Abre el pequeño maletín metálico rectangular y toma el cinturón negro con ribetes rojos y detalles dorados. "¿Será enchapado o tendrá oro de verdad?", lanza con tono de pregunta retórica. Lo mira. Lo examina como si nunca lo hubiese tenido en sus manos. Simula limpiarlo, aunque él bien sabe que lo está acariciando. "Yo acá veo el esfuerzo de toda mi vida", dice con la vista perdida como si verdaderamente estuviese mirando una serie sobre sus casi 29 años de esfuerzo. Esa escena dice mucho más sobre él que lo mucho que dirá a lo largo de la entrevista.
Brian Castaño miente. Es un experto en el engaño. Arriba del ring lo hace con un baile veloz para desconcentrar a sus rivales, cuando simula estar completamente lúcido tras recibir un inesperado bombazo del rival o en el amague antes de sacar el poder de sus puños. Abajo del cuadrilátero estafa cuando mira el cinturón de campeón de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) correspondiente a la categoría superwelter como si fuese la primera vez: hace ya dos años que es el dueño y varias veces decidió sacarlo de su maletín para regocijarse con él. Lo tiene justificado: esquivó tentaciones, malarias y carencias para ser el único campeón del mundo en boxeo que actualmente tiene Argentina. Un hecho casi inédito en la historia de uno de los países con mayor tradición boxística.
Ríe, bromea y se mezcla como uno más. En la Sociedad de Fomento Villa Alida, ubicada en el corazón de San Justo –la localidad de cabecerea del populoso partido de La Matanza en el oeste del Conurbano–, decididamente es uno más. Allí recibe a Infobae mientras la gente de su team termina de cocinar el combate más trascendente de su carrera: pelearía contra el cubano Erislandy Lara en Estados Unidos a fines de noviembre.
"Lo fui a ver en vivo a la pelea que perdió con Jarrett Hurd (NdR: en abril cayó por fallo dividido). Sinceramente, personalmente son otra cosa. La tele los agranda más: los ves más fuertes, grandes, altos, potentes, rápidos, pero personalmente te das cuenta que son iguales o inferiores a vos. Pelear con él sería un gran salto para mí y me permitiría seguir posicionándome entre los boxeadores de primera línea. Hay varios campeones y queremos pelear con todos", asegura sobre una categoría que aparece entre las más atractivas del pugilismo actual con referentes de la talla de Jermell Charlo, Jaime Munguia, Julian Williams o los mencionados Lara y Hurd. Castaño también pertenece a ese selecto grupo.
Castaño parece hablar desde la dualidad: el pibe de barrio que tiene reminiscencias de la esquina y el imponente campeón que rompió la cortina mediática en 2013 durante una presentación con el selección argentino amateur gracias a la paliza que le propinó al kazajo Sergiy Derevyanchenko, quien en octubre buscará el título de los medianos de la FIB en el Madison Square Garden. "La gente a veces me dice "loco, vos no caes"… ¿Qué querés que haga? ¿Que vaya con la cabeza en alto dándole bifes a todos, agrandado? Yo soy así, soy normal. Esto (toma el cinturón bien fuerte) no me hace ni más ni menos. Deportivamente sí, pero esto va a llegar un día que se va a ir y voy a seguir siendo una persona", declara con una claridad que abruma.
Castaño nació, creció y pasa sus horas en La Matanza. Su padre Carlos le inoculó el pugilismo y se encargó personalmente de evitar que ese virus nunca abandone las fibras del "Boxi". Se crió viendo cómo desarrollaba una escueta carrera como peleador profesional. También soporta la exigencia de Carlos como entrenador y guía, a punto tal que hace unos años atrás realizaba una especie de patrullaje en bicicleta por las esquinas en las que paraba Brian para evitar que se desvíe del camino deportivo.
"Yo me enojaba con él porque no me dejaba ir a los bailes, a las jodas del barrio. Capaz me escapaba y me venía a buscar. Salía en la bicicleta y preguntaba: "¿Dónde está Brian?". Y arrancaba con "vamos a casa". Cuando me lo decía tres veces, me iba porque sino me cagaba a trompadas. A mí en ese momento me daba vergüenza, pero los pibes ya sabían: "Te viene a buscar tu viejo, andá tranquilo Boxi". Me iba rezongando, pero después me puse a pensar y si él no venía a hacer eso, yo no hubiese llegado a donde estoy", reconoce.
