El día que le cerraron las puertas a la fiesta del fútbol: el detrás de escena de un extraño Rosario Central-Newell's

El clásico de Rosario, que definió un lugar en las semifinales de la Copa Argentina, mereció tener la emoción y el fervor de los hinchas. Crónica de una tarde peculiar

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Newell’s-Central se disputó en un
Newell’s-Central se disputó en un clima completamente desolador

Para Sarandí fue casi un día más. En los alrededores del estadio Julio Humberto Grondona, una señora camina con las bolsas de las compras recién salida del almacén y un trío de jóvenes camina con una bicicleta a cuestas. Un hombre desprevenido, en cuero y con el short de Arsenal, le pregunta a uno de los 120 efectivos policiales que fueron afectados al trascendental clásico rosarino: "¿Juega alguien hoy?".

Así de desolador y triste fue la previa del Newell's-Rosario Central que quedó para los Canallas, después del 2-1 obtenido (se clasificó a las semifinales de la Copa Argentina y sueña con levantar el título).

El arribo de los planteles fue en total serenidad. Los ómnibus que los trasladaron no tuvieron que esquivar tumultos ni esquivar peatones rojinegros o auriazules. El fervor había sido el día anterior para los de Newell's (con un banderazo organizado por sus peñas de Buenos Aires en la concentración) y también con un grupo de hinchas de Central antes de que partiera la delegación rumbo al estadio.

Dos perros duermen la siesta:
Dos perros duermen la siesta: la pasividad del escenario así se los permitió

En la cancha del Arse, los medios acreditados (no hubo partidarios) se instalaron desde temprano en el playón y les sacaron algunas palabras a los protagonistas. Pasó Sebastián Peratta de un lado y Paulo Ferrari del otro. Luego fue abordado por los micrófonos Juan Manuel Lugones, titular del Aprevide, quien subrayó haber sido elegido por las autoridades de Copa Argentina para organizar la seguridad en el duelo a puertas cerradas.

Ángel Sánchez, secretario de árbitro de la AFA, se dio una vuelta por la cancha y tuvo que esperar bastante por su pulsera de ingreso. Por último, Claudio Chiqui Tapia, quien horas antes había lamentado las condiciones en las que se celebró este pasional y devaluado derby, llegó y caminó un rato por el césped antes de seguir la acción en la tribuna.

La Policía y seguridad privada (20 hombres) fue muy celosa en los pasillos y corredores. Liberó completamente la zona de plateas -y obviamente la de populares-. El cuerpo de dirigentes, integrado por 30 hombres de cada club más los periodistas afectados a la transmisión oficial televisiva -en su gran mayoría-, los cronistas y reporteros gráficos fueron conducidos hasta cada uno de los palcos y cabinas. Las más amplias fueron para los directivos.

Una decena de hinchas de
Una decena de hinchas de Newell’s se subió a un tejado para recibir a su equipo (Foto NA: DANIEL VIDES)

La imagen de la salida de los equipos fue insólita: había más fotógrafos que jugadores. Mientras los futbolistas posaron mezclados ante las cámaras, cerca de las vías de la estación Sarandí del tren Roca hubo pirotecnia que explotó en el cielo con los colores de Central. Los fanáticos hicieron lo imposible por formar parte de esta historia. Un puñado de simpatizantes leprosos recibieron a los suyos entre aplausos y cánticos: "Soy de Ñubel".

Empezó a rodar la pelota y durante los primeros 45 minutos pasó poco y nada. El miedo a fallar y perder ató a los conjuntos de De Felippe y Bauza, que se fueron 0-0 al entretiempo. Patricio Loustau, juez del cotejo, adicionó dos minutos y el cuarto árbitro mostró una chapa con ese número, como en los viejos tiempos. No hubo tiempo ni de cargar el cartel electrónico que sí funcionó en el complemento.

Las órdenes de los entrenadores, los gritos de los jugadores y hasta las advertencias de Loustau fueron lo único que se escuchó en el aire durante la tarde soleada del Viaducto.

Los equipos posaron juntos antes
Los equipos posaron juntos antes del inicio del encuentro (Fotobaires)

Fue muy extraña la sensación del grito de los centralistas en el 1-0 de Germán Herrera. Y la historia se repitió con el 2-0 de Fernando Zampedri. No fue como en los amistosos, donde generalmente no se festejan los goles, pero sí como un partido de reserva. Los alaridos de los jugadores quedaron pelados; los de los dirigentes, contenidos por el vidrio de los palcos.

Hubo algunos golpes a las paredes de durlock que separan las cabinas de la cancha de Arsenal y el eco del grito de gol de los de Central hizo enfadar a los de Newell's. En el pasillo que conecta cada una de las puertas hubo algún insulto y reclamo que no pasó a mayores. En general, hubo respeto mutuo.

El descuento de Joaquín Torres para la Lepra, a los 48 minutos del complemento (tiempo cumplido) ni siquiera fue celebrado por los derrotados.

Loustau pitó el final y hasta que los Canallas no se reunieron en la mitad de cancha, la victoria parecía una más. El griterío que pudieron haber ofrecido las parcialidades fue abortado desde cero por intereses que exceden al hincha común. Los ganadores se pusieron en la piel de fanáticos y cantaron frente a las cámaras con el cheque correspondiente. Y su fiesta siguió en las entrañas del estadio. Afuera, apenas una decena de simpatizantes se animó a acercarse para vitorearlos.

A puertas cerradas: un insólito
A puertas cerradas: un insólito clásico por los cuartos de final de la Copa Argentina

El operativo fue un éxito, aunque puede catalogarse como uno de los que menos trabajo demandó en el último tiempo (y quizás en la historia de este apasionante cruce).

Porque los violentos, las autoridades provinciales, los dirigentes de los clubes, la AFA y los organismos de seguridad dejaron al duelo sin fiesta. Y Tiñieron de gris a uno de los clásicos más coloridos y fervorosos de Argentina.

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