Yo los vi llegar uno a uno; más aún, en la mayoría de los casos los recibí.
Sobre aquellas miradas ansiosas y difusas del primer oteo, se advertían las bandas subrepticias de imperceptibles celofanes sobre los ojos.
El tiempo había cambiado las formas de sus anatomías llevándose la vitalidad vertical. Tras el paso lento sobre lumbares y rodillas concubinas del dolor, viejos periodistas y fotógrafos se fueron reconociendo con el abrazo prolongado, la exclamación emotiva y una cinta invisible que parecía presionar las gargantas hasta obstruir la respiración.
El almanaque también vino a la reunión pero su inexorable paso no pudo con el amor.
El abdomen prominente, las calvas pronunciadas, las barbas encanecidas, el rostro ensanchado por la redondez y las arrugas multiplicadas quedaron igualadas en el trepidar común de setenta corazones excitados.
No eran asistentes a una fiesta, eran periodistas y fotógrafos de cuatro generaciones que habían ido a reencontrarse para rendirle tributo a un amor ya muerto; realidad indiscutible que se resistían a admitir pues se iniciaron, se desarrollaron, se realizaron y se consagraron creyendo en la eternidad de El Gráfico.
Fue en esa cita del ultimo jueves 30 de mayo de 2019, el día en que hubiese cumplido 100 años el medio que vio nacer y luego los dejó partir hacia otros destinos que dignificaron y aún hoy dignifican con su vocación, experiencia y talento.
En el sentido opuesto a la ley uno de la crónica habremos de prescindir –solo por ésta vez- de los nombres.
Esa noche, en el cálido salón Diquint todos éramos uno y éramos iguales con el orgulloso apocope a nuestros apellidos que nos acompañó tantos años: "Fulano de tal de El Gráfico".
Estaban quienes le robaron tiempo a sus apretadas agendas para poder venir después de alguna obligación en su programa de radio o de televisión. Otros que viajaron especialmente desde el exterior o desde el interior para no perdérselo. Hubo quienes prefirieron faltar a la gran final que River le ganó al Paranaense y otro grupo, el de quienes ya retirados no escuchaban desde hacia años voces amigas convocándolos a un encuentro bajo el imperio del compañerismo, la amistad y la evocación a un tiempo pasado, a un tiempo feliz; el tiempo de los sueños.
Esa noche edades y rangos, célebres y anónimos, vigentes y retirados, famosos e innominados éramos iguales, estábamos juntos y habríamos de disfrutar del mismo privilegio: haber dejado registrado para la historia del deporte héroes, acontecimientos, dramas o glorias en prosa o en fotos que se podrán seguir viendo y leyendo en todos los tiempos.
Periodistas, dramaturgos, docentes de la comunicación, editores de alta responsabilidad, políticos con pasado y con futuro, guionistas, poetas, autores teatrales, productores, artistas internacionales de la fotografía, maestros de la información institucional –todos hijos de El Gráfico– estaban allí sintiendo en el esternón el impacto de un encuentro pendiente valioso y oportuno ante la irremediable finitud de la vida.
Desde las siete de la tarde hasta la medianoche fue difícil lograr silencio. En los corrillos previos y posteriores y en cualquiera de las siete mesas de diez comensales, fueron inevitables las anécdotas y las revelaciones que permanecían en secreto. El video "In memorian", recordando a quienes ya no están marcó el primer capitulo de la emoción. La sana voz del tenor Julio Irigoyen acompañó esos 4 minutos y 24 segundos de la Romanza "Una furtiva Lagrima" de la Opera "L'elisir d' amore" (Gaetano Donizetti, 1832). Al pasar lentamente sobre la pantalla aquellos rostros de maestros, compañeros y paradigmas que nos dejaron, vimos llanto y labios temblorosos.
El talento y la experiencia de Julio Lagos, maestro de ceremonias, fue trayendo alivio al anunciar con su calidez y cordialidad otras voces como las de Ricardo Martínez Puente, el ultimo locutor de los avisos de El Gráfico. Fue allí cuando El Tero, el número uno de los locutores argentinos, leyó los textos de viejos avisos frente a un "viejo" micrófono. Fue un gran momento.
De la misma manera se logró silencio cuando el Pato Muzzio fue imitando sobre fotos en pantalla el "saludo" humorísitico de quince grandes actores del fútbol: desde Bilardo hasta Diego.
En las distintas mesas se vivían emociones generadas por los mismos integrantes desde donde emergían murmullos convertidos en carcajadas o exclamaciones.
Hubo un momento en que el amplio y elegante salón pareció vibrar en diferentes lugares y al mismo tiempo. Cada uno tenía su anécdota, su mito o su leyenda. Y tales expresiones verbalizadas generaban un inequívoco clima de jolgorio, casi como una bendición en el espacio de tanta vida compartida.
