Messi, como siempre, decidió hacer lo que le da la gana y después de jugar con Venezuela dejó al seleccionado en Madrid y se fue con su familia al bautismo de la familia Fábregas. Hasta aquí nada nuevo, salvo que sus compañeros, que él lidera -es su capitán-, seguían rumbo a Tánger, Marruecos, a completar la pequeña gira por Europa y el norte del África. Se excusó con un parte médico y marchó a Barcelona. Su compañero "Pity" Martínez, también con una lesión, sí viajó con el resto; para él no existieron los privilegios.
Por no acompañar al equipo, muchos criticaron a Messi. Los más importantes, Ruggeri y Maradona, a su tiempo capitanes del seleccionado, uno de la última Copa América ganada en 1993, el otro el eterno líder y también capitán del equipo que ganó el Mundial 86 . ¿Era importante? Para los antiguos "cracks", sí. Formados bajo otros códigos, el capitán es el último en abandonar el barco, mucho más si este entra en emergencia.
Para quien esto escribe no es tan relevante el tema, si no fuera porque el resto del país considera al jugador del Barcelona el ejemplo a seguir, el faro que los ilumina, la luz al final del túnel, el jugador a imitar. Cierto es que Messi está en el combinado desde el 2006 y jamás sus rasgos se insinuaron sobre aquellas bases. Messi es reconocido por su ingenio, habilidad, capacidad goleadora, que lo convierten en uno de los mejores futbolistas del momento, pero nunca en ese tiempo, salvo el día que anunció en conferencia de prensa que se cortaba la relación con el periodismo, luego de una denuncia contra su compañero y amigo Lavezzi, mostró condiciones de conductor de grupo.
Para muchos es un líder silencioso, útil por ser un hombre ejemplar, quien juega bien y no levanta el tono.
Supo rodearse de amigos más consecuentes, con otra voz. Por ejemplo, Mascherano. A través de este ejerció su liderazgo. Hoy sin el volante, Messi se quedó sin el "speaker" (vocero) e igual hace y deshace. Nada cambió.
¿Qué tiene que ver todo esto con lo que pasó con el desarrollo de los partidos ante Venezuela y Marruecos?
Mucho y nada a la vez. La Argentina juega mal con y sin él, pero es tan importante su influencia, que nadie en el fútbol dice una frase de 10 palabras referidas al combinado nacional sin nombrarlo. Jugó el primer partido y el equipo perdió. Faltó en el segundo y se ganó. ¿Significa esto que la Argentina no lo precisa? Porque si no habla, para los veteranos jugadores no lidera y cuando se gana, no está, la respuesta parece simple: que juegue sólo para el Barcelona. No es así. El capitán del equipo catalán es uno de los mejores once jugadores que tiene el seleccionado que hoy dirige Scaloni.
Tiene que jugar, siempre, aunque esté fastidiado como en los últimos tiempos, que faltó y volvió cuando quiso, para irse, casi escapado después.
Pero debe actuar sabiendo que es una onceava parte de un todo que la Argentina no logra conformar y a partir de su juego y sin sus caprichos se puede reconstruir, para transformar al anárquico equipo argentino en un conjunto normal.
Que gane o que pierda, pero sobre una idea y no dentro del desorden que impera hoy en la conducción del seleccionado bajo la jefatura de Claudio Tapia.
El equipo argentino jugó tan mal con Venezuela como contra Marruecos. Tiene un técnico audaz y mendaz que pudo decir ayer, sin sonrojarse, que Zaracho quien jugó solo quince minutos, tuvo una "producción increíble". El jugador de Racing tocó sólo dos pelotas e hizo un foul. Un mitómano.
Hace rato que los futbolistas argentinos son ordinarios, comunes, iguales, sin destaques, con Messi jugaron Gago, Biglia, Augusto Fernández, "Ricky" Álvarez, Banega, Lanzini, Pastore, Meza, "Papu" Gomez; hoy, Lo Celso, Paredes, Suárez, Martínez, Pereyra, Di María. Nadie lo comprendió. Sus adoradores dicen que no lo entienden; Scaloni, que tienen que dar un paso al frente, como si se tratara del viejo Servicio Militar.
Excusas. La Argentina es un equipo del montón en un fútbol sudamericano chato y sin relieve que hace cuatro mundiales que no los gana. Sus equipos se dedicaron a vender jugadores mediocres, en estos días en general a Estados Unidos y México, y perdieron el tren de la velocidad y contundencia de los europeos. Sus futbolistas son adorados por una crítica sin exigencias, cotizados por empresarios sin escrúpulos y formados por dirigentes sin ideas.
Sólo eso permite que Scaloni, sin antecedentes, sea un conductor arriesgado, quien justifica con declaraciones disparatadas e ironías, actuaciones bochornosas.
A pesar de ello y dentro de un nivel mediocre, achatado por la presencia de Japón y Qatar, el equipo argentino debe prepararse para ganar la Copa América, si no será una nueva frustración. Sus pares de Sudamérica están iguales, tienen jugadores regulares, quienes tampoco pueden entrenarse seguido. Un cliché argentino para justificar la falta de orden, entendimiento y un sistema de juego.
Después del torneo de Brasil, entonces, sí Menotti debe meter mano y reconstruir esta algarada futbolística, propia de estudiantes de fin de curso que son conducidos por un director de escuela ridículo y sin poder.
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