Por Darío Coronel
Que era medio parco. Que había que pincharlo para que tire un título. Que le faltaba carisma. Que no mostraba sus sentimientos… Todos esos prejuicios sobre Carlos Alberto Reutemann se esfumaron el domingo 13 de enero de 1980. Esa sofocante jornada entregó a la versión más "humana" que se recuerde de Lole en sus diez años en la Fórmula 1, quien desconsolado por el abandono ante su gente se quebró en un llanto inolvidable.
En esa época la Máxima corría en pleno verano en la Argentina. Las temperaturas superiores a los 30 grados no impedían que 80.000 personas colmaran el Autódromo de Buenos Aires Oscar y Juan Gálvez. Esa masa tuerca que desde la madrugada ocupaba su lugar en las quince tribunas de cemento y en otras tantas tubulares que se ponían para cubrir la demanda del público. Esa gente que podía morirse de calor, pero que les erizaba la piel cuando Reutemann salía a pista. Al mejor estilo de un ritual futbolero, miles de papelitos se tiraban sobre el asfalto para recibir al santafesino.
El mismo ambiente del fútbol que se tomaba vacaciones por esos días antes de los amistosos de verano, generaba que el foco del deporte estuviese en el circuito metropolitano, que desde 1972 volvió a recibir al circo máximo de forma oficial (N.de.R: en 1971 la F-1 corrió una fecha sin puntos). La expectativa era enorme ya que era el lugar donde se abría la temporada, se estrenaban autos, los pilotos que habían cambiado de escuderías y los novatos que debutaban, entre ellos, ese día hubo un joven francés de 25 años llamado Alain Prost, que fue sexto con su McLaren.
Habían pasado seis años de la primera gran amargura para Lole, quien otro 13 de enero, pero de 1974, venía ganando y se quedó sin nafta faltando una vuelta con el recordado Brabham BT44. Fue el día que a medida que transcurrió la carrera y con Carlos liderando, Juan Domingo Perón decidió dejar la Quinta de Olivos para ir al Autódromo y asistir a lo que iba a ser un hito del deporte argentino, que terminó siendo una tristeza única.
Por entonces Reutemann era considerado por la prensa internacional y los dueños de los equipos como uno de los mejores pilotos de la Máxima. No por nada corrió en equipos como Brabham, Ferrari, Lotus y Williams. Es un ícono del deporte nacional. En la F-1 logró 12 triunfos, 45 podios en 146 carreras (uno cada tres competencias), 6 poles positions y mismo número de récords de vuelta. A comienzos de 1982, fue el último argentino en sumar puntos en la Máxima, donde hace 18 años que no corre un compatriota. El último fue Gastón Mazzacane.
Nadie se quería perder el Gran Premio de la República Argentina. Hasta había quienes se escapaban de un destino turístico para presenciar a la F-1. La atención de los argentinos era Reutemann. En el comienzo de la temporada de 1980, Lole, a tres meses de cumplir 38 años, sabía que quemaba sus últimos cartuchos para poder saldar una vieja deuda que era vencer ante su público. El otro gran objetivo era ser campeón mundial… Por eso cerró su ingreso a Williams donde sería compañero del australiano Alan Jones. El santafesino llegaba al segundo equipo más ganador de 1979, donde si su modelo FW07 hubiese debutado al comienzo de ese calendario, habría sido campeón.
En los días previos el tema estuvo difícil para Carlos. En los entrenamientos del jueves fue quinto y el viernes perdió la sesión por un cortocircuito en su unidad. "Los dos chasis nuevos que habían traído no estaban a la altura del otro auto, el de 1979, que vino como muletto (coche de repuesto). Williams trajo a Buenos Aires los FW07/4 (muletto), el FW07B/6 para Jones y el FW07B/5 para mí. Pero cuando Alan se dio cuenta del rendimiento de los coches nuevos, enseguida cambió por el chasis del año anterior; clasificó con él y lo puso a punto para correr el domingo", declaraba Reutemann antes de clasificar, donde se quedó con el décimo mejor tiempo. "El sábado apareció el problema con la pista (estaba abrasiva, con escasa adherencia y un calor de 35 grados) y entonces ni yo ni la mayoría pudimos mejorar mucho. Entonces me preocupé por poner bien a punto el auto para la carrera", explicaba el actual senador nacional por Santa Fe.
