Brian Risso Patron en los estudios de Infobae
Era todavía un niño cuando el mote de "salvación de la familia" ya pesaba sobre su espalda. La habilidad de Brian Risso Patrón con la pelota lo había transformado en una esperanza para los suyos; lo había condenado, también, a vivir bajo presión. La presión de ser el mejor en su círculo, la presión que produce el salto entre el no tener nada y tenerlo todo en poco tiempo.
El muchacho del barrio "La Paz", ubicado en el partido del Conurbano de José C. Paz, apareció en Racing con ocho años y a los diecisiete ya todos lo señalaban como la promesa del club. El destino se cruzó en su camino y él debió tomar una decisión: un grupo de agentes planeaba ofrecerle trabajo a sus padres para llevárselo al Manchester United y desde Avellaneda se apuraron en hacerle el primer contrato. "Se decían cosas muy grosas sobre mi futuro y me la había creído", así lo recuerda.
El club le había prestado un departamento en una de las zonas más caras de Buenos Aires. Tenía su auto y vivía una vida llena de lujos. Salía a bailar, tenía éxito con las mujeres, pero muchos se le acercaban solo porque era la "estrella" de Racing. Las malas compañías no tardaron en llegar y su familia quedó de lado.
Todo cambió el mediodía del 3 de septiembre del 2011. La mamá lo esperaba para almorzar en su casa. Pero cuando llegó, se enteró de que lo buscaba la Policía. Ese día quedó preso y no salió por siete años de la Unidad 54 de Florencio Varela. Lo acusaron de la muerte de Samuel Quiles, un chico de 20 años.
—¿Extrañaste el fútbol mientras estabas en la cárcel?
—Sí, mucho, mucho.
—¿Y jugabas ahí adentro del penal?
—Me la pasaba haciendo deportes, cualquier tipo, hasta un poco de boxeo, porque por ahí uno no tiene total libertad para salir a correr y cosas por el estilo. Pero trataba de hacer actividad física y cuando podía y nos daban permiso para salir a la cancha, sí, jugaba.
—¿Cómo llegaste a Racing?
—Yo arranqué jugando en un club de mi barrio "La Paz", era cancha de seis. Después empecé a jugar ya en cancha de siete, ahí me vio el padre de un amigo que tenía conocidos en Racing y me habló de que iban a probar jugadores. A las dos semanas me consiguieron la prueba, fui, hice la primera práctica y ya a la semana me ficharon. Quince días más tarde empecé a jugar. Tenía 8 años. Jugué hasta los 18.
—¿Era tu sueño?
—Sí, la verdad que a cualquier chico del mundo, si uno le pregunta cuál es el sueño, para la mayoría es jugar al fútbol, más en un club grande… todos sueñan con jugar en Boca, en River, en Racing, en Independiente. Y yo vivía feliz porque desde chico ya crecía haciendo lo que más me gustaba.
— Pudiste llegar a jugar en el Reino Unido, ¿cómo fue eso?
—Un día yo estaba entrenando y cuando salí mi viejo me contó que se habían acercado unos representantes que trabajaban para el Manchester United de Inglaterra y que tenían intenciones de llevarme allá. La idea era que yo me fuera 3 o 4 meses solo, con alguien que me acompañara, y después si yo me sentía cómodo podía llevar a mi familia.
—¿Y ahí qué pasó? ¿Después no se concretó?
—No, porque ya al poco tiempo empecé a jugar en la Sub 15, la Sub 17, y en Racing me empezaron a mirar de otra manera. Ya con 15 años empezaba a entrenar con Primera y antes de que yo me fuera para otro lado me hicieron firmar un contrato profesional para que perteneciera al club. Y mi representante me convenció de que no era la mejor opción, ellos lo veían de esa manera…
—¿Te arrepentís de esa decisión? ¿Te hubiese gustado irte?
—Cuando fue pasando el tiempo me enojé un poco porque en ningún momento me preguntaron qué era lo que yo quería hacer. Como tenía 14 años, y decidían mis viejos, mis representantes convencieron a mi papá de que no me dejaran ir… Y no me dejaron. Pero si hubiese podido elegir yo, hubiese optado por irme.
