"Marito, ¿vos sabés que sos un tesoro para nosotros? Te tenemos que cuidar", le dice un hincha con el buzo azulgrana. "Hola goleador", se suma otro, aunque este no es cualquiera, se llama Walter Perazzo y el hombre que toma un café cortado con Infobae ya era un consagrado cuando lo vio debutar. Es que Mario Alberto Rizzi (61) es un prócer viviente en la historia de San Lorenzo de Almagro. Además de estar en el top 25 de goleadores del Ciclón, Marito fue el motor del último grito sagrado que se escuchó en el viejo Gasómetro, el 19 de noviembre de 1979: "Después hubo un partido más, contra el Boca de Lorenzo. A nosotros nos dirigía el Narigón Bilardo, tremendo clásico. Y ese día el Loco Gatti le hizo un penal a Insúa, pero lo pateó Hugo Coscia y no lo pudo hacer. Por eso, aquel gol del cuatro a cero a Cipoletti fue el último de la historia del Gasómetro".
Mario, que jugó seis temporadas en el Ciclón, mira por la ventana de este bar que se siguió llamando San Lorenzo (en la esquina de Avelino Díaz y La Plata), como si hubiera quedado congelado en el tiempo a la espera de estos días de reparación histórica. Hay olor a café, pero lo que se respira en este lugar es fútbol. Rizzi, con la ñata casi contra el vidrio, señala la esquina histórica de Avenida La Plata al 1700: "Ahí, ves, ahí estaba el arco del gol". Además de ser un tremendo goleador que convirtió 64 veces en San Lorenzo y 120 en su carrera, se nota que Rizzi es un tipo sensible y que le corre sangre azulgrana por sus venas: "Una mañana veníamos en el auto con mi ex mujer a hacer un trámite y, cuando tuve que tomar Avenida La Plata, no pude seguir. Me puse a llorar como un chico. Yo grité muchos goles acá, es un sentimiento imposible de explicar. Es como si me hubieran robado esos momentos. Durante treinta años no pude pasar más por Avenida La Plata, se me venía el mundo abajo", cuenta apenado.
-¿Qué fue para vos San Lorenzo?
-Yo soy del interior. Y allá en mi pueblo, Junín, los chicos se iban a estudiar para después volver con un cuadrito que colgaban en la casa de sus padres. Pero mi facultad fue San Lorenzo, el Gasómetro, el barrio de Boedo… y este bar. Eso fue, mi Universidad. Cuando me registro en un hotel me dicen, "como el de San Lorenzo". Eso es todo para mí.
-¿Por eso sentiste ese vacío tan grande cuando desapareció el Gasómetro?
-Es que, el día que demolieron el Gasómetro fue como que tiraron mi casa abajo. Yo me crié acá, ¿entendés? Veníamos a este bar a desayunar, almorzar y cenar. Me encontraba con Tinelli. Nos hicimos amigos, éramos los dos del interior y de San Lorenzo. Nos íbamos a ver el básquet y a veces cenábamos en su casa.
-¿Cómo era aquella cancha de madera?
-Una vez estuve en Japón y lo comparo con un templo budista: el Gasómetro era un lugar sagrado. Tenía una mística diferente, te lo decían todos los jugadores que venían. Viste que muchos dicen, "yo fui al Colón", en aquella época los jugadores decían: "yo jugué en el Gasómetro". La madera y el hierro en las tribunas le daban una acústica especial.
-Te aman los hinchas, ¿siempre fue así?
-Siempre. Mirá, un día voy a comprar una heladera en una casa de electrodomésticos del Once. Un edificio gigante, varios pisos. Entonces baja el dueño y me dice: "Mario, vos no sabés lo importante que sos en mi vida. Vení, seguime", y me invita a subir. Abre la puerta y me encuentro con una gigantografía de un gol mío. Yo estaba todo embarrado y me abrazaba Walter Perazzo y el Perro Torres. "Ese día nos salvamos del descenso, Mario", me dice. "Y fue el instante más feliz de mi vida. ¿Sabés por qué? Mi viejo, que era un gallego durísimo, se paró y me dio el único abrazo de toda su vida. Nunca más me abrazó. El no me podía manifestar su cariño, pero ese gol significó tanto que se quebró". ¿Entendés lo que te digo…?
-¿Te hiciste de San Lorenzo acá?
-Cuando vine de Junín, a los 19 años, no era hincha de ningún cuadro porque mi papá no me había transmitido la pasión. Le gustaba el buen fútbol y las únicas dos veces que me había llevado a la cancha había sido para ver a San Lorenzo, en el 72 y el campeón del 74.
