Tenía condiciones para ser el arquero de la Selección. Cuando compartía la séptima división en Racing con Sergio Romero, el entrenador estaba obligado a rotarlos un partido cada uno por el excelente nivel que compartían. Sin embargo, el destino le jugó una mala pasada y hoy vive en Andorra como un argentino más que se busca la vida para llegar a fin de mes.
Matías Piñal se alejó de todo: el fútbol, su familia, sus amigos… Sus afectos quedaron en Buenos Aires, la tierra que prometía entregarle el estrellato internacional cuando pertenecía a las canteras de la Academia. "Llegué en 2003 junto con Mansilla, Yacob, Matías Sánchez y Maxi Moralez, entre otros. Me quedé hasta el 2010, cuando fui a probar suerte a Ecuador", le dijo a Infobae desde el otro lado de la línea telefónica.
En sus días por el predio Tita Mattiussi, el cordobés brilló a gran escala. Su talento era similar al de Chiquito, el arquero con más presencias en la Selección que ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Pekín, disputó 2 mundiales (2010 y 2014) y representó al país en 3 ediciones de la Copa América (2011, 2015 y 2016). "Me acuerdo que fuimos a jugar un torneo a Mar del Plata y ahí nació la idea de jugar un partido cada uno", deslizó Piñal con la nostalgia que le representa revivir aquel momento. "El técnico nos propuso eso porque estábamos los dos en un muy buen nivel. El coordinador de inferiores era Miguel Micó, que después llegó a dirigir en Primera", agregó.
Tuvo las mismas oportunidades que Romero. Con características similares y un potencial que sorprendía a todos los que se acercaban al Cilindro. Pero algunas influencias externas le jugaron una mala pasada. "Él me sacó más ventaja por el tema de la altura, pero la realidad es que yo también bajé mucho el rendimiento. No tomé buenas decisiones en mi vida: empecé a conocer la noche, me puse de novio y conocí a gente que me hizo desviar del objetivo", deslizó a los 31 años en un análisis que fue más allá: "También empecé a tomar, a salir, a fumar… y con eso di mucha ventaja. No fui inteligente, porque en el fútbol si das ventaja te comen. Él hizo las cosas bien y formó una muy buena carrera".
Con 16 años a Matías Piñal lo encandilaron las luces de la gran ciudad. La promesa de la fama, los posibles pedidos de autógrafos que llegarían en breve y el sueño de debutar en Primera aturdieron al adolescente que pintaba para crack. Seguramente sea esa una de las razones por las que no concretó su misión. "Hicimos muchas locuras, pero Chiquito no era de salir tanto. Cuando nosotros íbamos a esos eventos, él prefería quedarse. Igualmente, la pasábamos bien. Cada uno a su manera", confesó a la distancia.
A pesar de no tener los mismos deseos relacionados a las noches porteñas, su vínculo con Romero fue un resultado de la lucha por el puesto. "Éramos muy chicos y compartíamos un montón de cosas. Desde los entrenamientos, hasta las caminatas por la calle Florida. Siempre hacíamos algo y andábamos de acá para allá", recordó, aunque esa relación concluyó con su salida de Racing en 2010: "Nunca más tuve contacto con él. Hasta hace poco estaba en un grupo de Whatsapp de la categoría del 87, pero salí porque soy un lobo solitario. Cada tanto hablo con Claudio Yacob, porque con él formé una relación más directa, pero no mucho más que eso".
Tenían un talento similar. Uno llegó a las más altas esferas del fútbol al vestir las camisetas del Mónaco, Manchester United, Sampdoria y Az Alkmaar. El otro se refugió en Andorra como ayudante de cocina y empleado de una empresa de limpieza. Ambos tienen 31 años y un pasado en el que se disputaban el arco académico. "No me duele y no me arrepiento de nada, porque la pasé muy bien. Hoy me considero mejor persona, porque cuando era jugador de fútbol estaba en otra. Me faltaba humildad, era muy canchero y ahora hasta mis viejos están más contentos. Aquello fue una etapa de mi vida que quedó atrás", confesó Piñal, quien lejos de tener una vida millonaria mantiene su rutina "del trabajo a su casa y de su casa al trabajo".
Matías Piñal es un hombre común con una infancia distinta. Se levanta temprano para ir a trabajar a la empresa de limpieza. Por la tarde se traslada hacia el bar, donde es ayudante de cocina y dos veces por semana se dedica a entrenar a arqueros locales para despuntar el vicio. "Andorra es un lugar hermoso, un principado que no es el lugar común de Europa", argumentó sobre el lugar en el que se reinventó. Además, "hay muchísimos argentinos y como viene la temporada de invierno, la mayoría aprovecha para ser instructor de esquí", continuó el ex arquero que cuenta con pasaporte comunitario y también capitaliza el invierno: "Ahora voy a trabajar como colaborador de los turistas que se suben a las aerosillas".
Lejos de la indumentaria deportiva, con los botines colgados y los guantes guardados en un cajón, el cordobés aseguró que disfruta de su nueva etapa. "La verdad es que no tengo más ganas de jugar. Tengo un problema en la rodilla que se me traba y dije basta", deslizó el laburante que no quiere volver a tropezar con la misma piedra. Esa que tenía forma de luna y acompañaba a los tragos y cigarrillos que lo marginaron de la Primera. "La vida nocturna ya la olvidé. Ya viví mucho la noche cuando era futbolista. Fueron muchos años de mucho agite. Acá hay cosas para hacer, pero yo no hago ninguna", concluyó.
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