—¿Cómo era ser la estrella admirada en Racing siendo tan chico? Leí que dijiste: "Me la llegué a creer".
—Sí, eso pasa. Yo era muy chico y con 15 años ya ganaba dos o tres veces más de lo que ganaba mi papá trabajando 10, 12 horas al día. A los 15, 16 años ya tenía un departamento, tenía una vida totalmente diferente a la de cualquier otro chico de mi edad. Y todas esas cosas, si uno no está bien aconsejado y guiado, genera una situación que es muy difícil para que una persona de corta edad no se maree. A mí me pasó, a mí me mareó todo lo que estaba viviendo porque no estaba totalmente maduro para sobrellevar todo eso que me estaba pasando.
—¿Cómo te mareó?
—Mirá, yo desde chico me crié en un barrio humilde… Y por ahí los barrios humildes están mal vistos, porque la mayoría de la gente piensa que si uno nace en una villa es un lugar que está lleno de delincuentes. Y no es así, porque está el que elige vivir de esa manera y también está la persona que se rompe el lomo trabajando y trata de salir adelante. Pero sí es una realidad que a medida que uno se va haciendo conocido todos quieren acercarse, todos quieren ser amigos. Algunos llegan con buenas intenciones, otros con malas. Y si no estás bien aconsejado, es muy probable que muchas veces te equivoques.
—¿Escuchaste a tu familia?
—Cuando uno es chico y tiene a los padres encima diciéndole qué hacer y qué no, eso le molesta. Dicen que los padres son rompepelotas, que son molestos. Pero a medida que vas creciendo tenés otra mirada hacia la vida. Hoy yo tengo mis hijos –es papá de Mateo (4) y Olivia (1)–, entiendo lo que mis viejos me decían y lo tomo de ejemplo para tratar de corregir a mis hijos, cómo hablarles, cómo no hablarles, para que ellos elijan bien.
—¿Creés que si los hubieses escuchado más o hubieses estado más cerca de ellos lo que te pasó de terminar en la cárcel no te hubiese pasado?
—Sí, seguro.
—¿Por qué? ¿En qué hubiese cambiado?
—Porque cuando empecé y vivía solo ya mis viejos no tenían mucho control sobre qué hacía y qué no hacía. Como yo tenía mi sueldo tomaba mis propias decisiones. No me ponían límites y, si me los ponían, yo me enojaba. Yo me mandaba solo y en ese momento no me daba cuenta pero estaba cometiendo un grave error.
—¿Cómo cambió tu vida el 3 de septiembre de 2011, el día que te detuvieron y te acusaron de haber matado a Samuel Quiles?
—Mirá, en ese momento tenía fácil 50 amigos, pero cuando me pasó lo que me pasó me quedé solo con mi mamá, mi papá, mis hermanos y Agustina (Sánchez), que actualmente es mi mujer y un mes atrás habíamos empezado a salir y nos conocíamos desde chicos. Pero bueno, solo se quedó la familia.
—¿Todos se borraron?
—Sí, sí. Al principio te enojás, te llenás de odio… Imaginate que de parte de Racing solamente dos personas se acercaron, pero no porque el club las mandó sino porque había quedado una relación con ellos. Y cuando estás solo te empezás a enojar, se te van abriendo los ojos y te das cuenta de que no todos los que decían ser amigos eran realmente lo que mostraban ser. Y te vas quedando cada vez más solo y se siente un dolor muy feo.
—¿No te creían, alguna vez les llegaste a preguntar por qué se alejaron?