-Y en el 75 estabas jugando con muchos de los que habías visto un año antes en la cancha…
-Me acuerdo que la primera vez que lo vi al Cordero Telch entrar por la puerta de acá (mira al playón donde se preparan los festejos del domingo) me dio miedo: esos rulos negros, gigante… ¡era como ver un monstruo! Imaginate, uno venía del interior y los tenía a todos idealizados. Pero al mes le estaba pasando la pelota. Yo digo que la realidad me superó. Fui muy feliz en este club.
-Y eso que te tocaron tiempos difíciles en la vida de San Lorenzo.
-Sí, mirá: en aquel famoso partido del 80 contra Unión que estábamos peleando el descenso, no teníamos ni camisetas. Literal, eh. El partido anterior, que fue con Newell's, lo veo a Marchetti cuando estamos saliendo a la cancha y le digo: "Víctor, tenés la camiseta rota". "Qué querés, si no hay otra", me contesta. Se la cocimos en el Túnel antes de salir.
-Era un momento caótico del club.
-¿Sabés quién nos compró las camisetas? La barra. Pero otra barra, venían de traje y corbata algunos. Un día se hace una reunión en la intendencia y, como capitán, tomé la palabra y les conté lo que pasaba: hacía cinco meses que no cobrábamos, no teníamos camiseta ni plata para concentrar. "Está bien, nosotros nos ocupamos", dijeron los barras. Nos compraron un juego de camisetas y nos pagaron la concentración. Eso sí, ellos se agarraron un cuarto en el mismo piso para que no pasara nada raro.
-¿Cómo qué?
-Y… en ese momento te mandaban minas para que no durmieras en toda la noche. Y, si perdíamos, nos íbamos a la B.
-Y ese día metés el gol que viste en aquella gigantografía.
-Claro Unión venía segundo y tenía un equipazo, con Pumpido a la cabeza. Fue un partido histórico y yo hice los tres goles. El técnico era el Bambino Veira porque se había ido Faraone. Después le ganamos cuatro a cero a Tigre, pero el partido trascendental para salvarnos fue ese.
-Hablando de foto, ¿qué imagen te quedó de aquel famoso último gol que hiciste en el Viejo Gasómetro?
-La verdad es que la foto no la tengo… ¡nunca vi que entró la pelota! Cuando estoy por recibir el pase ya pienso en pegarle porque estaba el morocho, creo que el costarricense Slowly, que me agarra en el aire y me tira. El arquero estaba saliendo y yo no sé qué pasa pero escucho el grito de la gente: "Bueno, fue gol". Salí corriendo lleno de tierra, feliz. Pero ese es el recuerdo que tengo del último gol en el Gasómetro: no lo vi.
…………………………………………………………………………….
No sería exagerado decir que en estas cuatro décadas Mario Rizzi vivió en la nostalgia. Nostalgia por aquel templo de madera que quedó en el tiempo, aunque nunca en el olvido, y también por no haber vuelto al club de sus amores: "Yo salí campeón en seis clubes diferentes del Ascenso. Todos me preguntan, ¿Mario como puede ser que nunca volviste a San Lorenzo? Y yo tampoco lo entiendo".
Pero en estos días históricos, acá por Boedo, las cosas se empiezan a acomodar. Este lunes, San Lorenzo recupera la posesión del predio de 27.524 metros cuadrados que en 1979 le arrebató la dictadura a manos de Videla y Osvaldo Cacciatore. Ese es el motivo de la fiesta de hoy domingo con una cuenta regresiva que estallará a la medianoche. Pero las deudas se siguen saldando. Este lunes, también Mario Alberto Rizzi vuelve a trabajar en San Lorenzo desde aquella despedida de 1981 cuando lo vendieron recién operado de meniscos al América de Cali. "Es mágico que justo el lunes, cuando volvemos a Boedo, a mi casa, yo también vuelvo al club. Ves cuando te hablo de la conexión que tengo con este lugar. Estamos cerrando un ciclo, parece un cuento", dice Rizzi, feliz.
-¿Mario, te imaginás haciendo el primer gol en el nuevo estadio, aunque sea de manera simbólica?
-Sí, es el dueño de mi vida: hice el último, quiero hacer el primero. Arranco de la mitad de la cancha y hago el primer gol en el arco que da a Avenida La Plata. A partir de ahí, ya me puedo morir tranquilo.