Llegar a jugar en Primera en el equipo de tus amores es el sueño que acuna todo futbolero. Imaginarse entrando a la cancha, con la camiseta amada sobre la piel y las tribunas gritando tu nombre es incomparable. Pero, a veces, el anhelo puede tener senderos sinuosos. Como, por ejemplo, alcanzarlo cuando el club atraviesa el peor momento de su historia. Eso les ocurrió a muchos chicos de las inferiores de Boca en la década del '80, cuando se lo mencionaba más por los problemas institucionales que por sus actuaciones deportivas.
En ese grupo se destacaba un pibe veloz, habilidoso y con gran certeza para convertir goles importantes. Su camino se hizo despacio, hasta que tuvo su día de gloria, calzándose las ropas de héroe en una jornada de epopeya. Gustavo Torres, conocido por todos por el seudónimo de Tuta, fue el muchacho de aquella película y ahora rememora la historia en las oficinas de su compañía de seguros.
"Llegué al club en 1979 para probarme en la novena división, llevado por el papá de Walter Tamer, que fue compañero mío y actualmente es el representante de Javier Mascherano, en un grupo donde estaba Pedrito Troglio. Tuve la suerte de ser fichado el primer día junto a Hugo Musladini, que también llegó a primera. En 1983 comencé a entrenarme con el plantel profesional, llevado por el zurdo Miguel Ángel López, pero mi debut oficial fue en 1984, en el triste partido contra Atlanta. El club era un desorden total, pero lo de las camisetas con los números pintados con marcadores fue culpa del árbitro Juan Bava, porque se encaprichó en que Boca tenía que cambiar y utilizar una alternativa. Ese juego de casacas no estaba preparado, nadie había avisado nada y por eso salimos con las blancas. Para el segundo tiempo, usamos la titular y no paso nada, por eso hablo de capricho. Boca estaba mal, pero para camisetas obviamente que tenía".
El año 1984 fue el más anárquico y caótico en la historia del club. Con la cancha clausurada, un plantel en huelga por falta de pago (por eso Torres y varios chicos debieron actuar en primera) y una acefalía que llevó a una intervención decretada por el gobierno nacional, Boca tocó fondo. Allí apareció Antonio Alegre, ungido presidente por consenso de las agrupaciones políticas y al año siguiente contrató como entrenador a Alfredo Di Stéfano, a quien Tuta recuerda con devoción: "No teníamos la dimensión de lo grande que era Alfredo. Era como Dios. Un hombre con todas las letras, de una personalidad tremenda. Y nos daba más bola a los pibes que a los consagrados. Te impactaba con su voz. Una vez Independiente nos había ganado 3-0 en la Bombonera y apenas terminó lo busqué a Bochini y cambiamos las camisetas. Entré al vestuario con la del Bocha puesta. Me vio Alfredo y enojado me dijo: 'Guardátela así te acordás bien el baile que nos dieron, Tuta' (risas). Se tuvo que ir porque tras perder con Talleres en Córdoba, Alegre y Heller fueron a pedirle explicaciones al vestuario. Alfredo se plantó y les dijo que así no se podía quedar. Tenía razón. Era una falta de respeto".
Tras la ida de Di Stéfano tomó la conducción Mario Zanabria. Luego del receso, en el verano de 1986, el equipo se fue ajustando con los buenos futbolistas que llegaron a reforzar el plantel: Jorge Higuaín, Jorge Rinaldi, Milton Melgar y Ángel Hoyos, entre otros. "No habíamos terminado bien el torneo, porque se habían ido Tapia y Olarticoechea al Mundial de México. Mario empezó a probar y las piezas no encajaban bien. En la primera fase de la liguilla superamos a Alianza de Cultral Có, un equipo del torneo del interior. En la siguiente fue durísimo con Olimpo. Empatamos 1-1 de local jugando mal y para la revancha en Bahía, me puso como titular. Fue dificilísimo, por la cancha chica y porque eran metedores. Hice el 1-0 y nos empataron, después la Chancha Rinaldi metió el 2-1 y sobre el final se pusieron 2-2. Fuimos al alargue y a cuatro minutos de tener que ir a los penales, una pelota le picó mal a un defensor y me quedó justa para poner el 3-2. Esos dos goles y la buena actuación, hicieron que me mantuviera en el equipo para vencer a San Lorenzo en la semifinal hasta el choque con Newell's, en medio de la Copa del Mundo, con Argentina ya avanzando a paso firme".
Sentado junto a su hijo Emmanuel, Tuta se acomoda en la silla mientras las ventanas enmarcan el gris de una típica mañana en el barrio de Floresta, con el paso rutinario de vecinos que saludan en un amable rito. Aparece Newell's en la charla. Y no es un partido más en su vida… "Para mí, ellos eran el mejor equipo del país: sólidos, potentes, rápidos y donde cada uno sabía lo que tenía que hacer. La primera final la perdemos en la Bombonera 2-0 con goles de Martino… qué jugadorazo era el Tata. Un verdadero crack. Era imposible descifrar que iba a hacer y siempre estaba adelantado a la jugada, con la cancha en la cabeza. Y los demás acompañaban a la perfección: Llop, Basualdo, Theiler, Rossi, etc. El 2-0 fue justo".
