Víctor Emilio Galíndez fue Campeón Mundial de los Medio Pesados entre 1974 y 1978. Su momento culminante remite a aquel dramático, sangriento, brutal y épico triunfo por K.O en la última vuelta ante Ricchie Kates en Sudáfrica. Dos años después perdió y recuperó su título ante Mike Rossman en Nueva Orleans. Había decidido dejar el boxeo por temor a morir exhausto sobre un ring ya que después de cada pelea se sentía agonizar. Y se pasó al Automovilismo, su otra pasión. Antes de comprar el coche que le había ofrecido el piloto Antonio Lizeviche éste le propuso probarlo compitiendo como su copiloto en la "Vuelta de Veinticinco de Mayo". Abandonaron la carrera a poco de largar por desperfectos mecánicos. Y cuando volvían a boxes caminando por la banquina y en el sentido contrario al de los competidores, el auto conducido por Marcial Feijoo hizo un trompo, la polvareda le impidió ver nada y los embistió de costado a 250 km por hora. Galíndez y Lizeviche murieron en el acto. Hoy se cumplen 38 años de aquella tragedia.
Venía del agua estancada en los espejos opacos que dejan las lluvias invernales sobre la tierra y que transforman el piso en un eterno lodo. Venía de calles sin luz ni esperanza; de piezas húmedas y promiscuas sin revoque en las paredes y unas camas angostas e insuficientes para las familias laburantes, aquellas que cada madrugada salían en procura de la changa salvadora.
Provenía de Vedia, su prodigiosa tierra natal en la Provincia de Buenos Aires donde los prósperos campos parecieran interminables praderas sobre el aire puro de la prodigiosa fertilidad.
Morón, en el conurbano bonaerense, no era Vedia. Había menos tonos de verde, más gente, más urgencias, menos tiempo y buenas opciones de trabajo para los miembros de cualquier familia. Pero allí vivían sus amigos Don Martí y Sergio Burgos, sus respaldos.
El boxeo fue una oportunidad para Víctor Emilio. Tenía buena estructura física, cuello ancho, piernas finas, glúteos de marcada redondez, buena pegada, mucho amor propio y una enorme guapeza.
Su primer maestro fue Horacio García, quien lo entrenaba en Tigre. Luego llegó a su vida Don Oscar Casanovas, Campeón Olímpico de peso Pluma en los Juegos de Berlín 36 para abrirle las puertas del Luna Park. Entre los dos fueron formando a quien sería uno de los mejores campeones mundiales
de peso medio pesado de la historia. Y por lo tanto miembro del Hall de la Fama.
Aquel chico de pómulos salientes, ojos hundidos y frente angosta invadida por el comienzo de una cabellera negra e indócil no solo aprendió a tirar guantes sino que además comenzó a destacarse como un excelente boxeador amateur.
Ganó la Medalla de Plata en los Juegos Panamericanos de Winnipeg y pasó al profesionalismo en 1969. No le fue igual en los Olímpicos del 70 en México y se hizo profesional. Con el primer dinero se compró un Fiat 600 (Fitito) al que le hizo dibujar una cabeza de leopardo en el lateral trasero izquierdo en coincidencia con el tapizado.
Caminaba con paso cadencioso, lucía camisas floreadas con tonos vivos siempre desabrochadas, sus zapatos tenían tacos pronunciados que lo hacían más alto y los pantalones eran siempre oscuros muy apretados desde la cintura hasta las rodillas como los usan los bailarines flamencos, solo que estos finalizaban en una botamanga ancha tipo Oxford que cubría todo el calzado.
Cuando se vino desde Morón al Luna Park el único que le dedicaba minutos era Ringo Bonavena.
Transcurrían épocas de grandes campeones entrenando en ese mismo gimnasio donde podrían hallarse en horarios coincidentes Ramón La Cruz, Horacio Saldaño, Nicolino Locche, Carlos Monzón o el mismísimo Ringo entre tantos cracks.
Todo le costó mucho a Galíndez, un muchacho de pocas palabras carente de expresión y simpatía. Su manera de mostrarse eran sus coches –una vez le vendieron un Ford Fairlane azul con lunares blancos imperceptibles simulando un cielo estrellado-, tenía locura por la velocidad, por el manejo y los coches, especialmente los Mercedes Benz Pagoda. Lucía cadenas colgantes de oro en el pecho, relojes de enorme esfera y su ropa hecha a medida sobresalía más por sus desacostumbrados colores que por la elegancia.
Bonavena lo alentaba para que insistiera con esa manera de irrumpir frente a la gente y a la prensa. Y aunque le daba libreto para que declarara fuerte contra su rival antes de algún combate a Galíndez le costaba ese tipo de verbalización desafiante, le quedaba lejana.
