— ¿Qué problema tuviste vos con el jefe?
La pregunta podría haber sido inesperada, pero Dante Mírcoli ya estaba muy entrenado para aquel 1994. Al estigma de una patada lo había transformado en marketing cuando todavía los gurúes de saco y corbata no habían perfeccionado las estrategias de venta. Nadie tenía dudas de quién era el "jefe" en Barcelona por aquellos años: Johan Cruyff, revolucionario futbolístico del club dentro de la cancha y para esa época también como entrenador. "No tuve nada con el jefe, tuve un problema en la cancha, pero lo que pasa en la cancha termina ahí", recuerda que contestó a esa pregunta de un colaborador del holandés. Al día siguiente, volvió a verlo luego de 22 años.
"¡No me vas a pegar de vuelta!", asegura que le dijo Johan cuando lo vio a un costado del terreno de juego durante un entrenamiento del Blaugrana. Mírcoli había viajado hasta allí al frente de un equipo juvenil de la escuela que por entonces tenía Carlos Bilardo y que realizaba una gira por Europa. "Se acordaba todavía. Lo saludé, estuvimos hablando un rato y me fui. Estuvo todo bien en esa charla. Yo apenas llegué a Barcelona pedí saludarlo", relata ante Infobae. Todavía le dolía esa patada que le impidió terminar la final Intercontinental de ida en 1972.
Recapitulemos: Mírcoli había debutado en Independiente en 1965 pero para jugar aquella Intercontinental del 72 llegaba en uno de sus mejores momentos futbolísticos. El "Rojo" había conquistado por tercera vez en su historia la Copa Libertadores y este polifuncional italiano había terminado como goleador del equipo en el certamen con 4 gritos junto con el legendario José Omar Pastoriza. Lateral, volante central o extremo. El "Tano" era una rueda de auxilio para los entrenadores.
Unos meses más tarde, aterrizaba en Avellaneda el equipo que estaba transformando la historia del fútbol: el Ajax campeón de Europa de Johan Cruyff, el Pelé blanco según la propia descripción de los medios de la época. Era la primera vez –y sería la única– del holandés en Argentina. La Intercontinental se definía, por entonces, a ida y vuelta. El arribo de Cruyff, Krol y todas las estrellas generó gran repercusión. La Doble Visera estaba atiborrada. La recaudación debió haber sido similar o superior a los 60 millones de pesos nacionales que se juntaron en la final de la Libertadores ante Universitario de Perú que le dio el título al Rojo.
A Cruyff le alcanzaron 6 minutos de juego para poner sobre la mesa sus credenciales escapando en soledad y picando la pelota ante la salida de "Pepé" Santoro para el gol. Pero sólo duraría 20 minutos más en cancha: "Le estoy por dar la pelota a Pepé… Me doy vuelta, agarr la pelota y cuando giro para dársela veo una camiseta blanca que me pasa a toda velocidad y me lleva la pelota. ¡Fium! Se me iba al arco. Entonces le tiro, y cuando le tiro le pego por acá (se señala el muslo). Cuando cae, cae contra la chapa. Yo no lo había visto, te digo la verdad. Ni sabía quién era. Cuando se levantó y vi que era Cruyff pensé "qué cagada hice acá". Pero ni me amonestaron. En esa época no eran de sacar muchas tarjetas, pero si le pegabas al mejor de ellos…".
Aquella acción fortuita entró en un espacio mitológico. La escena se relató de boca en boca. No hay imágenes disponibles del momento en las plataformas digitales y la travesía de Infobae por al Archivo General de la Nación también fue infructuosa: no aparecieron fotografías de dicho evento y apenas queda una filmación de un breve fragmento del noticiero Argentina al día de ese 6 de septiembre del 72 en el que no se muestra la patada. Apenas el narrador se limita a destacar: "Un condenable foul de Mírcoli contra Cruyff priva al Ajax de su mejor jugador y cambia la perspectiva del partido". Quizás algún archivo privado esconda ese tesoro…
"Cuando se levantó salió lesionado que le dolía el tobillo. Yo te digo: lo hizo a propósito. No quería jugar…", advierte el Tano desde el living de su departamento en Avellaneda mientras refresca, una vez más, aquel hecho que obligó al ingreso de Arnold Mühren por la máxima estrella de la época. Algo de razón le dio el propio Cruyff en declaraciones a El Gráfico tras el 1-1 final: "El golpe me dolió mucho. Tampoco me sentía muy bien, pues había tenido temperatura. No respiraba bien". Por las dudas, el holandés se prendió un cigarro en el banco de suplentes…
El nombre de Mírcoli, a pesar de los más de 200 partidos con la camiseta del "Rojo" y sus cuatro títulos, quedó impregnado a aquellos segundos. A donde iba, le preguntaban por esa acción. Lejos estaba el Tano de ser un jugador violento y hasta una de las críticas que recibía por esos años, recuerda, era por su poca afición a la marca. Sin embargo, decidió transformar esa energía en una virtud: "En la vida hay cosas que tenés que aprovechar. A mí me hinchaban todo el día con Cruyff, con Cruyff… Cuando me compra la Sampdoria todo el mundo me preguntaba por lo mismo. Entonces, ¿qué querés que te diga? Llego a Italia y uno me pregunta '¿cómo lo marcaba?'. Y yo le explicaba que lo marcaba así y así ¡qué querés que diga! Entonces empecé a decir que lo marcaba yo. ¡Mentira si yo no tenía nada que ver! Él jugaba allá y yo en la otra punta. ¡Marketing! No es que yo lo busqué".
