El día que Ringo Bonavena "fue al bombo" para hacerle un favor a su enemigo

Sobre una cama desvencijada y quejosa del hospital Italiano de Rosario, ya cerca de su último hálito, Gregorio "Goyo" Peralta repasa con vertiginosa imprecisión los 66 años de su vida intensa y decepcionante

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Entre las paredes altas de la blanca habitación se han esfumado su porte de moderno Gardel peinado a la gomina, los músculos armoniosos repartidos en su metro ochenta y tres de esbeltez y aquella sonrisa ancha y luminosa de los hombres buenos.

Peleó contra los mejores; fue campeón argentino y sudamericano de Peso Pesado, un boxeador clásico, estilista, sereno, austero y provinciano en todos sus comportamientos siempre respetuosos y amables. A lo largo de su carrera de 111 combates fue muy valorado en los Estados Unidos y en toda Europa. Le ganó al campeón mundial de Peso Medio Pesado Willie Pastrano, dos veces al número

uno de entonces, Wayne Thorton, al mismísimo George Foreman en su esplendor, al vasco Urtain, a Ron Lyle y hasta realizó una exhibición con Muhammad Alí.

Pero antes que nada Goyo Peralta fue un peronista irredento y fanático. Amó a Evita y a Perón desde los 8 años, cuando el terremoto de San Juan, su provincia natal, redujo a escombros, llanto y desolación su casa y todos los hogares que la vista pudiere alcanzar. Ante tal tragedia, ocurrida el 15 de enero de 1944 en la que perdieron la vida 5.000 personas, un ministro de Trabajo y Asistencia Social, el General Juan Domingo Perón habría de alojarse para siempre en su alma y en sus convicciones tras abrazarlo contra su pecho, contenerlo y ayudarlo en su visita a las ruinas.

El otro protagonista de ésta historia jamás contada en 53 años fue Oscar Ringo Bonavena. Absolutamente opuesto en todo a Goyo Peralta. Es que Bonavena fue histriónico, muy porteño, de humor cambiante, muy beat (de allí su apodo Ringo), mediático, edípico (el amor por su madre siempre estuvo por encima de cualquier otro sentimiento), soberbio, simpático, envidioso, expresivo, sensible, suficiente, generoso. Irónico, conflictivo y a veces rencoroso.

(@maxiroldan)
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No pareciera posible que una bala fuera capaz de atravesarle el corazón ofrecido a pecho abierto y paso desafiante ante la mira de la escopeta que empuñaba Williard Ross Brymer, guardaespaldas del "capo mafia" Joe Conforte desde la terraza del prostíbulo Mustang Ranch aquel 22 de Mayo de 1976.

Pero además, Bonavena, de familia proletaria y radical como otras muchas de su barrio – Parque de los Patricios- era un gran antiperonista.

Y una noche, la inolvidable del 4 de Septiembre de 1965, "los dos guapos se trenzaron en el Bajo". Se trató de la velada con mayor afluencia de público en la historia del Luna Park: pagaron 25.236 espectadores y en el estadio había más de 28.000 personas. En pesos de la época se batieron todos los récords con 13 millones equivalentes a unos 55.000 dólares norteamericanos.

La distribución de ésta taquilla fue la gota que rebalsó la tolerancia de Goyo Peralta hacia Ringo Bonavena y Tito Lectoure de quienes jamás se sintió cercano. Más aún, ambos pasarían a ser sus enemigos…

Es que en aquella época las bolsas estaban reguladas de hecho y sin discusiones. El 30% de la recaudación sería siempre para el campeón que expusiera su corona; el 20 para el retador y el 50 restante para el Luna Park.

El campeón era Peralta y el retador Ringo. Sin embargo Lectoure accedió a un pedido de Bonavena y quiso invertir los porcentajes reconociéndole a Ringo ser la máxima atracción del show. La discusión fue dura y definitiva: Peralta rompió relaciones con el Luna Park, peleó por el 25% siendo quien exponía la corona. También se enojó con Bonavena por haber planteado semejante cuestión en detrimento de un colega. Al final cada cual se llevó a su casa 13.750 dólares norteamericanos tras la noche récord en la historia del Luna Park y del boxeo argentino.

Pobre Peralta. Fue proscripto durante todo el período que gobernó el país la llamada "Revolución Libertadora". La leyenda de su bata en la parte de atrás rezaba: "Viva Perón" o "Perón vuelve".

Debió pelear en Uruguay, Brasil, Perú y ciudades del interior para poder vivir dando siempre la ventaja del visitante. Esperó que pasaran los gobiernos de los generales Eduardo Lonardi , Pedro Eugenio Aramburu y el del Dr. José María Guido para que el Luna Park le abriera sus puertas. Y cuando esto sucedió se consagró campeón argentino de Peso Pesado al ganarle por puntos a Justo Benítez y a todos los que estaban en el ranking.

A partir de ese momento fue construyendo una aceptación del público convertida en idolatría. Por cierto que cuando peleaba en el Luna Park no podía llevar ni pronunciar ninguna simpatía política, pues a tal efecto se firmó un acta ante un escribano público. En el Luna Park, la palabra Perón estaba prohibida.