Fue el mejor medio pesado de la Argentina de todos los tiempos. Y sus rivales argentinos, casi todos de enormes cualidades, debieron irse al exterior mientras. Fue así que por no poderle ganar debieron emigrar para conseguir chances internacionales boxeadores de la talla de Avenamar Peralta, Jorge Víctor Aconcagua Ahumada, Juan Mendoza Aguilar, Raúl Loyola y Pedro Rimowsky, todos verdaderos cracks que no podian con él. A la mayoría de ellos les fue bien en los Estados Unidos o Europa donde quedaron radicados.
Tras haber barrido a todos sus adversarios y a algunos extranjeros bien reputados le llegó la oportunidad de pelear por el Campeonato del Mundo. Tal circunstancia configuró un hecho tan histórico como inédito pues sería el primer boxeador argentino que habría de pelear por el Campeonato del Mundo como local en el estadio Luna Park.
Ese día -7 de diciembre de 1974-, Galíndez después de estar concentrado 20 días con una alimentación científica se fue a almorzar a la inolvidable Cantina de David de la familia La Regina, un símbolo de aquella Buenos Aires que ya no queda. Al llegar al Luna Park, dos horas antes de subir al ring, le manifestó a Tito Lectoure, el empresario, el dueño del estadio, que se sentía mal.
—Mal, esta noche, justo la noche que esperamos tres años te sentís mal… —le reprochó Lectoure.
—Sí, Tito, repito la comida… —respondió Galíndez.
—¿Con quien almorzaste? —inquirió nuevamente Tito.
—Con los muchachos amigos que vinieron de Morón, fuimos ahí donde van siempre usted con sus amigos, a la "Cantina de David".
—"Qué raro que en ese restaurante algo te haya hecho mal… ¿y qué comiste? —repreguntó el empresario.
—Ranas a la provenzal —respondió.
Las recriminaciones se escucharon hasta en las tribunas: ¿quién pediría algo con provenzal el día del mayúsculo esfuerzo como lo era pelear a 15 rounds por un Campeonato del Mundo?
Fue un campeón extraordinario que siempre tuvo dos rivales: el boxeador que estuviese enfrente y dar el peso en la balanza, cuyo máximo es de 79.378 kg.
De todas sus peleas, verdaderas batallas del ring, la más recordada, la más célebre fue su triunfo ante Richie Kates en Johannesburgo, Sudáfrica, el 22 de Mayo de 1976. Se trató de una noche doblemente memorable: Galíndez retuvo su corona tras una cruenta pelea unas horas antes que hubieren asesinado a su amigo, sostén e ídolo Ringo Bonavena en la puerta del prostíbulo Mustang Ranch, en Reno, Estado de Nevada, hecho obviamente ignorado por Galíndez al momento de subir al ring.
Al evocar aquel inolvidable hecho, escribimos:
"Yo he visto mil muecas espantadas por el horror cuando su sangre comenzó a bajarle por la cara como una vertiente sin destino. Yo he visto a su hermano Roberto arrodillarse en el césped del Rand Stadium pidiéndole a Dios su piedad infinita, a otros humanos tapándose el rostro para ampararse en la ceguera, a cientos de mujeres con la boca abierta y el rostro transparente por la palidez del miedo, a sus amigos en el rincón sudando la desesperación, a los periodistas temblar buscando una explicación. Yo he visto la noche del 22 de mayo de 1976 en Johannesburgo, cómo un Campeón
Mundial herido, casi ciego, maltrecho y furioso cambiaba el destino de su vida por la única e invencible razón de los hombres: la fe".
Se recuerda la camisa del árbitro Stanley Christodoulou manchada totalmente de sangre, hoy exhibida en el Museo del Boxeo en Johannesburgo, Sudáfrica.
Se recuerda el nocaut faltando 14 segundos para finalizar la pelea que le permitió consagrarse y retener su corona por 5° vez.
Se recuerda su sufrimiento, sus lágrimas y un dolor agudo y visceral cuando tuvimos que decirle que habían matado a Ringo Bonavena.
Aún hoy se recuerda aquella pelea pues ha sido declarada como una de las cinco más dramáticas de la historia.
Galíndez, además, tiene otros hechos atípicos en el boxeo: fue el primer y único boxeador en hacer suspender un combate en el Caesars Palace de Las Vegas por la designación de autoridades de Nevada en lugar de aquellas que había designado la Asociación Mundial del Boxeo. Ya estaban Mike Rossman –el rival-, el anunciador, los oficiales de la A.M.B, los guardias de seguridad a lo largo del encordado, también quienes habrían de cantar los himnos, los abanderados…Todos sobre el ring y el público de pie esperando por el Campeón Mundial. Puesto que no hubo acuerdo con este tema del referí y los jurados, Galíndez hizo todo el simulacro que le habíamos indicado: en la mañana se pesó, llegó al camarín a la hora prevista, lo masajearon, hizo el precalientamiento, se dejó vendar, se puso los guantes y cuando vino la Seguridad al vestuario para custodiarlo y abrirle camino hasta el ring, avanzamos unos metros hasta el primer pasillo y doblamos sorpresivamente hacia la derecha de regreso a la habitación, tal lo pactado.
