Disfrutaba de una siesta litúrgica y silenciosa.
La transpiración recorría esa humanidad de esbelto color ébano expulsando por los poros el alcohol de la borrachera reciente.
Dormía con la placidez de una muerte prestada sin escuchar siquiera el zumbido de un ventilador apoyado en el piso, ni tampoco sus propios ronquidos.
Dentro de la habitación la temperatura superaba ampliamente los 38° que se soportaban afuera, en la calle. Ya eran más de las cuatro de tarde y la casa dejaba ver los vestigios de su fiesta de casamiento; mesas con platos, cubiertos, vasos, copas… Un cotillón triste y vencido, todo aún estaba allí, en el patio agonizante y calcinado tras la alegría de una noche feliz.
El padrino de la boda dormía en una cama prestada de una habitación prestada en una casa prestada que podría considerar como propia pues el novio, Silvio Frias –entrenador y ex boxeador- era uno de sus mejores amigos y desde ahora, compadre.
La ciudad de San Miguel de Tucumán parecía desierta aquella tarde del domingo 6 de diciembre de 1959.
Cerca de las cinco de la tarde un hombre alto, erguido, canoso y elegante se cansó de tocar el timbre y comenzó a aplaudir con frecuencia acelerada tratando que alguien escuchara el batir de sus palmas.
Advirtió luego que la puerta de la casa había quedado entornada –era común en aquellos años dejar la puerta abierta – y avanzó hacia el patio. Desde allí gritó cuidadosamente: "¡Federico, Federico…!". Alguien lo escuchó:
— ¿A quién busca don?, preguntóle un joven somnoliento mientras se desperezaba.
— Ah, que suerte que me escuchaste –respondió el veterano visitante . Y agregó con algo de ansiedad: Vea pibe, me llamo Víctor Arnautein y busco al Negro Thompson, soy su manager y acabo de llegar a Tucumán en el avión de la mañana, ¿está aquí?.
Sin desconfiar, el joven permitió que el visitante lo siguiera hasta la piecita del fondo atravesando el amplio patio: "Ahí está…", le dijo, señalando aquel hombre "anestesiado" que en posición fetal seguía entregado a la placidez del sueño.
— ¡Federico, eh, eh Federico, despertate, eh Negro, despertate ché…!!!, le clamaba Víctor Arnautein.
— ¿Qué hacé' vo' aquí? –, preguntó aún confuso por el sueño alcoholizado el Negro Thompson.
— Mirá Federico, me llamaron del Luna Park ayer para ofrecernos una pelea con el campeón del mundo Don Jordan.
— ¿Cuándo?, preguntó Thompson.
— El sábado, respondió su manager.
— ¿Qué sábado?, repreguntó Thompson.
— El que viene, fue la contestación.
— ¿Y hoy qué día es?, quiso aclarar el boxeador.
— Hoy, hoy –balbuceó el manager– hoy es domingo.
— ¿Y cuánto falta para la pelea?, quiso reconfirmar el boxeador ya algo más despabilado.
— Y nos quedan lunes, martes, miércoles, jueves y viernes, en realidad cuatro días de entrenamiento por que si viajamos esta noche, el lunes lo tenemos perdido.
— ¿Y vo' qué decís, qué te parece?, le inquirió Thompson ya sentado a la orilla de la cama.
— Mirá Negro, la pelea era para Jorge Fernández pero Tino (Porzio, el manejador) no la quiso, la vio demasiado difícil; el tipo (Don Jordan, campeón del mundo de peso welter) viene de ganarle a Fernando Barreto en Brasil, está de gira y busca "pichis" para darle la chance del campeonato del mundo a Benny "Kid" Paret. No vamos a negarlo, es bueno, le ganó a Virgil Akins y a Gaspar "El Indio" Ortega, sabe y tiene experiencia. Pero te pregunto: ¿estás para pelearle o dejamos pasar la chance?.
— ¿Está' loco vó'…? Le peleo, conseguime un par de kilos más, pedile a ver si podemos pelearle en 70 kilos.
— Imposible, podemos llegar hasta 69 kilos. Le impuso Don Víctor según le había dicho el joven Tito Lectoure (23 años), flamante programador del Luna.
Thompson ya despierto fue hasta el patio y puso su cabeza debajo de una canilla, la abrió y dejó que el agua -algo tibia al principio- le cayera sobre la nuca. Cuando se creyó repuesto, preguntó:
— ¿En qué nos vamo' a Buenos Aires, ché?
— En el tren "Expreso Tucumano", salimos a las nueve de la noche, le respondió Don Víctor.
— Y mañana, ¿a qué hora llegamos a Retiro, ché?
