Con apenas 7 años, el entonces diminuto Esteban Andrada se sentó en la mesa con su habitual serio semblante y le respondió a su familia, con firmeza: "A mí el puesto de arquero no me lo quita nadie".
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Tanto papá Mario, quien falleció justo antes de que se integrara a las inferiores de Lanús, como mamá Graciela y el "Aguja", su hermano mayor, compinche y guía futbolístico, le habían consultado si quería jugar en otro puesto para salir del arco. Pero él ya se sentía cómo estando abajo de los tres palos y no se movería de allí. No le importaba que a veces la pelota le llegara poco, ni la cruz de cargar con los goles en contra o que los chicos más grandes del humilde barrio Primavera de la ciudad mendocina de San Martín le hicieran arder las palmas de sus pequeñas manos con sus potentes pelotazos que detenía sin usar guantes.
Cuentan los amigos que mantiene Coco -así le decían a Esteban de chico después de haberse hecho un enorme chichón en la cabeza tras caer de su cama marinera jugando a las bolitas con su hermano- que los rivales en los picados interbarriales se agarraban la cabeza al enterarse de que él iba a atajar enfrente. "¿Viene este otra vez? La puta madre, vamo' a cagar para hacer un gol", refunfuñaban por lo bajo.
Y fue mucho tiempo antes de la Selección Argentina, de Boca, Arsenal e incluso las inferiores de Lanús que Andrada le hizo ganar a su equipo una final en la tanda de penales "arrodillado". Al menos así lo describió su fanática número 1 y madre, Graciela.
"Estaban por tirar los penales y yo lo veo que estaba arrodillado… Le grité que no, que se levantara, ¿cómo iba a atajar así? Y así y todo, atajó los penales y fueron campeones", recuerda la mujer que le inculcó el camino del trabajo, esfuerzo y sacrificio para ser alguien en la vida. Es probable que los nervios y la tensión con la que vive su mamá cada partido suyo (hasta hoy) la hayan llevado a distorsionar la postura de Esteban, porque su hermano Gabriel aportó algunos detalles más a esta particular historia que probablemente se convierta en mito.
El jovencito guardameta del que ya se hablaba en Mendoza defendía el arco de Colonia, el club barrial y primera escuela de fútbol en la que se inició antes de pasar a San Martín. Fue en una cancha auxiliar de Godoy Cruz donde Andrada se lució, aunque el Aguja le quita un poco de espectacularidad a la anécdota y aclara: "Él se ponía en cuclillas, se agachaba y adelantaba un poco para achicarles el arco a los que iban a patear".
Graciela revive aquel día y se apasiona tanto como si su hijo estuviera jugando en el instante en que habla. Su hermana Yanina, la otra representante de la familia presente, aporta datos mientras convida mates y evade los flashes de la cámara. Ella simboliza una muestra gratis de lo que son los Andrada, que no se movieron del lugar en el que nacieron pese al éxito deportivo de Esteban, esperan y celebran cada visita suya. El arquero que jamás olvida sus raíces y porta el sello de la sencillez y humildad.
Que no se vaya a pensar que por desempolvar del cajón de recuerdos esta historia Andrada pretenda que Boca termine en los penales contra Central en la final de la Supercopa Argentina, ni mucho menos. Pero siendo local en su Mendoza natal y, con su familia en la tribuna, puede llegar a achicar tanto el arco hasta dejarlo del tamaño de los que defendía cuando atajaba de rodillas en la niñez.
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