Para ello atravesamos todas las mesas de juego ante la atónita mirada de
los apostadores que jamás habían visto a un boxeador metido en su bata, con el rostro envaselinado y la toalla al cuello desplazarse con sus botitas hasta la zona de los ascensores.
Perdió y recuperó la corona frente a Rossman. Y después que cayera ante Marvin Johnson ( 30-11-79) por K.O en el 11° asalto, supimos que se aproximaba el final.
El divorcio, muchos romances fugaces, malas inversiones, pésimos amigos le costaron la venta de seis departamentos y cuando intentó rehacer su vida y su campaña los golpes de la vida dolieron más que nunca. Fue así que lo intentó pero no pudo: Jesse Burnett le ganó por puntos (14-06-80) ya en la categoría Crucero y se retiró quitándose de encima un síndrome que lo acompañó siempre: el temor de morir sobre el ring, pues además de
un desprendimiento de retina operado, terminaba exhausto cada uno de los combates largos, aquellos que demandaban pelear 15 asaltos.
El automovilismo siempre había sido su segunda pasión deportiva. Quería ser corredor de autos. Y Antonio Lizeviche, un corredor de TC de la época, le había ofrecido venderle su Chevrolet.
El fatídico acuerdo entre ambos fue que Galíndez subiese , probara y sintiese al auto, ser el acompañante de Lizeviche en una próxima carrera.
En los párrafos siguientes, escritos por mi compañero Néstor Straimel, enviado especial a Veinticinco de Mayo por la desaparecida revista El Gráfico
(Edición 3186 del 28-11-80), podremos leer el trágico final bajo el título: "La absurda muerte de Galíndez y Lizeviche": A las 12.50 se largó la final de Turismo de Carretera. El Chevrolet N°19, cuya tripulación formaban Antonio Lizeviche y Víctor Emilio Galíndez, partió desde la décimoprimera fila, de acuerdo con su ubicación – 11° – en la serie inicial. Pero el debut como acompañante del ex campeón mundial de los medios pesados duró apenas 6
kilómetros, ya que debieron desertar al final de la recta principal, en el cruce de las rutas 51 y 46, por un inconveniente en la caja de velocidades.
Lizeviche y Galíndez (éste utilizaba un buzo antiflama que le prestó el corredor) iban caminando, mientras el público los saludaba. Al llegar a la tranquera de la estancia San José, donde había unas treinta personas (llevaban recorridos 2.000 metros), se detuvieron a charlar con el piloto del auto N° 9, Miguel Ángel Atauri, quien estaba detenido por problemas mecánicos. Según los testigos, Atauri se ofreció a llevarlos –una vez que arrancara su coche– hasta los boxes. Pero Lizeviche y Galíndez prefirieron
seguir caminando. Mientras lo hacían, saludaban desde el costado de la cinta asfáltica a los autos que pasaban por el lugar a una velocidad estimada en los 250 kilómetros horarios.
A las 13.24 el Falcon de Marcial Feijoó cumplió su sexta pasada frente a los boxes. Iba junto a Antonio Bautista y Daniel Corso, según las planillas. Estaba colocado en la 23° posición, con una vuelta perdida.
Antes de llegar al lugar descripto anteriormente, la cola del vehículo se movió y se puso de costado, perpendicular a la ruta. El motivo del trompo no pudo ser conocido, aunque hubo quienes afirmaron "que les pareció que Feijoó se tocó con otro auto". En menos de dos segundos se produjo el terrible impacto. El auto de Feijoó embistió con su lateral derecho a Lizeviche y a Galíndez, quienes salieron despedidos. Lizeviche y Galíndez murieron en el acto. Feijoó continuó su marcha descontrolada, volcó y el coche quedó estacionado sobre unos troncos a 20 metros del camino".
Hoy al cumplirse 38 años de su muerte evocamos a este enorme campeón que fue Víctor Emilio Galíndez, una criatura que supo noquear a sus feroces rivales sin el reconocimento popular que merecía. Sobre el ring fue un campeón excepcional. Debajo del ring tomó casi siempre decisiones equivocadas. La última le costó la vida.
Material de archivo: @maxiiroldan
SEGUÍ LEYENDO EN INFOBAE DEPORTES