— Y son 16 horas mas o menos (1.156 kilómetros de distancia) o sea que alrededor de la una de la tarde estaremos llegando a Retiro…
Mientras Arnautein le decía por teléfono a su socio y compañero de rincón Oscar Casanovas (ex campeón olímpico en Berlin 36′) que fuera al Luna Park y les confirmara la pelea contra Don Jordan, el campeón mundial de peso medio mediano –había uno solo en el planeta- fueron acomodando el bolso para viajar.
Es que aprovechando el casamiento de Frias, el Negro se había presentado a pelear en el ring del club "Defensores de Villa Luján" el viernes 4 de diciembre, un día antes de la boda con Casanovas en la esquina. Le ganó por puntos a Juan Carlos Velarde en diez asaltos que manejó a la perfección. Luego de la pelea le hicieron "la despedida de soltero" al Cabezon Frias. El final fue en un cabaret –se llamaba whiskería en esa época- con el sol insolentando las máscaras del maquillaje sin brillo y sin azul.
Después de aquel viernes con diez asaltos encima y minifaldas debajo, vino la fiesta familiar del casamiento el sábado. Y en el casamiento la borrachera familiar propia de la alegría por el acontecimiento.
Ahora un duro asiento pullman con tapizado plástico de color verde y poca reclinación hasta Buenos Aires. Había que atravesar Santiago del Estero, Córdoba, Santa Fe y Rosario para llegar; le quedaban sólo cuatro días para subir al ring del mítico Luna Park y enfrentar al campeón mundial.
Durmió todo cuanto pudo en el viaje. Pero no podía evitar que los guardas de uniforme gris y gorra que pasaban a controlar los boletos después de cada una de las catorce paradas, le preguntaran algo.
El entrañable Negro de voz cavernosa y un español caribeño con alternación de palabras en inglés sin preposiciones ni artículos, les contaba a todos la verdad sobre su historia:
• Vino a pelear contra José María Gatica en el 52′ y perdió por nocaut en el 8° asalto. No conocía ni el frío, ni el agua caliente, ni la ropa de abrigo, ni los bifes de chorizo, ni el vino, ni el teatro de revistas.
• El empresario que lo trajo –un francés bajito y antipático- no pudo convencerlo de regresar a Panamá; "de acá no me voy nunca más", sentenció Thompson mientras buscaba un cuarto de pensión que le diera alojamiento.
• Se quedó y reinició todo el camino profesional de cero pues tras la derrota contra Gatica, el Luna no quería programarlo, la gente se burlaba de él, de su debilidad sobre el ring y del nocaut que le infligiera el implacable "Mono".
• Fue así que iba a pelear al interior contra quien fuere; recorrió el país de norte a sur y de este a oeste ganándole a todos pero entre los peso welter, cuatro o cinco kilos más que aquellos con los cuales enfrentó a Gatica en su debut, hecho lógico teniendo en cuenta su estatura de 1,73.
• De pensión en pensión; de provincia en provincia; de rival en rival Luis Federico Thompson pudo disfrutar de bifes de chorizo, buenos vinos, lindas mujeres y ofrecer para pocos su arte incomparable de un boxeo fino, sutil, preciso y estético.
• Volvió al Luna Park cinco años y medio después de su fatídico debut. Le pusieron enfrente al Puma Juan Carlos Rivero, un noqueador fulminante; de aquellos pegadores que noquean al impactar. Rivero chocaba sus nudillos –especialmente los derechos– contra cualquier mandíbula y los rivales caían. De 55 triunfos que logró en su carrera 45 fueron por nocaut. Sin embargo esa noche (6 de julio de 1957) Thompson le dio una paliza tan histórica como consagratoria. Fue tan grande la diferencia de aptitudes técnicas que la gente terminó ovacionándolo.
Ahora, ya de regreso al escenario más importante del país y del continente le quedaban otras pruebas. Adoptó la ciudadanía para poder ser campeón argentino, mérito que obtuvo. Y la siguiente "prueba de fuego" fue contra el maestro mendocino Cirilo Gil, pupilo del inigualable profesor Francisco Bermudez. Nunca disfrutamos de tanto talento sobre un ring. Aquel 30 de noviembre del 57′ me fui del Luna emocionado con la necesidad de prolongar el asombro en la "asamblea" de Corrientes y Bouchard donde una veintena de sabihondos reflexionaban sus impresiones a viva voz hasta unos minutos antes del último subte de la B o el último "bondi" desde el Bajo hasta los barrios. Thompson le ganó a Cirilo y el boxeo fue una fiesta de destreza, una vendimia de sabidurías.
