César Luis Menotti inventó la Selección Argentina. Puede parecer una exageración y hasta un injusto menosprecio con siete décadas de historia de nuestro fútbol. Pero no lo es. Este hombre que esta semana cumplió ochenta años fue quien creó las condiciones para que la Selección tuviera un marco estable, con un plan a largo plazo. Sus méritos, en ese sentido fueron varios. La estructura y el diseño del trabajo fueron originales e inteligentes. La determinación del técnico fue un factor clave para soportar presiones e intentos de desplazamiento desde el día de su asunción. Pero Menotti, además de un plan, enarboló una idea. Propugnó por una vuelta a las raíces de la mejor tradición del fútbol argentino. Imaginaba, declamaba un juego que se emparentaba con el que Peucelle, Pedernera, Grillo y otros viejos maestros defendían: La Nuestra. Sin embargo su equipo pocas veces logró ese juego vistoso, de elaboración y fantasía. La obligación de estar a tono de la exigencia física de la elite, de darle velocidad a un juego históricamente cansino, convirtió a la Selección en un equipo eléctrico, frontal, vertiginoso. Poco importaba. La personalidad del Flaco era un imán. Con un discurso articulado, una retórica hipnótica y una fuerte personalidad se transformó en el gran personaje del fútbol argentino de esos años y en el referente de una ideología futbolística.
Asumió la dirección técnica de Argentina muy joven, con apenas 35 años. Su carrera como jugador aunque exitosa (Central, Racing, Boca, Santos y hasta la Selección) había estado debajo de sus posibilidades. Grandes condiciones, extraordinaria pegada y elegancia se combinaban con languidez, absoluta ausencia de sacrificio y un marcado desdén por todo lo que no fueran funciones ofensivas. Su paso como director técnico por Huracán fue consagratorio. Logró conformar un equipo de todos los tiempos, inolvidable. Luego de la floja actuación argentina en Alemania 74 se imponía un cambio. La proximidad del Mundial 78 exigía otro tipo de trabajo. Menotti estuvo en el lugar indicado en el momento indicado. David Bracuto, el presidente de la AFA, había sido su presidente en Huracán. Sus principales rivales para asumir eran dos figuras muy disímiles. Por un lado, una gloria como Alfredo Di Stéfano, por el otro Carlos Griguol, técnico volcado al orden y a la táctica que venía destacándose en Rosario Central. Menotti, con el aval de Lorenzo Miguel, sindicalista de peso, ganó la pulseada.
Su trabajo fue excepcional. Creo un plan, dispuso reglamentos, luchó contra adversidades, soportó críticas feroces. En 1975 trabajó con cuatro equipos distintos, fue el año de las cuatro selecciones. La primera era la Selección de Santa Fe que combinaba jugadores de Unión (de un gran año con Gatti y Luque entre otros), Colón, Newell´s y Rosarios Central. Ese equipo afrontó la Copa América cuyos rivales eran Brasil y Venezuela. El origen de esta selección tiene que ver con nuestro clásico rival: Brasil jugaría el torneo con un combinado de Minas Gerais y Menotti no quería exponerse, así que dispuso también de un equipo regional. El segundo fue la selección juvenil que salió campeona en el tradicional torneo de Toulon. El tercero un equipo con los jugadores provenientes de los equipos de Capital y Gran Buenos Aires, casi una selección mayor si River y Boca no le hubieran retirado sus jugadores un par de días antes del único partido que jugó ese año, un notable triunfo en el Centenario frente a Uruguay. El cuarto equipo es el más asombroso y el que demuestra la visión de Menotti: la Selección del Interior. Jugadores de equipos no afiliados directamente a la AFA, provenientes de los conjuntos que disputaban el torneo Nacional. Esto que podía parecer un gesto folclórico, demagógico, no lo fue. Por más que parezca increíble cinco de los integrantes de esa Selección (Villa, Ardiles, Oviedo, Luis Galván y Valencia) se consagraron campeones del mundo tres años después (en ese año Menotti trabajó con 19 de los 22 que saldrían campeones del mundo).
En el 76 fue tiempo para la goleada frente a Hungría con debut de Maradona incluido, la gira por Europa Oriental (aquella del partido maravilloso de Gatti en la nieve) y una victoria excepcional frente a Uruguay en la que el equipo jugó el mejor fútbol de esa etapa del ciclo Menotti. También fue el momento del éxodo. Ese año le vendieron ocho de los veintiséis jugadores que convocó. En el 77 empezó jugando la Copa de Oro, el torneo de Mar del Plata contra Boca, River, Aldosivi y Newell´s. Luego vino la Serie Internacional en la cancha de Boca, siete partidos consecutivos contra potencias europeas.
En el medio de todo esta competencia El Flaco tuvo que afrontar críticas severas, campañas en contra, rumores de renuncia, hostilidades por parte de los clubes grandes que no veían con buenos ojos no poder contar con sus jugadores. Menotti resistió con pertinaz obstinación.
