Uno de los primeros recuerdos del autor con el jugador de Boca está anclado en los comienzos de los '80, cuando apenas juntaba 7 u 8 años y solía acompañar a su abuelo a un típico bar de barrio, Congreso, donde se juntaba con sus amigos. El fútbol era el centro de las charlas y en una ocasión, el viejo Ávila, hombre de pocas palabras, pero conceptos certeros dijo: "Todos hablan de Maradona y Brindisi, pero sin Mouzo, Boca no es Boca". Las miradas recayeron en él, que se puso de pie y sentenció: "Además, es un buen tipo". Ávila jamás había tenido trato con Roberto Mouzo, pero eso es lo que se percibía de la imagen del defensor boquense.
Y cada vez que uno tiene trato con Mouzo, se confirman las palabras del viejo Ávila. Ese don de buena persona que traspasa enseguida la barrera de las formalidades para hacer sentir a gusto en la charla a quien tenga enfrente. Y que son muchos en las inmediaciones del hipódromo de San Isidro, donde uno lo encuentra con la inalterable rutina del ejercicio físico, con la misma dedicación de los tiempos profesionales. Rodeado del afecto de varias personas que comparten sus mañanas, ante la inminencia del choque por la Copa Argentina, nos contó con emoción los detalles de aquella noche de 1985, cuando un Boca en reconstrucción, huérfano de Bombonera, recibió en la cancha de Huracán por el torneo Nacional a Estudiantes de Río IV donde había llegado Mouzo tras una vida boquense.
"Son momentos inolvidables, cosas que te dejan marcado. Estando en el vestuario, el técnico Sturniolo me dijo que en caso de haber un penal quería que lo pateara. Le dije que sí, que no había ningún problema. A los 30 minutos perdíamos 3-0 y el árbitro cobró un penal para nosotros. Agarré la pelota y comenzaron a pasarme un montón de cosas por la cabeza: mi vida con los colores de Boca, la plaqueta que me dio la hinchada antes del partido, la bandera ubicada atrás del arco que decía "Roberto: la 12 no te olvidará jamás". Pateé, convertí y allí se dio esa situación increíble de ver y escuchar al hincha de Boca celebrando ese gol en su contra. Junté mis manos y en ese gesto les pedí disculpas, pero sentía un agradecimiento enorme. Sinceramente no lo podía creer".
El encuentro terminó con una goleada 7-1 pero ese es simplemente un pretexto para los estadígrafos. Se encaramó en el libro de detalles futboleros como la noche en que la hinchada de Boca aplaudió un gol de un rival al que no se podría nunca considerar como tal.
Tras haber jugado en forma ininterrumpida desde 1971, a fines de 1984 quedó fuera de Boca, tras un año tormentoso, difícil, lleno de conflictos que habían depositado al club en la más seria crisis de su historia. Había que empezar de nuevo, pero el teléfono no sonaba.
"Pensé que ya no iba a jugar más. El domingo empezaba el Nacional y el viernes era el cierre del libro de pases. El día anterior me llamó el Presidente de Estudiantes de Río Cuarto para acordar mi vinculación al equipo. Yo estaba en forma porque entrenaba por mi cuenta. Debuté en la segunda fecha, como locales en Río Cuarto, y nada menos que contra Boca. El destino a veces es insólito. Terminamos 1-1. Creo haber dejado una buena imagen en el club cordobés, ya que siempre me llaman para saludarme, incluso el actual Presidente se comunicó para invitarme al partido de la Copa Argentina. Son cosas que no tienen precio y que me ayudan a seguir adelante".
Mouzo hace un silencio. Profundo y sentido. Piensa en esos momentos difíciles que debió atravesar no hace tanto tiempo. Cuando la vida a veces se pone la ropa de la ingratitud: "En 2003 me echaron de las inferiores de Boca, luego de no haber faltado ni un solo día en 8 años y teniendo a mi cargo jugadores como Gago, Tevez, Neri Cardozo, Viatri o Javier García. Cuando sentía que era el momento de mi proyección como técnico, me dejaron afuera por medio un telegrama. Lo sentí como una gran injusticia. Habíamos hecho mucho para que Macri sea Presidente, recorriendo el interior junto al Heber Mastrángelo. Cuando en 2005 fueron los festejos por el centenario, Mauricio me llamó para invitarme y le respondí que no estaba en condiciones de ir. Esa noche la pasé en mi casa (se le quiebra la voz), encerrado en una habitación llorando".
Sin embargo, iba a haber espacio para una revancha. Gracias a Carlos Bianchi y Jorge Amor Ameal regresó unos años después, pero el destino tenía preparado un oscuro callejón de dolor. "Trabajaba en la captación de chicos viajando por todo el país. Justo en ese momento comenzó la enfermedad de mi esposa, que atravesó por cinco quimioterapias hasta que falleció a fines de 2008. Caí en una inmensa depresión, me sentía muy mal y pensé en el suicidio. Un sábado a la noche, mientras miraba televisión tomé la decisión. Fui a la cocina y agarré una cuchilla. En ese momento se me paró delante uno de mis perros, que me observó fijo y comenzó a sollozar. No dejaba de mirarme. Me di cuenta que me estaba salvando la vida. A partir de ese momento, tomé fuerzas y comencé de nuevo".
Boca, siempre Boca, Roberto. Para salir de aquel infierno no deseado y para volver a sembrar la charla con tus historias de fútbol: "Debuté en primera con la huelga de profesionales de 1971. Fueron pocos partidos, pero para mí, el debut es en 1972, cuando jugué con los titulares. Fue contra Vélez en Liniers y marcando nada menos que a Carlitos Bianchi, un delantero fantástico. Tuve enfrente a cada nene: Morete, Luque, Kempes, Fortunato, Andreuchi, Astegiano, Outes, Obberti".
