Las sensaciones que experimenta Manu en estas horas son inéditas. Hasta es posible que esté más abrumado que en las vísperas de tantas y decisivas finales con los Spurs. Es que faltan sólo siete días para el homenaje que le rendirá San Antonio y la NBA, con el retiro de su camiseta número 20. Será el noveno de la franquicia en lograrlo tras Tim Duncan en diciembre de 2016. Se sumará también al selecto grupo de las casi 200 retiradas en las 30 franquicias de la liga más poderosa del planeta. Y a medida que se acerque la fecha convivirá más intensamente con lo que él mismo reconoció será una noche de emociones encontradas. "Será un honor pero ya me sudan las manos cuando pienso en qué decir. Sé que la voy a pasar mal, de los nervios, de la tensión, de la responsabilidad, de la vergüenza… Y sí, es probable que llore… Tendré que aprender a dejarme llevarme por esa situación y tratar de disfrutarlo", detalló Ginóbili pocos días después de que se anunciara que el 28 de marzo sería el día del homenaje.
Por estas razones, seguramente estará monitoreando, más que otros días, el anillo inteligente de color negro que usa en el dedo índice de su mano derecha, que le indica el nivel de actividad durante el día y la calidad del sueño durante la noche (cuánto tarda en dormirse, cantidad total de sueño, fases del sueño y frecuencia cardíaca en reposo durante el sueño). Con los datos que recoge, el anillo le entrega indicadores para planificar mejor su día, si es ideal para hacer ejercicios físicos o por el contrario si es mejor que se lo tome con calma, entre otras variables. Descubrió la relevancia del sueño y su relación con la calidad de vida al tomar contacto con el libro "Why we spleep" (Por qué dormimos) del neurocientífico Matthew Walker. Y como otras veces lo hizo con su cuidado del físico o de su alimentación, monitorear su sueño ahora es una de sus ocupaciones.
Difícil saber con precisión qué le estará señalando el anillo en estas horas previas. Pero el detallista Manu seguramente estará atento a esos datos que le permitirán transitar con un poco más de calma la que será una jornada de fuertes emociones. Tal vez por esta razón prefirió no involucrarse en la organización del evento ni sugerir -tal como le consultaron- alguna preferencia para incluir en el homenaje. Optó por no saber qué es lo que están preparando y entregarse a lo que anticipan será una noche de sorpresas.
Con esas expectativas y toda esa carga afrontará ese momento al término del partido en el que los Spurs enfrentarán a los Cleveland Cavaliers el jueves 28 que comenzará a las 19.30 hora local, 21.30 de la Argentina, y del que Infobae dará cuenta desde San Antonio. Entonces Manu no caminará desde el vestuario hacia la cancha con la número 20. Lo hará vestido de civil, acompañado de su esposa Many y sus hijos Dante, Nicola y Luca para dirigirse al parqué donde ocupará el centro de la escena. Desde el instante en que su figura emerja del pasillo hacia la cancha podrá estremecerse con una de las ovaciones más impactantes de las 18.000 personas que colmarán el estadio. Cada uno tendrá puesta una gorra negra con una franja en el frente con su silueta y con la inscripción "Gracias Manu", que será entregada a todos los que adquirieron la entrada.
Tal vez en ese escaso lapso de tiempo, son pocos pasos hasta la mitad de la cancha, podrá recorrer como en un flash sus intensos 41 años de vida, sus 23 como jugador profesional, y su amor por el básquet. Ese que empezó a gestarse en una familia muy vinculada a este deporte. Con su abuelo Primo, fundador de Bahiense del Norte y que continuó su papá Jorge como jugador y presidente del club después; con sus hermanos Leandro y Sebastián practicándolo allí desde pequeños. Manu podrá rememorar cómo, contagiado de esa pasión, aprendió a picar el balón en la cocina de su casa cuando tenía 2 años de la mano de un loco lindo como Oscar "Huevo" Sánchez. Y rodeado de un contexto fundacional, irrepetible, como ser hijo de de la época dorada del básquet local con Bahía Blanca como Capital Nacional del Básquet y contemporáneo de la creación de la Liga Nacional cuando tenía 8 años de edad. Manu sentirá en la piel el tránsito de esa época de su vida en el que la respiraba básquet por los poros. Ese que quedaba de manifiesto cuando de regreso a su casa desde el colegio primario, junto a su compañero Gonzalo Suardíaz, jugaban a saltar para intentar tocar las chapitas que marcaban los números de la casas, en un presagio de su obsesión por llegar bien alto, crecer lo máximo posible y tener una altura que le permitiera competir en un deporte donde el tamaño siempre importa. Podrá acordarse de cuando sus hermanos y amigos lo mandaban a "catecisimo" como una forma de correrlo de la escena ante un Manu siempre inquieto. El mismo por el que ninguno apostaba a que pudiera jugar siquiera a un nivel respetable y que vivía obsesionado por crecer. El que comparaba su estatura casi a diario en una marca de dos metros que había hecho en la pared de la cocina de mamá Raquel pero cuyo cotejo lógicamente no arrojaba los resultados que esperaba. El que jugaba al básquet con pasión pero que, paradójicamente, no lograría ganar ni siquiera un sólo torneo durante su infancia y adolescencia.