Fue en tales circunstancias que me permití elaborar una ridícula metáfora y dije a más de uno: si en éste momento se produjera el imposible milagro que por esa puerta ingresaran cantando en dueto Gardel y Sinatra, la mayoría de los comensales no lo advertirían, tal era el clima tertuliano, amistoso y fraternal del cual se disfrutaba.
Muchos denominadores comunes nos unían: la mayoría habíamos ingresado como pasantes, habíamos clasificado las fotos como obligación inicial (cientos de fotos cada lunes desde la mañana para enviar al archivo), habíamos leído todos los textos publicados o a publicar para entrenar el estilo, habíamos dado la prueba de vocación sabiendo esperar el tiempo de la primera crónica a escribir haciéndolo a manera de ensayo durante meses. Recién después llegaría el momento de acompañar a un periodista de los llamados "grandes" (los que firmaban las principales notas) para aprender las técnicas del reportaje o el comentario; para ello íbamos a estadios, autódromos, canchas u otros escenarios. Después de medio año y habiendo pasado todas las pruebas de identificación con los actores, nos llegaría el turno de escribir pequeñas notas o chimentos (superchequeados) para algunas secciones fijas ("El Gráfico en la calle", "Informe confidencial") o
de color (vestuario o tribuna) o acaso algún partido para la síntesis que calificaba a los jugadores y árbitros y se llamaba "La Jornada está aquí".
Estos escritores, editores y consagrados expositores del fotoperiodismo ya en la madurez que da la consagración de carreras exitosas estaban allí evocando y disfrutando de los tiempos románticos cuando la nocturnidad avanzada nos ponía frente a los enigmas del vino y la poesía.
Los 100 años de El Gráfico que ya no existe fueron recordados con honor. Lo hicimos frente a los alumnos de periodismo deportivo en la Universidad del Salvador, en TEA, en la Escuela del Círculo de Periodistas Deportivos y lo evocaron programas radiales y televisivos; más aún, muchos medios como el nuestro lo reflejaron con generosidad y respeto.
Es así que el significante de la revista en la vida cultural del país fue puesto en superficie.
Nunca sabremos si los héroes fueron héroes y si las hazañas fueron hazañas, pero si salió en El Gráfico existieron.
Cientos de miles de argentinos nacieron y murieron sin haber visto jamás a los protagonistas que idolatraron; El Gráfico hizo que fueran amados y sus fotos quedaron adheridas a paredes decoradas con aquellas imágenes para siempre.
Fue ésta revista deportiva el primer medio auténticamente federal: se leyó en todo el país y sus historias unieron a padres e hijos, a hermanos y amigos, a jóvenes y viejos, a ricos y pobres.
Leer El Gráfico era una esperada bendición semanal, un acto de fe, una liturgia sin ateos.
El jueves pasado se unieron autores de estas fantásticas historias; estaban quienes las habían escrito a finales de los años 50′ y otros que lo hicieron el año pasado, 60 años después, al llegar el triste momento del cierre.
Hubo un solo discurso. Fue pronunciado por Constancio C. Vigil, nieto del fundador de la empresa Editorial Atlántida, hijo de Don Carlos Vigil. Al iniciarlo y en medio del mayor silencio de la noche dijo:
— La verdad es que me parece estar concretando el cierre perfecto de mi relación con El Gráfico. Relación que duró muchos años y me permitió transitar los días más emocionantes e inolvidables de mi vida.
Y lo finalizó de esta emocionante manera: "Señores, ustedes saben de esa "locura" que producía El Gráfico y yo sé que seguramente a ninguna publicación del mundo le pasó algo semejante.
Por eso, mi eterna gratitud a todos los que como ustedes y a quienes ya no nos acompañan, hicieron con su trabajo, grande El Gráfico.
Permítanme nuevamente agradecerles por haberme permitido vivir esta noche inolvidable que termino con este final que yo le vi hacer hace muchos años en una cena similar a Don Félix Daniel Frascara. (N de la R: director de El Gráfico 1955-1960)
Los invito a hacer un triple brindis como una profesión de fe.
Por El Gráfico
Por la amistad
Y por el periodismo, el verdadero, el único".
Después cada uno retiró su medalla que decía: "El Gráfico eterno 1919-2019". Y se pudo hacer la gran foto de familia.
La despedida personal fue gratamente lenta. Nadie quería acelerar la retirada. En las ruedas de afinidad siempre quedaba una anécdota por contar, un hecho por recordar, una evocación final, un número telefónico actualizado para seguir comunicados…
Sabemos que no fuimos –el pasado ya fue y es irremediable– ni seremos –el futuro es imprevisible–; por lo tanto sólo enfrentamos una realidad, la de estar siendo.
¿Y qué estamos siendo en la despedida de esta noche? Estamos siendo hombres felices que olvidamos cualquier diferencia del pasado pues El Gráfico siempre será más fuerte.
Alguien pregunta, ¿por qué lloran esos hombres? Están llorando por la muerte de un amor eterno.
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