Somos esclavos emocionales de Maradona. Rehenes del gol a los ingleses. De su imagen con la Copa en México 86. Del tobillo hinchado con el que gambeteó a medio Brasil hasta dejar a Cani mano a mano con Taffarel. Es imposible bajarlo del póster a Diego. Los chicos no saben de qué se trata. Ellos en las paredes de su habitación no tienen fotos de jugadores. A las puertas de madera no se les sale el barniz por la cinta scotch de los bordes de los monstruos de papel. Son épocas de fondo de pantalla de celular. Los que tienen más de cuarenta sí lo van a entender. Cuando uno se iba a dormir siempre estaba él con el sueño ya cumplido. Yo lo veía con la 10 de Argentina sostenido en el aire, controlando la pelota con una belleza artística inigualable. Era de cartón bien duro. Me había venido al comprar un cassette VHS de goles en los mundiales. Abajo de él estaban sentados los 23 campeones del mundo. Al costado Batistuta se rompía la garganta gritando un gol de frente a la cámara y Fernando Redondo la pisaba con toda su elegancia. Todos eran superhéroes. Pero el líder era Maradona. ¿Cómo no va a conmover tantos años después ver a Diego entrar a una cancha llorando porque otra vez se siente Maradona?
Diego tal vez necesite a Gimnasia tanto o más que Gimnasia a Diego. Alguna vez declaró que era difícil ser Maradona. Lo fue a los 16 años, cuando al pibe de Villa Fiorito le dieron una varita mágica y lo juzgaron como si estuviera preparado para usarla. Hoy es más complejo aún porque no se puede defender con la zurda. Los errores no se maquillan con goles geniales. En los últimos años el fútbol argentino lo dejó de lado, lo hizo vivir de recuerdos lejanos. Es difícil la soledad para Diego. El aburrimiento. No sentirse útil. Olfatear que no confían en él. Es una versión más terrenal del ídolo cuando todos sabemos que Maradona no es terrenal. Su figura moviliza como siempre pero ahora está obligado a entrar en un carrito de golf. Después de hablar un rato debe sentarse en una heladerita de plástico. Y en los ejercicios para el show no puede colgarla de un ángulo para que el aplauso sea para él. El problema es que la emoción muchas veces distorsiona la realidad. Pese a todo eso que vemos, vemos a otro Diego. Al de 25 años que mete el pase preciso para Burruchaga. O al que ya tiene 29 y la rebeldía para putear a los hinchas italianos cuando le silban el himno. Allí está el peligro. Diego siempre se sintió Maradona. Hasta inmortal. Pero cuando baje la euforia deberá levantar a un equipo deprimido y al borde del descenso. Ahí deberán ayudarlo todos los que quieren salir en la tapa del diario con él o transmitir en vivo todos sus movimientos.
Mirado con ojos maradonianos no cambia la idea que lo salve a Gimnasia. La foto al entrar al estadio ya pagó el viaje. Que haya sentido que caminó por el cielo con su mamá emocionó sin importar alguna confusión en la conferencia. Pero los hinchas quieren al equipo en Primera más que la 10 de Le Coq con la tipografía del 86. Diego también merece un final feliz. En ese tramo de la película aparecen los supuestos actores de reparto. El club deberá mostrar su convicción, ratificar con hechos que eligió al entrenador porque confía más allá de la inyección anímica para el plantel y del marketing para la marca. Lo mismo les cabe al grupo de Diego y al propio Diego. Es un partido difícil para ellos. No sólo conoció al plantel una semana antes de debutar contra el último campeón. Su cuerpo técnico jamás trabajó con él. El Gallego Méndez será clave en ese complemento necesario. Es un entrenador en continuo aprendizaje, inteligente, considerado buen tipo en el ambiente. Alguien que ahora deberá adecuarse a un rol que no es el típico de un ayudante. Podrá mutar a DT principal según la necesidad. En la presentación asumió con madurez y sin cholulismo su lugar. Se puso casi afuera del círculo cuando Maradona hablaba con sus jugadores. Será también su responsabilidad tomar un lugar preponderante cuando Diego no esté. O cuando Diego camine hacia el error. Es tan difícil decirle que no, como creer que su salud no lo obligará a faltar alguna vez. Eso no lo haría menos Maradona, aunque habría que convencerlo también a él.
El contexto obliga a la épica Maradona. El equipo está último en los promedios. A 11 puntos del que hoy se salvaría. La figurita era Hurtado y se fue a Boca. El fixture parece armado por Pelé. En los tres primeros partidos juega con Racing, visita a Talleres en Córdoba y recibe a River en el Bosque, donde quiere armar su fortaleza. En ese marco habrá que redescubrir a Diego como entrenador. En el último tiempo se lo perdió un poco entre Dubai y México, donde llevó al equipo a dos finales. Antes fue cambiante en la Selección. En las eliminatorias varió nombres y estilo al compás de la desesperación. ¿Quién no recuerda su panzazo en el agua para festejar el gol de Palermo contra Perú en el Monumental? Antes del Mundial pareció encontrar un 4-4-2 sin Riquelme aun antes de la renuncia a la Selección y después se le metió Tevez en el check in a Sudáfrica. Carlitos fue la figura contra México, pero Argentina no leyó bien ese triunfo y marchó feo contra Alemania. Está más claro el carisma de Diego que el módulo táctico o la idea de juego. Su imán para mover las fibras del futbolista. Son históricas sus arengas hablando desde el corazón. Ese corazón que soportó una lucha que cualquier mortal perdía por goleada. “Estoy acá de pie como quería mi mamá. La Tota me decía que no me muera por esa porquería y no me morí“, dijo el domingo en la presentación y todos de golpe quisimos ser de Gimnasia. Ya lo dijo Valdano alguna vez: “En términos emocionales Diego es imbatible“. Podrá salir bien o mal como entrenador, Diego, pero el póster no se mancha.
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