La situación no es nueva para él. Desde que a mediados de 2014 asumió como técnico de River, Marcelo Gallardo se quedó afuera de tres partidos de la Copa Libertadores por haber sido suspendido por la Conmebol. Lo mismo ocurrirá esta tardecita frente a Racing: el Muñeco no podrá ingresar al campo de juego por un extraño castigo que le aplicó el máximo organismo del fútbol sudamericano y el equipo será dirigido por Matías Biscay, su principal ayudante de campo. Los antecedentes indican que Gallardo buscará pasar desapercibido desde algún rincón del Monumental y que desde allí se comunicará con Biscay y con Hernán Buján, su otro ayudante de campo, para darles a ellos las indicaciones que considere pertinentes.
Al igual que en las ocasiones anteriores en que fue suspendido, Gallardo no podrá ni bajar al vestuario ni utilizar ningún tipo de intercomunicador para hablar con sus ayudantes, más allá de que las otras veces se las ingenió para burlar las normas y que sus indicaciones de algún modo les llegaran a sus dirigidos.
El polémico reglamento de la Conmebol también le exige al técnico que luego del partido se siente en la sala de conferencias de prensa a responder las preguntas del periodismo. Es, de algún modo, como si la Conmebol obligara a hablar de un partido a un futbolista que no formó parte del mismo… Gallardo fue suspendido porque Lucas Pratto regresó tarde al campo de juego luego del entretiempo en el 0 a 0 del choque de ida jugado en Avellaneda el 9 de agosto. La Conmebol lo multó además con 1.500 dólares y a River también le aplicó una multa de 18.000 dólares porque los parches de la Conmebol que van en las mangas de la camiseta estaban unos centímetros arriba de lo que establece el reglamento.
"Sinvergüenza, sos un sinvergüenza", le gritó Gallardo, molesto con algunos fallos, al árbitro paraguayo Julio Quintana en el túnel que conduce a los vestuarios del estadio de Chiclayo tras el empate 1 a 1 entre Juan Aurich y River, en Perú, el 12 de marzo de 2015. Por esa reacción, la Conmebol lo sancionó con dos fechas de suspensión y le aplicó a River una multa de 2.000 dólares.
Así, Gallardo no pudo dirigir al equipo ni en el empate 1 a 1 ante el mismo conjunto peruano, una semana después en el Monumental, ni en el 2 a 2 frente a Tigres, el 8 de abril en Monterrey, también por la fase de grupos de la Copa Libertadores que su equipo obtuvo luego de 19 años de espera.
En la cancha de River, Gallardo siguió la igualdad ante Juan Aurich desde uno de los palcos de la platea San Martín y se comunicó con un handy con sus colaboradores. La Conmebol puso un sabueso en la puerta del vestuario para que no pudiera ingresar. "Ni pude bajar al vestuario. Parecía un condenado. Me llamó la atención, controlaron si me podía comunicar. Pasan cosas graves en los estadios como para preocuparse por si un técnico baja al vestuario para estar con sus jugadores. No lo vi hasta ahora que haya ese ojo tan preciso para perseguir a ver si un técnico iba al vestuario", se quejó el entrenador luego de aquel partido.
Molesto por la situación, aquella noche agregó: "Mis palabras al árbitro paraguayo la semana pasada, por lo que me suspendieron por un insulto, sinvergüenza, la verdad que me preocupa. No habrá sido el insulto más grave del mundo, pero que haya persecuta para no entrar al vestuario me pareció raro. Cumplí y tenía la obligación de venir a la conferencia. Algunas cosas no podía presenciar, pero me obligaron a venir. Voy a cumplir pero sigo sin entender. Te ponen multa por cualquier cosa. ¿Sinvergüenza es un insulto grave? Por ahí soy un ignorante. Leí en el diario que alguien dijo al aire eso y no pasó nada, no me dejaron entrar al vestuario y sí me obligaron a ir a la conferencia".