Ese reflejo del camino a seguir le dejó varias enseñanzas, pero una fundamental: el respeto por el trabajo. Boxeador profesional, barrendero, chapista y changarín. Su padre hizo de todo para sostener a la familia. "Yo era barrendero con mi viejo. Él aparte de laburar con el boxeo se dedicó a barrer las calles. Se la rebuscaba. Yo salí a barrer con él como tres o cuatro años y después se sumo mi hermano Alan (también boxeador y con un récord de 13-0). Con eso changueábamos. Ahí aprendí a darle valor a la plata, a cuidar mis pesitos, comprar mis cositas. Después entré a la Selección y me fui a vivir al Cenard. Salía de ahí solo los fines de semana", rememora sobre el momento en el que su vida tomó el sendero que lo depositó en este presente de éxito deportivo.
Castaño se subió a un ring por primera vez a los 11 años hecho un manojo de nervios. Tres años más tarde sacó la licencia amateur y comenzó una carrera que se terminó en 2012 tras 189 combates en ese status. Esa estadística es un tanto incorrecta. Hay varias peleas que no se le contaron en el comienzo de su adolescencia: las de la esquina. Como todo barrio del Conurbano, ese fue el núcleo de encuentro entre los jóvenes de la misma edad y algunos querían ver de qué estaba hecho ese pibito "camorrerito" que apenas iniciaba su camino con los guantes puestos en exhibiciones.
"Siempre hubo peleas en las calles, más si parabas en una esquina, en el barrio. Hay muchos que te quieren probar: "¡Qué va a ser boxeador este! ¡Lo cagamos a palos!". Me vinieron a probar muchos en la calle… Técnico al primer cruce… Son etapas que uno va quemando y aprendiendo de los errores porque es una boludez. Con la mayoría que me agarré en la calle hoy en día comemos asado y nos cagamos de risa", reflexiona sobre la sinuosa ruta rumbo a la madurez que debió afrontar.
Aunque los ojos esquivos porteños muchas veces evaden esas realidades, las anécdotas que relata Castaño sobre su crianza en la calle se repiten en todos los puntos del Conurbano. La esquina, los desafíos, las tentaciones, los vicios y la moneda al aire para la suerte en el futuro. Algunos logran evadir el poder magnético que tiene ese imán representado en una esquina. Otros no: "Estuve cerca de mandarme cagadas, en la calle es normal. Todo el día están las tentaciones de todo. Yo siempre fui bueno en ese sentido, nunca salí a bardear. Siempre me aboqué al boxeo. Yo veía amigos o conocidos en las adicciones o caían en cana y después no está nadie".
"La calle y la noche te llevan a un montón de cosas. Si no fuese por mi papá yo no sería lo que soy hoy en día. Pararía en la esquina todo el tiempo, de acá para allá, baile, noches, saldría de lunes a lunes. Yo me cuido, me porto bien, entreno todos los días. Pero tengo un montón de amigos que sufren adicciones, que están en cana y un par de pibes que ya no están. Es jodido. Es difícil. Si no tenés una contensión o alguien que te guíe, uno se va descarrilando". La radiografía que hace Brian es precisa. No habla de su crianza solamente. Relata con precisión la juventud de millones de pibes que viven en la periferia de la Capital y que, por momentos, dependen de la suerte del destino ante la ausencia de un lazarillo que los guíe por un camino alejado de los problemas.
Quizás este aspecto de su vida fue el que lo convenció para comenzar a dar clases de boxeo en su barrio con la idea de ayudar a los chicos y darle una mano a un amigo. "Yo no cobro plata, la cobra mi amigo. Voy a ayudarlo a él y aparte porque no había boxeo en el barrio. Yo le hablo a los chicos, trato de sacarlos de las malas influencias. Tratamos de apoyarlos. Tenés que estar, es un día a día. Para muchos pibes es como su segunda casa. Ellos se incentivan", explica.
"Cuando caés en las adicciones o en cana después no está nadie. Los únicos que están son los familiares. La primera semana te mandan un paquete de puchos y después se olvidan. Sólo están tu mamá y tu papá. Yo veía a un par de pibes enroscados y no llegaron a nada. Yo pensaba: 'Tengo un futuro, un don, que es el boxeo. Tengo que aprovecharlo al máximo. ¿Qué quiero? ¿Ir a laburar? Yo ya estaba cansado de ir a barrer, ir a changuear. Pensaba que si Dios quería el día de mañana me iba a poder arreglar mi ranchito, comprarme alguna casita. Poder tener algo'", resume sobre todo el sacrificio que señalaba minutos antes de comenzar la entrevista mientras observaba su cinturón.
Él sabe a la perfección cómo cambia la vida con esta disciplina deportiva. Hace poco más de una década era barrendero y ahora hasta es amigo de las estrellas del espectáculo local. El vínculo que forjó con el actor Esteban Lamothe lo demuestra: "Es un amante del boxeo y yo lo seguía en las novelas. Me invitó al estreno de una película y de ahí empezamos a hablar. Siempre estamos en contacto. Ahora me invitó a ver el capítulo final de El Marginal. Es algo que nunca pensé. La repercusión. También me relaciono con Luciano Castro, que le encanta el boxeo. Siempre la mejor".