—Yo me cerré, no quise hablar con nadie, solamente tenía relación con mi familia, pero en mi mente todos los días me acordaba de ellos y vivía enojado y amargado. No les hablé más, pero llegó un momento en que me di cuenta de que era algo que lo tenía que asumir, que tenía que valorar a la gente que estaba conmigo, tenía que aprender de todo lo malo que me había pasado. Tuve que aprender a reconocer mis propios errores, porque me di cuenta de que cuando a uno le pasa algo malo lo primero que hace es buscar un culpable. Es más fácil echarle la culpa a otro que hacerte cargo de tus equivocaciones. Y llegó un momento que tuve que asumirlos y tratar de sacar todo eso de mi mente, de mi corazón, porque era algo que me hacía mal, me lastimaba por dentro. Hoy sé que estar enojado y guardar rencor no es sano, a mí me estaba haciendo muy mal. Y gracias a Dios tuve fuerzas. Siempre agradezco a Dios porque yo en ese lugar me sentí solo, más allá de que mi familia o mi mujer me dicen: "Pero vos no tenés que decir que estuviste solo…".
—Cuando decís "ese lugar" hablás de la cárcel. Contame…
—Claro… Ahí me sentí muy solo. Mi familia me decía "nosotros estábamos con vos" y yo le decía "sí, ustedes me iban a ver, pero después se marchaban y el que se quedaba ahí adentro era yo". Muchas veces sentí cosas muy feas que a ellos no les contaba para no ponerlos mal, como ellos seguramente sintieron cosas que no me contaron para que yo no me preocupara. Pero yo me quedaba solo ahí adentro.
—¿Cómo era esa vida entre rejas?
—El primer año y medio me tocó estar en un pabellón de población común. Me despertaba a la mañana y abrir los ojos era una pesadilla, y la gente que estaba ahí adentro me decía "bueno, quedate tranquilo, ya te vas a acostumbrar". Yo los escuchaba y para mí era una locura acostumbrarse a todo eso. Me levantaba a las seis de la mañana, la música a todo lo que da desde temprano, ruidos, gritos, era un tormento… Era un tormento escuchar el ruido de los candados, el ruido de las rejas, los gritos de la gente, era una locura.
—¿Cómo era la celda?
—Las celdas son de cuatro personas pero como hay superpoblación hay como 10 por celda, más o menos. Algunos de los que tenían cama dormían en la cama y el resto, en el piso.
—Contame cómo fue pasar de vivir en tu departamento lujoso a estar en la cárcel
—Eso fue lo que más me traumó al principio, porque yo ya tenía mi departamento, tenía una vida linda, y pasar de estar en un departamento nuevo y mío a estar durmiendo en el piso en el medio de la mugre, era una locura.
—¿Te deprimiste?
—Te digo la verdad: para mí el momento más placentero ahí adentro era cuando podía dormir, porque me costaba mucho conciliar el sueño. No comía, se me cerraba el estómago, todo lo que comía me hacía mal. Estaba nervioso, tenía palpitaciones, me agarraba taquicardia. La luz del día, por ejemplo, daba hasta las 5 de la tarde, después se oscurecía todo y no tenías luz ni nada. La comida era bastante mala, tardó mucho mi cuerpo en acostumbrarse a la comida.
—¿Qué te daban, por ejemplo?
—No sé, era sopa, pero yo no la comía.
—¿Cómo pasaba el tiempo ahí adentro?
—Era como vivir una pesadilla. El momento más difícil era cuando me dormía y cuando me despertaba y miraba a mi alrededor y veía dónde estaba, era terrible, me agarraba mucha depresión, se me cruzaban miles de cosas por la cabeza, tenía ganas de correr, ganas de gritar. A veces se me cruzaba por la mente quitarme la vida, porque ahí se ve mucho que las personas se suicidan… Y se me cruzó miles de veces.
—¿Sentías que no querías vivir más?
—Sí, cuando abría los ojos el primer pensamiento que se me venía a la mente era que no quería vivir más.
—¿Y qué te contuvo?
—En ese momento trataba de sacar fuerzas de algún lado, leía las cartas de mi familia y buscaba allí consuelo. Pero llegaba un momento que eso ya no era suficiente para salir adelante… Creo que fue después de que me condenaron, al año y medio más o menos, que un día me había levantado y ya no daba más, y pensé en ahorcarme en la celda cuando todos se durmieran. Y mientras estaba solo pensando en quitarme la vida o qué hacer me dije "estoy en el fondo del mar, o salgo o me ahogo acá adentro". Y fue ahí cuando se me cruzó por la mente -porque ya había agotado todos los recursos para tratar de estar bien- Dios. Dije: "Dios me tiene que ayudar, es la única esperanza que me queda". Cuando había ingresado a la unidad carcelaria me habían hablado para que fuera a los pabellones cristianos, pero yo en ese momento no quise. Y ahí fue cuando recurrí a Dios.
