Una barra brava puede hacer suspender un partido cuando quiere. Porque se lo deja y porque, salvo raras excepciones, no tiene consecuencias judiciales amparadas en la impunidad que les otorgan sus contactos con el poder político, policial y deportivo.
Pero el papelón ocurrido este sábado en el Monumental, con las consecuencias ya conocidas, tiene mucho más que ver con la impericia de un operativo fallido por dónde se lo mire, más allá de que el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y el secretario de seguridad de la Ciudad, Marcelo D'Alessandro, relacionaron los incidentes de la final inconclusa con los allanamientos del día anterior al jefe de la barra brava de River –Héctor Godoy, alias Caverna– y a Los Borrachos del Tablón.
Cierto, golpear duro a una barra siempre puede traer consecuencias si no se hace inteligencia para desbaratar actuaciones ulteriores.
El sábado los delincuentes disfrazados de hinchas estaban apostados en dos zonas. Un grupo grande se ubicó desde el mediodía detrás del local de comidas rápidas ubicado en avenida del Libertador y Manuela Pedraza, para actuar como grupo piraña robando entradas a los hinchas que pasaran por allí. El otro se apostó por Figueroa Alcorta en las inmediaciones del cruce con la calle Saenz Valiente, donde hay una puerta siempre cerrada que comunica con la parte de atrás del club.
Desde esa zona, cerca de las 16 horas, un grupo no menor a 200 barras lograron ingresar al estadio sin tickets.
Lo raro es que el operativo tenía desde el día anterior una alerta en ese sentido: el viernes se había abierto una causa con intervención del fiscal José María Campagnoli y que tramita en el juzgado del magistrado Rodrigo Bonnano por coacción de la barra sobre los empleados de Utedyc, a quienes amenazaron de muerte para que les liberaran esa zona para poder ingresar sin tickets, algo quedó grabado en imágenes del estadio Monumental que obtuvo por entonces la Justicia. Por que el operativo falló allí deja abierto un terreno gigantesco a las suspicacias.
En el caso de la agresión al micro de Boca lo que falló fue, se insiste, el operativo policial. Si fue por negligencia o connivencia, deberá determinarlo la fiscal porteña Adriana Bellavigna, que investiga los incidentes. Pero lo que está claro es que no hubiese ocurrido nada -aún si la barra hubiese estado en esa zona- si el servicio policial seguía el protocolo de actuación habitual para este tipo de encuentros. Que es muy sencillo de explicar y que hasta 2016 lo llevaba adelante la Policía Federal y desde el traspaso de la responsabilidad es tarea de la Policía de la Ciudad.
El micro con el plantel visitante siempre llega alrededor de dos horas antes del horario del partido. Para eso, se encapsula desde la salida de su concentración, en el caso de Boca el Hotel Madero, hasta el ingreso al Monumental. Se ubican 6 motos por delante, otras 6 a los costados y 4 más detrás del vehículo. Todas llevan dos oficiales, uno que maneja y otro con armas de gases lacrimógenos, para dispersar cualquier intento de ataque. Además, van patrulleros acompañando, para tener mayor fuerza disuasiva y un grupo de infantería, que esta vez brilló por su ausencia.
El ómnibus de Boca siempre hace el mismo camino y antes de ingresar al túnel de avenida Libertador en Lacroze avisa que está al llegar para que se despeje el público desde Pampa, cuando se sale del túnel.
¿Cómo se hace? Se para el ingreso de los hinchas en la vereda opuesta con un policía cada 5 metros (los que van por la vereda en la que viene el micro son sacados hacia enfrente) y de esa manera el micro puede circular con una distancia no menor a 50 metros a los hinchas rivales.
El punto de inflexión es en la esquina de Lidoro Quinteros, porque ahí debe aminorar la marcha para ingresar por la diagonal rumbo al estadio. El protocolo que siempre se lleva a cabo implica que el vallado se ubica a 50 metros, y los policías retiran a los hinchas también sobre Libertador para despejar la zona. Tienen desde que son avisados aproximadamente entre 7 y 10 minutos para llevar la tarea. Pero esta vez, según admiten en el propio Ministerio de Seguridad de CABA como de Nación, la comunicación no se produjo.Un error de principiantes aumentado por la desconfianza reinante entre fuerzas federales y metropolitanas, que estaban participando conjuntamente del operativo. De hecho, en la esquina estaban policías de la Ciudad y hombres de Prefectura.
Hasta hace dos años, esa tarea la hacía el grupo especializado llamado División Operaciones Urbanas de Contención de Actividades Deportivas (Doucad) de la Federal, que estaba bajo el mando del comisario general Guillermo Calviño, separado del cargo tras una causa judicial que lo involucraba en presunto cobro de coimas a trapitos y comerciantes, donde terminó con falta de mérito. En aquel momento, si el operativo fallaba alguno podría pensar en una mano extraña, dado el conocimiento del terreno de años que llevaban Calviño y su gente.
En los últimos meses, los cambios de jurisdicción de comisarías más los nuevos hombres a cargo de la fuerza en seguridad deportiva, refuerzan lo que la Justicia por ahora analiza como primera hipótesis: una negligencia inconcebible, algo que se viene verificando en decenas de operativos en espectáculos futbolísticos en la Ciudad y que sólo adquieren dimensión pública cuando generan conmoción, como en el caso de All Boys el miércoles pasado, la práctica abierta de Boca el jueves o los gravísimos incidentes de este sábado.
La falta de inteligencia se verificó, por ejemplo, cuando en el caso de All Boys vincularon los hechos a una barra que perdió el poder tres años atrás y este periodista puede dar fe que los investigadores no sabían quiénes manejaban la barra actualmente, tanto que debieron pedir ayuda extra.
En el caso de River, ni siquiera se enteraron que para el partido de ayer domingo los barras tenían pensado encontrarse en el club Independiente de Beccar, para coordinar acciones tendientes a complicar la situación del encuentro.
Si a eso se suma que el fútbol hace honor a la cultura del aguante, a grupos organizados que ni siquiera responden a las barras pero que van a los grandes eventos para aprovechar el descontrol y robar, y a una sociedad argentina que gusta de coquetear siempre con la tragedia, lo que pasó ayer no le sorprende a nadie.
Ahora es tiempo de delimitar si fue sólo la impericia supina que se verifica en los partidos de Capital desde hace buen tiempo, o una hipótesis más inquietante de zona liberada adrede que por el momento no encuentra en la Justicia pruebas concluyentes.
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