Tenía una facilidad extraordinaria para leer un partido y un poder de convicción casi sobrenatural. No se suele tener en cuenta uno de sus grandes méritos: hasta el inicio del torneo, consiguió hacer creer a los propios (pero casi a ningún extraño) de que el título era posible. Más meritorio aún es que logró ese convencimiento sin grandes resultados. Menotti impuso, pese a lo que frecuentemente se cree, una férrea ética de trabajo ("trabajo" debe ser la palabra que más pronunció en sus apariciones públicas en esos años).
Los entrenamientos eran arduos pero novedosos. La pelota era la gran protagonista y los jugadores estaban obligados a incorporar conceptos tácticos y técnicos recurrentemente. Logró aunar la tradición con el fútbol moderno. Por más que no siempre sus equipos jugaron como él sostenía en las entrevistas y conferencias de prensa, la intención de desplegar un juego ofensivo siempre estuvo presente. A esa idea le incorporó despliegue y dinámica. El equipo campeón del mundo no era un equipo ingenuo. Todos corrían y colaboraban.
Son pocos los directores técnicos revolucionarios, aquellos que crean un sistema. Menotti no parece ser uno de ellos, pero sí se ha convertido en un referente indiscutible de un fútbol lírico, que busca que la eficacia no reniegue de la belleza. Sin duda integra un grupo selecto de los grandes (y no sólo por su título del mundo). Cuenta con dos de las principales virtudes que tiene que tener un técnico: lograr que los jugadores lleguen al pico de su rendimiento bajo su conducción y lograr que jueguen con naturalidad eligiendo a los mejores once posibles. Del equipo titular campeón del mundo varios fueron apuestas exclusivas suyas: Jorge Olguín, Luis Galván, Osvaldo Ardiles y Américo Gallego (no hay que olvidar que por esos años el titular en Newell´s era Berta), entre otros. Otro detalle que habla de la valía de un técnico es cuando todos sus ex dirigidos sólo tienen elogios y gratitud para su labor y su trato personal. No hay un jugador que haya pasado por un equipo de Menotti que no exprese su reconocimiento. Por otra parte, no muchos directores técnicos pueden decir que en algún momento hicieron a jugar a tres de sus equipos un fútbol de alto vuelo, inolvidable. Menotti dirigió al Huracán del 73, al Juvenil del 79 y a la Selección del 78 que tuvo actuaciones deslumbrantes en el 79 y el 80.
El equipo campeón del mundo, tal vez, no jugaba tan bien como se instaló en el recuerdo. Al menos durante el Mundial, no era paciente, no elaboraba tanto las jugadas. Frontal y rocoso. Con mucho vértigo, algo desprolijo y chocador. No era un equipo menottista en el que la tenencia y el buen trato eran una religión. La presión externa hacía su trabajo. El otro factor determinante es que en muy pocos años, los jugadores argentinos tuvieron que duplicar su velocidad de resolución. Hay un abismo en ritmo y prestación física entre este equipo y el del Mundial anterior. Menotti (y Pizzarotti) consiguieron que la Selección estuviera a la altura de los europeos, el gran fantasma de nuestro fútbol por esos años
Las mayores críticas que se le hacen es por su labor en los años de la dictadura. Conocido su compromiso político -siempre se ha declarado militante comunista- peligró su puesto luego del golpe del 24 de marzo. Durante unas semanas estuvo convencido de que sus días al frente de la Selección habían terminado (Videla alguna vez declaró: "El técnico era considerado de izquierda y venía de antes, como herencia. Yo pensaba que la continuidad en este caso era importante y no quería que viniera otro, un tipo de derecha, como propiciaban muchos, incluso en la Junta"). Alfredo Cantilo, el nuevo presidente de la AFA fue su principal sostén.
Luego del Mundial 78, su imagen aparecía en publicidades y en tapa de revistas. Era un personaje de enorme prestigio y popularidad. Encabezaba encuestas de imagen y hasta de intención de (un imposible) voto -en realidad ahí aparecía en segundo lugar detrás de Videla. Un libro que tuvo un súbito suceso en los albores de la democracia instaló la idea de que Menotti fue el técnico del Proceso. Como una parábola del país nuestros dos técnicos campeones del mundo encierran una paradoja: Menotti nombrado en democracia fue campeón del mundo con una dictadura. Bilardo nombrado durante una dictadura fue campeón del mundo con un gobierno democrático. Menotti logró libertad para trabajar en un país restringido, detenido.
Las críticas a Menotti arreciaron desde la vuelta a la democracia. Se lo acusó por su actuación durante el Proceso. Muchos periodistas que habían estado a su lado hasta el 78, después del título mundial notaron un cambio de actitud. Y otros se decepcionaron porque consideraron que con su fama podría haber dicho más cosas de las que expresó. Sin embargo, a pesar de su ego de dimensiones desmesuradas, de su costado megalómano, de su postura pedante, en esos años casi no se encuentran declaraciones de Menotti complacientes con el régimen. En cada ocasión que se le presentaba exigía el albur de separar fútbol y política. Y cuando aparecieron las primeras solicitadas sobre los desaparecidos firmadas por personajes públicos de importancia, su rúbrica fue de las primeras en figurar. Se le reprochan que antes de los dos mundiales que le tocó dirigir, los militares desembarcaron en su lugar de entrenamiento y él les estrechó la mano. No se vislumbra qué otra actitud podía haber asumido.
