Rodrigo Mora, a solas con Infobae
Nació en Uruguay, en un pueblo llamado Rivera y siempre soñó con jugar a la pelota y poder vivir de eso. Nada parecía fácil en ese entonces, pero Rodrigo nunca dejó de soñar y siempre buscó la oportunidad. Ser humilde y buen compañero se transformaron en los lemas en la vida. Eso, dice, es la clave del éxito.
Su primera gran oportunidad la tuvo en sus tierras a los 17 años cuando el Juventud de las Piedras de la Segunda División le abrió las puertas. Después pasó a Defensor y de ahí al Benfica portugués. El siguiente salto trascendental fue un giro absoluto en su vida: firmó con River.
Los distintos problemas musculares que sufrió como consecuencia de una lesión en su cadera lo obligaron a ponerle punto final a su carrera dentro de los campos de juego con apenas 31 años de edad y mucho para dar.
El goleador formado en una familia humilde de seis hermanos, madre empleada doméstica y padre albañil advierte que tuvo una infancia muy feliz. Quizás aquella formación sea el pilar para afrontar esta nueva mutación en su vida: del goleador brillante al incipiente actor.
—Debutaste como actor en El Marginal.
—Sí, me divertía la oportunidad. Ya había ido como extra en la segunda temporada y me gustó. Y una vez que terminé con el fútbol fue lo mejor que me pasó para poder tener la cabeza ocupada.
—¿Qué te pasaba por la cabeza?
—Se me volaba… Pasaban muchas cosas que no eran tan buenas. Me costaba dormir de noche pensando en muchas cosas, porque el fútbol ha sido mi vida, lo que he amado toda mi vida, lo que he hecho con tanto amor. Y de repente no poder hacerlo era muy difícil… Venía con una carga física y emocional cuando jugaba al fútbol y cortar con todo eso y ya saber que no podés hacerlo más, es muy duro.
—¿Qué pensabas cuando te ibas a dormir?
—Mil cosas, mil cosas. Ya no poder estar adentro de una cancha, la rutina, el tener que despertar y tener que hacer algo. Entonces traté de ocupar mi cabeza, siempre estar acompañado, disfrutar de mi familia y mis amigos. Todavía no me siento preparado para hacer algo. Sí me metí en El Marginal porque me divertía, y eso me llevó a liberarme un poco y no pensar tanto.
—¿Te levantás pensando que se termine esta pesadilla de la cadera?
—Sí, lo sigo soñando. Pero es muy duro para mí ver que no me puedo poner más los botines, el pantalón corto, correr dentro de una cancha, soñar cosas lindas… Y cada vez que jugaba River lo sufría; hasta que tuve que esperar como tres meses para poder ir a ver a todos los chicos y saludarlos.
—¿Qué hacías en esos tres meses?
—Los miraba, los acompañaba, pero bueno, trataba de ver lo menos posible aunque era difícil. En los partidos obviamente que los acompañaba y estaba con ellos, pero era duro sabiendo que hacía dos, tres meses yo vivía lo mismo que ellos y ya me tocaba vivir de otro lado, como hincha. El otro día (en la final de la Recopa con Atlético Paranaense) estuve en el vestuario con ellos acompañándolos, y me tocó vivir todo desde la tribuna. La primera copa que levanta River conmigo desde otro lado. Fue duro: muchas emociones encontradas, tenías sensaciones raras… Pero feliz de que mis compañeros hayan podido lograr otro título y regalarle otro triunfo a la gente.
—¿Como fue ese 5 de enero, cuando anunciaste que no jugabas más?
—Fue así. El 27 de diciembre estaba en Uruguay de vacaciones y vine a Buenos Aires a hacerme estudios, por la cadera, porque después del partido con Boca en Madrid ya sentía dolores que no eran muy normales. Le dije al doctor, y me responde: "Vamos a parar, capaz que la tenés incendiada. Le damos descanso unos días (a la cadera), te vas de vacaciones, volvés y vemos cómo venís". Bueno, después de los estudios regreso a Uruguay y le digo al doctor: "No me digas nada, quiero seguir con la felicidad de la Copa, disfrutar con mis amigos, con mi hijo".
—Claro, no me des la respuesta..
—No me des la respuesta, si es buena o mala. Listo. El 4 de enero vuelvo a Buenos Aires, armo mi valija, me visto de River y voy a la concentración a presentarme porque nos íbamos a Punta del Este a hacer la pretemporada. Yendo al club, me llama mi representante: "Rodrigo, mirá que no vas a la pretemporada", me dijo. Sentí que se me caía algo encima, un llanto que no podía ni hablar. Llegué al club, al estacionamiento, y no me pude bajar; vino el de seguridad a buscarme, me golpeaba y yo no podía bajar ni siquiera el vidrio.
—¿Qué pensabas?
—Todo: "Y ahora, ¿qué voy a hacer? Lo más lindo, lo que he hecho toda mi vida, se me acaba…". Caí en un llanto, le abrí la puerta (al de seguridad) y le dije: "No me puedo bajar". Le escribo a mi representante, porque no podía hablar por teléfono, y le digo: "Necesito hablar solo con Marcelo (Gallardo), solo; no quiero ver a ninguno de los chicos, así que avisame cuando pueda hablar". Me voy y regreso a las dos horas a hablar con Marcelo. Hablamos en privado.
—¿Qué le dijiste?
—Nada. Más que nada él me dijo muchísimas cosas y yo le agradecí por todo este tiempo, no solo como entrenador sino como persona, cómo había sido conmigo, cómo me asesoró todo este tiempo, cómo me ayudó a ser mejor persona y mejor jugador. Y dentro de todo lo que hablamos, lo que te puedo decir es que me dijo: "Quedate tranquilo que dejaste todo, diste hasta lo que no tenías". Eso fue lo que me llevé de él: me hizo una caricia al corazón. Y después, me fui a mi casa.
