La primera escena de la metamorfosis de Juan Ignacio Lóndero muestra a uno de los cientos de tenistas que vagan alrededor del mundo con unos pocos euros en el bolsillo intentando detonar la línea del anonimato. Cortar el cable indicado de esa bomba de tiempo que los empuja cada vez más a alejarse del circuito profesional con el que soñaron toda la vida y los obliga a reinventarse. Algunos pocos, cien, doscientos o trescientos –siendo bondadosos– pueden destacarse, sostenerse, vivir del tenis, cumplir con su mandato en ese océano hostil. El resto estará obligado a dirigirse hacia otros destinos.
La siguiente escena se desarrolla unos pocos meses después. El flaquito cordobés camina junto a Rafael Nadal por el túnel de la Philippe-Chartier, el mismo polvo de ladrillo por el que acaba de deslizarse Roger Federer. El irregular tenista que apenas había ganado dos challenger en su carrera se transformó en un tenista de elite en unas pocas semanas. Algo cambió. Un click. Un salto. Del tenista "más pobre" a uno de los mejores representantes de Argentina en 2019.
"Te pasa que la cabeza hace un click y te empezás a sentir parte de la elite. En Roland Garros me pasó. Gané primera ronda y en mi cabeza sentí que lo había jugado como un torneo más. Me sentía cómodo, como que era de ahí, como que lo había jugado muchas veces. Ahora que terminó el torneo me doy cuenta cómo estaba tan conectado", detalla Lóndero ante Infobae.
"Estuve conectado; me hice parte rápido de un jugador de ese tipo de torneos. Cuando gané primer ronda como que mi cabeza dijo 'ahora nos ponemos en modo torneo'. Los días previos estaba metidísimo pero más sorprendido por estar en Roland Garros. Cuando gané de la manera que gané (NdR: 6-4, 6-1 y 6-3 a Nikoloz Basilashvili, 16° del mundo) me puse en otro perfil. Hasta que llegó el día contra Nadal que fue la frutilla del postre. ¡Ya está, me recibí de tenista! Juego contra Nadal en octavos de Roland Garros y en la Philippe-Chartier", revela y abre la puerta a permitir conocer los fantasmas que persiguen a los deportistas.
Hace dos años atrás, el cordobés atravesó un crudo momento de introspección. Pensó en tirar todo a la basura. Era demasiado para él. Se recluyó un mes en su Jesús María natal: "No estaba económicamente bien. Pensaba que estaba por cumplir 24 años y ¿qué tenía? Si me llega a pasar algo, ¿de qué vivo? ¿qué hago? No tengo un estudio, no tengo plata, nada".
Esas horas desorientado lo hicieron renacer. Fue por todo. Entrenó un mes en el país y se lanzó a Europa con unos pocos dólares de respaldo. "Me tomé un pasaje a Europa y dije 'tengo 500 dólares, tengo que pasar la qualy de los torneos que tengo que jugar para cobrar y no pagar el hotel'. En una semana de hotel se te van 300 dólares, así que tenía que ganar. Así empecé. La cabeza iba al 100% en no hacer otra cosa que sea jugar al tenis. Tenés que tener ganas de esforzar la cabeza al máximo porque no es fácil, pero se puede. Cualquier tenista tiene 500 o 800 dólares. Hasta el más pobre de todos lo tiene; te lo digo yo que en ese momento era el más pobre todos. Somos muchísimos los que andamos en esa eh, ¡muchísimos! Viajando y viajando", explica.
El Topito habla pausado. En un cordobés puro que por momentos se diluye en el silencio, como si algunas cosas prefiriese resguardarlas y las termina diciendo para su interior. Piensa las frases para ser preciso y combate contra el jet-lag de su reciente viaje por Francia. Los crecientes compromisos que acarrera su nuevo estatus de tenista famoso lo atormentan por momentos. Reflexiona si es algo pasajero o tendrá que acostumbrarse. Aquel camino de aciertos que empezó a recorrer en junio del 2017 lo empujó –dos años más tarde– al frenesí del sueño que empezó a cranear cuando su padre lo sentó de niño delante de una televisión a mirar los grandes torneos.
"Los veía por la TV y quería ser un jugador de ellos, profesional, que salga por la TV. Jugar en esos estadios con tantas personas. Roland Garros es la sensación de decir 'llegué, así quiero viajar, así quiero estar todo el tiempo'. Te dan un hotel increíble, te llevan al aeropuerto, muchas veces tenés un auto a tu disposición, en la comida no pagás nada, ganás mucha más plata. Te empezás a saludar con jugadores que antes veías por la tele, empezás a jugar con ellos. Te vas dando cuenta que estás ahí, en lo que tanto soñaste", relata sobre sus horas más felices.
No es una simple decoración alrededor del deportista lo que cuenta. Para aquel pibe que repetía platos de pastas o pizza a diario para hacer rendir la plata en la giras la chance de tener a disposición todo este confort significa poder enfocar la mente solamente en el jugar. "Recién este año sé cómo tiene que ir mi cabeza para que funcione. Esa parte de pelear la plata fue durísima, fue la que más cuesta. Pero cuando superas eso y sabes cómo plantarte a esa situación es como que haces el click y te empieza a ir bien. Fue un laburo para descubrir esto. Pasé por varios procesos", especifica al mismo tiempo que recita las patas de su equipo: Andrés Schneiter (coach), Roverto Maccione (PF) y Agustín Caceras (manager).
Hasta febrero de este año jamás había ganado un partido ATP de un cuadro principal. El chileno Nicolás Jarry fue el primero en Córdoba. Cuatro días más tarde estaba levantando su primer título oficial. En las semanas posteriores pisó los octavos de final de un Grand Slam, se metió entre los 60 mejores del planeta y se prepara para debutar en Wimbledon: "Ganar Córdoba me dio más maduración y confianza para estar en este nivel ATP, en la elite del tenis. A lo mejor no sé si estaba tan bien preparado para bancar este tipo de torneos".
"Necesito tomarme unos días libres después de Roland Garros para relajar. Dejo que baje el torneo, asimilo la semana y empiezo a poner la cabeza en la gira de pasto. Me maquino así. Como que inflás la cabeza, la parás hasta acá; y acá vas de vuelta. Como que te va creciendo todo el tiempo de sensaciones y madurez. Adopté este método hace dos años y voy paso a paso", revela.
Antes que empiece a girar por el mundo nuevamente es inevitable pedirle precisiones por esa leyenda del tenis que le tocó enfrentar. ¿Qué se siente tenerlo del otro lado de la red? ¿es tan perfecto como parece desde afuera? Nadal "es bueno, la verdad que es un flaco muy bueno" –asegura–, pero otra vez lo que entra en juego, lo más importante, lo que quiebra toda paridad en un partido, es la cabeza. De un lado, y del otro. "Jugás con 20 mil personas, contra él, si te bloqueaste, chau, se te fue", advierte con la pelota de su lado. "Él vive para el tenis. Hace las cosas a la perfección y la cabeza que tiene el flaco es muy buena. Lo ves todo el tiempo haciendo lo que tiene que hacer: descansando, recuperando, comiendo, entrenando, elongando, se va al hotel temprano. Por lo menos lo que demuestra, lo que se ve, es eso", la explica cuando la bocha cae del otro lado.
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