Siete días más tarde, Gallardo siguió el agónico 2 a 2 que su equipo consiguió ante Tigres, en Monterrey, desde un pequeño palco a metros del sector donde se ubica la prensa en el estadio Universitario de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Allí se lo vio gritar con euforia el gol del empate de Rodrigo Mora que evitó la eliminación de River en la primera fase de aquella Copa que luego ganó. "La voluntad y el espíritu de los jugadores nos devuelven una cuota de esperanza. Tal vez sea una pequeña señal para el futuro", dijo el Muñeco luego del partido. En la fecha siguiente, Tigres le dio una enorme mano a River al ganarle a Juan Aurich por un cardíaco 5 a 4 en Perú y el equipo "millonario" se clasificó a los octavos de final con su 3 a 0 ante San José de Oruro, de Bolivia.
Ante Tigres, pero en la final jugada en el Monumental, Gallardo tampoco pudo acompañar a sus dirigidos desde el banco de suplentes: fue expulsado por el paraguayo Antonio Arias en el choque de ida por protestar algunos fallos. Entonces pidió que tapiaran el acceso al vestuario desde el campo de juego con unos blindex que permiten observar desde adentro hacia afuera pero no viceversa, según puede leerse en el libro Gallardo Monumental, del periodista Diego Borinsky. De ese modo, ni las cámaras de televisión ni los veedores de la Conmebol podrían ver desde el campo lo que ocurría dentro del vestuario. También armaron un minipalco, con un plasma y una silla de umpire de tenis para que él siguiera el partido, en el hueco existente entre la tribuna Sívori y la platea San Martín, a 30 metros del vestuario. Y camuflaron el sector con un par de banderas para que Gallardo pudiera ver el partido a través de una hendija larga y angosta.
Para que lograra llegar hasta allí, estudiaron distintas posibilidades. Una fue disfrazarlo de empleado de limpieza, con un mameluco, un balde y un escobillón. También analizaron la chance de hacerlo entrar metido en el baúl de la utilería. Pero la solución llegó de un modo mucho más sencillo: tras consultar a uno de los empleados de seguridad si había algún enviado de la Conmebol en la puerta del vestuario y al recibir un "no" como respuesta, bajó rápidamente desde la concentración del Monumental con un buzo con la capucha puesta y se metió en el camarín. Allí dio la tercera parte de la charla técnica, la más emotiva de todas porque pronunció la última arenga.
Después salió por uno de los paneles de blindex del vestuario, caminó 30 metros hacia su izquierda, justo cuando el equipo salía a la cancha y el recibimiento de la gente y los fuegos artificiales se robaban toda la atención. Después siguió todo el partido y gritó los goles en soledad. Solamente intercambió unas pocas palabras con Rodrigo Sbroglia, su asistente personal, quien se acercó disimuladamente algunas veces para preguntarle si necesitaba algo.
Utilizó un handy para comunicarse con Buján, quien guardó el suyo en un bolsillo interno del saco. En el entretiempo volvió a ingresar al vestuario para hablarles a los jugadores e intercambiar conceptos con Biscay y Buján, quien fue apercibido por un veedor de la Conmebol cuando faltaban diez minutos para el final y el Monumental se estremecía por la victoria 3 a 0: "La próxima vez que te vea usándolo, te mando a la tribuna".
Al finalizar el partido, volvió a ingresar al vestuario y fue a su oficina para serenarse ante tantas emociones, un ritual habitual en él. Allí recibió a Máximo, su padre, y lloraron abrazados. El Muñeco pensó en no ir al podio que armó la Conmebol para la entrega de las medallas, todavía molesto con la suspensión. Pero evitó el desplante y fue al campo de juego por respeto "a los jugadores y a la gente", según él mismo contó en Gallardo Monumental. Allí lo esperaban sus tres hijos, que se le colgaron emocionados.
La pregunta, en todo caso, es a qué ingeniería recurrirá hoy el Muñeco para dar la charla técnica en el vestuario y burlar nuevamente los controles de la Conmebol.
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