En ese corto camino hacia el centro de todas las miradas en el estadio de los Spurs podrá rememorar ese otro camino, el de sus sueños y frustraciones, especialmente estas últimas, que le permitieron forjar una personalidad que a fuerza de esos contratiempos pero de una gran voluntad y ansias de superación conformaron al Ginóbili hipercompetitivo de los grandes logros. Tendrá presente esos duros golpes, vividos intensamente por él, como cuando a los 15 años su pediatra, percentil mediante, le pronosticó que en el mejor de los casos alcanzaría a los 19 una estatura de 1,85 metros, que lo alejaba su pretensión de competir de igual a igual. O como cuando a los 16, -medía entonces 1,75 y pesaba 50 kilos- ni siquiera pudo pasar el corte de una preselección local y quedó fuera de los elegidos para representar a Bahía Blanca en el provincial de Cadetes a jugarse en Mar del Plata. Podrá percibir la desazón que sintió a los 17 años, aunque aún con más carga emocional, cuando en su primera temporada completa en la primera de Bahiense del Norte, el equipo que integraba no pudo mantener la categoría y descendió a la segunda división y cómo se sintió entonces responsable de la derrota y del descenso. Pero también cuando, desafiando los pronósticos médicos, le llegó el ansiado "estirón" -crecimiento tardío", dijeron- y con él un desarrollo en su juego que sorprendió a propios y a extraños.
Lo que vendría poco meses después sólo puede explicarse por la fuerza del deseo.
Aquel Manu por el que nadie apostaba, el que como máximo llegaría a 1,85 metros, tocó el metro noventa hasta finalmente alcanzar los 1,98 para comenzar a transitar a los 18 años un largo recorrido que empezaría de la mano de "Huevo" Sánchez en Andino de La Rioja – fue revelación de la Liga Nacional ese año- para luego ser profeta en su tierra en Estudiantes de Bahía Blanca. El paso siguiente fue Italia, país de sus ancestros, en el Reggio Calabria de la segunda división, propiedad entonces de Santo Versace, para lograr el ascenso a primera y después sí con el Kinder Bologna transformarse en el mejor jugador de Europa. Lo que siguió es historia y de las grandes. Parte gravitante de un equipo único de la Selección Argentina con la Generación Dorada y 16 temporadas con los Spurs con logros inéditos que lo convirtieron en uno de los deportistas más importantes de la historia de la Argentina, sino el más completo y, para muchos, el mejor extranjero en la historia de la NBA.
Allí estará Manu entonces, sintiendo todo ese bagaje, en ese corto camino hacia el centro del AT&T Center que sintetizará el otro, el más largo, el que lo terminó elevando a la categoría de leyenda. Aquel que él mismo definió cuando anunció su retiro como "un viaje fabuloso". Y lo hará bajo la atenta, orgullosa y emocionada mirada de sus padres Raquel y "Yuyo", sus hermanos Leandro y Sebastián, sus tíos y amigos de toda la vida que viajarán especialmente para la ocasión. No faltarán compinches de la selección y de la vida como Juan Ignacio "Pepe" Sánchez, Alejandro "Puma" Montecchia, Pablo Prigioni y Fabricio Oberto y excompañeros de los Spurs. Y cientos de compatriotas que organizados en un tour o en forma individual ocuparán las butacas del AT&T Center junto a la gente de San Antonio para ser parte de una noche histórica que será seguida además por millones de personas en todo el mundo a través de la transmisión televisiva.
Y cuando Manu llegue al centro de la escena se encontrará con R.C. Buford, el manager general de la franquicia, y el ya legendario Gregg Popovich, mentor del extraordinario equipo texano.
También estarán Tim Duncan y Tony Parker para conformar nuevamente aunque sea sólo por un rato el llamado "Big Three", el trío con más triunfos en la historia de la NBA. Parker será el que abra los discursos seguido seguramente por Duncan y Popovich y si bien se mantiene aun en reserva, también hablará alguien muy caro a sus sentimientos y con quien compartió grandes momentos deportivos y personales. Todos allí reunidos para intentar traducir en palabras el reconocimiento por su figura. Luego será el turno del propio Ginóbili. Allí estará, micrófono en mano, jugando un partido al que no está acostumbrado. El que siempre lo incomodó. Esta vez no podrá evitar ser el actor principal y que no lo sea el equipo. Para más allá de sus palabras, con sus nervios, vergüenza y emoción, recibir en ese preciso momento y de una sola vez un abrazo generalizado, sentido y profundo de quienes aprecian su talento, su personalidad y su calidad humana. Valores que ningún anillo inteligente puede medir, ni siquiera los cuatro que ganó con los Spurs, y que quedarán simbolizados en el instante culmine de la ceremonia cuando su camiseta número 20 quede expuesta en lo más alto del AT&T Center por los tiempos de los tiempos.
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