Mientras Goyo Peralta crecía a favor de sus triunfos, el joven Bonavena se hallaba peleando en Nueva York. En realidad cumplía una sanción impuesta por la Federación Argentina de Boxeo que le dio un año de suspensión por haberle mordido la tetilla derecha al norteamericano Lee Carr mientras peleaba en

los Juegos Panamericanos de San Pablo en 1963. Algo así como lo de Mike Tyson a Evander Holyfield cuando le partió la oreja tras un feroz mordisco.

Al cumplirse la décima pelea en los Estados Unidos, Ringo perdió contra Zora Folley y al haber cumplido la sanción decidió regresar al país.

Pobre Peralta…En pleno esplendor, después de tantas luchas y tanto hambre, ya consagrado como ídolo del Luna, le cayó desde Nueva York alguien que quería su lugar, su corona y su idolatría.

Es así como Bonavena desarrolló el marketing parlante algo que ni José María Gatica ni Andrés Selpa –predecesores empíricos de las amenazas a sus rivales- habían abordado con tanta trascendencia.

"Te voy a matar"; "Díganle a Peralta que lleve la cédula porque después de la pelea no lo va a conocer ni su vieja"… "Este muchacho fue campeón porque yo estaba en Nueva York, si no qué va a ser campeón, por favor"… "Lo único que me hace falta es que el referí sepa contar hasta diez"… Así se expresaba Ringo ante cada micrófono.

Se generó un clima hostil. Bonavena no paró de hablar y Peralta prefirió el silencio ante la prensa. Al subir al ring eran enemigos, más que rivales. Además, estaba lo de los porcentajes que perjudicaba económicamente a Goyo. Y por último, éste sentía que Lectoure y la mayoría de los periodistas habían tomado partido por Ringo quien se transformó en un revolucionario mediático a quien querían tener todos los conductores y conductoras en sus programas.

La pelea no fue buena aunque Ringo logró derribarlo en el quinto asalto. El drama y la tensión bajaban desde las tribunas con coros mas futbolísticos que pugilísticos: "Somos del barrio, del barrio de la Quema; somos del barrio de Ringo Bonavena"… se escuchaba, cual himno invasor en aquel templo que solo admitía aplausos, silbidos, aclamaciones y reprobaciones populares.

Bajo las duchas del estrecho baño, Peralta terminaba de secarse y apareció Ringo: "Goyo, mira que todo lo que dije es humo, de verdad te digo; fue para vender entradas, hiciste una gran pelea, sos guapo de verdad y te va a ir bien". Y agregó Bonavena con sincera ternura: "¿Querés venir a almorzar mañana a la casa de mi vieja?". "Desde allí hacemos el programa Los ravioles de Doña Minga por Leoncio ( hoy Telefé), dale vení Goyo", le insistió honestamente Bonavena.

Peralta lo miró a los ojos mientras cubría medio cuerpo desde la cintura hacia abajo con la toalla y le respondió en voz muy baja y clara: "Te lo agradezco, celebrá con los tuyos".  Y se fue.

Bonavena y Peralta a partir de esa pelea y esas declaraciones se convirtieron en acérrimos enemigos. Ringo defenestraba a Goyo y éste educadamente no le hallaba ninguna virtud pugilística o personal a Bonavena. Vivieron "matándose" verbalmente para regocijo de los periodistas que siempre teníamos la nota asegurada.

Pobre Peralta, todo le fue mal. Le fallaron algunos amigos, algunos consejeros en inversiones fantasiosas, sostuvo su ruptura con Tito Lectoure y nunca más pudo entrar al Luna Park.

Su manager, Héctor Méndez, intentó hacerlo pelear en la Bombonera contra el campeón mundial Jimmy Ellis y el combate se suspendió por falta de venta de tickets.

Todo lo que quería Peralta era irse a Madrid. En Puerta de Hierro estaba el General Perón, quien le había hecho saber a través de su delegado Jorge Daniel Paladino en diferentes misivas que una vez en la capital española, él lo ayudaría hablando hasta "con el Generalísimo Franco para que lo programen".

No se trataba de la compra de un pasaje; había que pagar deudas y planificar varios meses en Madrid para recomenzar la vida profesional.

¿Quién sería capaz de ayudarlo? ¿A quién se podría recurrir? ¿Tal vez a algún amigo?

No, a un enemigo. Al máximo enemigo: a Ringo Bonavena.

La reunión fue en el departamento que Ringo tenía en el Alvear Palace Hotel, el 303 del tercer piso. Le costó mucho a Goyo hablarle por teléfono, pedir la entrevista y concurrir a la cita.

Bonavena quien jamás tomaba alcohol pidió una botella de champagne Baron B y dos copas. Lo esperó ofreciendole un brindis: "Por los que nos quedamos solos en el ring cuando toca la campana", le expresó. Luego levantó la copa, dijo salud y preguntó:

—Vos dirás, Goyo.