Visto a la distancia, aquella ventaja era muy importante, porque Newell's definía como local y tenía el equipo entero, contra otro que se armaba como podía, a raíz de las sensibles bajas. Sin embargo, aquella plomiza mañana del 15 de junio de 1986, el Parque Independencia alumbraría una epopeya…
"El día anterior a partir rumbo a Rosario, el Ruso Ribolzi (ayudante de Mario Zanabria), nos juntó en uno de los salones de la concentración de La Candela y nos dijo: "Muchachos, les voy a contar algo: en este mismo lugar nos reunimos antes de viajar para la revancha con Borussia por la Copa Intercontinental 1978. Pocos creían en nosotros y teníamos las mismas esperanzas de hoy. Así que vamos con fe, que somos Boca. Cada uno diga ahora lo que piensa". Eso es ser ganador. La segunda final arrancó pareja, pero cerca de la media hora y luego de una pelota parada, nos metieron un gol que nos dejaba 3-0 abajo en el global. Cuando se terminaba el primer tiempo, Graciani empató de penal, pero apenas iniciando el segundo tiempo, Gnecco expulsó a Hrabina, porque le dio una patada tremenda a Dezotti (risas). El clima se iba enrareciendo y el juego se paró un rato largo porque la policía empezó a reprimir a los hinchas de Boca. Cuando se reanudó, vivimos 10 minutos finales de locura. Graciani pateó un tiro libre como si fuera Riquelme y la colgó de un ángulo. Enseguida lo echaron a Martino y yo me sigo preguntando porqué. Era un tipo que no pegaba, no insultaba, era educado. Que se yo, cosas de Gnecco, que se puso como loco y repartió rojas por todos lados, porque al rato se fueron Llop y Hoyos por agredirse y lo mismo con Higuaín y Pautasso. Éramos ocho contra ocho. Krasouski se fue del medio para atrás a armar una línea de tres con Abramovich y Passucci, el flaco Dykstra para tenerla en el medio, Stafuzza corriendo y Graciani y yo arriba".
Los relojes marcaban 88 minutos y Newell's tenía la clasificación a la Copa Libertadores en el bolsillo (o eso parecía). Nadie podía suponer lo que se estaba por vivir: "Ellos tenían jugadores rapidísimos como el galgo Dezotti, que cada vez que encaraba nos agarrábamos la cabeza. En un momento subió Abramovich por la izquierda y me la dio en posición de once, desde donde empecé a correr paralelo al arco. Como éramos pocos dentro de la cancha, en cuanto vi el espacio le pegué fuerte. La cancha estaba rara, mojada y medio poceada, por eso quizás se le metió a Scoponi contra un palo. Con el 3-1 forzábamos un desempate, pero cada contra de ellos con Dezotti y Cozzoni era un suplicio, hasta que Gatti se mandó una locura típica de él: cortó un avance y salió gambeteando contra esos pibes a los que les llevaba 20 años (risas), la pelota salió para el medio donde la tomó Graciani y me la pasó sobre la derecha. De Newell´s solo quedaban ocho y tres me vinieron a marcar (risas). Me tuve fe y encaré. Los fui pasando de a uno y cuando entré al área, vi que se venía Basualdo a cerrarme y entonces pateé al arco. Me salió medio mordido y le pasó por abajo al pobre Scoponi, que era un arquerazo. Fue la gloria, no sabía qué hacer. Si gritar o llorar y empecé a correr como loco. Ahí se dio una situación increíble, porque en aquellos tiempos, una vez que se hacían los dos cambios permitidos, el resto de los suplentes no podían quedarse en el banco. Entonces los muchachos se habían ido al vestuario y al escuchar el grito, entraron a festejar, pero pensaron que era porque forzábamos el desempate (risas). No habían visto el gol anterior y creían que era el 3-1. A partir de ahí, aguantamos dos minutos más (se disputaron siete de tiempo adicional) y cuando llegó el pitazo final fue la descarga. Sobre todo, pienso yo, porque lo ganamos sin merecerlo. Newell´s era mejor y ahí es donde se hace mayor la hazaña".
La tribuna popular xeneize estaba repleta esa mañana que ya era mediodía en Rosario. La corrección del público local se vio reflejada en el respetuoso aplauso que acompañó la vuelta olímpica, que tuvo dos detalles insólitos: "La dimos los pocos que terminamos jugando. Un grupito. Increíbe. Y lo otro fue la de Scalise, que había venido a préstamo por seis meses desde Rosario Central. Cuando estábamos en el vestuario, cambiándonos antes de la final, vimos como se ponía la camiseta del cuadro que era hincha debajo de la de Boca. Jugó así todo el partido. Cuando faltaba el último tramo de la vuelta, se quedó con la de Central y la empezó a besar. Imaginate. Lo querían matar todos, porque fue una cargada muy pesada".