Brian bromea con todos. Recibe a algunos de los pupilos que llegan para entrenarse junto con él en el primer piso de esa típica sociedad de fomento de barrio. Se presta a mostrar el poder de sus puños para la sesión de fotos. Se mueve de acá para allá y lanza algunos golpes al aire. Jab, uppercut, una combinación de remate. Su cuerpo comienza a calentarse y la velocidad de los movimientos crece. Una bolsa roja será su retadora. Algunos golpes asustan. Parece que la bolsa lanza un quejido profundo cuando el puño izquierdo expone la virulencia de su potencia. Los 11 nocauts en sus 15 presentaciones no son una casualidad. El francés Cedric Vitu o el puertorriqueño Emmanuel de Jesús–a quien le arrebató el título–, por ejemplo, pueden dar fe.
"No es un peso ser el único campeón argentino de la actualidad. Me hubiese gustado que esté lleno de campeones argentinos. Cada campeón nuevo me pone contento porque nutre al boxeo argentino y nos posiciona mejor a nivel internacional. Para mí es un incentivo porque demostramos en cada pelea que con sacrificio se puede llegar. Hay muchos pibes que vienen atrás mío que son máquinas. Dentro de poco vamos a ser muchos campeones mundiales", expresa con una mezcla de tono de deseo y análisis.
Castaño está a punto de ingresar en la mejor parte de su carrera. Tendrá que ratificar todas las buenas presunciones que hay sobre su espalda y confirmar las cualidades que ya expuso. La categoría se presta para dar varios combates estelares gracias a la presencia de Hurd, Munguia, Charlo, Williams, Lara y Michel Soro, a quien Brian venció en fallo dividido hace un año. "Nosotros aspiramos a seguir trabajando para pelear con ellos, los campeones de otros cinturones, de otros consejos", reconoce. "Te da un poquito de presión la gente porque ellos se esperanzan mucho con un boxeador que hoy en día es campeón. Pero no te tenés que dejar envolver por eso y debés sacar la positividad, ese empujoncito de "dale campeón que le vas a ganar a este". Me dan ganas de seguir laburando para pelear con los mejores", agrega.
El grandote bonachón Leandro Robutti fue una especie de anfitrión del equipo periodístico antes de iniciar la nota, mientras hacía tiempo para empezar el segundo turno de exigencias físicas de cara a la pelea que tendrá dentro de un mes en Tucumán. Bromea, hace chistes y relata que sufrió en un entrenamiento el primer nocaut de su vida: "Es como que todo se hace chiquito y vos ves por un tubo por unos segundos". Brian, de mano pesada, da detalles desde el otro lado del mostrador: el pico de éxtasis que se genera tras propinar un nocaut. "Es un momento que va de la adrenalina a la relajación. Es un combo de emociones en el momento. Es alivio, felicidad, adrenalina. Arriba de un ring no sentís miedo, sentís la adrenalina por pelear y el temor de que te no cace una mano, nada más. Arriba del cuadrilátero las peleas son peleas", describe.
Antes de abandonar ese barrio de casas bajas, de fachadas corroídas por las inclemencias del tiempo, con un silencio que retumba en los oídos ante tanto predominio y sólo es interrumpido por el chirrido de los colectivos, la máxima estrella del pugilismo local repasa una serie de consejos que le confió "Maravilla" Martínez el día que tuvo la oportunidad de almorzar con él. Aquella jornada fue reveladora. El ex campeón superwelter y mediano, que sorprendió a la escena nacional tanto por su belleza arriba del ring como su capacidad intelectual superior a la de la media de los pugilistas argentinos, le dio la clave del éxito: leer, estudiar, aprender a comunicar y vestirse como la estrella que es. El boxeo, además de una hermosa disciplina, es un show. "Maravilla" lo sabe.
Brian anda de ropa deportiva, gorra al tono y zapatillas blancas sin atar. Se moviliza en un vehículo blanco nacré impoluto, saluda con un abrazo afectuoso y se muestra cercano, confiable y accesible ante cada persona que lo interpela. Un pequeño arito en el lado derecho de su nariz completa el look que lleva ese muchacho de 1,71 metro, sonrisa amplia, anillos dorados y prolija afeitada al ras. "En dos años quiero estar triunfando en Las Vegas. Ser fondista de las mejores carteleras peleando contra los mejores de mi categoría para unificar. Estar en el Caesars Palace, el MGM o en Los Ángeles en el Staples Center. Ser el mejor libra por libra", sueña despierto, nuevamente con la mirada perdida, como si esta vez ya no estuviese mirando al pasado de sacrificio y en sus ojos se refleje el futuro de éxito.
Fotos: Guillermo Llamos
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