"En el vestuario estaban todos llorando, destruidos".
Lo cuenta uno de los habitantes del camarín del Maracaná que, enfrascado en ese microclima de tristeza profunda, no supo, o sólo adivinó, que en toda la Argentina las imágenes se replicaban. Así como aquellos guerreros de Alejandro Sabella, los Mascherano, los Romero, los Messi, expresaban su frustración por el trofeo que vieron tan cerca, a siete minutos de los penales; a lo largo y a lo ancho del país, los fanáticos del fútbol se derrumbaban, más allá de la gratitud, porque el título quedó en la puerta, porque no se pudo repetir la hazaña de México 1986 y Argentina 1978.
Aquella joya impensada de Mario Götze a los 113 minutos de juego dejó sin recompensa al mejor partido de la Selección en el Mundial de Brasil 2014. El 1-0 le colocaba la corona de campeón del mundo a Alemania, que apenas había sido un par de destellos del equipo que había vapuleado 7-1 a Brasil.
"Messi no paraba de llorar como un nene". La figura es de Pablo Zabaleta. Él, el mejor jugador del mundo, el de la colección de medallas en su vitrina, sólo quería (y quiere, por eso insiste en volver y volver a la Selección) ese trofeo al que miró con una mezcla de enojo y desencanto cuando pasó hacia la premiación. Lo que se vio ante las cámaras del mundo fue lo que continuó en el vestuario. Un Messi abatido, con dolor de alma. No hubo premio consuelo para él. Con rostro protocolar recibió el Balón de Oro del Mundial, cetro correspondiente al mejor jugador del certamen. Pero apenas gambeteó los ojos inquisidores, en la intimidad del vestuario, lo desechó. "Se lo dio a Alberto (Pernas, administrativo de la Selección). No por despreciarlo, pero no le interesaba tenerlo. Leo sólo quería la Copa", le reveló a Infobae otro integrante de aquella delegación.
No había palabras para contrarrestar tanto dolor, pero el sacrificio invertido por la Selección merecía una reivindicación. Después, ya con el plantel en Buenos Aires, la AFA organizó una comida en el complejo de Ezeiza con los familiares de los jugadores, el cuerpo técnico y allegados, para darle un cierre a la aventura, y que la tristeza no quedase como la última imagen antes de los títulos de la película. El cariño que percibieron los jugadores a su regreso, expresada en una multitudinaria caravana desde el aeropuerto hasta el predio, también obró como bálsamo.
El gol de Götze que definió el encuentro, cuando se encaminaba a los penales
Pero en aquel vestuario la herida resultaba de una profundidad enorme. Algunos jugadores buscaron aportar alguna palabra de aliento, como Mascherano. Y Sabella fue el que más hondo llegó en sus pupilos. Con su tono paternal, acompañado por Claudio Gugnali y Julián Camino, sus inseparables ayudantes, agradeció el "compromiso", el "esfuerzo" del plantel en el camino transitado. En las tres victorias en el Grupo F (2-1 a Bosnia, 1-0 a Irán y 3-2 a Nigeria). En las victorias ajustadas ante Suiza y Bélgica. En los penales extenuantes contra Holanda. Y en la mejor prestación, contra Alemania. "Tienen que sentir orgullo. Toda esa gente que vino a alentarlos, toda la gente que los apoyó desde Argentina, está orgullosa de ustedes", dijo. Y acertó.
La final dejó esquirlas eternas. "No volví a ver el partido. Quiero creer que es como un acto de defensa del ser humano, de la mente: no lo querés ver de nuevo para no amargarte. Me parece que hay un poco de eso", supo confesar "Pachorra", que desde entonces no volvió a dirigir.
"¿Volviste a ver ese partido?", le preguntó Diego Korol a Messi antes de Rusia 2018. "No, nunca más. Nunca más", fue contundente. Durante una entrevista, la FIFA le mostró en 2015 la oportunidad que falló en la definición ante Alemania, un zurdazo cruzado, pisando el área, de los que metió decenas en su carrera. Pero en Brasil la mira no estuvo ajustada. Una de las acciones que definieron aquel encuentro, como las chances que perdieron Higuaín y Rodrigo Palacio, o el penal que el italiano Rizzoli no sancionó de Neuer al propio "Pipita".
"¿Qué querés que te diga? Una lástima. Tanto ésa como las otras jugadas que tuvimos y no pudimos meterlas. Nos vamos a arrepentir toda la vida", dijo, con un gesto vívido, como si la acción lo acosara cada tanto, se reprodujera como un loop en su mente. Tal vez, en Qatar 2022, en el ocaso de su carrera, logre cobrarse revancha. Y aquel vestuario en el Maracaná se transforme en un escalón, el aprendizaje para conseguir el sueño esquivo, inasible, incluso para su talento.
El gol que falló Messi en el Maracaná
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