting. Propio y ajeno. Luego, en una reunión grupal, se evalúa toda la data para presentarle una idea a Hernández. La idea es que Oveja esté "fresco", enfocado en el partido y que reciba sólo la información relevante. Sergio decide él, pero escucha a todos y da muchas libertades porque sabe que sus colaboradores conocen mejor a los rivales que él… No hay temas de egos ni de roles. Como suele pasar en el básquet mundial, los técnicos llaman a los mejores para ser sus ayudantes. La NBA siempre fue líder y Argentina no ha sido excepción. Casi todos los técnicos más prestigiosos han colaborado entre sí desde 1993 para acá. De hecho, Julio Lamas fue asistente de Oveja y viceversa.
"Oveja es muy especial y, en la intimidad, brilla más que públicamente. En el grupo interviene lo mínimo indispensable. Destruye los problemas a partir de su simpleza. No se pierde en el espiral de mierda porque tiene la gran habilidad de no dar nunca ese paso en falso", opina Germán Beder, el gran jefe de prensa que tiene el seleccionado. Y enseguida cuenta una anécdota que refleja cómo desactiva bombitas todo el tiempo, con una actitud tan sencilla como efectiva. "Oveja habla poco de básquet, la vía de escape es charlar sobre la vida, cosas triviales. Y así, con sus arranques y ocurrencias, te saca de un problema. Como cuando el jefe de equipo vino corriendo, preocupado porque la agenda venía atrasada y era posible tener que suspender el entrenamiento de tiros antes de la semifinal. Sergio estaba justo contándole al preparador físico sobre un reloj que se había comprado que contaba los pasos durante el día. Se detuvo, lo miró al jefe de equipo y le dijo: 'Ahora lo charlamos, Colo, pero mirá el reloj que me compré. Hoy di 500 pasos y me felicitó'", relata.
Su comportamiento, dentro y fuera del campo, ha sido intachable. O casi. En 2011 sufrió una expulsión que, admitió, lo hizo repensar su profesión. Y en 2015 protagonizó su único gran incidente, cuando saltó a defender a Leo Gutiérrez y terminó casi a las trompadas con un extranjero de San Lorenzo. Enseguida aceptó el error, ofreció disculpas a todos y aseguró haber aprendido del escándalo. Nunca más le pasó. Porque Oveja, más allá de ser ese enorme talento que a los 16 años ya dirigía a mayores en Bahía Blanca, se construyó como un entrenador de elite que hoy tiene en el lomo más de 1500 partido dirigidos (con 20 títulos), dos Juegos Olímpicos y tres Mundiales. Pero claro, además de ser un coach de nivel mundial, es un tipo que arriesga siempre, pasional y comprometido. Por eso no dudó cuando Federico Susbielles lo llamó para su segundo ciclo en 2015, justo en el peor momento de la CABB, cuando estaba resurgiendo después de una gestión que la había dejado en ruinas. "Los que tenemos experiencia debemos hacernos cargo y ése era mi momento, de poner el hombro en un momento difícil", dice. Lo puso y, cuatro años después, tiene su merecido reconocimiento. Ahora, con la renovación automática tras clasificar a Tokio 2020, lo esperan sus terceros Juegos Olímpicos…