Marcelo Gallardo está parado a diez metros de la medialuna del área, de frente a uno de los arcos de la cancha número 1 del RiverCamp, el predio del club de Núñez en Ezeiza. El técnico comanda un trabajo en el que habilita a los delanteros, que tienen que desmarcarse de su perseguidor recibiendo de espalda al arco o de costado y después tratar de resolver en el mano a mano, primero ante un defensor y luego ante Franco Armani o Germán Lux. Es el turno de que reciba Lucas Pratto, quien se desmarca de Lucas Martínez Quarta, recibe un golpe involuntario del central al dejarlo atrás y define contra un palo. Pratto se va caminando con una leve dificultad, producto de la "entrada" de su compañero. El "Oso" no se queja ni le piden disculpas: es algo común, que está naturalizado en los entrenamientos de River, el equipo del momento.
"Acá se entrena con la misma intensidad con la que se juega los días de partido", afirma a Infobae un integrante del cuerpo técnico de Gallardo, el gerente que organizó y ahora gestiona con éxito al equipo más respetado de Sudamérica. En efecto, el "Muñeco" supo reconocer que debió finalizar partidos de práctica antes de tiempo por la vehemencia con la que estaban jugando sus futbolistas. Los jugadores saben que para Gallardo es imperdonable estar dormido o distraído durante los partidos o los entrenamientos, y por ello todos intentan dar lo mejor de sí. "Se juega como se entrena", suele decirse con razón en el mundo del fútbol, y este River respeta esa máxima a rajatabla.
Eso redunda en una competencia interna muy fuerte. El resultado de esas pujas en el seno del plantel está a la vista: en River nadie tiene el puesto asegurado. En diferentes momentos del ciclo de Gallardo, que comenzó a mediados de 2014, fueron al banco de suplentes futbolistas de renombre como Fernando Cavenaghi, Lucas Alario, Andrés D'Alessandro, Leonardo Pisculichi, Javier Saviola, Luis González, Jonatan Maidana y Leonardo Ponzio, entre otros.
Uno de los secretos para que la fórmula de Gallardo funcione tiene relación directa con el modo en el que el técnico gestiona los egos de vestuario. No se conocen enojos ni entredichos con el entrenador de parte de los jugadores, por más experimentados o exitosos a lo largo de su carrera que éstos sean. "El secreto es uno solo: Marcelo les habla a todos de frente y ellos saben que en algún momento van a tener la oportunidad de mostrarse, incluso los que menos juegan. Fijate que, tarde o temprano, todos tienen su chance y por eso se preparan para el momento en el que les toca jugar", agrega la misma fuente.
Ante ese escenario, un aspecto clave es la salud interna del plantel. Se trata de un grupo muy unido, con lazos fuertes de pertenencia que tienen su influencia a la hora de salir a la cancha. Esa mancomunión, difícil de conseguir en el fútbol, se apoya también en el liderazgo positivo que ejercen futbolistas de mucha experiencia y gran trayectoria como Ponzio, Javier Pinola, Enzo Pérez, Lucas Pratto y Franco Armani. Los más grandes bajan una línea de profesionalismo, seriedad y respeto absorbida a la perfección por los jóvenes, que no son pocos en el plantel: Gonzalo Montiel, Lucas Martínez Quarta, Exequiel Palacios, Nicolás De La Cruz, Jorge Carrascal, Cristian Ferreira y Julián Álvarez, entre otros.
Gallardo, quien ya consiguió diez títulos como técnico de River (siete internacionales y tres nacionales), tiene otra particularidad: suele resolver las formaciones de su equipo teniendo en consideración a los rivales que enfrenta. El "Muñeco" no comulga con eso de los "once de memoria" y lo demuestra con hechos: fueron muchas las veces en las que realizó cambios entre un partido y otro pese a que su equipo venía de ganar y de convencer.
Competitivo como pocos, a Gallardo no le gusta perder ni los partidos ocho contra ocho que los integrantes del cuerpo juegan en Ezeiza o en el Monumental la tardecita previa a los días de partido. Acaso por eso, supo dotar a su plantel de una mentalidad ganadora que no sabe de renuncios. River es un equipo convencido de lo que hace, "trabajado", un claro producto de lo que se ensaya durante la semana. Y juega casi siempre con la misma ambición ofensiva, una postura ante la que los rivales elijen casi siempre esperar y apostar por algún error o por alguna pelota parada.
El River de Gallardo ya es un equipo de época, como "La Máquina" en los años '40, el que ganó el único título mundial del club con Héctor Veira como técnico en 1986, o el multicampeón con Ramón Díaz en los '90. Y está tan consolidado como tal, que la sensación imperante es una sola: es muy posible que lo esperen más gloria y más lugar en las páginas salientes de la historia del club.