"De vez en cuando la vida toma conmigo café. Y está tan bonita que, da gusto verla. Se suelta el pelo y me invita, a salir con ella a escena". Joan Manuel Serrat escribió estos versos para que cada uno los ajustara a esos momentos en que la existencia parece ideal, sin zonas oscuras. Instantes donde rogamos que el universo archive su giro natural y se pose en un eterno presente.
En la noche del martes 24 de abril de 1984, la vida le tendió la mano y lo invitó a salir con ella a escena a Sergio Bufarini. Era un joven de apenas 20 años que estaba disputando uno de sus primeros partidos en Independiente. Pero aquel no era uno más. El Rojo debía ganarle a Olimpia de Paraguay en Avellaneda para seguir en la Copa Libertadores. Iban 15 minutos del segundo tiempo cuando escuchó la voz firme y segura del Pato Pastoriza indicándole que se preparara para ingresar: "En un momento el Pato me llamó y me dijo: "Mirá que no nos quedan muchos minutos. Hay que correr". El partido contra los paraguayos era durísimo y me tuve que bancar a unos centrales tremendos. Por suerte empató Burruchaga de penal contra un excelente arquero como Almeida, que era el de la selección. En la cancha se sentía que faltaba poco".
Tan poco que muchos hinchas casi no querían ni mirar lo que pasaba en el glorioso césped de la Doble Visera. Prácticamente no quedaba espacio para nada, sólo para que un genio haga el milagro: "Vino esa jugada increíble de Barberón. Todavía no puedo entender como corrió tanto en el minuto 89. Vi cómo arrancaba en la posición de lateral derecho, se la dio al Bocha en el círculo central y siguió picando. El maestro le puso un pase milimétrico. Barberón superó al lateral y la mandó al medio. Yo lo único que tuve que hacer fue ganarle la posición al central y empujarla. Levanté los brazos queriendo abrazar a la gente. Se me pone la piel de gallina".
Hace un silencio y lentamente descorre la manga izquierda de su camisa para que podamos dar fe de sus palabras. Toma un respiro para continuar la evocación: "En el momento no te das cuenta de la trascendencia, que es cada vez mayor a medida que pasa el tiempo. Sí tenía claro que habíamos ganado por ese gol un partido importante y que si no, nos hubiésemos quedado afuera. Pero yo lo único que quería era jugar. Era un pibe con enormes ganas de jugar".
El asedio clásico de la prensa en un vestuario rebosante de felicidad. Habitual para aquellas noches de copa de Independiente, pero inaudito para un chico que recién daba sus primeros pasos. Y al día siguiente sucedió un hecho inesperado: "Terminó el partido y como dos días después enfrentábamos a Ferro por el Nacional, quedamos concentrados. El lugar era el Palace Hotel de Constitución y estando en la habitación me pasaron un llamado. Era de la producción del Rapidísimo, el programa más escuchado de la radio, para hablar en vivo nada menos que con Héctor Larrea. Hicimos la nota y en cuanto pude le mandé un telegrama a mi vieja en Córdoba diciéndole que había hablado con Larrea por la radio. ¡Imaginá la emoción de mi familia en Córdoba!".
Aquel gol lindante con la agonía le dio continuidad como titular en la segunda fase de Copa Libertadores, grupo que Independiente compartió con Nacional de Montevideo y Universidad Católica de Chile. Tras igualar ambos cotejos como visitante, llegaba el turno de ser locales. El primero fue frente a los trasandinos: "Era un día de junio de intenso frío y mucha lluvia. Tanta que se pensó hasta último momento en postergarlo. Empezó más tarde de lo previsto porque estaban esperando al Presidente de la Nación. Estábamos en el vestuario y vino Raúl Alfonsín, que era hincha de Independiente. Enseguida fui a saludarlo y tengo un gran recuerdo de él. Luego salió al campo de juego, que estaba imposible por el barro y dio el puntapié inicial. Ganamos 2-0 y yo metí el primer gol".
Independiente avanzó a la final donde lo esperaba Gremio de Porto Alegre, el campeón defensor. El cotejo de ida fue en Brasil, donde el cuadro argentino dio una de las mayores exhibiciones de la historia de la competencia: "Fue una noche maravillosa, donde nos salió todo lo que intentamos y merecimos más que el 1-0. El Pato me mandó a marcar la salida de Hugo de León, el segundo central y caudillo de ellos, para que no le pegara largo, algo que hacía muy bien. Cuando terminó el partido, nos aplaudió todo el estadio. La revancha sabíamos que iba a ser difícil y sentíamos los nervios de estar tan cerca de ser campeones. Antes del partido, Pastoriza nos reunió y dijo: "Muchachos, del segundo nadie se acuerda. Esto de hoy va a ser para siempre. Si lo logramos, cada vez que digan Independiente 1984, los van a nombrar a ustedes". Y tenía razón. Lo que nadie hubiese imaginado que esa iba a ser, hasta hoy, la última del rojo".
Luego de la consagración era el momento de retornar al pueblo, a su querida tierra cordobesa de La Carlota: "Volvíamos con mi papá y mi mamá en el auto desde Buenos Aires. Llegando al cruce de la entrada a la ciudad vimos a los bomberos. Entonces yo digo: "Uy, que lástima, seguro hubo un accidente". Cuando estamos bien cerca, veo a mis hermanos parados allí. Mis viejos sabían y no me habían dicho nada. Hice los dos kilómetros hasta el centro en la autobomba con la caravana de autos y los vecinos a pie acompañándome. Hermoso recuerdo. A los pocos días, estando en mi casa, vino el diariero de toda la vida a buscarme: "Vení que saliste en la tapa de El Gráfico". Lo miré con desconfianza: "¿Yo en la tapa de El Gráfico con las figuras que hay?". No lo podía entender. Lo acompañé hasta el kiosko y cuando vi la revista me quería morir. Estaba ahí, junto a Bochini levantando la Copa Libertadores. En una hora se agotaron todos y me quedé allí firmándoles los ejemplares a los vecinos".