—¿Cómo son los pabellones cristianos?
—Son como Iglesias pero adentro de la cárcel.
—¿Hasta ese momento no creías en Dios?
—Yo siempre creí en Dios, pero no profesaba ninguna religión. Pero fue ahí cuando sentí que Dios me podía ayudar. Había escuchado muchas veces a la gente en la calle que me hablaba de Dios, se me acercaban, me invitaban a la Iglesia y nunca les había prestado atención porque el ser humano es así: uno se acuerda de Dios cuando está entre las cuerdas. Así que agarré mis cosas, me fui a la Iglesia y empecé a pedirle fuerzas a Dios para que me ayudara. Leía la Biblia, venían pastores a traer consejos, a ayudar, a dar aliento a la gente que estaba ahí adentro y eso me fue sacando de la depresión, del odio, de la amargura que yo tenía. De a poco empezaba a tener paz, a tener de nuevo proyectos, ganas de salir adelante. El pensamiento de quitarme la vida se me había ido… Hoy estoy agradecido a Dios porque si yo no lo hubiese conocido ahí adentro, no creo que hubiese podido estar como estoy ahora.
—¿Preguntabas cuándo voy a salir?
—Llega un momento en que hay tiempo para analizar todo y me dije: "¿Qué hago, me voy a seguir volviendo loco, preguntándole al abogado cuándo salgo?". Porque lo que hacía era llamar cada dos semanas a mi defensor a ver si había alguna novedad, si algo había mejorado… Y no mejoraba nada. Encima el abogado que me habían puesto al principio se borró en el juicio, me dejó solo, ni siquiera fue cuando me dictaron la sentencia. Yo prácticamente tuve que defenderme solo. Por eso pensé: "Si sigo llamando al abogado me voy a volver loco, por más que llore, patalee o le reproche algo esto no va a cambiar nada". Y ahí decidí: "No voy a pensar más en salir". Me propuse: "No voy a pensar en nada, no voy a hablar con nadie, voy a meter mi cabeza acá adentro, voy a intentar hacer cosas productivas para mí y dejar que el tiempo pase". Y así lo fui llevando.
—¿Y lo cumplías?
—Sí, lo hacía. Y llegó un momento en que perdía la noción del tiempo, no sabía ni los meses en los que estaba viviendo, no pensaba en nada. Incluso a fin de año, cuando cumplo años, mi mujer me organizó una reunión con gente muy allegada, me hizo una comida, y yo ni siquiera me acordaba que ese día era mi cumpleaños.
—¿En fechas festivas te agarraba más depresión?
—No, porque uno tiene que hacerse fuerte en la mente. Creo que el ser humano está capacitado para soportar un montón de cosas, tiene un instinto de supervivencia adentro que lo hace aguantar ante un montón de situaciones. Yo había descubierto eso, que podía anular mis sentimientos, no sentir dolor, no sentir tristezas. Obviamente que eso te endurece, pero lo tuve que hacer porque sino me la iba a pasar llorando.
—¿Qué pasaba cuando recibías la visita de tu familia? Te quedabas mal cuando se iban imagino…
—Al principio sí, pero después es como que cada vez dolía menos.
—Vos siempre sostuviste que no mataste a Samuel Quiles, pero tu primo te ubicó en el lugar del hecho. ¿Te preguntaste en algún momento por qué me pasó esto a mí?
—Uno se pregunta el por qué, lo busca, pero es algo a lo que nunca le vas a encontrar una explicación. Yo no quise buscar más la respuesta y traté de no echarle la culpa a nadie. Empecé a proyectar de nuevo mi vida, mi futuro, y me propuse que cuando tuviera la oportunidad de salir no iba a volver a repetir los mismos errores.
—¿Por ejemplo qué error?