¿Serías capaz de darme una mano? Ando mal hermano, y necesito irme a radicar a Madrid. Ojo Ringo, no te vengo a pedir dinero eh…

—Podes pedirlo. Si lo tengo, te lo doy.

—No Ringo. Mi manager Héctor Méndez tiene alquilado el Cilindro de Montevideo, ¿viste?

—Sí, lo conozco. Muy buen estadio para básquet y para boxeo, ¿y?,— requirió Bonavena.

—Ringo, ¿no te animas a que hagamos la revancha?— preguntó Peralta algo balbuceante.

—Uhhh Goyo, que bolonqui que me acabas de armar. Mirá, prefiero darte la guita, no sé de qué monto hablamos, pero pelear otra vez con vos… no sé, no podría. Hoy, cuatro años, después te lastimaría y después de esto que me decís de Madrid, de la familia, de las deudas, de que querés estar cerca de Perón para trabajar con él en su regreso al país, de que pelearías en Francia, en Alemania, en España y que de allí te irías a Estados Unidos…No, ya no te podría pegar. Si te meto una mano y te caes también, se te caen los planes y yo me voy a sentir muy mal—, le dijo Ringo.

—Escuchame Ringo— se animó Goyo a replicar alzando tenuemente la voz al tiempo que le proponía: "Hagamos una gran pelea, un buen show, vos no me metes ninguna mano de nocaut y yo no te bailo dejándote pagando. Hacemos mucho cuerpo a cuerpo, la gente se vuelve loca, nos pegamos a los brazos y empatamos. Un empate con vos a mi me coloca en Madrid y me ayuda a recomenzar la vida familiar".

— La verdad, no sé de qué estamos hablando Goyo… Pero bueno, dejámelo pensar, en este momento no te puedo decir ni sí ni no…Lo que te aclaro es que estoy detrás de una revancha con Joe Frazier, si me sale, chau, olvidate— concluyó Ringo al tiempo que encendía un habano que Peralta gentilmente rechazó.

Ya en la puerta del departamento, mientras Peralta se retiraba, Ringo se preguntó mirando a Goyo: "¿Y yo te voy a ayudar a que labures con el General que quiere volver? Esta noche se lo voy a comentar a Lanusse".

Efectivamente, Bonavena era amigo de Roberto Rimoldi Fraga, yerno del general

Alejandro Agustín Lanusse, a quien admiraba.

Este encuentro clandestino y nunca dado a conocer hasta hoy se llevó a cabo el 25 de Junio de 1969. Sólo una vez conté esta historia y no con tantas precisiones. Fue a Juan José Zurro, biógrafo de Peralta quien lo volcó fielmente en su excelente libro: Me dicen Goyo( Editorial Autores Argentinos 2016).

Luego, muchos amigos en común de Ringo y de Peralta le insistieron fuertemente a Bonavena para que accediera a esta impureza. Entre ellos, personas muy queridas y bien intencionadas como los boxeadores José Menno y Carlos Capella, ex boxeador y ex masajista de Boca.

La pelea se llevó a cabo el 8 de agosto de 1969 y fue un desastre. Alguien aflojó las cuerdas para perjudicar a Ringo y Peralta giró toda la noche sorprendiendo con golpes ascendentes y la clara intención de ganarle…

Bonavena no entendía bien qué pasaba, pero el desarrollo no era el propuesto por Peralta para la consumación del inadmisible tongo. Tanto fue así, que Ringo tuvo que apretar en las dos últimas vueltas para llegar a un empate que Peralta cuestionó hasta el último día de su vida, pues se creyó ganador. Para nosotros el empate le quedó bien a tan atípico enfrentamiento.

Pobre Peralta. Todo lo soñado se le estaba cumpliendo. Perón lo recibía en el jardín de la Puerta de Hierro, donde Goyo no dejaba de ofrecerse como hombre de confianza, colaborador, guardaespaldas o lo que fuere. A sus peleas en Madrid, iban los argentinos que frecuentaban al General: José Ignacio Rucci, Lorenzo Miguel, Jorge Daniel Paladino, entre otros tantos.

En la parte trasera de su bata siempre podía leerse una consigna respecto de la vuelta de Perón a la Argentina. Había consolidado en Europa un fuerte reconocimiento de sus condiciones técnicas para enfrentar a los mejores. El público lo aclamaba. Otra vez se había consolidado económicamente. Perón aceptó ser el padrino de su tercer hijo Juan Domingo y alguna vez el propio General se le apareció en la casa con una bolsa de juguetes para los cuatro niños de la nueva vida de Goyo con su mujer Mimi, insistiéndole: "No hables más de tu amor por Evita habiendo otra gente" ( ¿Isabelita?, ¿López Rega?).

Pobre Peralta. El 20 de Junio de 1973 desde Roma, el General Perón emprendió su viaje hacia Buenos Aires. En el chárter había muchos deportistas, artistas, políticos, gremialistas…Goyo Peralta no estaba en la lista.

José López Rega lo había bajado

Peralta amaba a Evita y siempre lo decía a pesar de la recomendación del General, quien nunca más le respondió cartas o llamados.

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