Las alegrías eran efímeras por aquellos tiempos para la porción azul y oro del país. Y Gustavo Torres recuerda a la perfección como se vivían ciertas situaciones: "Hay algunas cosas del mundo Boca de aquellos años que me dan pena. Un ejemplo es lo que pasó aquel día al volver de Rosario, donde nuestras familias nos esperaban en el hall de la Bombonera para festejar. Recuerdo que era el día del padre y mi viejo estaba allí y luego me contó que Antonio Alegre, el Presidente del club, se paró entre todos y preguntó: '¿Quién es Torres?' No conocía al que había hecho los goles del triunfo. Una vergüenza. Lo mismo que Heller, que era el que manejaba todo. Días antes del partido con Newell´s yo estaba por arreglar el contrato y lo encaré: "Carlos, tenemos que ver mi tema". El estaba sentado junta al pipa Higuaín y de manera casi burlona me respondió: "Si el domingo hacés un gol a los 44, otro a los 45 y ganamos la liguilla, pedime lo que quieras". Cuando terminó el partido en Rosario, el pipa me dijo: "Ahora pedile el club" (risas). Gracias a aquellos goles, Boca anduvo mejor ese año y en diciembre ganaron las elecciones. Nunca me lo reconoció. Económicamente, la situación era muy complicada. En 1985 jugaba en la primera pero no tenía ni viáticos, solo cobraba premios. Iba de Merlo a la Bombonera en tren y colectivo. Un día llegamos dos minutos tarde junto a otro compañero (Pablo Matabós) y Di Stéfano nos dijo que nos iban a sacar del sueldo la multa como estaba acordado. Yo le respondí que no me podían sacar nada, porque no tenía sueldo… Alfredo no lo podía creer".
La famosa liguilla fue el pasaporte para disputar la Copa Libertadores, pero el equipo no pudo pasar la fase de grupos (solo avanzaba uno de cuatro) y a fin de año, se produjo una conmoción con la llegada de César Menotti como entrenador: "Fue un impacto tremendo para nosotros, podías quedarte horas escuchándolo hablar no solo de fútbol. Era un seductor que decía verdades con ejemplos concretos que te llegaban mucho. Tenía frases y explicaciones únicas. Hasta nos ayudaba a que nos mejoraran los premios. Un monstruo. Sostenía que seguía soñando con ser jugador. ¡Y ya era Menotti! Su salida fue dura para el plantel, pero hubo varios partidos donde no estuvo por un problema de salud y entonces algo suponíamos".
La ilusión que había creado Menotti en jugadores e hinchas xeneizes se desvaneció de un día para el otro con su abrupta partida. También fue el tiempo de despedida para tuta, que pasó a Velez en parte de pago por José Luis Cuciuffo y Humberto coya Gutiérrez. "Tomé una decisión errónea, porque Boca le presentó una lista de jugadores a Velez, pero yo podría haber elegido quedarme. Me equivoqué. Mi maestro de las inferiores, don Ernesto Grillo me dijo: 'No te tenés que ir nunca de Boca' y no le hice caso, porque él sabía lo que iba a pasar. Salí de allí y me perdí. No me fue bien en Vélez: perdí todo lo que había sembrado en Boca. En Liniers de cada cuatro hinchas, tres me insultaban y el cuarto era mudo (risas). Ahí comenzó mi decadencia futbolística".
Los senderos del fútbol lo llevaron hacia Suiza, luego al fútbol del ascenso, pero Torres tiene claro lo que le pasó: "Desde la época de Velez me caí a pedazos". Abandonó la práctica activa, pero no la pasión por jugar. Siempre está prendido con sus amigos a la hora de patear, ya que sea los sábado en la zona de Merlo donde vive o cuando se juntan con los ex futbolistas de Boca que pasaron por La Candela, en un grupo que está activo por Whatsapp y por twitter (@ex_boca). Agradece que la vida le haya dado la oportunidad de trabajar junto a su hijo como productor de seguros con dos oficinas donde las cosas marchan bastante bien, lo mismo que algunos alquileres que le permiten estar tranquilo.
Esa misma calma que aplicó en su inolvidable mediodía del Parque de la Independencia, hace ya 33 junios… Para eludir cuanta camiseta de Newell´s se le pusiera por delante y definir con categoría. Adornando con ribetes de leyenda lo que parecía solo un trámite, una simple derrota digna para Boca. Pero tuta Torres, nacido en la inferiores xeneizes, no podía pensar en eso. Se abrazó a la legendaria estirpe que le inculcaron en La Candela y en la bombonera y se vistió de héroe. Con garra y corazón. A lo Boca.
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