—¿No quisiste llamar al médico y decirle: "Hagamos otros estudios, veamos"?
—Es que yo ya sabía… Una vez que me operé, me recuperé, el tiempo lo iba a decidir la cadera. Yo podría haber jugado un año, tres o cuatro, según lo que aguantara. Lamentablemente, fue a corto plazo. Y no me arrepiento: fui muy feliz este año. Yo sabía que en algún momento me podía pasar. Pero no estaba preparado. Hoy trato de estar bien, vivir con alegría, pero siento que me falta algo. Trato de estar acompañado porque al estar solo me hace pensar mucho; entonces, trato de tener la cabeza todo el tiempo ocupada.
—Cuando recién empezaste, tenías un montón de sueños, ilusiones. ¿Se te cumplieron? ¿Era otra vida la que te imaginabas?
—Cuando salí de Rivera lo hice con un bolso lleno de ilusiones, lleno de sueños, y la verdad que no me imaginaba tanto, todo lo que me dio el fútbol: los títulos, las amistades, ser mejor persona, ser buen profesional. Me ha dado muchísimo. Así que más allá de que la lesión me haya retirado un poco más temprano de lo que yo deseaba, a los 31 años, y me hubiese gustado que sea de otra manera, igualmente miro para atrás todo lo que recorrí, todo lo que viví, todas las alegrías que me dio… Me quedo con eso, que es lo más lindo que me pasó.
—¿Qué cosas superaste en el camino?
—Estar lejos de tu familia, el ser fuerte cada día, guardarte por las noches cuando tus amigos pueden salir. La vida del futbolista no es fácil. Te ven capaz en un buen auto, capaz que te podés dar tus lujos, tus deseos, tus sueños, pero el jugador de fútbol vive una vida súper dura y linda, sana, que uno muchas veces desea. Me he perdido muchos cumpleaños de mi familia, Día del Padre, Día de la Madre, y me he perdido muchas cosas con mi hijo, que hoy me toca tenerlo lejos; me separé cuando él tenía un año, un año y medio. Entonces, lo vivo a distancias, yo acá y él en Uruguay, y lo veo cuando se puede: no puedo estar con él, no puedo estar en sus fiestas, no puedo llevarlo a la escuela como deseaba. Son muchas cosas a las que me tenía que adaptar mientras jugaba al fútbol y era profesional. Y bueno, por suerte ya pasó el tiempo y ahora ya voy a poder estar un poco más con él.
—¿Otros chicos te preguntan como tienen que hacer para llegar?
— Sí, me han preguntado. Yo digo no es difícil llegar, difícil es mantenerse. Y tenés que dar todo. A mis compañeros, cuando los he ido a visitar, les digo no se guarden nada, y que disfruten todo, donde están, porque lo que estamos viviendo ahí, en River, es algo único. Que no lo hagan como un compromiso: querés llegar, te cambias rápido, vas, entrenás, terminás, te bañás y te vas corriendo a tu casa. Después de que me operé, pensé: "Che, ¿y si no puedo más?". Entonces, después de haber jugado un año más luego de la lesión, digo: "Esto hay que disfrutarlo por diez". Y yo trataba de llegar primero e irme último sentía que tenía que disfrutarlo así, cada entrenamiento, cada pase que daba, cada cosa que hacía dentro de la cancha. Y lo disfruté al máximo. Tal vez hoy me duele un poco estar lejos de la cancha, pero también siento que he dejado todo, y un poco más de lo normal porque dejé un poco mi físico. La cadera también la expuse un poco pero porque yo lo decidí, porque yo lo sentía, porque yo amaba poder tener la ilusión de poder jugar un tiempo más al fútbol.
—¿Te hubiese gustado haber valorado más los entrenamientos años atrás?
—Y… capaz que la inmadurez de ser niño muchas veces me jugó (en contra). Cuando entreno (habla en presente), entreno obviamente súper profesional, súper duro, pero había cosas que capaz no las hacía en ese entonces, como compartir un poco más. Cuando llegás a una determinada edad ves que podría haberlo hecho y no lo hice; entonces, lo disfruté mucho más eso.
—¿Qué otras cosas hubieses hecho distintas?
—Este último año no me guardé nada, no me guardé nada… Traté de estar siempre: disfruté muchísimo de las concentraciones, el estar, el compartir. Y nada, me quedo con eso: que fui muy feliz este año y compartí muchísimo.
—¿Y tus padres?
—Mi papá está orgulloso por todo lo que me tocó vivir. A mi mamá la perdí cuando tenía 11 años. Ella era la que más me incentivaba en el fútbol. Eramos de una familia muy humilde, y me acuerdo que cuando tenía 10, 11 años yo me sentaba en su falda y me golpeaba las piernas y me decía: "Estas piernitas nos van a salvar, van a jugar al fútbol". Y yo era enfermo por una pelota, mi papá me llevaba a trabajar y cuando se daba vuelta yo hacía ¡rum!, me escapaba, me iba a la esquina a jugar en el campito, en la plaza, me recorría toda mi ciudad; donde había un partido, yo estaba. Sí, para mí, en mi familia están muy orgullosos de lo que soy, no solo como futbolista sino como persona, como soy con mi familia. Y esa es una de las cosas lindas que me regaló el fútbol y la vida.
—¿Cómo fue tu infancia?
—Mi papá trabajaba de albañil, mi mamá era empleada doméstica. Eramos unos cuantos, seis hermanos, y a mi mamá y a mi papá les costaba darnos todas las cosas que capaz que les hubiese gustado darnos. Igualmente eramos una familia feliz, hasta que falleció mi mamá.