Boca ya había perdido 1-0 ante Gimnasia y se había quedado afuera de la Copa Argentina, agravando el moretón que le había provocado la caída ante River en el Superclásico. Ya habían hablado con los medios Edwin Cardona y Carlos Izquierdoz (el defensor, con palabras fuertes), dos futbolistas que no son los referentes del grupo, todo un síntoma.
En ese momento, la cámara de TyC Sports detectó una escena inverosímil: en un estadio Mario Alberto Kempes totalmente a oscuras, Guillermo Barros Schelotto mantenía una misteriosa charla con su hermano Gustavo. ¿Por qué no en el vestuario? ¿Acaso dudaron sobre su continuidad? ¿Fue una movida para que los jugadores tuvieran un cara a cara sin la presencia del cuerpo técnico?
No hubo respuestas porque, extrañamente, el entrenador se retiró sin hacer declaraciones, cuando casi siempre habla tras los partidos, incluso ante una derrota. Impensadamente, Guillermo pasó a transitar el momento más álgido desde que dirige a Boca. Con algunas desgracias extrafutbolísticas persiguiéndolo (llámese lesiones, como la de Andrada o la de Benedetto apenas comenzó el partido) y con los dos golpes consecutivos, que hacen aflorar las críticas a su gestión. Una gestión que ostenta dos vueltas olímpicas locales, pero que mantiene la deuda internacional y los logros se sustentaron más en la jerarquía y en el desequilibrio individual de sus futbolistas que como consecuencia de una identidad.
De todos modos, el director técnico, que cruzó algunas palabras con los dirigentes presentes en el vestuario, no renunció. Su entorno se encargó de subrayarlo. Tampoco hubo una charla autocrítica con los futbolistas: seguramente quedará para el próximo entrenamiento.
Pero Guillermo, hombre de dilatada trayectoria en el fútbol, sabe que su ciclo late a la par del paso de Boca en la Copa Libertadores, el gran objetivo del 2018. El jueves, en Belo Horizonte, jugará la revancha de los cuartos de final ante Cruzeiro (ganó 2-0 el cruce de ida). Una victoria colocará al Xeneize en semifinales y más cerca del objetivo. Un tropiezo, en cambio, todo indica que firmará su salida del club en el que es ídolo.
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