Eran momentos de un rojo monstruoso con apellidos como Santoro, Sá, Pavoni y Pastoriza como estandartes. Era el gen que conquistaría cuatro Libertadores consecutivas (72 al 75). Mírcoli era la rueda de auxilio. Donde entraba, rendía. La suerte no estuvo de sus lados y el duelo de vuelta por la corona mundial se cerró con un 0-3 en Holanda. "Yo desde el día de la patada no volví a verlo más hasta 1994. Bah, lo vi cuando perdimos allá pero no me saludó ni me dijo nada".
"En Avellaneda fue el estadio más lleno que vi en mi vida. No entraba nadie. Estaban subidos a todos lados. Era imponente. ¡El frío que hacía y el miedo que tenía! Aparte entraron ellos todos de blanco a hacer el calentamiento, los mirabas y tiki, tiki… ¿Estos quién mierda son? Corrían y tiki, tiki. Ese Ajax cambió totalmente la forma de jugar. Nosotros los habíamos visto sólo una vez por televisión y le habían dado un baile al Inter…", revive. "Sabíamos que Cruyff era el bueno, pero simplemente por preguntar ¿quién es el bueno? Un tal Cruyff, pero ni sabíamos cómo jugaba", agrega.
Eran épocas en las que la globalización podría ser más bien una imaginación utópica de algún libro de Julio Verne y Mírcoli lo grafica contundente: "Nosotros no mirábamos los partidos, pero los fuimos a ver jugar contra el Inter por televisión porque no los conocíamos. No sabíamos si eran rubios, verdes… Dijimos bueno, vamos a ver cómo son. ¡Para qué los fuimos a ver! Dijimos 'no les podemos ganar'. Ese fue el error de nosotros. Si no los veíamos por TV, acá les ganábamos".
"Ese Ajax era más bueno de lo que quedó en la historia eh, ¡eran todos buenos! Jugaban de memoria. El técnico no hablaba. Todo de memoria, y el que hacía todo era este (Cruyff). Hablaba todo el partido: 'vení para acá, andá para allá, parate, corré, salí'. ¡Aparte jugaba bien!", asegura.
Dante no reniega de todo lo que vivió. A sus 72 años sabe bien el esfuerzo que hay en su camino. A los 4 años debió abandonar con su familia su pueblo de Ladispoli en Roma hostigado por los coletazos de la segunda Guerra Mundial. Aquellos campesinos que habían vivido en un "túnel" construido al costado de su casa cuando fue tomada por los alemanes durante el conflicto bélico aterrizaron en Pergamino guiados por las políticas del gobierno de Juan Domingo Perón, a quien conoció gracias a Independiente a comienzos de los 70.
— ¿A dónde te mandamos?, le preguntó el general en su casa de Puerta de Hierro.
— A Pergamino…
— ¡Ah, te mandamos cerca!
"Habíamos ido a jugar unos amistosos a España con Independiente. Estábamos con Perico Raimondo y nos cruzamos con un guardaespaldas de Rucci, que era amigo de Perico. Lo fuimos a ver a Rucci y después nos dijeron que vayamos a lo de Perón. Fuimos cinco creo. Eran los 70, después se venía para acá. No era fácil ir… Entonces fui un rato y me fui. Cuando llegamos Perón dijo '¿Artime dónde está?', pero hablaban otros, yo era pibe no hablaba. Estaba en un rincón. Te asombraba verlo, imponía con la imagen. Te guste o no, era la historia", repasa.
Mírcoli cambia el reflejo de su mirada cuando habla de Independiente. Toma un brillo especial. Reflexiona que aquel club es su "familia", que le "dio todo" y sus ojos parecen querer partirse en emoción. Volvió a su tierra natal, Italia, gracias al Rojo cuando se marchó a la Sampdoria y luego saltó al Catania en una época en la que el fútbol italiano tenía las fronteras cerradas para refuerzos extranjeros. Pasó sin demasiada repercusión por Estudiantes y Racing, club donde le puso punto final a su carrera cuando su documento señalaba los 30 años. "No quise jugar más. Estaba podrido del fútbol. Lo dejé y me puse un supermercado. Por cinco años ni fui a la cancha. No quería saber nada del fútbol, ni hablar. No sé por qué me saturé, me cansé de las lesiones quizás", explica sobre las dolencias físicas que lo persiguieron a partir de su paso por el fútbol italiano este hombre que se define como un jugador con el orden táctico de Nicolás Domingo pero con la explosión por las bandas de Fabricio Bustos.
Comodoro Rivadavia, Trelew, Pergamino, La Pampa y Caleta Olivia fueron sus sitios en el mundo durante los 80 y los 90 a través de su rol de entrenador. Pero el círculo debía cerrarse y en el 2012, mate de por medio, lo invitaron a sumarse a las inferiores del Rojo de las que que todavía forma parte. Conoció la gloria, conoció el infierno y el camino de la reconstrucción. Siempre con el amor inalterable hacia la institución que le dio todo.
"Nosotros somos una familia de verdad eh. Mirá, para que lo entiendas. Sentado ahí (señala el sillón de su living ubicado frente a un televisor), vino el Chivo Pavoni cuando Independiente jugó por el ascenso a primera, que le ganó a Huracán y ascendió. Se puso a llorar; llorábamos los dos abrazados. Eso es Independiente".
Archivo: Maximiliano Roldán y Claudio Keblaitis
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