—Darle valor a cosas que son pasajeras, que no tienen sentido. Por ejemplo, a veces las personas piensan que por tener más o tener menos dinero van a ser más o menos felices y eso no da la felicidad. Es necesario para darle de comer a tu familia, pero creo que la felicidad no se basa en eso, son las cosas mínimas que tienen mucho más valor… Hace un rato, cuando venía para acá, estaba chateando con mi mujer y ella me ponía que estaba contenta porque gracias a Dios las cosas se están dando y de a poco vamos saliendo adelante. Y son cosas sencillas que antes no las valoraba. Ahora yo tengo una nena de un año y tres meses, que es muy pegada a mí, duerme conmigo, come conmigo… Y cada vez que me levanto a la mañana y la veo acostada a mi lado y veo a mi mujer, veo a mi hijo, me siento lleno de felicidad. Me levanto con unas fuerzas tremendas, con unas pilas bárbaras, porque me acuerdo que hace un tiempo atrás me despertaba solo adentro de una celda y mi familia estaba lejos.
— ¿Recordás mucho lo que viviste?
—No como un motivo de tristeza. Por ejemplo, cuando estoy comiendo con mi familia o cuando nos ponemos a mirar películas de superhéroes con mi hijo, se me viene el recuerdo de cuando estaba allá adentro. Pero me pongo contento porque hoy la situación es totalmente diferente. Igual, sé que es una cosa que no voy a poder borrar nunca.
—Ahora cuando mirás hacia atrás, nunca te preguntaste ¿cómo nadie luchó para sacarme de esa pesadilla si yo no había sido responsable de la muerte de ese chico?
—Pasa que mis viejos fueron siempre gente humilde, nosotros no teníamos idea de cómo se manejaban todas estas cosas. Yo ahí adentro empecé a aprender de códigos penales, de leyes, porque la situación en la que estaba me obligaba a hacerlo, porque tenía que saber cuándo me tocaban los beneficios, qué podía pedir, que no podía pedir, porque a veces llamaba a mi abogado y no me atendía. Me vi obligado a moverme, a preocuparme, pero yo a mi familia no le puedo reprochar nada, nada a nadie.
—¿Ningún amigo salió a defenderte?
—No, no, tampoco… Qué se yo, cuando me pasó esto y vi que toda la gente que estaba cerca se alejaba aprendí a no esperar nada de nadie.
—¿Te volviste más fuerte?
—Nunca me voy a poner como el fuerte, porque si no hubiese conocido a Dios no sé qué hubiese sido de mi vida. Yo creo que Dios fue la fortaleza para salir adelante y hasta el día de hoy lo sigue siendo. No dejé a Dios de lado porque salí, con mi mujer seguimos yendo a la Iglesia porque soy agradecido por estar libre y porque hoy se me estén dando las cosas. En primer lugar trato de ponerlo siempre a Dios, yo nunca me voy a poner como un superhéroe que se aguantó todo… No, si no hubiese sido por Dios yo no hubiese aguantado nada. Maduré, quizá no fue la mejor forma, fue a los golpes, pero crecí. Me tuve que golpear para poder madurar.
—¿Qué mensaje te gustaría dar?
—Hace unos días estuve hablando con una amiga que la hermana tiene cáncer y la enfermedad de a poco le está consumiendo la vida. Son situaciones críticas en que no sufre solo esa persona, sino que lo padece toda la familia también, ¿no? Quizás mi caso no fue igual, pero creo que hay mucha gente que la pasa mal o está en situaciones críticas o sufriendo y dice: "Nunca más me voy a levantar, nunca más voy a salir adelante" o "listo, mi vida se termina acá", y no es así. Yo trato de hablar de esto que me pasó para decirle a toda esa gente, o cuando veo a alguien mal, que no hay nada de lo que uno no se pueda levantar. Yo me quise quitar la vida, no tenía más ganas de vivir, pero Dios fue la fortaleza y con la ayuda de Dios pude salir adelante. A todas las personas les hablo de ese Dios que me sacó de ahí adentro, que me levantó cuando tenía ganas de matarme. Les hablo a todos aquellos que han perdido las esperanzas, porque Dios es la esperanza para que uno pueda volver a vivir.
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