Pero el domingo, bien temprano, el panorama se mostró alentador. "En tanques llenos llegué a un tiempo de 1m50s90/100 a 7/100 de Jones (fue el más rápido en la clasificación). Un dato importante que demostraba la paridad entre los dos Williams. Yo lo sentí así y quedé satisfecho. Después volví a mi box y me concentré en la carrera", comentaba a la mañana, ya con un marco tremendo en el autódromo capitalino y con las gradas a reventar.
En carrera tuvo un buen arranque que ilusionó a la multitud. En la largada avanzó cuatro lugares y llegó sexto a la S del Ciervo, que es la primera curva del circuito número 15, la variante que por esos años empleaba la F-1 en Buenos Aires. En los mixtos lo superó al francés Didier Pironi (Ligier). Cumplida la primera vuelta era quinto y dio cuenta del estadounidense Mario Andretti (Lotus). Se ubicaba cuarto y sus próximos objetivos eran el brasileño Nelson Piquet (Brabham) y el francés Jacques Laffite (Ligier). La gente deliraba…
Comenzó a medir a Piquet en la sexta ronda. Tres vueltas más tarde estuvo cerca de pasarlo. Llegó a ponerle su auto a la par en el sector más rápido del trazado, pero al ingresar a la chicana de Ascari, el carioca dobló mejor y Lole bloqueó un poco. Su auto se fue de la cinta asfáltica y los radiadores se llenaron de pasto. "Fue increíble que la persona que cortó el césped lo dejó ahí tirado", se quejó luego. El motor Cosworth empezó a recalentar. En el giro 11° ingresó a los boxes para limpiar los pontones. Era el principio del fin. En la ronda siguiente, al llegar a los mixtos, el impulsor no dio más y el sueño -otra vez- se había esfumado.
Reutemann se bajó de su auto y lo miró varias veces. Empezó con su típico análisis, como si fuese el ingeniero de su máquina. Mientras tanto la gente empezaba a pegarse al alambrado para ver a su ídolo. No había caso, Dios, el destino, o lo que sea, seguían poniendo una barrera que le impedía alcanzar la gloria en el mismo autódromo donde en 1972, consiguió la pole positions en su debut en la F-1. Ser profeta en su tierra parecía una quimera.
Se sentó al lado de la rueda trasera de su Williams. Hubo quienes se acercaron para darle su apoyo, pero no, Lole estaba desconsolado. Giró su cabeza hacia la derecha, aceptó una gorra que luego la usó para secarse sus lágrimas. Fue puro y no ocultó sus sentimientos. Se quebró. Su llanto fue largo, sin tapujos, ni vergüenza para descargar su bronca. Es que Reutemann, por unos minutos, fue elocuente con su lamento que congeló a una multitud más allá de la alta temperatura. La impotencia de Reutemann era inimaginable. Su dolor incalculable. Encima su flamante compañero Jones se llevó la victoria, en lo que fue el prólogo del título que consiguió ese año.
Sin emitir palabra, se fue caminando hacia los boxes. Los fanáticos quedaron atónitos. Ni el ruido de los motores que seguían en carrera pudo con el silencio que invadió en esos minutos. "En ese momento no podía creerlo y sólo atiné a bajarme del auto y sentarme junto a él. Estuve mucho tiempo sentado, llorando como quince minutos. Todo parecía increíble, que la carrera se me haya ido así", manifestó después Lole.
Aquella frustración no era una más para el santafesino. Él sabía que no iba a tener muchas chances más de ganar en Buenos Aires. Incluso solo tuvo otra y fue en 1981, cuando resultó segundo detrás de Piquet. Fue en la temporada en la que lideró la mayor parte del campeonato, que perdió por apenas un punto contra el brasileño. Pero esa es otra historia…
Las lágrimas de ese domingo de Carlos Alberto Reutemann fueron su respuesta al crudo momento. Sentía que tenía un medio mecánico para pelear por la victoria en su país, pero otra vez se quedó sin nada. Su reacción fue un claro ejemplo para mostrar que los pilotos de F-1 no eran autómatas, en tiempos donde el profesionalismo y la tecnología ya marcaban la pauta. Su llanto no lo hizo menos hombre y expresó a pleno su pasión por el automovilismo.