Menotti, ya en democracia, elaboró un distingo arbitrario, romántico, con punch y algo falaz. Habló de un fútbol de izquierda y una de derecha. Y no se estaba refiriendo al costado de la cancha por el que prefería atacar.
Para la época del Mundial 78 su gran rival no era Bilardo sino Juan Carlos Lorenzo, el Toto. El entonces técnico de Boca era un hábil declarante, disponía de una habilidad sobrenatural para instalar títulos y sentencias insidiosas. Además contaba con la experiencia de haber dirigido en dos mundiales (Chile 62 e Inglaterra 66), de un presente formidable (su década del 70 fue extraordinaria: bicampeonato con San Lorenzo, Lazio, Atlético de Madrid y todos los triunfos en Boca) y una ambición poco escrupulosa. Menotti logró soportar el embate y resistir en su cargo. La disputa con Bilardo sería posterior. Y aquello que se disfrazó de discusión ideológica tuvo como principales móviles el inhumano ego de uno y la desarrolladísima paranoia del otro.
Ya es un lugar común asociar a Menotti al lirismo y a Bilardo al trabajo. Las actitudes de ambos luego de salir campeones del mundo abonaron este malentendido. Cada uno se fue atrincherando en sus posiciones y postulados hasta quedar convertidos en caricaturas de ellos mismos. Aquellas armas tácticas novedosas que supieron implementar como recursos válidos y sorprendentes, las convirtieron en sistemas falibles, repetidos y, por ende, muy previsibles. Así los equipos de Menotti abusaron de la tenencia sin lastimar y despreciaron, con una voluntad digna de mejor fin, el arte de la defensa. Tiraban el achique a mansalva convirtiendo al último hombre, en los años anteriores a la ley del último recurso, en un cazador de tibias rivales. Y los de Bilardo olvidaron la acumulación de creativos (Trobbiani-Ponce-Sabella o Maradona-Burruchaga-Borghi), pasaron a despreciar los ataques y los mediocampos creativos, preocupados por numeraciones tácticas extravagantes que se esmeraban por juntar hombres atrás y batir récords de tiempo sin hacer un gol o de -cuando todavía se podía- pases al propio arquero para retacear tiempo y riesgo al juego. Los equipos campeones del mundo de ambos fueron más generosos y con ideas más amplias de las que sus acérrimos defensores prefieren creer.
En las últimas décadas, el pensamiento de Menotti se anquilosó. Quedó en un estado defensivo permanente. Cada vez que es consultado por el Mundial 78 habla de la cuestión política, defiende a sus jugadores (siempre) y casi no habla de fútbol: "Relacionar el Mundial con la dictadura es una postura cómoda y cobarde, porque si entraba la de Rensenbrink, ¿qué iban a decir? Fui usado -suele decir El Flaco-. ¿Qué siento hoy? No lo volvería a hacer. Aunque es fácil hablar ahora. Yo tenía una buena formación política. Sin embargo nadie podía imaginarse que en esas horas se tiraban cadáveres al océano. Si se hubiera sabido, trabajadores, campesinos, intelectuales y futbolistas habríamos salido a la calle a pedir que terminase".
Luego del Juvenil campeón mundial del 79 y las giras de ese año y del siguiente de la Selección mayor, le costó que sus equipos mantuvieran grandes rendimientos y que pudieran convertirlos en títulos. Varias son las teorías que se elaboraron al respecto. Muchos de los que estuvieron cerca a él antes del 78 y que luego se alejaron echan la culpa a su soberbia; otros a la manía de convertir al achique en un sistema (por ejemplo: 6 de los 7 goles que le hicieron a Argentina en España 82 llegaron por tirar mal la ley del off-side); pero la versión más plausible (o al menos la de mayor belleza poética) le pertenece a Juan Sasturain: "Hay un principio no escrito ni verificable al que llamaremos Ley de Menotti que establece que hay un tablero infernal donde el azar computa palos a favor y palos en contra a lo largo de los años y las campañas. Esa cuenta demoníaca debe cerrar de cualquier manera. Y no todos los palos tienen el mismo valor. Por ejemplo, luego del toque de Rensenbrink que golpeó el palo derecho de Fillol en los últimos instantes de la final del Mundial, el Flaco Menotti quedó con saldo deudor de por vida. Y lo ha pagado largamente cuando sus jugadores, en cualquiera de sus equipos, carecen tanto de la adecuada puntería como de culpa, y le siguen pegando al palo".
Menotti con ochenta años, su estampa erguida y elegante, su discurso articulado, su prédica esencialista y el recuerdo de sus buenos equipos se mantiene como uno de los referentes del fútbol, no sólo argentino, sino mundial. Se lo ha ganado.