Recordaría en el tren, seguramente, aquella anécdota ocurrida en el Córdoba Sport Club en septiembre del 58′ la noche que enfrentó a Francisco Espelozin, un boxeador mañoso, duro y experto que le había ganado una vez nada menos que a José María Gatica. En tal oportunidad, Thompson subió al ring con los pantaloncitos blancos, botitas blancas, medias blancas, toalla blanca bajo una blanca bata. Fue en tales circunstancias que tras el sepulcral silencio que precede al instante en que los boxeadores quedan solos antes de que suene la campana Thompson se persignó y un espectador, cordobés de pura cepa, le gritó:
— Ey Nero… Viniste a peleá uá a tomá la primera comunión… (La risa de Thompson le permitió a Espélozin colocarle los primeros dos golpes).
Tras llegar a Retiro, Thompson fue llevado a los Baños Colmegna de la calle Sarmiento. Estuvo una hora alternando el "baño turco"(seco a 80°) con el "finlandés" (húmedo). Así logró bajar los primeros cuatro kilos de los siete que tenía en exceso para alcanzar los 69 pactados. Lo alojaron en el hotel Splendid Bouchard frente al Luna Park con "todo el riesgo" que ello implicaba; tan cerca del restaurante Nápoli en cuya puerta años atrás Thompson miraba las milanesas a la napolitana, una creación de esa casa en épocas de luchadores de catch hambrientos. El nombre surgió por el apellido del dueño y no por la bella ciudad del sur de Italia. "Tenía solo milanesas y les pusimos salsa, jamón, queso para que comiera la troupe del Hombre Montaña un domingo por la noche después de la función", nos explicó alguna vez el señor Nápoli. Sí, un riesgo alojar allí a Thompson, tan cerca de los piringundines del bajo, los de Reconquista, los de 25 de mayo, los de Viamonte… Tanta gente conocida, tantas "viejas y queridas amigas".
El Luna fue todo glamour. Una gala del boxeo era aquel ring side. Mujeres elegantes y bellísimas, hombres impecables con unanimidad de corbatas sedosas encajadas bajo cuellos inflexibles dentro de finos trajes. La Especial y las Populares vibraban; había cola para entrar faltando apenas minutos para las 22.50, cuando Don Jordan salía de su camarín para ir hacia el ring. Una vez que la gente, cerca de 19.000 personas, advirtieron la salida de Thompson por primera vez se escuchó vitorear su nombre en ese espacio infinito bajo el techo de aquel templo del boxeo.
La definición en el cuarto asalto fue perfecta. Thompson quien manejaba la distancia anticipando permanentemente con su prolijo jab de izquierda fue incorporando elementos de dominio. Fue así que en el primer round –recuerdo – adelantaba sus hombros perpendicularmente para no frontalizar su posición de defensa; lo hacía de manera alternada. En el segundo asalto intentó con éxito ensayar el contrataque y pasó dos veces de defensa a ataque con la combinación impecable del uno-dos. En la tercera vuelta volvió a cancelar riesgos y giró pendularmente alrededor del campeón mundial sin perder la iniciativa de su preciso jab.
El nocaut fue de relojería: Thompson achicó el espacio con un leve paso adelante y cuando Jordan aceptó el claro para atacarlo, el Negro lo recibió con un perfecto gancho de izquierda al abdomen bajo las costillas del lado derecho, donde se halla el hígado y una derecha en cross a la mandíbula en combinación casi al mismo tiempo. Jordan cayó de bruces hacia adelante, como lanzado y permaneció suspendido en el aire por un instante sin tocar con ninguna parte de su cuerpo la lona hasta precipitarse bruscamente. El referí Irán Nuñez le contó sin apuro hasta el nocaut.
Después de aquella consagración sobrevino la etapa gloriosa de su esforzada vida. Peleó por el campeonato del mundo contra Benny Kid Paret con quien empató y perdió en fallo cerradísimo. Antes se había impuesto a los mejores: Cirilo Gil, Jorge Fernandez, Gaspar Ortega, el Puma Rivero… Se casó con Esther Dalpozo una bella mujer italiana que le marcó una vida con digno sentido. Tuvieron dos hijos deportistas Luis y Mauricio nacidos, criados, desarrollados y realizados en Morón. Se retiró por un desprendimiento de retina después de disputar 170 peleas de las cuales ganó 141 (72 por nocaut), empató 14 y perdió 15.
Murió por un cáncer a los 82 años en el hospital de Libertad el 8 de enero de 2010.
La grandeza de Luis Federico Thompson, uno de los diez mejores de la historia del boxeo argentino, no se hallará en los números; antes bien habrá que buscarla en la vida misma: llegó con hambre, sin esperanzas y temblando un día de julio de 1952 y con lo puesto construyó un mundo propio mejor que el mundo en el que nació.
Fue su triunfo más importante.
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