Sin embargo, la alegría no pudo ser completa en aquel 1984 para Bufarini, ya que no estuvo presente en la histórica consagración en Tokio frente a Liverpool por la Copa Intercontinental: "Para octubre me fui con la selección sub 20 de gira a Singapur con Carlos Pachamé como entrenador. Cuando volví, el Pato había tomado la decisión de no llevarme a Tokio. Lloré un montón, me dolió, pero lo entendí. Equivocado no estaba: fue Percudani e hizo el gol del triunfo".
Un origen humilde, con el fútbol como esparcimiento. Las ganas de crecer, de poder hacer goles más allá de las fronteras del pueblo con Leopoldo Luque como ídolo. "Un día llegó Independiente a mi ciudad con un equipo de inferiores a jugar ahí con Nito Veiga como técnico. Yo tenía 15 años y ya jugaba en la primera local con gente de mucha más edad. Tuve la suerte de andar bien, que a Nito le gustara para que recomendara y me vine para Buenos Aires".
"Compartí la pensión con grandes amigos: Sergio Merlini, José Percudani, la Vieja Reinoso y Pedro Monzón. Eran tiempos bravos. Nos levantábamos temprano, tomábamos el colectivo y como casi nunca nos alcanzaba, sacábamos el mínimo. El chofer lo sabía y entonces al llegar a un punto gritaba: "Los que subieron en Mitre y Vedia, bajarse acá". Y desde allí teníamos que hacer 10 o 15 cuadras caminando. No la pasábamos bien porque la comida era bastante fulera y a veces teníamos hambre, pero era lo que había y eso nos hizo más fuertes, tener más ganas y poder llegar a primera. Fue fundamental tener buenos entrenadores como Osvaldo Mura, Rubén Hacha Brava Navarro y Nito Veiga, por supuesto, un gran formador que le gustaba que sus equipos desplegaran buen fútbol. También rescato sus consejos a los que nosotros le hicimos caso siempre".
El sueño del pibe ahí, al alcance de esa mano que apretaba en su puño un universo de ilusiones. "El momento de comenzar a entrenar con la primera fue increíble, porque era un plantel repleto de figuras. Cirrincione y Adorno, que eran los ayudantes de Pastoriza, miraban mucho la reserva, entonces nos conocían bien. La gran prueba era los jueves, en la práctica de fútbol contra los titulares. Se me hacía un poquito fácil jugar con semejantes monstruos como Bochini, Marangoni o Burruchaga (risas). También eran hombres de enorme personalidad. Cuando perdíamos un partido o no jugábamos bien, imaginate lo que era el vestuario el martes siguiente… Venían Trossero o Villaverde y ya con la mirada te expresaban todo. O se acercaban y te decían: "¿Pibe, porqué no corrés? Mirá que los domingos nos jugamos la plata de todos, eh!".
El gol de Bufarini a Olimpia en 1984
Como para la mayoría de aquellos pibes, la presencia de José Omar Pastoriza fue decisiva: "El Pato era único, te hacía sentir que vos eras el mejor. Si veía que metías, que ponías voluntad, te apoyaba a muerte. Te daba mucha confianza con frases como: "Pibe, sabés la cantidad de goles que vas a hacer" o "En la práctica encaralo al Hugo (Villaverde) o al Enzo (Trossero)". Nos quería atrevidos a los pibes".
Su historia con la primera de Independiente que nació como una pasión eterna, fue apenas un amor de temporada: "Era un pibe del interior en una pensión sin representante ni nadie que me aconsejara. A principios del '85 se fue el Pato y llegó Ferreiro. Enseguida me di cuenta que no me quería y entonces me fui a Platense. Cuando regresó Pastoriza, me llevó de vuelta (1986), pero a mitad de ese año ya me quise ir. Errores que se cometen por la inexperiencia". Fue mudando sus goles por Temperley, Instituto y Deportivo Armenio hasta hacerlos cruzar la cordillera en Deportes Concepción, Huachipato y O'Higgins, donde aún hoy es bien recordado.
La actualidad lo encuentra lejos del fútbol a Sergio Bufarini: "Desde hace 12 o 13 años estoy trabajando en el Ministerio de Desarrollo Social como administrativo, algo que me gusta. Al principio no quería hablar de fútbol. Incluso una vez me preguntaron si era algo del Bufarini que había jugado en Independiente y no dije nada (risas), hasta que con el tiempo lo tuve que blanquear. También tengo tres camiones chicos que ayudan en el día a día. Hacemos de todo, repartos, distribución, etc. Me levanto a las cinco y media y me subo a uno de ellos hasta el mediodía cuando me vengo para la oficina en el centro. Con estos trabajos estoy bien. A la cancha hace mucho que no voy, incluso veo poco por televisión a Independiente".
El rostro le cambia cuando menciona a su familia, un verdadero puntal de su vida: "Con ellos paso mis mejores momentos y soy feliz. Mi esposa Alejandra y mis hijos Brian y Ayelén. Como suele ocurrir con los ex jugadores, a mi hijo no le gusta el fútbol (risas). Él es fanático de los autos, nada que ver con la pelota".
A la hora del saludo que sella la despedida, nos cuenta de su alegría al ser reconocido. Sin saber que es a la inversa, que son muchos los hinchas de Independiente que le agradecen por aquella noche. Porque sin Bufarini, quizás, no hubiese habido una copa más en la repleta vitrina roja de Avellaneda.
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