Los números suelen hacer una excepción al habitual frío que se les endilga, para templarse al calor de la pasión. Cuando se revisa la lista de los futbolistas que más partidos oficiales disputaron en la Primera de Boca, primero siempre está Roberto Mouzo: "Para mí es un orgullo ese récord y estar en la historia de mi querido Boca. Me preparaba como el que más, trataba de estar siempre 10 puntos desde lo físico, porque siempre quería estar. Llegué a jugar cuatro partidos en una semana". Mouzo lidera esa tabla con 426 cotejos oficiales, de los cuales 396 han sido por torneos de AFA.
El anecdotario viaja hacia el amanecer de los años '70: "Una mañana, cuando yo ya jugaba en la primera, vino un grupo de pibes a probarse a La Candela. Estaba en el vestuario terminando de atarme los cordones y vi enfrente a un pibe que sacó sus botines. Enseguida le dije: "Te falta un tapón". Me respondió: "¿Y ahora?". Yo era medio enfermito, tenía tapones altos, bajos, de todo (risas). "Quedate tranquilo, te presto uno". Muchos años después, leyendo una nota en la revista El Gráfico, vi mi nombre y apellido remarcado, contando esa anécdota. Ese pibe era Daniel Passarella".
Su trayectoria quedó marcada a fuego azul y oro por haber sido un titular indiscutido en el equipo multicampeón que dirigió el Toto Lorenzo y que obtuvo la primera Copa Libertadores xeneize: "Las tres finales del '77 con Cruzeiro fueron terribles. Ganamos en la Bombonera 1-0 con gol de Veglio y perdimos faltando pocos minutos en Brasil, también por la mínima. Entonces viajamos en el mismo avión rumbo a Montevideo los dos planteles y los árbitros para el desempate que era 72 horas después. Me tocó en el asiento de al lado Ramón Barreto, el uruguayo que había dirigido en Belo Horizonte y me contó lo que vivió ahí: 'En el entretiempo se me metieron tres brasileños en el vestuario para apretarme. Yo sé boxeo y como buen uruguayo, no arrugo. Los liquidé a los tres, los bajé uno por uno. Me las van a pagar'. La cosa terminó ahí. Empatamos 0-0 en el Centenario y fuimos a los penales. Me tocó el primero y la pelota dio en el poste. Me quería morir, pero vi que Barreto, ahora juez de línea, levantó la bandera para señalarle al árbitro que el arquero se había adelantado. Pateé de nuevo y la metí en el ángulo. El loco Gatti atajó el último a Vanderlei y fuimos campeones de América".
Tras la ida de Juan Carlos Lorenzo y un 1980 de muchos sinsabores, el cielo boquense se iluminó con la estrella más preciada: Diego Armando Maradona. "Ser compañero de él fue algo incomparable. Lo sigo considerando un amigo, que los dos últimos años, con todas las cosas que tiene, se acordó de llamarme para mi cumpleaños. En cuanto llegó a Boca lo senté a la mesa y le dije que en nombre del plantel y del técnico que le dábamos la bienvenida y había decidido cederle la capitanía. Agarrando confianza enseguida, con la camiseta de Boca y con lo que era él, no nos paraba nadie y así fue: ganamos el Metro".
Mouzo disfrutó de ese Diego oculto para el gran público, el de las prácticas: "Ahí era plenamente feliz, hacía lo que quería. Si había que meterla diez veces en el ángulo, la ponía las diez veces allí. Fue un fenómeno".
La Selección quizás haya quedado como una deuda pendiente en su ponderable carrera. Disputó varios partidos en la era de César Menotti, pero quedó fuera del Mundial '78, en momentos en que junto a Vicente Pernía y Juan José López, eran los más pedidos por la gente. El día glorioso de la final ante Holanda, Roberto estuvo allí como un hincha más: "Fui a la cancha con una invitación de un amigo que no podía ir. Hice desde temprano la fila inmensa, ya que abrían las puertas a las 11 de la mañana. Pasó un policía que me reconoció y me dijo: "Usted tiene que entrar primero". Entonces preguntó en voz alta a la gente: "¿Están de acuerdo que este señor pase sin hacer la fila?". Todos aceptaron. Caminé acompañado por el agente hasta la puerta y fui el primero en ingresar ese día al Monumental".
Este es el presente de Roberto, entrenando como si tuviera que salir mañana mismo a la Bombonera. Con las ganas intactas de correr y hacer abdominales. La realidad de una nueva pareja que le devolvió una sonrisa que se había borroneado por el dolor: "Ya llevo cinco años viviendo en Boulogne y soy feliz. Volví a querer a alguien y eso me ayudó mucho. En su momento me sentí un jubilado joven, pero me acostumbré (risas). Le agradezco mucho a la mutual de Boca en el nombre de Jorge Bitar y Nicolás Novello por el reconocimiento que me está dando con el subsidio". No va a la cancha, pero mira mucho fútbol por televisión, mientras ayuda en el negocio que su actual pareja tiene en la zona Norte.
Las convicciones de siempre. Una manera de ser reconocida en un ambiente tan poco grato como lo es en muchas ocasiones el del fútbol. Sus ganas intactas de vivir, de superarse un poco cada día en la lucha cotidiana. Toda la bonhomía de Roberto Mouzo que no cambiará jamás, para seguir dándole la razón al viejo Ávila en la mesa del bar del barrio de Congreso.